miércoles, 3 de mayo de 2017

Noventitantos (XXV)



Capítulo 4


Como de costumbre, he circunnavegado por estos torbellinos de ánimas carentes de urbanidad. Mi sino es perder a quienes quiero. No deseo juzgar a nadie, aun siendo menester el avalúo de mi tránsito por esta existencia.
Mi madre abandonó a mi padre de una manera tajante, pulcra, ejecutiva e irrevocable. ¿Tuvo razón al despojarnos a LauraÉ y a mí de su presencia y de su cobijo paternal? ¿Era o no era justo que ella trivializara su vida al lado de un hombre que daba tumbos del timbo al tambo pero que nos amaba sin condiciones? ¿Por qué esa amargura que guardó hacia él y que se manifestaba todos y cada uno de los días que duró su vida? Abandonando a mi padre ella creyó redimirse. Hoy en día me pregunto, ¿no se perdió ella también perdiéndose a ambos? Hay algo de lo cual ahora estoy más segura que nunca: mi madre nunca lo dejó de amar. Eso es algo que LauraÉ y yo heredamos: solo hay un amor en nosotras para un solo hombre: un genial fracasado: un quijote breve y denso: un esclarecido de extraños ritmos: un emancipador descachalandrado: pero precisamente por eso más genuino, incoherente y lleno de paradojas, como todo ser que se respete (aun cuando Benny desconoce las nociones baladíes de respeto, protocolos, formulismos, banalidades y manualidades). Es nuestro karma y nuestra redención. Es nuestro padre reencarnado y redivivo, a quien, a semejanza de nuestra madre, hemos abandonado no una, sino varias veces, en raptos de lucidez y cordura, pero cuyo carisma frutal siempre logra sobrecogernos porque cuenta con una llave de metal noble con la que siempre llega a mi corazón, que es el mismo corazón de LauraÉ.
Y cuando pienso en todo lo que hemos afrontado, me doy cuenta de que este santoral, esta congregación, esta facción de duendes de mar y légamo que hemos sido, ha girado alrededor de él y él ha girado en torno a nosotras, emperifollándonos con ese brocado absurdo y gracioso que ha sido su amor. Menciono y desgloso, además, brevemente: Fedora, tú que luchaste a brazo partido para sobreponerte a la pobreza y los infortunios. Rojitas, tú que elucubraste galantemente las más disímiles teorías y aquellas éticas de deserción creativa. Canuto, tú que fuiste tan maltratado por la vida y, sin embargo, viviste para LauraÉ y para Benny. Todos los demás también, víctimas y victimarios, en esta humanidad que es una mentira mintiéndose a sí misma, tal como lo han sido las mentiras de Benny, esos atribulados embustes que estampan el discurso de su salvación y resurrección en nuestras almas.
Sé que mi padre y él ahora andan juntos. Sé que esa mutua compañía significa un dulce mensaje de amor para LauraÉ y para mí.
     Sé que ahora soy fecunda, Benny, gracias a ti. Nuestras entrañas rebosan de esta nueva vida que vamos a engendrar, LauraÉ y yo, las dos magdalenas de tu alba y tus luciérnagas.

No hay comentarios.: