miércoles, 29 de marzo de 2017

Noventitantos (XIV)


Capítulo DDDD


¿Cuál color austero podría definir la mescolanza de sentimientos con la que salí de casa de LauraÉ? Vi en sus ojos una rabia contenida como no la había visto desde que éramos pequeñas, al yo  someterla a mis continuos agobios y ella respondía llamándome "piojo". En un primer momento, dudé en llamar las cosas por su nombre: ella estaba celosa. LauraÉ me celaba. Todavía estaba enamorada de Benny y ella sabía que yo lo sabía.
Yo también sentí celos de LauraÉ. Y cuando vislumbré un ingrediente de odio soterrado en la mirada que rehusamos intercambiar, en ese momento decidí esfumarme de su apartamento. Y arrojé la puerta, con toda la voluntad involuntaria, involuntariosa e innecesaria del mundo. Y no quería volver por allí más nunca.
Pero no. Eso no podía ser. ¿Por qué habría de separarme de mi hermana y de su hijo? Hablaría con Benny. Lo emplazaría a definirse. ¿Dónde estaba ese bribón? En ese instante fui toda determinación sin saber que los acontecimientos tomarían el giro que tomaron y todos dejamos de pertenecernos a nosotros mismos.
Volver a mi apartamento estaba descartado. Desde que murió mi mamá, la soledad de ese recinto me oprimía. Decidí regalar las jaulas con los pericos dentro. Vendí los muebles y los enseres. Doné su ropa a unas señoras beatas de la urbanización. Estaba resuelta a todo porque su ausencia me dolía y por eso iba a rellenar ese vacío en mi corazón casándome con ese loco embustero. Las confusiones se agolparon en mi ánimo y me indujeron a abandonar la casa de LauraÉ, también, porque lo último que haría en la vida sería pelearme con ella. Podíamos dejar de hablarnos, pero dejar de quererla ¡nunca!
Estuve rodando por la ciudad, sin itinerario fijo. Los negocios se aprestaban a cerrar temprano por causa del duelo nacional. No quería estar sola. No quería sentirme sola. Subí, entonces, por la avenida Las Palmas, crucé en la Andrés Bello, pasé por enfrente de la iglesia La Chiquinquirá y me remonté por la Alta Florida, hasta el apartamento de mi futuro esposo. Estaba dispuesta a romper el voto de castidad que le había impuesto y demostrarle inconscientemente a LauraÉ que Benny seguía siendo mío. Estacioné el carro, saqué las llaves de la cartera y subí, subí como queriendo ganar el cielo.
No había nadie. El desorden sabía a él. El montón de cosas tiradas por doquier olía a él. Desprovista de celular como estaba, descolgué su teléfono para llamarlo. No había tono. El muy descuidado se había olvidado de pagarle a CANTV. La nevera contenía un paquete de salchichas abierto, media pizza que arrojé inmediatamente a la basura y una lata de cerveza. Bajé hasta un abasto cercano, compré huevos, aceite, jamón, queso kraft, pan integral y leche.  Al menos tendríamos desayuno.
Regresé. Me desvestí y me puse una de sus franelas que me llegaba hasta las rodillas. Encendí el televisor. Los canales nacionales en su totalidad no hacían sino hablar de las exequias. El féretro era trasladado hasta el Congreso. Una multitud se estaba aglomerando, a pesar de la garúa que estaba comenzando a caer sobre Caracas, para rendirle el último tributo al anciano presidente, cofundador de la democracia venezolana. Los documentales de archivo lo mostraban en los días de su lejana lozanía, siempre con su peinado engominado con Glostora con Rubina, cuando fue el candidato más joven de la historia, allá por 1947. Al cuarto intento tendría éxito, cuando arribó por primera vez a la jefatura del Estado, y eso gracias a la división de Acción Democrática. Los comentaristas se preguntaban cuál sería su legado, sobre todo teniendo en consideración que, en los últimos meses, había dado un golpe de timón radical a su política económica. Había pasado del populismo más encendido a  adoptar el recetario del Fondo Monetario Internacional, exactamente lo mismo que tan acerbamente le criticara al "Bicho Loco McGraw". El canal de Ronnie repitió, sin cortes, el famoso discurso donde el finado aseguraba, con voz temblequeante, que únicamente Dios sabía cuánto le había costado haber dado ese giro tan pronunciado y tan en contradicción con lo que había prometido en la campaña electoral que lo llevó por segunda vez a la presidencia. En el canal Tele-Tevé, Valentín Vergara lo criticaba veladamente por la apertura del sector petrolero que, según el marido de Lucky, resultaba atentatorio contra la soberanía del país al permitir que los capitales transnacionales volviesen a tener injerencia en la explotación y exploración del oro negro.
Eran más de las doce y ni rastros de Benny. A todas estas, nadie explicaba qué había causado el deceso de don Soberbia. Los medios venezolanos son gazmoños y pacatos cuando se trata de develar las enfermedades y afecciones que pudieren afectar a los poderosos. Me mudé a un canal por cable. Pasaban una película donde Jean Claude Van Damme noqueaba a cincuenta chinos con un solo tacle volador. No tardé en quedarme dormida.
Abrí los ojos a las ocho y media de la mañana. Benny nada que volvía. ¿Dónde podría estar ese insensato? Cuando lo viera pensaba armarle las de San Quintín. Pensé en Horacio Quintín. Qué cosa tan extraña su muerte. Y Armandito. ¿Quién lo mató? Demasiadas complicaciones, conjeturé. Ya mi vida estaba más que complicada. Me preparé una tortilla, fregué los platos, organicé la cocina y, siguiendo con esa tónica, ordené el clóset de Benny. Recogí sus jeans y sus franelas. Últimamente le había dado por andar disfrazado para que no lo agobiaran los fans y los solicitadores de autógrafos en la calle. Aproveché y recogí el sinfín de pelucas, sombreros, gorras, boinas, barbas postizas, dientes saltones de plástico, lunares falsos, lentes de contacto para cambiarse el color de los ojos, tarros de maquillaje y otros adminículos disimuladores de la apariencia. Tanto buscar la fama para después sacarle el cuerpo como a un apestoso. Gases del oficio, diría el intestino grueso. ¡Jesús!, se me estaban pegando todas sus insensateces.
Cogí rumbo a la oficina, aun siendo sábado. El trabajo siempre resultaba un aliviadero para las preocupaciones. Había un montón de correspondencia encima de mi escritorio. Por tener un ruido que me hiciera compañía, prendí la tele para seguir al tanto de las honras fúnebres. Inmediatamente, tomé mi teléfono privado y marqué el celular de Benny.
— ¿Aló? ¿Aló? Aló-che soñé contigo —respondió con una voz que sonó a cantos gregorianos tocados al revés.
—Soy yo. ¿Dónde estás? —me escuché decir con sumo imperio.
—Ah, hola, mami. Estoy en una suite del Anauco Hilton, con mis panas de la universidad, Charlie y Laureano, que están de visita aquí en Caracas.
— ¿Por qué no me has llamado? —qué pregunta, ¿no?
—Lo he estado intentando, honey, pero sólo consigo que me responda la contestadora. ¿Qué pasa con tu teléfono?
—Me lo robaron anteayer.
—Pero bueno, ¿y entonces? ¿Estás enojada?
—No. Hoy me compro otro. ¿Cuándo te veo?
—Voy saliendo a grabar unos exteriores en Sartenejas. Calculo que a las cinco o seis de la tarde I'll be ready. ¿Me esperas en mi apartamento?
—Bueno. ¿Vas a traer a tus amigos?
—Negativo. Esos dos vinieron a cuadrar unos negocios.
— ¿Negocios de qué?
Who knows? Son más misteriosos que una película de Alfred Hitchcock.
— ¿Cuál es la trama de hoy?
—El vengador anónimo sigue haciendo de las suyas.
— ¿Qué es eso?
—El mata-políticos corruptos. Un invento del "Gocho". Escobedo quedó vivo y el vengador va a intentar rematarlo.
—Qué truculento.
— ¿Se te pasó el enojo conmigo?
—No estoy brava contigo, Benny. ¿Tú estás tenso?
Why do you say that?
—Porque no estás hablando en verso. ¿Qué te sucede?
—Se me desconfiguró el disco duro. Por eso estoy en un apuro.
—Nos vemos en tu apartamento. Estaré allá a las seis.
Love you, baby.
—Yo también.
Empecé a abrir la correspondencia que se apilaba sobre mi escritorio. Cotizaciones, facturas, referencias comerciales, correo basura. En la pantalla transitaban unas imágenes caóticas. Tumultos de reporteros y camarógrafos se apiñaban sobre un escenario marino. Una señora madura y una joven, rubias ambas, eran resguardadas por un cordón policial. La imagen se movía de un lado para otro, evidentemente por causa de los empujones entre los presentes en el sitio. La señora y la chica fueron introducidas en una patrulla que partió velozmente. La cámara enfocó al corresponsal con un trasfondo de muelles, lanchas, vehículos policiales, agentes de la ley y curiosos. Tomé el último sobre de la pila. No tenía membrete. Procedí a abrirlo, mientras le subía el volumen al televisor.
"…completamente a la deriva y fueron localizadas, afortunadamente, en alta mar por pescadores que se disponían a ejercer sus labores y se dieron cuenta de la anomalía. Según versiones que hemos podido recoger, aún por confirmarse, el secuestrador les afirmó que su acción no iba dirigida en contra de ellas, por lo cual las conminó a punta de pistola a abordar el bote inflable en el cual fueron rescatadas. A continuación, el malhechor obligó al conocido empresario a que pusiera proa hacia aguas oceánicas. Toda la guardia costera, en conjunción con aviones acantonados en la base aérea de Barcelona, realiza en estos momentos intensas labores para rastrear la embarcación propiedad del presidente de nuestra empresa matriz, Televisión Venezolana CSTV, señor Ronald McNamara. Tenemos entendido, también, que se ha solicitado la cooperación de la marina norteamericana…"
Era una carta escrita con letra menuda y nerviosa.
Orne:
no se como decirte esto en realidad la, angustia casi no me deja pensar mucho menos escribir la, mano me tiembla pero, siento que debo comunicarte esto sincerarme contigo porque tu, has sido mas que una amiga para mi
lo único que siento es el, dolor que pueda causarte pero es preferible que te enteres por mi mismo asi sea por, esta via porque me ha, dado mucha pena no poder habertelo dicho personalmente creo que me, hubiera roto en mil pedasos pero no queria  que guardaras ese recuerdo de mi. Estoy enfermo Orne, el ultimo medico al, que fui en N. York  me lo confirmó, si fuera tan solo una, sola cosa pues a lo mejor me hubiera armado de coraje y hubiera resistido, hasta el final pero la perpectiva de sufrir, con impotencia mientras el, cuerpo se te va descomponiendo y, se te va desintegrando esto es demasiado Ornelita, tengo cancer de pancreas en estado de metastasis lo que equivale, a que ya no hay salvacion posible, para mi tu, sabes que uno espera a que le den un gramo de esperanza, una tabla, de salvacion a la cual aferrarse para poder confiar, en un milagro que te rescate pero, los medicos han sido francos conmigo y no me han alentado
tambien estoy seropositivo el mal, del siglo se afianza en mi organismo esto seria, lo de menos porque hay, ahora cocteles de drogas que son, bastante costosos es verdad pero que te pueden prolongar la, vida sin manifestar los sintomas pero la combinasion de dos enfermedades es mas, terrible y desbastador de lo que pense
busque el consuelo de la religion y no, surtio efecto por supuesto que inmediatamente pense en el suicidio queria quitarme la, vida pero no hayaba  como hacerlo hasta que hable con ellos con estas, personas  tan claras en lo suyo quienes me, han concedido una vision una nueva, óptica para confrontar esta dura, desision que estoy tomando de disponer de esta vida con un supremo acto que, es una declarasion tambien algo en, lo cual no creia pero ellos, me convensieron de hacerlo porque la muerte de uno no debe ser en vano, tiene que tener un propósito  y servir de ejemplo
así que me reuni con ellos y desidi lo que tenia que desidir hasta verguenza me da confesártelo pero espero, que me comprendas y me perdones me perdones Ornela toda esta, manera de marcharme pero la gente de SUCRE me convenció (me lavaron el cerebro diras tu) (pero sí estoy convencido de lo que hago)
cuando leas esto ya me habre ido no supe, aguantar Ornela me asuste con tanto, dolor que me esperaba no puedo recurrir a nadie sino a ti mi amiga mi paño, de lagrimas porque ni siquiera el consuelo del amor me queda ese a quien yo amo esta, enamorado de la forma mas rara del, mundo pero no de mi yo lo, perdono y ni siquiera cuento con una familia para derramarle mis lagrima
adios Orne te he querido, mucho perdoname esta locura solo se que no  he querido, sufrir si te he hecho sufrir con esta, manera de irme perdoname por favor que el cielo, te colme de bendisiones
javier
El mundo se me estaba cayendo a pedazos. La leí  y releí no sé cuántas veces.
Salí corriendo de la oficina. Cuando pasé, como una exhalación, frente al cubículo del vigilante del edificio, pude escuchar unas notas fúnebres desde un televisor encendido. El réquiem del presidente. El responso por un tiempo de azahares que estaban extinguiéndose.
Había una iglesia como a tres cuadras. Me introduje en ella y me arrodillé. El corazón quería salírseme del pecho. Cubrí mi boca para que los sollozos no me rompieran la cordura.
¿Qué nos esperaba, Dios mío?

Noventitantos (XIII)


Capítulo RG59

Ornela giraba frente a mí y yo giraba frente a ella. El universo conocido circunvalaba alrededor de nuestras risas y nuestras lágrimas. El universo de ambas rimaba contigo, Benny.
Acontecimientos van y acontecimientos vienen, cual esferas desleales. Siempre me he sabido indemne e inmune a los precipicios y a los cautiverios. He soportado de todo en la vida: la aridez de mi madre, la ausencia de mi padre, la traición del padre de mi hijo, el incendio de mi apartamento, la indiferencia (cuando no la burla) de los demás hacia mis ideales, la muerte de mi madre tras nuestra reconciliación. Y ahora esto. Mi hermana y tú, Benny. Tú y mi hermana, Benny. Cuando pensé que ya no me dolías más.
Creí estar borracha. Por eso reí y lloré. Por eso dije lo que dije. Ahora lo reconozco. Me he sacrificado, al igual que Ifigenia. Ifigenia Pérez Pirrone de La Parra. Ifigenia de Quiñones. Ifigenia de la patria. Ifigenia de la Séptima República. Tómame de las manos, Ornela, para que rías, llores y gires conmigo.
¿O sería, más bien, el raudal de los sucesos? Una cosa es sufrirlos de uno en uno, con los necesarios intervalos para poder respirar, pensar, reflexionar, sopesar, tolerar y absorber. Pero cuando los episodios se aglomeran en las vesículas de la existencia y pugnan por emerger, atropellándose unos con otros, entonces… entonces, sólo nos queda reír y llorar tomadas de la mano, y dar vueltas y más vueltas, hasta caer exhaustas sobre la alfombra persa de mi recibo… y jurarme a mí misma que nunca más volveré a pensar en ti, Benny.
Recapitulemos. Esa tarde me reuní con Ronnie en su despacho.
—Es verdad, no se puede negar que los números son excelentes. Toda la programación se está beneficiando de ello— aseguró con su aire rubicundo, a la par que revisaba los informes confidenciales de medición de sintonía.
— ¿Pero…? —me atreví a inquirir.
—Buena pregunta, licenciada —el hecho de dirigirse a mí por mi título universitario no le impedía hacer con su mirada disquisiciones que iban más allá de la mera relación profesional. O, para decirlo mejor, de una relación patrono-empleada, por más productora ejecutiva que yo fuese.
— ¿Presiones del gobierno? —insistí.
Ronnie se arrellanó en el sillón y atisbó el límpido cielo raso, mesándose la barbilla.
—Yo no lo llamaría tan drásticamente. En realidad, lo que sucede es que las circunstancias que nos obligaron a endurecer nuestra posición con el régimen anterior han dejado de tener efecto. Podemos vanagloriarnos, sin duda alguna, de haber contribuido con nuestro granito de arena a superar una situación bastante preocupante para todo el país. Ya eso terminó y, por consiguiente, debemos cerrar esa página y pasar a otro asunto.
"Ciertamente, míster Ronnie", pensé, "ya has defenestrado al bicholoco que tanto te perjudicó en tus negocios y ahora, como has franqueado todas las compuertas y tienes acceso sin trabas a Miraflores, no tienes necesidad de seguir soliviantando los ánimos".
—Llegamos al final del sendero, entonces —aduje, escondiendo mi desazón tras un manto de desinfectada transigencia profesional.
—Ha sido una experiencia excepcional, ni qué decirlo.
—Por supuesto —corroboré, sintiéndome más mentirosa que un político en campaña besando viejitas y mocosos.
—Pero, en fin, a buen entendedor, pocas palabras. Por cierto, LauraÉ… ¿me permites llamarte LauraÉ? Después de trabajar tanto tiempo juntos creo que ya podemos tutearnos…
—Seguro —yo tenía la hipocresía subida al punto máximo, luchando como estaba por no revelar mi incomodidad. La mirada del míster Ronnie adoptaba visos de playboy en vísperas de otoño. ¿Cómo lo calificaría Benny? "Todo un preppie, todo un Ivy League kid, chamita". ¡Uf!
—Perfecto. Hay tres cosas que deseaba pedirte.
Hice un leve gesto de asentimiento, siempre procurando mantener la ecuanimidad.
—Primeramente, comunícate, por favor, de inmediato con Horacio Quintín Zúñiga. Ya sé que apenas tiene poco más de dos o tres días desde que lo indultaron, pero me gustaría que retomara desde ya las riendas de la novela en su cauce final para finiquitarla, a más tardar, en tres semanas.
Pensé en el "Gocho" y Benny. Esto les iba a caer muy mal.
— ¿Tan rápido así? —pregunté, carraspeando un poco.
—Así tan rápido —corroboró míster Ronnie—. De esta forma, moderamos un poco la trama que se ha desbocado un tanto en los últimos días, ¿no te parece?
Me encogí de hombros.
—Bueno, lo importante es que, para rematar con broche de oro, hagamos énfasis en la parte romántica. Y colorín colorado… —sentenció mi patrón.
— ¿Lo segundo? —pregunté enseguida, para no darle tiempo a que hiciera más comentarios.
—Sé que te has involucrado mucho con la gente de la noche de Febrero, LauraÉ, y quisiera pedirte el favor de que nos traigas al comandante Quiñones para hacerle una entrevista. Sí, ya sé que Valentín Vergara y Tele-Tevé se nos adelantaron con la primicia, pero siempre es bueno abrir el canal de comunicación porque uno nunca sabe, ¿verdad? Cuando tengas la confirmación por parte de él lo ponemos en contacto con Grégory Escobar y con Gerardo Farfán para que se encarguen de todo y lo atiendan con la deferencia del caso. ¿Podemos contar contigo en eso?
—Sí, señor Ronnie.
—Ronnie a secas, por favor.
—Sí, Ronnie.
Suspiró con una sonrisita de gringuito malcriado.
—Lo tercero, LauraÉ, es que me gustaría que vinieras conmigo, en mi velero, a un pequeño crucero que pienso hacer hasta Isla de Aves, este viernes en la noche. ¡Ah!, pero no seas malpensada. Con nosotros vendrán mi madre y mi hija mayor. Ambas son fanáticas de la ornitología y andan en una onda de rescate de especies en vías de extinción. Así te compenso por las infinitas y postergadas amenazas de invitarte a cenar que no he podido cumplir en medio de tantos compromisos y enredos de negocios.
La invitación me cogió por sorpresa.
—No sé. Nunca me he montado en barco.
—Siempre hay una primera vez.
—Ni siquiera en el ferry de Margarita.
— ¿Ni en un peñero?
—No sé nadar.
—No es necesario saber nadar.
—Me mareo con facilidad.
—Déjate de tantas excusas fútiles y di que sí.
Me quedé sin habla.
—Tomo tu silencio como una aceptación —sus modales desenfadados y ligeramente imperiosos denotaban que no estaba acostumbrado a que le llevaran la contraria—. El viernes a las dos de la tarde te mandaré a buscar a tu casa. Te aguardaré en el aeropuerto Caracas, volamos en mi avión hasta Puerto La Cruz donde nos esperarán mi mamá y mi hija en una casa que tengo en El Morro, y de allí zarparemos en el velero que a que no adivinas cómo se llama…
— ¿Cómo? —pregunté, casi sin aliento.
—"Laurie".
— ¿Por qué? —fue lo único que atiné a pronunciar.
—Porque así se llaman las dos. Imagínate las dos Lauries, LauraÉ y el velero "Laurie". ¿Quién habría de creerlo, verdad?
—No puedo dejar a mi hijo solo.
— ¿Y quién dijo que no podías traerlo?
Me estampó un beso en la mejilla y me condujo a la puerta.
Llegué a mi oficina y respiré hondo. La rabia se me estaba acumulando otra vez. ¿Qué se creería ese… ese…? ¿Que a cuenta de heredero mimado podía manipular a todo el mundo y salirse siempre con la suya?
El corazón me dio un vuelco cuando vi a Benny en el umbral.
—Pasa y siéntate —le ordené, recuperando el aplomo.
—Quería decirte algo, LauraÉ —me dijo, sin saber dónde posar la vista.
No lo dejé hablar. Le espeté todo de un tirón. Que la novela debía terminar ya. Que Horacio Quintín retomaba el timón. Que el muy galán de Ronnie me estaba atacando y me había invitado a hacerme a la mar con él. Benny se puso rígido.
— ¿Y aceptaste?
— ¿Acaso eso es de tu incumbencia?
Se me partía el corazón al tratarlo de esa manera. Era un desdoblamiento de personalidad que estaba más allá de mis capacidades controlar. Sólo sé que luego de vejarlo con ese trato altanero, afloraba dentro de mí una resaca de antónimos que me hacía querer compensarlo con una dosis del calor que existía en mi corazón hacia él, aunque yo me empeñara en seguirlo negando. Pero no me dio tiempo de demostrárselo.
—Me voy. Tengo que grabar ocho escenas —musitó, sin atreverse a mirarme.
— ¿Hablarás con Rojitas y le dirás? —interrogué, con un nudo en la garganta.
No me contestó. Escuché su caminar menudo alejarse por el pasillo. Me sumergí en un estupor ambiguo hasta que sonó el teléfono. Era Rodrigo Marín para recordarme que me estaban esperando en el comando del movimiento. Tomé mi bolso y arranqué hacia allá, dejándome ganar, cosa rara en mí, por una despreocupación supina hacia el trabajo. "El disgusto se me pasará mañana. Conversaré con Rojitas y todo se aclarará. No es el fin del mundo. Ya se nos ocurrirá un nuevo proyecto", pensé.
La sede del movimiento se encontraba, desde hacía algunos días, en la avenida Andrés Bello. Varias oficinas, en un piso dieciocho, fungían de cuartel general. Todos los que entrábamos y salíamos éramos fotografiados y reseñados por agentes de inteligencia del gobierno sin molestarse en disimular su presencia. Me habían asignado un pequeño cubículo desde donde me aboqué a diseñar una estrategia mediática. Nadia, mi amiga y confidente de siempre, me acompañaba. Había publicado, hacía poco, un libro testimonial donde recababa las diferentes ópticas de todos los participantes en la Noche de Febrero.
— ¿Cómo van las ventas? —le pregunté, desembarazándome de mis cosas y tomando posesión de mi escritorio.
—Se ha vendido el libro, chama. Pienso donarle las utilidades al movimiento.
—Magnífico. Recursos extras nunca caen mal.
— ¿Y "Los senderos…"?
—Dentro de tres semanas desembocan a su final.
—Qué lástima. Les iba a proponer a ti y al "Gocho" que recalcaran el rol del capitán Ortiz, el gran "Barracuda", para hacerlo parecer cada día más a Quiñones y así pulirle la imagen ante el público.
—Por el lado de la novela no será. El gran jefe Ronnie dio la orden de terminarla. De todas maneras, ya estamos afianzándole el perfil al comandante de incorruptible, de valiente y de luchador sin tregua por la causa popular.
—Pero que nadie se entere del lado oscuro del personaje.
Mi gestualidad afincó una interrogante curiosa.
—Ay, manita —continuó Nadia—, que me perdone el de la chivita pero… pero no vayas a creer que me gusta el chisme.
— ¿De qué estás hablando, mujer?
—El matrimonio del Quiñones se desmoronó.
—Bueno, en estos tiempos no es nada raro que la gente se divorcie.
—Pero el comentario es que el hombre le daba cada paliza a la mujer.
—Son habladurías, Nadia.
—Bueno, lo cierto es que la susodicha ni siquiera se presentó en la cárcel de Ocumare mientras el hombre estuvo preso. O sea que la cosa venía naufragando desde hacía tiempo. Ese comentario me lo hicieron en Teresén de Monagas, el pueblo donde él nació, cuando fui allá a recabar datos para su biografía. Como dice el viejo refrán, "pueblo chiquito, infierno grande". No sé si serán inventos de los adecos y los copeyanos pero, te insisto, varias personas me aseguraron que más de una vez molió a palos a su esposa. Si es así, estamos ante un caso de machismo inveterado.
— ¿Ajá? Pero lo pintaste en tu libro como un San Miguel Arcángel, impoluto y vengador.
—Todo sea por darle un palo a la lámpara y sacudirnos de una vez estos cuarenta años de bipartidismo de AD y Copei.
— ¿Así como así, Nadia?
—Lo escrito, escrito está, LauraÉ.
—Si llegas a escribir un libro sobre mí, ¿qué dirás?
—Ten la plena seguridad que te voy a pintar con los colores más sublimes y jamás, pero jamás de los jamases, te voy a mostrar recién despertada, con la boca fétida y los ojos lagañosos.
Nos reímos un buen rato y, posteriormente, nos apersonamos en la reunión del Comando Estratégico Republicano. Toda la dirigencia nacional, unas veinticinco personas, se había dado cita. El comandante Quiñones inició la junta proponiendo, sin ambages, que nos constituyésemos como organización política formal bajo el nombre de Movimiento Libertario República Siete, pues siete habían sido los comandantes juramentados para luchar sin descanso contra la corrupción imperante, siete eran las estrellas de la bandera venezolana y, finalmente, al tomar el poder nuestro movimiento, derogaríamos la constitución vigente para instaurar la Séptima República. Este último punto no me resultó claro. Pedí la palabra y argumenté que, hasta donde llegaba mi conocimiento, esa forma de enumerar los lapsos venía de la historiografía francesa donde, cada vez que cambiaban la constitución, proclamaban el nacimiento de una nueva república. Si tal era el caso, ya Venezuela andaba por la vigesimoquinta o vigesimosexta república, vaya usted a saber. Nuestros historiadores, apunté, sólo reconocían la existencia de la primera y segunda repúblicas, perdidas en el marasmo sangriento de la independencia. Después se referían al período de la Gran Colombia, la oligarquía conservadora, la hegemonía de los Monagas y así por el estilo. El comandante Quiñones, luego de palparse la nariz y de resollar, le hizo una seña ocular al profesor Rodrigo Marín quien me dio una explicación, fundamentada en las dialécticas hegeliana y marxista, donde refutó lo antes expuesto y clarificó lo de las seis repúblicas con un lenguaje cargado de modismos revolucionarios que no se escuchaban desde los años sesenta. Inmediatamente, se sometió el asunto a votación. Nadia y yo nos vimos las caras y decidimos sumarnos a la unanimidad. Pensábamos que no era necesario hacer punto de honor un aspecto de exégesis de la historia que podía prestarse a múltiples interpretaciones. A continuación, volví a solicitar el derecho de palabra para someter a consideración la invitación de Ronnie. Valentín Vergara agregó que era sumamente conveniente aprovechar todas las ocasiones para difundir la presencia del comandante Quiñones en cada uno de los medios y sugirió, además, llevarlo a las diferentes redacciones de los periódicos más importantes de Caracas. Añadió que la eventualidad era propicia para ofrecerle a "La Nena" Desirée Baltodini de Salaverría, secretaria ejecutiva vitalicia del consejo cultural nacional y cónyuge del "Junior" Otelo Salaverría, un puesto con voz y voto en el Comando Estratégico Republicano. La moción se aprobó también por unanimidad y la dama en cuestión, quien se encontraba tras bastidores, se unió al cónclave. Todos aplaudimos. Lógicamente, la primera entrevista en profundidad del comandante Quiñones aparecería en el "Diario Informativo". Seguidamente, se aprobó la formación de Comandos Estratégicos Regionales en diversos estados del país, se designó una comisión para elaborar los estatutos del movimiento y se acordó establecer contactos sistémicos con las otras fuerzas revolucionarias que pugnaban por cambios radicales en Venezuela. Ya eran casi las nueve cuando la reunión llegaba a su fin. Estaba recogiendo mis papeles y mis asuntos cuando el comandante Quiñones me pidió hablar a solas con él. Pasamos a una pequeña oficina adjunta y allí se pronunció con una franqueza desprovista de alquimias de galanes prosaicos:
—LauraÉ, ya sé que te podrá parecer impetuoso, traído por los cabellos, surgido de la nada así como así, hasta podría decirse que es un acto de provocación, una suerte de extraña declaración de hostilidades, en fin, no sé por qué utilizo este lenguaje belicoso, pero quería pedirte que consideraras, y que lo hicieras muy seriamente, la posibilidad de casarte conmigo…
Me quedé de una pieza.
—No te creas —prosiguió casi sin un respiro de por medio—, yo también me he sorprendido a mí mismo haciéndote esta proposición, soñándote despierto mientras he andado, en estos pocos días en que he vuelto a disfrutar de la libertad, recorriendo esos caminos polvorientos, esas carreteras llenas de baches y carentes de vigilancia vial, viendo tantas caras famélicas en ranchos insalubres, observando, palpando esa realidad nuestra, tan injusta y tan proclive a la miseria, y me he dicho, LauraÉ, me he preguntado, LauraÉ, ¿por qué? Mil veces, ¿por qué? Y siento, simultáneamente, que hay un destino manifiesto que nos impulsa a escarbar dentro de nosotros mismos y buscar al hombre nuevo, a la mujer nueva, por los cuales esta lucha se hace valedera. La respuesta la he encontrado en tus ojos, LauraÉ, esos ojos que sé que están conectados a un corazón ancho, generoso, fértil, un corazón que es como esta tierra, esta Venezuela nuestra, porque tú eres Venezuela, LauraÉ. Tú eres lo mejor de todos y cada uno de nosotros. Ahora es cuando hay lucha y esfuerzo por delante. A lo mejor se nos va la vida en esto. Ya no me importa morir, porque creo que hay una semilla sembrada. Esa semilla va a germinar, con aires de luz e infinito. Y no puedo dejar de pensar que tú puedas ser, que tú seas la fuerza telúrica que dirija mis esfuerzos. Piénsalo, LauraÉ. Únete a mí con toda tu devoción y empeño…
Entraron Valentín Vergara y "La Nena" Salaverría, raudos y rozagantes, con sus estampas de portentos de la buena sociedad progresista.
—"Nena", te presento a LauraÉ, el alma indiscutible de "Los senderos del paraíso" —dijo Valentín Vergara.
—Ya tenía referencias tuyas. Excelentes por lo demás —me tendió una mano que emanaba manicures parisinas. Al estrecharla, como si hubiera sido una señal, sonaron varios celulares en el recinto, entre ellos el mío. Cada cual tomó su adminículo.
— ¿Sí? —dije yo en mi auricular.
— ¿Aló? —exclamó "La Nena" con pronunciación engolada.
—Aquí Vergara —dijo Valentín.
—A la orden —prorrumpió el comandante, atusándose la nariz.
—LauraÉ, soy yo, Gerardo… Gerardo Farfán… ¿Aló? … Se oye malísimo… ¿Ah? … Era para decirte que acaban de encontrar muerto a Horacio Quintín, en su casa de playa en Tanaguarena…
— ¡No puede ser! —exclamó "La Nena".
—Imposible —profirió Valentín Vergara.
—Caramba, caramba, caramba —gruñó el comandante.
—Se habla de una sobredosis, LauraÉ —añadió Gerardo en mi bocina—. No quisiera que te escandalizaras, pero eso es lo que se comenta… Te tendré al tanto… Okey, te llamo más tarde cuando me entere de más detalles… Chao.
Los cuatro cerramos la comunicación paralelamente y nos quedamos viéndonos hasta que llegó don Golindano para llevarse al comandante a una reunión importantísima en no sé qué sitio en Oripoto. Me despedí de ellos y salí.
Cuando iba a llamar el ascensor sentí una presencia acuosa detrás de mí.
—Hola, LauraÉ.
Era Valdemar. La cabeza quiso darme vueltas.
—Temía que no me reconocieras.
Decididamente, esta era mi noche. Permanecí muda.
—No te vayas todavía, por favor.
De hecho estaba paralizada. Tantos acontecimientos, tantas cosas, tantas vueltas de tuerca al unísono no logran sino detener el tiempo y los espacios. ¿Qué estaba acaeciendo?
—Hace mucho que quería decirte… que quería pedirte que me perdonaras.  Ahora se dio la oportunidad. Sobre todo teniendo en cuenta que, en lo sucesivo, nos vamos a ver más a menudo.
¿A qué se refería?
—Sí, yo también me he involucrado en esto. Estoy trabajando de lleno con don Golindano. De hecho, hemos sido socios él, yo y Tiberio Zaavedra, no sé si lo conoces, el contratista y propietario de varias concesiones viales en Guárico, Anzoátegui y otros estados. Él es compañero de juegos de infancia del comandante Quiñones y también es el dueño de estas oficinas que ocupa el movimiento y yo, bueno, en deferencia a un pasado revolucionario que siempre le provoca a uno un calorcito en el corazón, decidí sumarme a la organización política en respaldo a los alzados de la Noche de Febrero. Y, ¿por qué negarlo?, también lo he hecho con la esperanza de volverte a ver y de solicitar la misericordia de tu perdón.
¡Era todo tan patético!
—No te pido una respuesta ahora, LauraÉ. Sólo tu comprensión.
En eso se abrió el ascensor. Me introduje a la carrera. Valdemar puso su mano en la puerta, impidiendo que se trancara.
—Prométeme que lo pensarás.
No me atreví a mirarlo. De un impulso, le aparté la mano. Gracias a Dios, la cosa se cerró rápido y, en un dos por tres, llegué al estacionamiento subterráneo, arranqué "El Delfine" al primer intento y volé a mi casa.
Pasé dos días con la mente en blanco. El viernes por la mañana decidí aceptar la invitación de Ronnie. Así me evitaría ir al funeral de Horacio Quintín donde estarían presentes, con toda seguridad,  Benny, Quiñones y quién sabe si Valdemar. Simple y llanamente, me negaba a mí misma la posibilidad de pensar.
A las dos de la tarde en punto, una Toyota Samurai  del canal se apareció frente a mi edificio. Bajé con Pedro Pablo y enfilamos por la autopista rumbo a Charallave. En el aeropuerto Caracas nos esperaba Ronnie, todo deferencias para conmigo y el nené. Abordamos su bimotor de hélices. No se cansó de explicarme que era un avión de la segunda guerra mundial, que era su hobby reconstruirlos ("overjolearlos" fue el término que utilizó), que le encantaba volar a veces sin rumbo fijo, solo por el placer de remontarse  por los aires. En treinta y cinco minutos aterrizamos en el aeropuerto de Barcelona donde nos aguardaba otra Toyota Samurai del canal. Atravesamos Lecherías y llegamos a un town house en El Morro. Del otro lado se podía apreciar el velero "Laurie". Me presentó a la señora Laurie y a su hija Laurie-Ann. Ambas hablaban el castellano con un dejo anglosajón. Todo estaba listo para zarpar.
Cuando iban a montar nuestro equipaje, apareció un barbudo pálido como la cera, portando un morral en la espalda y preguntando por mí:
— ¿La licenciada LauraÉ?
—A la orden.
—Trabajo en la Compañía de Alimentación Integral Venezolana, CAIVE, una de las empresas de la doctora Ornela  —su voz sonaba como un estropajo. Tuvo que repetirme dos veces el asunto hasta lograr entenderlo. Recordé que había pasado por alto, no sé si intencionalmente, informarle a mi hermana mi paradero durante el fin de semana.
— ¿Qué se le ofrece? —le pregunté, acercando el oído y así evitarme la redundancia.
—Lo que le voy a decir no es muy agradable. Espero que me disculpe.
La cosa se estaba poniendo irreal. Lo conminé a proseguir con un gesto.
—Parece que a la doctora Ornela la han secuestrado.
La mandíbula inferior por poco se me desencajó.
— ¿Qué dice? —exclamé, incrédula.
—Por favor, llame al señor Javier Grimán. Aquí está el número de su celular —dijo, entregándome una tarjeta de la compañía.
Desconfiando de todo, primero marqué el número de Ornela. Sólo atiné a escuchar la contestadora. La mano comenzó a temblarme. Sin embargo, logré oprimir los dígitos impresos en el cartoncito.
— ¿Zí? ¿LauraÉ? —respondieron del otro lado—. Zí, zoy yo, Javier, el zozio de Ornela… Me temo que lo que te ha dicho el zeñor Aguirre ez zierto.
El barbudo lucía más pálido y sudaba unos almidones cetrinos.
—El zeñor Aguirre ez empleado nueztro de confianza en la zona de Barzelona-Puerto La Cruz.
—Pero, ¿cómo…? —insistí en preguntar.
—Eztámoz ezperando comunicazión con loz delincuéntez para ver cuánto piden de rezcate. Por zupuezto, no hémoz avizado todavía a la polizía.
—Voy para allá —dije y corté la comunicación.
Ronnie notó la confusión y se acercó. Le dije, sin más ni más, que me regresaba a Caracas. Me solicitó explicaciones, pero yo permanecí en mis trece. Agarré nuevamente el equipaje, tomé a Pedro Pablo de la mano y detuve un taxi. Lo último que vi fue al barbudo, rumbo al velero con Laurie-Ann cogida del brazo y a Ronnie con un gesto de incredulidad en el rostro e indeciso, además, quizá por vez primera en su dinámica vida signada por continuos aciertos empresariales y románticos. Nada más llegar al aeropuerto, conté con la suerte de embarcarme en un vuelo que estaba justamente saliendo para Maiquetía en ese instante. Firmé el voucher de cancelación con una mano más temblorosa que un rascacielos de gelatina.
Ya en Caracas los nervios no me permitieron caer en cuenta del inusitado número de patrullas y vehículos militares transitando por la autopista y las avenidas. Mi cabeza era un parque de carritos chocones en cámara ultrarrápida. Mis pies hormigueaban y, por única vez en mi vida, me estaban atacando unas ganas locas de comerme las uñas. Decidí irme directamente a mi apartamento. Llamé a Débora para que no se marchara y me esperase, sin más explicaciones.
Estando en mi casa, me costó un imperio poder cambiarme de ropa. Los dedos no me respondían. Cuando iba a salir, de lo aturdida que estaba, de casualidad no la atropellé.
— ¡Ornela!
—Uy, modera tus ímpetus, hermana. Por poco y me revientas los juanetes que de por sí me dejan poco margen de maniobra para caminar con holgura.
—Pero…
—Cualquiera diría que acabas de tropezarte con un espanto. ¿Qué pasa? ¿No te sientes bien?
Hice un gesto de impotencia, con un grumo de intención de devolverme y tomarme veinte gotas de Atroverán.
—Vamos para adentro —sugirió Ornela—. Menos mal que te conseguí, porque creo que dejé mi agenda aquí la otra noche. Te iba a pedir, también, que me dejaras pernoctar contigo hoy, porque la situación…
— ¿Qué tiene la situación esta vez? —pregunté, revisando el anaquel donde guardaba los medicamentos.
— ¿Cómo? ¿No estás al tanto todavía?
— ¿De qué tendría que estar enterada?
—Caracas está que hierve de rumores. Los militares se acuartelaron.
— ¿Otro golpe? —me tragué dos comprimidos de Commel junto con un sorbo de agua.
—Dicen que don Soberbia murió esta tarde.
— ¿Qué?
—Así como lo oyes. Las versiones difieren: infarto, ACV, un ataque de soberbia provocado por una rabieta. Mi suegro me aseguró que algo se está guisando en Miraflores mientras aguardan para dar la noticia.
—Entonces es cierto.
—Prende el televisor a ver qué dicen.
Dicho y hecho.
— ¿Qué va a suceder? —pregunté, mientras el pequeño salía corriendo para lanzarse en brazos de su tía que lo cubrió de besos golosos.
—Igualito que cuando cayó "Bicho Loco". Falta absoluta del presidente. Elecciones otra vez en tres meses. ¿Cómo está mi ángel precioso? ¿Cómo está el rey absoluto de mi corazón? —Ornela apurruñaba con apetito inconmensurable a mi hijo.
A los quince minutos interrumpieron la programación. Un hierático locutor oficial anunció la muerte del presidente de la república a resultas de una trombosis masiva. Se instaba a la ciudadanía a mantener la calma puesto que los mecanismos constitucionales ya estaban en marcha para asegurar que el gobierno nacional no quedase acéfalo.
— ¿Quién te habrá jugado esa broma tan pesada? —preguntó mi hermana, luego que le conté lo de su supuesto secuestro—Sobre todo sabiendo que me birlaron el celular ayer por la tarde. ¿Quién habrá sido el gracioso?
—Eso mismo me pregunto yo. ¿Quién y por qué?
—Las cosas están adquiriendo un aire de rareza que no me gusta.
—A mí tampoco. Todavía no logro explicarme la muerte de Horacio Quintín.
— ¿Él era homosexual? —interrogó Ornela, sorbiendo un té con limón.
—No que yo sepa. ¿Por qué?
— ¿Te acuerdas cuando hubo aquella hilera de hombres solitarios que aparecían muertos en sus apartamentos y en sus casas? Nunca lograron dar con el asesino. O los asesinos, si a ver vamos.
—Sí, pero el modus operandi era distinto. Usualmente los amarraban, los ultrajaban y, por último, los ahorcaban. En este caso no fue así.
—Hoy me enteré que los vecinos testificaron que recibió la visita de un par de barbudos. Fue la última vez que lo vieron vivo.
— ¿Unos barbudos? ¿Cómo el que se hizo pasar por empleado tuyo?
—Algo extraño está pasando, LauraÉ. Fíjate cómo mataron a Armandito y todavía la policía no sabe nada de nada.
—Lo que no me cabe en la cabeza es eso de que Horacio Quintín murió de una sobredosis.
—La autopsia lo confirmó.
—Eso no tiene ni pies ni cabeza. Él no consumía, Ornela. Te lo puedo asegurar.
—Yo no meto las manos en el fuego por nadie. Bueno, corrijo, las meto por ti y por Pedro Pablo, pero por nadie más.
Me dieron ganas de preguntarle, "¿Y por Benny?", pero me contuve.
— ¿Qué va a pasar, Ornela?
—Esa novela tuya cada vez se parece más y más a la vida real.
—Ya no es más mi novela —aseguré, con una inflexión que resultó áspera, a pesar de mí misma—. Es la novela del "Gocho" Rojas… y de tu futuro esposo.
Un silencio grueso se residenció entre nosotras.
—Débora, acuesta al niño —ordené,  con voz aun más abrasiva.
Diez mil toneladas de silencio. Veinte millones de años luz atravesados por el vacío del silencio.
—Vi los poemas que te escribió, LauraÉ.
Los ojos de Ornela relampagueaban como un par de ovnis tránsfugas detrás de los espejuelos de montura barroca.
— ¿No tienes nada que decirme, LauraÉ?
Me levanté impulsada por un resorte opresivo. Fui al cuarto del nené y le alcé la voz a Débora por no sé qué descuido en la higiene del apartamento. Escuché un portazo. Ornela se había marchado.
—Perdón —le dije a Débora, esquivando su mirada—. Si quieres, puedes tomarte el fin de semana libre.
—No se preocupe, señora LauraÉ. Yo me quedo con usted —susurró la buena y fiel muchacha, comprendiendo, sin decirlo, que mi corazón era presa de un terremoto de ansiedades.
Abracé a Pedro Pablo y lo colmé de besos hasta que se durmió.
El insomnio se apoderó de mí. Necesitaba hablar con alguien. Marqué el número de mi vieja amiga y compañera Nadia Coronado.
— ¿LauraÉ? Qué bueno que llamaste… No, no estoy dormida. He estado comunicándome con toda la gente del comando. La muerte de don Soberbia trastornó la ecuación del juego… Va a haber un cambio de óptica. Vamos a lanzarnos de lleno en la campaña electoral… Sí, ya sé que nuestra línea, hasta ahora, había sido la de cuestionar íntegramente todos los mecanismos de este sistema podrido. Pero la dialéctica del asunto impone derrotar a nuestros enemigos con su mismo armamento. Estoy sonando como Quiñones, ¿verdad? … Mañana mismo, sin importar las exequias presidenciales, Yosney va a ofrecer una rueda de prensa donde va a expresar, sin equívocos, su intención de lanzarse al ruedo… No te había llamado porque creía que todavía estabas en Puerto La Cruz, con Ronnie… ¿Cómo fue eso que te regresaste? Por ahí se comenta que tu patrón, el galanteador irredento, quiere enredarse contigo. Y aquí, en el movimiento, está rodando la bola de que también el Quiñones ha sucumbido ante tus artes de hechicera zanahoria… ¿Cuál es ese secreto tuyo, LauraÉ? … La verdad es que tienes el don de poner a todos los hombres que conoces de cabeza, patas p'arriba, como quien dice… Cómo te envidio, chama… Bueno, te dejo para que descanses… Te espero mañana, a eso de las diez, en el comando… Ahora es cuando comienza la movida. Vamos a hacer historia, mana. Un besote, LauraÉ… Chao…
Seguía sin poder dormir. Me tomé un Valium y dos brandys. La bebida nunca ha sido mi fuerte. Ahí mismo zozobré en los rompientes de una embriaguez atorada.
Sonó el teléfono.
— ¿LauraÉ?
Silencio de mi parte.
—LauraÉ, estoy aquí abajo. Déjame subir.
Mi respiración era pesada, casi como la de un asmático. Me asomé al balcón y arrojé la llave. Me importaba un pepino si se extraviaba en alguna alcantarilla.
|Abrió la puerta y la reja, tras cuatro pases de Multi-Lock.
— ¿Qué quieres? —pregunté.
—Hablar contigo.
— ¿Para qué? —sentí mi lengua toda apelmazada.
—Solo déjame hablar contigo.
Las palabras me salieron como un vómito de fuego.
—Eres un traidor. Un indecente. Un ruin. Un vil y perverso mentiroso.
—Eso ya lo sé.
—Con mi propia hermana… —dije, y comencé a llorar.
—Tú y ella son una sola. Amarla a ella es amarte a ti.
— ¡Hipócrita!
—No, LauraÉ. Te estoy diciendo la verdad. Te amo. Y también amo a Ornela. Si por admitirlo debo perderlas a las dos, estoy dispuesto a correr ese riesgo. De todas maneras, las formalidades de la vida, los formulismos de la vida, los convencionalismos de la vida, las ceremonias y las pompas de la vida no se dan muy bien conmigo. Es más, me arredran. Soy un Kafka que no sabe afrontar la realidad. Pero la realidad para mí es una sola, en dos vertientes: te amo, LauraÉ, y al amarte, también amo a Ornela. Es una contradicción, es un espejismo sintético, es un corazón desmantelado en un caleidoscopio de alucinaciones. Pero es así.
—Cuando dices que me amas estás demostrando tu crueldad y tu capacidad infinita de mentir —las lágrimas me sofocaban.
— ¿Es esto mentira, LauraÉ? —Benny me atrajo hacia sí y comenzó a besar mis sollozos. Yo me sentía impotente para rechazarlo, no sé si por la borrachera o por mi debilidad innata. Seguí llorando y lo besé con una incertidumbre desquiciada y carente de futuro.
Benny me cargó y enfiló hacia mi cuarto.
—Cuidado te tropiezas. Estás tan fofo que ya no puedes conmigo —musité, besándole las orejas.
Me depositó en la cama con suavidad. Desabotoné su camisa y desabroché su cinturón. Tomé su erección y la cubrí de besuqueos y lágrimas.
—Soy una puta sin remedio —confesé, mientras le permitía escarbar en mis húmedas profundidades.
Lo chupé y succioné, dejando que sus dedos curiosos pellizcaran mis hinchados pezones. Luego me deslicé sobre él para dejarlo que me chupeteara a placer, sin yo dejar de frotar su verga, sin yo interrumpir la acción de mi lengua ávida que saboreaba el paladar salobre de mis lágrimas sobre sus pelos y sus venas. Por último, cabalgué encima de él, instándolo a que no permitiera que sus manos cesaran de acariciar mis tetas, mis tiernos pechos que todavía conservaban la firmeza de los quince años, mis globos hechos por Dios exclusivamente para su gozo, mi clítoris ahíto que solo puede ser tuyo, Benny payaso, Benny mentiroso, Benny pecaminoso, Benny que logra cogerme con sólo decirme que me amas, y yo me dejo coger aun sabiendo que todo es mentira, empinándome sobre ti para sentir ese güevo tan sabroso y divino, quiero acabar una vez, quiero acabar diez mil veces, quiero que tu leche se derrame toda dentro de mí llenándome con tu licor tibio, quiero volverme loca y no recobrar nunca más la razón, quiero morirme con tu machete tallándome las entrañas, Benny. Sígueme cogiendo, Benny.
Me derrumbé encima de él, saciada y ebria.
Benny acariciaba mi pelo.
—Este es un momento de lucidez de mi parte, LauraÉ. Voy a dejarlas de ver a las dos. Esta locura no puede continuar.
Le tapé la boca con mi mano.
—No te atrevas a tal cosa. Si acaso a quien no debes jamás volver a ver es a mí. Le destrozarías el corazón a ella. Ornela no puede ni debe sufrir por esto, ¿oíste? Prométeme que nunca más vas a volver a pensar una insensatez semejante. Prométeme que nunca la vas a herir.
—Pero, no puede ser que…
—Si me amas, prométemelo, Benny.
Acarició mi mejilla con el envés de su mano.
—Te lo prometo.
—Te amo, Benny.
—Lo sé.
—Te amo tanto que me ahogo y me asfixio. Por eso es que debes irte. Ya. Antes de que me arrepienta y siga cometiendo barbaridades contigo. Levántate y márchate.
Se vistió en un santiamén.
— ¿Benny? —lo llamé, somnolienta.
—Dime —respondió él, en la penumbra.
—Me dejas las llaves en mi oficina. No te olvides.
—Sí.
— ¿Benny?
— ¿Qué?
— ¿No estás disgustado?
— ¿Por qué?
—Por lo de la novela.
—El "Gocho" y yo lo teníamos todo previsto.
— ¿Qué tenían previsto?
—Todo.
— ¿Qué es todo?
—Absolutamente todo.
—Déjate de rodeos conmigo. La novela se va a acabar en veinte días. ¿Cómo se lo están tomando Rojitas y tú? —las palabras me salían amortiguadas desde detrás del encaje de la ebriedad.
— ¿Quién te asegura que la novela se acaba en veinte días?
—Lo dice Ronnie. Me lo dijo el sin par míster Ronnie.
—Tendría que resucitar…
— ¿Qué?
Benny se arrimó a la cama y me abrazó.
—Siempre te protegeré —dijo.
— ¿Qué dices?
—Siempre seré una muralla y un escudo protector para evitar que las potencias pútridas te acosen con sus cultos y sus cábalas de alquitrán vencido.
— ¿De qué cosa me vas a proteger?
—De todo. A ti y a Ornela.
—Yo estoy borracha y tú eres condescendiente conmigo. Me revienta que sean condescendientes conmigo.
—Te voy a proteger, LauraÉ. Punto.
—Ya no puedo más. Déjame dormir.
—Te amo, chiquita.
—Yo también te amo.
No sentí cuando terminó de irse. No quería sentir nada. Nada de nada en el océano de la nada.