Capítulo 1
Sí, lo hice. Como cosa rara, me dejé convencer
por esa dialéctica llena de relojerías lunares, de enciclopedias volátiles, de
zodíacos fugitivos y de oros zozobrando dicciones turbias.
Fui yo quien les facilitó el acceso al
enfático protocolo, falsificando una tarjeta de invitación para dos caudillos
de un ignoto y desértico emirato.
Ornela se ha ido a acostar. Ahora tengo en mis
manos una reproducción del cuadro de Frida Kahlo, "Las dos Fridas".
Veo a las dos cejijuntas mujeres que son una sola, reflejo ambivalente de sí
misma, sus manos estrechadas, sus corazones sangrantes y palpitantes unidos por
una vena que no solo transporta plasma sino que también acarrea la dosis de
amor y locura que nutre al alma. Pero yo no observo una Frida amada y a la otra
Frida desdeñada de la que habla la exégesis de su obra. Yo sí veo a dos Fridas
que se metamorfosean en LauraÉ y Ornela, conectadas por una arteria viva. Y, al
igual que en otros lienzos de Frida, en vez de la imagen de Diego Rivera sobre
su frente, nosotras portamos la efigie de él encima de nuestros ojos, del padre
de nuestros hijos, del adorable mentiroso que capturó nuestras almas, del
encantador veleidoso que ya ha
resucitado dentro de los tiempos y de los espacios para configurar un
testimonio indeleble de amor y lealtad, cuya falacia se ha convertido en la
definitiva verdad que nos une más allá de los océanos turbulentos y de los
follajes que acordonan las posadas de nuestra adoración por triplicado.
Mi compañera en esa composición onírica, que
es la misma composición de la vida real, es Ornela, es decir, yo misma, es
decir, Benny, es decir, los tres, más Pedro Pablo, más los dos embriones de
amor en nuestros vientres, es decir, el compás del amor, es decir, el tempo del
amor, es decir, la síncopa del amor, es decir, la mar del amor, es decir, el
azul del amor. La dualidad trasciende nuestros cuerpos desnudos, nuestros
corazones umbilicados, nuestras sangres desparramadas en el dolor del parto,
nuestras alegrías al tener nuestros bebés en los brazos, al arrullar nuestros
recuerdos de él ahora que ha regresado para ganar el cielo desde aquí.
"Mi sangre es el milagro que viaja por
las venas del aire, de mi corazón al tuyo", le escribió Frida a Diego al
finalizar el cuadro, en momentos en que estaban separados, divorciándose. Por
eso, una de las Fridas corta la vena con unas pinzas quirúrgicas. En nuestra
poesía plástica, Ornela y yo compartimos la vena, la arteria y la sangre,
mientras nuestras miradas se encuentran en una distancia que dibuja una
oceanografía exuberante que, a su vez, abarca nuestras mentes para refugiarlas
en una isla maravillosa poblada por su boca repitiendo, por los siglos de los
siglos, "te amo, LauraÉ… te amo, Ornela".
Hágase la vida en nuestros hijos y prolónguese
el esmero y la añoranza para que nazcan los gestos porque, a fin de cuentas, el
amor sí basta.
Así de simple.
Fin
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