lunes, 29 de agosto de 2011

Arévalo y Funes: juicio en Atabapo

 Enarbolando zábilas
Emilio Arévalo Quijote (VIII)

De sueños de ambición apacentó su ociosidad a su pobreza, y despegado del regalo de la vida, anheló inmortalidad no acabadera.
Miguel de Unamuno en Vida de Don Quijote y Sancho
 

Tras la cábala procedimental
                       
                          Tomás Funes había izado la banderola blanca, temeroso de perecer abrasado por la candela y las cóleras de los amazonenses. Escribe Emilio Arévalo Cedeño en su autobiografía: “En aquel momento fue que vino a acordarse Funes de que es mal negocio ser malo, y que lo bueno y práctico es ser bueno”. El jefe guariqueño designó una comisión para ocupar el cuartel funero y desarmar la guarnición. La formaban el general Fermín Toro, jefe de estado mayor;  el coronel Luis Felipe Hernández, segundo de Arévalo; el general Marcial Azuaje (Cuello’e pana), jefe del cuerpo Anzoátegui, y otros oficiales.
                        Algunas reláficas interesadas pretenden sustraerle méritos al guerrero vallepascuense en la derrota del monstruo de Río Negro. Se olvidan ex profeso de la penuria de la travesía, más las bajas ocasionadas por la encarnizada resistencia de Funes quien, aun sabiéndose disminuido por la lejanía de sus leales en la cosecha purgüera, vendió caro su pellejo.
                        EAC recalca: “Nuestras pérdidas fueron de alguna consideración, contando entre los heridos al general Asisclo Ramírez y al coronel Napoleón Manuitt, Jefe(s) de los Cuerpos ‘Arauca’ y ‘Horacio Ducharne’, respectivamente”. Solo la astucia y el arrojo pudieron refrendar un laurel tan inesperado contra el  puño de hierro de un tirano enmantillado como Gómez, ayuno de descalabros, tanto en lo político como en lo militar. Y mayor resulta el mérito arevalero al considerar que Tomás Funes —en coyunda con figuras de la talla de Eustoquio Gómez y Vincencio Pérez Soto— era considerado como uno de los puntales del caciquismo cuyo principal lema, ultra personalista por lo demás, era “Viva Gómez y adelante”.
La captura del terror del Amazonas no puede desdeñarse como una peripecia marginal, si bien no significó un zarpazo mortal contra la hegemonía gomera. El hombre de La Mulera podía asumir para sí mismo el anacrónico ditirambo eructado por el adulante Gumersindo Rivas —un josevicentehoy de principios del siglo XX— a los pies del compadre don Cipriano Castro en las páginas del periódico El Constitucional: “Siempre vencedor, jamás vencido”. Desde la invasión de los sesenta, en 1899, que lo llevó al poder, primero como vicepresidente del Cabito y luego por mérito golpista propio, Gómez únicamente había conocido triunfos, tanto suyos como de sus lugartenientes. Emilio Arévalo Cedeño suponía el primer baldón contra su palmarés, así fuera en un flanco tan remoto.
                        No hay enemigo chiquito, reza el añoso aforismo. Desde ese momento, el sátrapa andino conoció del peligro de tener un adversario tan mañoso y escurridizo. Su captura se hizo imperiosa.

Soledades a derecho

                        En septiembre 1967, en El Universal de Caracas, el cronista Guillermo José Schael publicó en su columna “Brújula” una misiva de un sobrino de Funes, Miguel A. Pérez Mirabal, proporcionando una versión de los sucesos de San Fernando de Atabapo obtenida, a su vez, del testimonio de Santana Veitía, hombre de brega del campo relacionado con ambos protagonistas de estos lances.
                        Citémoslo: “Uno de los hechos que no sólo esclarece sino que confirma el señor Veitía, es el relacionado con la toma de Río Negro (…) Ella no fue cruenta en sí (…) Arévalo Cedeño no tuvo que pelear prácticamente. Y la muerte de Funes fue resuelta en medio de un diálogo más o menos del tenor siguiente:
          ¿Qué hago contigo, Funes?— inquirió Arévalo.
—Lo mismo que haría yo contigo, en situación contraria —respondió Funes—, te fusilaría…
Por lo que su sentencia prácticamente se la dictó el mismo Funes. Consecuente siempre con la crueldad y rudeza que significó su existencia, Funes era hijo de mi abuelo materno José Miguel Guevara (…)”
                        Haciendo abstracción de lo narrado en el párrafo anterior, la tradición venezolana, marcada a lo largo de más de un siglo de interminables contiendas civiles —nuestras “matazones republicanas”, al decir del ideólogo gomecista Laureano Vallenilla Lanz—, imponía el pase por las armas, sin fórmula de juicio, del enemigo vencido y, de seguidas, la sevicia gratuita con los despojos del infortunado. Ello como secuela natural de la fiereza ejercida en la Guerra a Muerte, la Federación y nuestras incontables “revoluciones”.
Escasas excepciones descollaron en un panorama tan desolador concerniendo los derechos humanos: el juicio por sedición contra Manuel Carlos Piar, incoado por El Libertador en 1817; el proceso por rebelión contra Matías Salazar, propiciado por Antonio Guzmán Blanco en 1872... y hasta aquí nos ayuda la sesera. Más típicos resultaban el balazo artero, el machetazo a lo Iscariote o el mecate alrededor del gaznate, sin más ni más. En 1921 todavía estaba reciente la ejecución alevosa del general Antonio Paredes —sobre aguas del Orinoco en 1908, hecho narrado magistralmente por Ramón J. Velásquez en La caída del liberalismo amarillo—, asesinato ordenado, supuestamente, por don Cipriano desde el lecho mismo donde convalecía con el riñón rebosante de pus (y dale con el pus). Este crimen fue citado por el mismísimo Gómez como causal determinante para el derrocamiento y subsecuente juicio al ex dictador Cipriano Castro.
                        Si a ver vamos, la usanza reinante permitía a Emilio Arévalo Cedeño, con su triunfo inesperado y vertiginoso, plantar al terror del Amazonas frente a la guadaña del verdugo. Nada lo obligaba a guardar las formas. Y, sin embargo, EAC, primeramente, se proclama representante de la “Revolución Constitucionalista” bajo la jefatura del Dr. José María Ortega Martínez, vale decir, se arropa con una simiente de legalidad; segundamente, convoca a “todos los elementos de San Fernando de Atabapo, para que eligieran un Gobernador del Territorio, del seno de ellos mismos”, inoculándose así de democracia; y, finalmente, reúne un “Consejo de Oficiales, que, a manera de Tribunal de Guerra en Campaña, conociera de la causa de Tomás Funes y Luciano López, responsables directos de los grandes crímenes que allí se habían cometido (haciendo) de Río Negro un feudo particular, separándolo prácticamente del territorio de la República”.
                        Puede colegirse de todo esto una intención civilista y hasta pedagógica por parte de Arévalo, a pesar de provenir del campo bélico. Su intento de utilizar la justicia como un ariete para equilibrar las fuerzas sociales se traduce en su colisión contra las prácticas inhumanas: “Durante mi permanencia en Río Negro, me ocupé también de acabar con la esclavitud que allí existía, teniendo todos los poderosos del Territorio, a su servicio, cantidades de doscientos y hasta trescientos indios, que con el nombre de Personales, los empleaban en los campos de balatá y de goma, dándoles solamente la comida y un miserable vestido que ponerse, como también haciéndoles pagar cuentas imaginarias, de miles de pesos, que según les decían sus dominadores o amos, eran sumas que debían sus padres y abuelos y que ellos estaban obligados a pagar”.
                        El 30 enero 1921 finalizó su deliberación el tribunal. La defensa de los procesados recayó en la persona del coronel Eliseo Henríquez, secretario general de gobierno de Funes (y padre de Manuel Henríquez, futuro cronista de Puerto Ayacucho). Abrumado el defensor por el rosario de crímenes atribuidos a los indiciados, “no pudiendo negar la lista de los cuatrocientos veinte compatriotas sacrificados por Tomás Funes y Luciano López (…) tan sólo se limitó a suplicar el perdón de los dos reos, en nombre de su amistad personal con ellos, y la gratitud que les debía”. El veredicto de pena capital resultó unánime, en un juicio oral, transparente, abierto y libre de coacciones.
                        A las diez de la mañana los condujeron a la plaza del poblado. El coronel Elías Aponte Hernández dirigía la parada general de las fuerzas y el también coronel Marcos Porras comandaba el pelotón ejecutor. Funes enfrentó de primero la muerte. Según Oscar Yanes: “Una hora antes de ser ejecutado Funes pidió hablar con Arévalo Cedeño y le ofreció decirle dónde ocultaba su tesoro a cambio de que el guerrillero le diera una lancha, un revólver y cuarenta litros de gasolina. El vencedor no aceptó trato alguno. Funes entonces pidió un liqui liqui blanco, un sombrero Panamá y salió a la plaza Bolívar a enfrentar la muerte como un valiente”. EAC no menciona tal proposición en su autobiografía, pero sí habla de la fuerte suma de dinero depositada en Ciudad Bolívar y prometida por Luciano López a cambio del perdón. Arévalo la rechazó de plano.
                        Oldman Botello nos ofrece el relato de Tito Sierra Santamaría, tachirense de Rubio, aquerenciado a posteriori en San Juan de Los Morros, miembro de la fuerza rebelde, a la sazón con 21 años de edad y testigo presencial de los hechos: “Cuando iban a vendar al gobernador de Amazonas, este se negó y exclamó en voz alta, ‘¡Hombres de mi temple no se vendan. Quiero ver a mis asesinos!’ Luego entregó a uno de los oficiales del pelotón de fusilamiento su anillo de brillantes y le dijo: ‘Use este anillo en nombre de Tomás Funes’ (el anillo causó la muerte violenta de todos quienes lo usaron, tanto en Venezuela como en Colombia, según es fama). Exclamó para que lo oyeran todos ‘¡¡Malhaya sea Antonio Levanti que me vendió con Arévalo Cedeño!!’ Finalmente tomó su sombrero, lo lanzó al público y se despidió: 'Adiós, amigos míos'. Inmediatamente el coronel Marcos Porras Becerra dio la orden de fuego y el 30 de enero de 1921, a las 9 de la mañana, se cumplió la sentencia del remedo de juicio. No es cierto lo que escribió Arévalo en su libro donde incluye muchas inexactitudes ex-profeso y que serán reveladas en mi biografía sobre el personaje, en vías de publicación; no es cierto que la gente gritó de contento cuando se desplomó sin vida el menudo personaje todo vestido de negro. Al contrario, los indios principalmente, con quien se portó tan bien, lloraron a su benefactor como unos niños y de eso hay testimonios”.
                        ¿Contradicción en los detalles? Un cronista habla de un liqui liqui blanco. El otro de un traje negro, puntualizando, además, que los aborígenes "lloraron a su benefactor" a la hora del fusilamiento. EAC describe en su autobiografía el júbilo y el alivio de los atabapeños transcurrida la ejecución. Lo cierto es que, a diferencia de Funes, a Arévalo no se le conocen exacciones ni desmanes. Jamás despojó a nadie de lo suyo, nunca robó reses ni víveres, siempre pagó sus consumiciones —echando al taturo de los detritus la antigua conseja de las montoneras dizque revolucionarias (más bien cuatreras) de nuestra historia: “Viva la revolución, muera el ganado”—, fue escrupuloso en su trato con las mujeres y con los débiles, conminando a sus subordinados a seguir su ejemplo. En resumen, fue un caudillo anti caudillista.
                        La moraleja por abrevar de este hito consistiría en el denuedo contra la iniquidad y el delito, conjugado con el accionar irrenunciable por la justicia. El destino de todos los depredadores del poder por el poder mismo, así se amparen en argucias supuestamente científicas y redentoristas, debería ser siempre el banquillo de los acusados. Quizá el juicio de Atabapo no guardó todas las formalidades propias de un estado de derecho rutinario. Pero el proceso a Funes rubrica el anhelo de un hombre fraguado en un ideal civilizatorio ante los atropellos viles de la barbarie.
                        A lo mejor todavía no hay finiquito en la lucha del Quijote arevalero contra los atropellos de los Funes de hoy. Es materia pendiente, pues.

_________________________

Post Scriptum: Al conocerse la proeza del guariqueño, circuló de boca en boca en el llano la siguiente copla:

Tomás Funes se llamaba
el tirano de Río Negro
¡Ah, malhaya la justicia
de un Arévalo Cedeño
el protector del lisiado,
el amigo de los buenos,
el que siempre tuvo espada
al servicio de los pueblos!


Otrosí: En 1991, el cineasta caraqueño Atahualpa Lichy recreó este drama a través de su película Río Negro, en versión libre, de un modo muy venezolano, pero a la vez tan universal. Vean, por favor, la secuencia de la ejecución de Funes accediendo al siguiente link

@nicolayiyo




El general Matías Salazar fue procesado sumariamente y ejecutado durante el dominio sobre Venezuela del Ilustre Americano. 





El Benemérito calibró el fuste de Arévalo Cedeño al enterarse de los hechos de Río Negro.



lunes, 22 de agosto de 2011

Compendio de grandes mabitosidades del universo (vol. 5287Ø2847¼)

El soccer de los países


La mabitología, de acuerdo al gran congorochólogo Sir Mamotréishon Chiwirote Johnson, Esq., PhD, MBA, NBA, NFL, es la disciplina que se ocupa de discernir, documentar y explicitar los generadores de pava, mal de ojo (evil’s eye), jinx, jettatura, o como usted prefiera llamar a cualquier actividad humana hedionda a cómetelobicho.



Ya en el pasado surgieron entre nosotros grandes mabitólogos, estudiosos de la pavosidad tanto en el campo académico como en las praderas empíricas, todos ellos dados a la tarea de definir y compilar listas de eventos, sucesos, actitudes y hasta personas mabitógenas con todas las de la ley.



Recordemos, valga el caso, al gran ruiseñor de Catuche,  Aquiles Nazoa, y algunas entradas a su enciclopedia de mabitosidades: lucir alpargatas con medias, las cortinas de lágrimas, los caracoles utilizados como frenos de puerta, las señoronas que llaman al marido respectivo por el apellido y tantas otras. 



Como se podrá notar sin implicaciones ditirámbicas en la alteridad confluyente —aquí nos pasamos de ultramabitosos al abusar del lenguaje complicado y pedantesco de los intelectualosos—,  para anotarse en el ranking de la mabitología, solo basta con ejercitar cualquier funcionalidad cochambrosa —y dale con las palabras domingueras— que sea de mal gusto, molestosa, calichosa, pichacosa, ladillosa y cagalitrosa.



En ese rango de intelectualidades observacionales peripatéticas (¡uf!), no puede faltar el deporte favorito de quienes no gustan del deporte, es decir, el soccer, también conocido como sóquer —en algunas partes de Argentina le dicen sáquer, según información recopilada por el profesor Norbertoni Marcelino Indigesto en su obra Boludeces de mi patria— o famoso balompié.



Este deporte banal de toda banalidad convierte a prójimos aparentemente normales en sujetos ruidosos, monotemáticos, babosos y proclives a un IQ de -40 (por la medida chiquita). La máxima exponencialidad de tal desmadre mentepollérico ocurre sobre todo cuando se dan los enfrentamientos entre países, con lo cual el soccer arrastra su máximo de audiencia, exacerbando los nacionalismos baratos. El eminente antropogilipollas Dr. Perigüevetes Machorrín, en su clásico y enjundioso palimpsesto  Mi patria es mejor que la tuya, ño cacorro (o cómo hacer para que caviar no le gane nunca a cochino frito), perifraseó genialmente la famosa sentencia atribuida a Bertoldt Bretch: “El nacionalismo es el último refugio de los papanatas fritas (a las mías no le echen guasacaca, plis)”. De esta indigestión se nutre el soccer para motorizar el frenesí anal de los hooligans y, en fin, de todos aquellos que orgásmicamente se entusiasman con un circo tan  choreto y tan mabitoso.


Pero no se puede evitar la implicancia subjetiva, postmodernérica  y retromarginal del soccer sin concertar la visión ontológica y parasimpática con respecto a las mabitosidades aledañas (eso sí, carentes de lagañas), verbigracia, concertando y cohonestando el discurso aletargado del (pasa a la pág. 527) 



 En esta imagen vemos al gran Comejeninho, de la selección brasileira, y al muy rudo Macilentov, del equipo de Bielorrusia septentrional, en un tête à tête derivando a teta con teta y de allí, sin solución de continuidad, al agárrame la chirimoya, papachongo. La jugada fue nominada por la Fisfa y el Cicpc para el "Verijazo del año", que es el premio Óscar del soccer.



A cada cochino le llega su sábado, reza el viejo refrán. Aquí avistamos a estos chanchullos disfrutando su sábado de soccer en Irán. Como bien sabemos, los ayatolás tienen prohibido degustar de las delicias del marrano horneado y, por lo tanto, dejan que en el chiquero se forme una caimanera (¿o una cochinera?) de soccer pues en ese juego no conocen la “rabo’e cochino”. ¡Oinc! ¡Oinc!



A lo hecho pecho, pero eso sí, sin embarrialarse las patas. Esta niña le mete el pecho al asunto haciéndole la recontra, a su manera, a la mabitosidad del soccer. Y que conste: ¡cero silicón! Luego del pechugazo se escuchó el consabido gritico soccerístico: ¡Goool de pechuga! A lo que uno se pregunta: ¿cuándo veremos un gol de cocoya?



El soberbio jugador de la selección mongólica, Mochopincho Ñamealmorranos, desinfla la bola con la cara al botar piedra porque le sacaron un papelito rosado al cacharlo velando güire, es decir, por querérselas pasar de vivo e intentar evadir a quienes lo cuidaban. Recordemos que en el soccer la Fisfa tiene prohibido burlar al contrario, cogerle terreno y caribearlo, con una regla que llaman “orsay”. Del tiro, el mongólico se llevó la bicha rumbo a una cauchera para que le pusieran una zapata. El partido se interrumpió hasta el día de hoy porque en el soccer nunca hay pelota de repuesto.



Este chinito quedó con la cara azuleja (y no de Toronto) de la “silla roja (a red chair)que cogió cuando se dio cuenta, al fin, de que en el soccer no hay estadísticas, ni cifras de perfomance para juzgar las actuaciones de equipos y jugadores, ni estrategias ni tácticas, ni engaños, ni cañas mucho menos bluffs (como en el ajiley o el póquer), ni alternativas que permitan desarrollar la viveza, la astucia y, ultimadamente, la inteligencia. Tan azul quedó que lo único que acertaba a gritar en cantonés (¿o mandarín?) era: “¡Devuélvanme mi dinelo, latas peludas!”



El gatúbelo Güilians Yomerbys Hernández, alias “Gato Viudo”, se fastidió tanto (a pesar de los griticos típicos de los narradores de soccer y la bullaranga de los fanáticos soccerísticos) viendo el partido entre las selecciones de Antártida Subtropical contra Namibia Suroccidental, que no le quedó otra que lanzarse con un bostezo apocalíptico de pronóstico reservado. Tarjeta rosada para el gatúbelo. O más bien verde. Mejor expúlsenlo del sillón para yo poder sentarme y vacilarme “El gato con botas porno”, en HD. ¡Ajúmalo!




Así quedó la simpar Maradonna, reina indiscutida de la música disco miúsic, cuando tuvo la ocurrencia de interponerse entre dos bandas de hooligans rivales, peleándose a pellizcos y arañazos porque el escudo de un equipo era más bonito y soñado que el uniforme fashion del otro team  de soccer. El parte forense informó que la reina del disco sufrió desgarraduras en la rabadilla, escoriaciones en las batatas, lujación de las corvas e hinchazón medicamentosa de los cachetes, por lo cual no podrá bailar ni gorgorinear hasta el próximo campeonato de soccer de los países. Mientras tanto, sigan disfrutando del reguetón y el vallenato llorón. Ay, papurrio…






Vemos en esta gráfica al gran goleador argentino Julio Iglesias gozando de una traba de espanto y brinco que lo indujo a  pelar las córneas desmesuradamente al salir de la clínica de rehabilitación donde estuvo internado en la isla del mar de la sinvergüenzura. Para curarle la adicción, el astro del soccer fue sometido a una cura intensiva con dosis reguladas y decrecientes de pangola antillana, mezclada con intravenosas de cafenol molido ligado con telaraña y cáscaras de tamarindo transgénico, amén de unas pataditas esporádicas a una risca medio chimboide importada de la hermana república. Cada julepe de esos le quemaba quinientos mil trillardos de neuronas al Julepe Iglesias, por lo cual su vocabulario quedó reducido a la expresión: “Che pibe, las pelotas son pelotudas, qué lindo”. Coge tu pelotica, nené. 



Mc klopedia - Guardián ( 2011 )

Album: SUPERLIRICAL 
Guardián.
Letra y Música:Ramsés Meneses

Producción General: Dpg Producciones


Producción Musical: Ramsés Meneses, Simón Hernández, Enrique Pérez, Arturo José Soto Alvins, Rafael Pino, Eddie Cisneros, César Monges Jr y Mariano Bilinkis

Facebook: Mcklopedia Oficial / Twitter: @Mcklopedia





miércoles, 10 de agosto de 2011

Arévalo y Funes: batalla en Atabapo

Petardos en sepia
Emilio Arévalo Quijote (VII)
por: Nicolás Soto

(Somos) seres incompletos aun al morir, porque, recordados u olvidados, contribuimos a la creación de un pasado que nuestros descendientes deben mantener vivo si ellos mismos quieren tener un futuro.
Carlos Fuentes en “El espejo enterrado”


La cualidad del temple
                       
                       La expedición arevalera remontaba el Meta, tropezándose con innúmeras penurias. Antes de alcanzar el Orinoco, se le unieron el general Marcial Azuaje (Cuello’e pana), y los coroneles Cornelio Oliveros y Joaquín Palencia, a quien Emilio Arévalo Cedeño designó jefe del espionaje por su conocimiento de esas selvas intrincadas.
Narra EAC en su “Libro de mis luchas” la captura, por parte de su  espía mayor en los alrededores de Puerto Carreño, Colombia, de una piragua de Funes tripulada por el tesorero del Territorio Amazonas, Ramiro Quejeiro y “un tal coronel Pacheco, jefe civil de Átures”, transportando trescientos setenta quintales de balatá rumbo a Ciudad Bolívar. Arévalo decomisó el cargamento y comisionó al general Alfredo Franco para la venta de tan valiosa carga y la compra de armas y municiones con los proventos obtenidos. Alfredo Franco traicionaría la confianza depositada en él, desertando, eventualmente, hacia el campo gomero. Como bien dicen en el llano, se fue con la cabuya en la pata. Nunca falta un bellaco.
El Meta se rinde ante el Orinoco cual torrente solemne ante el sondeo inmemorial de las sabanas y junglas, con Puerto Páez, del lado apureño, y Puerto Carreño, en la ribera neogranadina, sirviendo de atalayas campantes.  De allí y hacia el sur, los aguardaban los inextricables raudales de Cosme, Átures, Garcita, Zamuro, Maipures, Vichada “y muchos más, que la naturaleza ha colocado a manera de corona imperial sobre las aguas del monarca de los ríos venezolanos; enormes murallas, de caprichosas formas, niágaras de ríos ensordecedores, barreras infranqueables (…)”. Arévalo no esconde en su apresurada prosa el influjo de Emilio Salgari y Alexandre Dumas, sin dejar de condenar la desidia de los gobernantes venezolanos por no haber sabido erigir arterias fluviales comunicantes con Brasil, Colombia y el resto del subcontinente. A casi cien años de distancia, el reto sigue en pie. ¡Barajo con la demagogia!
La travesía resultó fragorosa. “Veintisiete noches consecutivas sin dormir, (con) hambre, mucha hambre”. Para evadir los temibles raudales y la vigilancia de las avanzadas de Funes, cargaban con las maltrechas embarcaciones, internándose en la malsana espesura y exponiéndose a las picaduras de bichos y víboras, con su secuela de fiebres, úlceras y el pus maloliente de las gangrenas y llagas, un pus tan evocador del patronímico de ciertos partidos dictatoriales. Narra EAC: “(…) aquello no era un ejército, era más bien un hospital de enfermos hambrientos, que remaban de día y de noche, porque el patriotismo hace milagros”. Podría argüirse que Emilio Arévalo Cedeño de esta forma tuvo su propio paso de Los Andes, pues, así como El Libertador subrepticia y estoicamente irrumpió en el Nuevo Reyno de Granada sin aviso y sin protesto en 1819, el rebelde guariqueño avanzó como un espectro sagaz, para golpear por donde menos se le esperaba.

La calaña como vicio 

                        Frente a San Fernando de Atabapo, por entonces madriguera de la fiera Tomás Funes, confluyen el Orinoco, el Guaviare y el Atabapo. “La estrategia militar me indicaba que debía remontar dos horas más el Orinoco, para desembarcar en la pica de Tití y aparecer atacando a San Fernando como viniendo de la bifurcación del Orinoco”. El ataque frontal quedaba descartado, prefiriéndose el factor sorpresa y la acción por mampuesto. Años más tarde, en 1929, la irrupción por la calle del medio de Román Delgado Chalbaud en Cumaná, recién apeado del Falke, valeroso pero imprudente, le costaría la vida. Más le hubiera valido haberse anotado con la táctica arevalera.
                        Navegaron de noche por todo el frente de San Fernando de Atabapo, a boga sorda. Cualquier ruido sospechoso alertaría las garitas del malévolo del Amazonas. Se crisparon los nervios de todos los rebeldes expedicionarios. Los dedos se aferraban a los gatillos con escalofrío y excitación de ganzúas escurridizas. La suerte, esa diosa veleidosa, los acompañó esta vez, surcando desapercibidos.
                        Desembarcaron cual previsto en la pica de Tití y, desde allí, guiados por el baquiano Joaquín Palencia, cuarenta minutos de trecho a través de bastos y vastos maramarales los condujeron a las puertas del poblado. A las cuatro de la madrugada del 27 enero 1921 estalló la incursión.
                        Funes, a todas estas, no sospechaba nada. Buena parte de sus contingentes se encontraba ausente, ocupados como braceros del purguo, es decir, como purgüeros, explotando el caucho, la sarrapia y el balatá en beneficio exclusivo del mayoral prepotente del territorio.
A pesar de la sorpresa, el barloventeño resistió tenazmente. Según testimonio de EAC, “Funes se defendía con bravura desde su cuartel en donde estaba acorralado por nosotros; hacía un fuego nutrido sobre mi ejército, confiado en la gran cantidad de parque de que disponía. Nosotros apenas con unos cinco mil tiros, debíamos economizar nuestras municiones, pegarnos a la pared del cuartel y disponernos al sitio de una manera rigurosa. Al siguiente día y a las veintiocho horas de lucha, ordené petrolizar todas las puertas y los alares del cuartel (…) Estaba resuelto a incendiar la posición y destruir al monstruo en medio del fuego de ella, antes que retirarme con la vergüenza y con el fracaso”.
                        La amenaza de coger candela convenció al asediado autócrata de Atabapo de rendirse. Flameó la bandera blanca y un emisario emergió del cerco solicitando garantías para Funes contra las iras populares, de acuerdo a Emilio Arévalo Cedeño en su autobiografía. Es el caso típico y sempiterno de los tiranos caídos: cuando se regodean con los néctares del poder, todo es “conexión emocional con las masas”, lisonjas, genuflexiones y miel sobre hojuelas. Al caer, sobrevienen con ímpetu de tsunami las rabias contenidas por tantas jornadas de humillaciones y pillerías. Nada nuevo bajo el sol.
                        Emilio Arévalo Cedeño había capturado a Tomás Funes, el procónsul de Juan Vicente Gómez en los confines de Venezuela. ¿Le mandaría a tocar el piquirico para después despanzurrarlo, tal cual José Tomás Boves con sus víctimas en 1814? ¿O le concedería la potestad de defenderse, en juicio abierto, oral y público? San Fernando de Atabapo contuvo el aliento.
@nicolayiyo


Las víctimas de Funes le valieron el cognomento de “Terror del Amazonas"