lunes, 28 de febrero de 2011

Don Quijote Arévalo Cedeño



Entresijo y aguamiel
Emilio Arévalo Quijote (II)

Hacia el fondo del día
donde se encaminan mis huesos agrestes
Vicente Gerbasi, “En el fondo forestal del día”

Se va a alzar

                        Nos narra Emilio Arévalo Cedeño en su “Libro de mis luchas” las vicisitudes precediendo su pronunciamiento contra la dictadura gomista, como solía ser tildada la corriente oficialista alrededor del hombre de La Mulera por aquellos días.
                        El 19 abril 1914 un “Congreso de áulicos”, Arévalo dixit, una verdadera asamblea de la deshonra nacional, impone a la brava la reelección y establece el septenio. EAC macera en su pecho la idea de empinarse contra el abuso de quien pretende monopolizar el poder y apropiarse de la vida y haberes de los venezolanos. Inteligentemente, no suelta prenda y aparenta continuar dócilmente con su vida mercantil.
                        Relata en el capítulo II cómo perdió un burro cargado con ochenta mil bolívares una enormidad para la épocapor los lados de Tucupido, oriente del Guárico, dinero de sus socios encomendado para un negocio de ganados. Inmediatamente, previó el mar de calumnias por venir: lo acusarían de farsante y ladrón, con lo cual su proyectada rebelión contra el régimen encajaría una estocada mortal. Pero la buena fortuna intercedió y la suma apareció intacta sin manchar su “dignidad y resolución de patriota”. En El Chaparro, Anzoátegui, compró mil novillos y retornó a Maturín a venderlos. De vuelta en Valle de La Pascua, se despidió de su mujer embarazada de ocho meses. Comenzaba así “el drama terrible de nuestra separación por veintidós años”.

Se alzó

                        A las ocho de la noche del 19 mayo 1914, en Cazorla, al sur de Calabozo, encabezando cuarenta hombres a caballo, Emilio Arévalo Cedeño desguazó las naves al grito de “¡Viva la libertad! ¡Muera el tirano Gómez!” No había vuelta atrás. La guarnición del pueblo, al mando del coronel Julio Robles se dio a la fuga. Pero EAC comprendía lo aislado de su movimiento. Por lo tanto, hizo grupas y enfiló con sus partidarios hacia el oriente del Guárico para, desde allí, acometer contra todas las poblaciones a su paso con un mensaje de insurgencia contra  el déspota.
Las tropas gomeras en Chaguaramas, Libertad, Lezama, Altagracia, San Rafael de Orituco, Barbacoas y El Sombrero, tomadas por sorpresa, huían sin entablar refriega. Marchó, al fin sobre Calabozo, cabeza institucional del Guárico por aquel entonces todavía estaban lejos los días de los arrebiates prostáticos de Juan Vicente Gómez que lo indujeron, capricho autoritario mediante, a mudar la capitaly, de allí, a los aniegos de las vegas orinoqueñas. El 16 junio 1914 resultó derrotado en Caño del Medio por fuerzas capitaneadas por el general Francisco J. Sáez. En Macanillal estuvo a punto de ser emboscado, producto de una delación. La asechanza enemiga resultaba implacable. Decidió, de seguidas, embarcarse hacia Cabruta y Garcita.
                        Burlando la persecución, Arévalo se apareció en su pueblo natal. “Entré libremente por las calles de La Pascua, sin ser conocido, y de sorpresa llegué a mi hogar en donde encontré a mi esposa con mi hijo de once días de nacido”. Pero esa paz no podía durar. Los sabuesos rondaban cerca. Huyó rumbo al Orinoco.
                        Caminando día y noche, llegó a Santa Clara, donde fue acogido por el padre Ramón Ortiz. De allí, se enrumbó a Mapire, luego a Santa Cruz, La Paragua y Moitaco, haciéndose pasar por un inocentón comerciante de bestias y conviviendo con  desprevenidos agentes de la tiranía. Si lo descubrían, cuando mínimo le endilgaban grillos de sesenta libras.
                        Un viejo comerciante de Tapaquire, Jesús María Flores, partidario del “Mocho” Hernández, adivinó su identidad. Cundido de nobleza, el mochero no lo denunció, ayudándolo, más bien, en su andar hasta Ciudad Bolívar. Una vez en la antigua Angostura, recibió auxilio de parte de su viejo amigo monseñor Sixto Sosa, obispo de esa diócesis. Cambiando de apariencia y de señas, arribó a San Félix. La lectura de estas cuitas en el “Libro de mis luchas” nos regodea con el sabor aventurero de un Emilio Salgari o un Alejandro Dumas. Al fin, engatusando a un prepotente coronel gomecista, EAC salió al exilio en Trinidad.
                        Emilio Arévalo Cedeño había vivido en ese lapso un tobogán de emociones. Conocía de la grandeza y del desprendimiento de quienes habían luchado a su lado y había aprehendido, asimismo, la ponzoña, la vesania y la corrupción de aquellos envilecidos por el poder y su molicie inherente.
                        Se sabía derrotado una vez. Pero esa porfía quijotesca que lo había incitado a echar todo por la borda no lo iba a abandonar tan fácilmente. Llegó así a Trinidad, arrastrando su soledad. Como asegurara Miguel de Unamuno en “Vida de Don Quijote y Sancho”, la absoluta, la completa, la verdadera soledad consiste en no estar ni aun consigo mismo. Emilio Arévalo Cedeño se arropaba con sus ambiciones libertarias y su enclaustramiento a la intemperie de Quijote venezolano.

(…)

Post Scriptum: Nos escriben, entre otros, la nieta del general, Milagros Arévalo, y enjundiosos amantes de nuestra Historia para acotarnos que la segunda esposa del general, y abuela de Milagros, se llamaba Pepita Zamora Zamora. El error, involuntario por lo demás, se debe a nuestra transcripción literal de la edición del “Libro de mis luchas” hecha por Publicaciones Selevén en 1979. Hágase, por ende, la corrección correspondiente y mil gracias.