Capítulo AK47½
Al mayor Clarencio Rincón no
le agradaba ni un ápice la perspectiva de volverse a enfrentar a las incómodas
condiciones de vuelo que veníamos de dejar atrás.
— ¿Araque?… Soy yo otra vez…
Llama a La Orchila e infórmales que voy para allá. Necesito urgentemente hablar
con el presidente… Me sabe a corn flakes
si tus instrucciones eran no revelar su paradero… Voy para allá y punto. Esto
es una emergencia nacional… ¡Cállate y haz lo que te digo!
El mayor Rincón colgó. El
helicóptero ascendía nuevamente por un costado de la montaña. El mar Caribe
cambiaba de magenta a gris, a veces hasta con lengüetas moradas. Nos remecíamos
de tal forma que en algún instante creí marearme. Las nubes pasaron del ocre
mortecino de la costa a un negro mate que amedrentaba. Vimos chispas eléctricas
que deseaban sobar el fuselaje. Pero el pavor se había expatriado en aquel
estuario maltrecho que dejábamos atrás, a merced de la fiereza de hombres
contra hombres, hombres lobos de hombres, hombres saciándose con la sangre de
los hombres. Cerré los ojos un segundo para no ver y no sentir, aun cuando la
muerte estuviera al alcance de la mano, en aquel cascarón volador que podría
precipitarse al mar en cualquier momento.
A los veinticinco minutos,
poco más o menos, todo cambió. El sol apareció, sin timidez, y los nubarrones
se esfumaron. Las aguas semejaban una alfombra tenue. Los tripulantes del
helicóptero se atrevieron a lucir aliviados. Ornela mantenía un diálogo tajante
con el mayor Clarencio Rincón. Yo estrujaba mis manos.
El arenal de La Orchila ya
estaba a la vista. Nos aproximábamos a la pista de aterrizaje aledaña a las
instalaciones que mantenía ahí la marina de guerra. Una pléyade de efectivos surgió
de entre el abigarramiento de aviones y helicópteros. Al descender del aparato,
con las piernas temblequeantes, notamos sus caras nada amistosas, casi
semejantes a las de la jauría del litoral.
Clarencio Rincón se dirigió
con paso firme hacia el inmueble. Nosotras lo seguimos. Los efectivos hubieran
deseado interceptarlo, pero el cuadrado y autoritario porte del mayor los
disuadió. De la puerta surgió un
oficial. Nos miró con cara de pocos amigos, sobre todo teniendo en cuenta el
estropicio que presentábamos Ornela y yo.
— ¿Dónde está el presidente? —ladró
Rincón.
—El acceso a esta edificación
está prohibido a personal no autorizado. Le ruego que se retire, mi mayor.
Con un movimiento ágil,
Rincón lo tomó por la pechera y le enrostró su feroz mandíbula cuadrada.
—Mire, zoquete, yo soy el
gobernador del estado Carabobo y esto no es un juego. Llévenos de inmediato
ante el presidente, porque si no ahorita mismo le arranco las bolas de un tirón
y se las doy de alimento a esos perros que están ahí afuera, y así se ahorran
la perrarina que les toca hoy.
El oficial empalideció y
decidió que lo mejor era obedecer. Atravesamos unos pasillos refrigerados y
llegamos a un portón resguardado por dos policías navales. Al vernos, nos
apuntaron con sus metralletas.
— ¡Bajen esas armas, carajo!
¡Firmes, nojoda! —rugió Rincón y los dos susodichos obedecieron como autómatas.
Rincón abrió la puerta de un
empujón. Nosotras penetramos al recinto detrás de él. Sentados en los
alrededores de un amplio mesón de caoba pudimos ver a Yosney presidiendo una
junta compuesta por Fidel Castro, don Golindano, Valentín Vergara, Óscar
Zavala, un señor sesentoso con cara picada de viruelas, un rubito regordete de
bigotes chorreados y dos atildados adultos jóvenes con porte de yuppies
mayameros, todos ellos con un vaso de whisky en la mano.
Silencio embarazoso durante
unos segundos. Yosney observó a Clarencio Rincón con una expresión hermética de
indio ancestral tallado en paletas de eucalipto. Paseó su mirada hacia mí y
esbozó una sonrisa.
—LauraÉ —dijo, viniendo hacia
donde yo estaba—, me sorprendes. Pero no te quedes parada ahí, pasa para acá.
Precisamente le estamos comentando al comandante Fidel las últimas incidencias.
¿Cómo están ustedes? Adelante, adelante. Le hemos asestado un duro golpe a las
cúpulas. Las masas han rodeado, hoy por la mañana, la Corte Suprema y el Congreso,
y te informo que ¡están renunciando en pleno! ¡Se han acobardado por completo!
¡No aguantaron un empujoncito! Esto nos deja el camino libre para el referéndum
y, por supuesto, para una nueva Constitución, con la cual todos los poderes
pasarán a manos nuestras y, por consiguiente, se acelerará el proceso. ¿No es
así, comandante Fidel?
—Ha sido un gran triunfo para
la Revolución Libertaria, presidente Quiñones —enfatizó el avejentado líder
cubano—, pero no hay que dormirse en los laureles. Las fuerzas de la oligarquía
y del imperialismo siempre están al acecho. Por eso es que en mi país
mantenemos en constante estado de alerta a los Comités de Defensa de la
Revolución, manzana por manzana, cuadra por cuadra, casa por casa, para que no
se cuele ningún gusano contrarrevolucionario. Por supuesto, ustedes sabrán
diseñar los mecanismos adecuados para la realidad venezolana concreta. Pero perpetuamente
hay que estar ojo avizor y ser implacable con los enemigos. Eso nunca está de
más —Fidel Castro pareció cansarse con un asma sombrío y bebió un largo sorbo
de su vaso.
—Maravilloso consejo que
tendremos muy en cuenta —manifestó Yosney—y que sabremos agradecer.
Precisamente, LauraÉ, tú que perennemente te has identificado con la Causa
Revolucionaria (¡tantas veces que lo hemos conversado!) y que has mostrado
asimismo una genuina indignación por el bloqueo criminal al que tienen los
imperialistas sometida a Cuba, te vas a alegrar con esta noticia que te voy a
dar. Hemos decidido ofrecerle petróleo y otros suministros vitales al comandante
Fidel en condiciones ventajosas para aminorar el sufrimiento y la penuria que
vienen padeciendo desde hace cuarenta años los heroicos cubanos. Es un gesto
mínimo de solidaridad de parte de Venezuela hacia Cuba. ¿No es así, comandante
Fidel?
—Eso es algo que agradecemos
profundamente de parte de nuestro pueblo —dijo, con su voz aflautada, Fidel
Castro, sin dejar de chupetear su whisky.
—Pero nuestra adhesión a la
Causa Revolucionaria no se circunscribe a esto —Yosney me tomó del brazo y me
condujo del otro lado del mesón—, no señor. Permíteme presentarte a estos dos
personajes que, estoy seguro, te enorgullecerás de conocer por causa de su
inquebrantable fervor revolucionario durante tantos años de lucha en que no han
conocido reposo ni confort. En primer lugar, quiero que conozcas al comandante
Misael Corolanda, el legendario comandante "Bala de Plata", jefe supremo
de las Milicias Revolucionarias de Colombia, el imbatible MRC que tiene al
gobierno de la oligarquía colombiana contra las cuerdas.
El comandante "Bala de
Plata" se levantó y me ofreció una mano apergaminada, todo obsequioso y
zalamero, pero sin mirarme a los ojos.
—Y te presento también al
segundo al mando del MRC, mano derecha del comandante Corolanda, el mono
Querales —el susodicho me dio su mano regordeta, esquivándome la mirada—, pero
no creas que lo llaman mono por lo peludo, no señor, ja ja ja —Yosney le dio
una palmada en el hombro a Querales—. Lo que pasa es que en Colombia les dicen
monos a los catires. Debe ser porque son una monada, ja ja ja. Bueno, lo cierto
del caso es que estamos aquí reunidos tanto para recibir de ellos su visión y su
experiencia en aras de ayudar a la incipiente Revolución Libertaria que está
dando sus primeros pasos, así como para cimentar mecanismos de ayuda y
solidaridad hacia la Revolución Cubana y esta Revolución Colombiana que algún
día, toquemos madera, conocerá las mieles del triunfo definitivo. Y,
precisamente, concretando esos engranajes de fraternidad contamos con la sapiencia
empresarial (tú sabes, todo lo que se refiere a logística, financiamiento, etc.
etc.) de gente como Óscar Zavala, un hombre de negocios tan revolucionario como
el que más que quisiera que precisamente se contactara con Ornela, mi cuñada,
la hermana de mi esposa, quien es también una mujer de negocios muy
emprendedora, ojalá y se asociara con él para afinar estas actividades de
abastecimiento. Pero esos detalles los dejo en manos de ustedes. Ya Óscar y
Ornela se conocen y sé perfectamente que colaborarán con nosotros aportando
toda su experiencia, que no es poca, en este árido campo que nosotros, los
políticos y militares, no manejamos con tanta afluencia. Y, finalmente, LauraÉ,
quiero presentarte a dos grandes amigos de la Causa, cuyo conocimiento nos ha
sido posible establecer a través de sus contactos con el MRC, con el comandante
Corolanda y con el comandante Querales, a quienes han facilitado valiosos
servicios durante estos últimos tiempos, poniendo a su disposición su sabiduría
financiera y comercial, pero no por ello abandonando el necesario idealismo del
cual se nutre la Causa Revolucionaria, lo cual nos demuestra, y en esto le hago
especial énfasis a mi cuñada Ornela, que los negocios no se contradicen con el
sueño y la utopía de todo revolucionario genuino. Te presento, pues, al
licenciado Charles Huntington, quien a pesar de su nombre anglosajón es más
mexicano que el mole poblano, y al licenciado Laureano Londoño, grandes
colaboradores en nuestra lucha, gente que nos ha resuelto una infinidad de
dificultades con su capacidad y aptitud gerenciales.
"Charlie y
Laureano", pensé, tendiéndoles la mano automáticamente y medio aturdida,
tanta era la verborrea de mi esposo. Pero tenía que despertar de ese hipnotismo
algebraico y así lo hice.
—Yosney… presidente —carraspeé,
para sugerirle que me dejara hablar antes de continuar su perorata—, la
situación en el litoral…
—Ah, eso ya está bajo
control. La gente de la armada se ha hecho cargo. Van a retirar los escombros y
a organizar a los damnificados. Mientras, seguimos esperando los resultados de
la renuncia colectiva de la Corte y el Congreso, lo que marca la derrota
definitiva de esos tunantes, ¿verdad, señores? ¡Qué alegría tan inmensa ver que
tus ambiciones comienzan a hacerse realidad y…!
—La situación es muy, pero
muy grave —lo interrumpí, intentando guardar la calma.
—No debes preocuparte por
eso, LauraÉ. Ya he dado las instrucciones.
Fidel Castro y "Bala de
Plata" me tomaron cada uno de un brazo.
— ¿Por qué no se sienta un
rato con nosotros, señora Quiñones? —preguntó Fidel, con voz de soprano tísica.
—Ande, su mercedita,
concédanos el placer de su compañía —solicitó el guerrillero tolimense.
Un tronido corto y
autoritario nos paralizó a todos. El mayor Clarencio Rincón, su mentón aún más
cuadrado por causa de la furia, le había dado un manotazo al mesón y nos miraba
con ojos coléricos.
— ¡Esto no es un juego,
Quiñones! La gente está muriendo como moscas en La Guaira, en Macuto, en
Camurí, en todo el litoral. No hay tiempo que perder. Hay que movilizar todos
los recursos del gobierno.
—Mira, Rincón, no te permito
esta insolencia… —terció Yosney.
— ¡Silencio, Quiñones! Si de
verdad te crees un líder mesiánico, entonces muévete y encárate con todo ese fulano soberano que votó para que tú
fueras su dirigente. Así no hagas nada, pero déjate ver. Ponte las pilas porque
estamos en medio de una gran tragedia. ¡Ya! —Rincón volvió a golpear el mesón.
Mi esposo el presidente mudó
de color.
—Ahorita no se puede volar
hasta allá. Eso me lo informaron de la comandancia de la armada.
— ¡Carajo, ahora es cuando
tienes que demostrar que tienes los pantalones bien puestos y no como en la
noche de Febrero! ¡Qué te importa que haya o no haya turbulencia!
—Estoy reunido con mis
camaradas…
— ¡Al diablo con estos
revolucionarios fracasados! ¡Tu pueblo aguarda por ti!
— ¡Mayor Rincón, lo voy a
meter preso por insubordinación! ¡Yo soy el presidente y…!
Clarencio Rincón dio cinco
pasos veloces hacia nosotros y, con la velocidad del rayo, sacó una pistola y
se la puso a "Bala de Plata" en la sien.
—Antes de que me pongas
preso, liquido a este bandolero a quien tú denominas héroe popular y a lo mejor
así le hago un favor a Colombia. Nosotros tres nos regresamos de inmediato para
Caracas. Y tú, Yosney Quiñones, más te vale perderle el miedo a las
turbulencias atmosféricas y le das la cara a la gente del litoral y a Venezuela
entera. Hasta esta noche a las nueve te doy plazo. Camine, señor "Bala de
Plata", acompáñenos hasta el pie del helicóptero. Carajo, ¿cuánto no me
darían los gringos y el mismo gobierno de Bogotá por la entrega suya, así tan
mansito como lo tengo ahora?
Volvimos al campo de
aterrizaje y abordamos el aparato. El mayor Clarencio Rincón soltó a "Bala
de Plata" y se montó, ya con el helicóptero alzando el vuelo.
En el regreso casi no hubo
turbulencia.
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