sábado, 26 de diciembre de 2009

Esos dineros son nuestros, ¿o no?


La amenaza de los fondos oficiales


VenePirámides


La concentración de depósitos del Estado constituye un talón de Aquiles para los bancos venezolanos, lo que quedó demostrado con las recientes intervenciones, de acuerdo a un interesante artículo de Alberto Cova, publicado en el suplemento "Estrategia" de El Nacional (por suscripción)


Captar depósitos del público y utilizarlos para entregar créditos, también al público, es la función primordial de la banca, es el llamado proceso de intermediación que en una economía sana constituye la principal fuente de financiamiento para las actividades productivas. Trabajar con el dinero de los demás es un privilegio que tienen las instituciones financieras, las cuales, en teoría, logran sus beneficios de la diferencia que existe entre el interés que cobran a los receptores de crédito y el que pagan a los depositantes. Por eso, en cualquier banco la preocupación dominante es atraer a sus bóvedas el dinero que las empresas y los particulares no pueden guardar debajo del colchón.


Esta avidez de las empresas financieras por hacerse de recursos para el trabajo cotidiano ha sido aprovechada históricamente por "gestores" que han convertido la tramitación de los depósitos bancarios en un gran negocio, sobre todo cuando se trata de fondos provenientes de instituciones oficiales, que disponen de recursos a lo largo de todo el año para la ejecución de sus presupuestos. En la reciente crisis del sistema financiero venezolana, que condujo a la intervención de ocho pequeños bancos en un período de cuatro semanas, tuvo un peso importante la proporción de fondos oficiales en estas instituciones, que en algunos casos superaba 60% del total de depósitos. Era tal la dependencia de los dineros públicos en estos bancos que técnicamente podrían haber sido considerados como entes paraestatales, creados con el único fin de negociar y obtener beneficios de las colocaciones oficiales. "Una guerra de cuatro mafias", que se disputan el negocio de los fondos estatales, es lo que, a juicio del diputado Ismael García, provocó la intervención del Ejecutivo, mientas que el ex parlamentario Julio Montoya desenreda hasta Miraflores la madeja de implicaciones del caso.


Depósitos sin intereses


El economista Rodrigo Cabezas, ex ministro de Finanzas del actual Gobierno, adelanta una propuesta heterodoxa para acabar con los manejos irregulares de los depósitos oficiales. Cree que la banca privada debe prescindir del todo de estos fondos y dedicarse a atraer los dineros de las familias y las empresas. "Lo ideal es que la banca privada no tenga depósitos públicos y que se dedique a hacer intermediación, a captar los depósitos de los venezolanos antes que disputarse los recursos del Estado", sostiene el también dirigente nacional del PSUV. Cabezas considera que los recursos públicos deben colocarse en la banca pública, a excepción de aquellos destinados a financiar el gasto ordinario, como es el caso de las nóminas o el situado constitucional. "Creo que no deberían generar intereses, pues es tal la magnitud de estos recursos que agregan dinero inorgánico a la economía", afirma. Agrega que al interior del Gobierno se ha reiterado la instrucción de colocar estos fondos en los bancos del Estado, orden que encuentra resistencia en las tesorerías de los organismos. "Había una razón para no hacerlo, de tipo técnica y de eficacia administrativa, y es que la banca pública no tenía una red de agencias que cubriera todo el territorio nacional para dar atención eficaz al pago de las nóminas. Con el Banco de Venezuela y el Bicentenario esa razón comienza a ser superada". La eficacia administrativa es un planteamiento legítimo, pero muchas veces encubre la intención dolosa de obtener provecho con las colocaciones. "Además del tema de la negociación de puntos, está la generación de recursos inorgánicos a la que se ve obligada la banca privada para honrar los intereses", apunta el economista. Rodrigo Cabezas propone retomar la idea original que llevó a la creación del Banco del Tesoro, la existencia de un gran centro operador de los dineros públicos.


Para el ex ministro de Finanzas, de la situación generada en estos ocho bancos se desprenden varias enseñanzas. La primera es que, a su juicio, se reafirma el papel supervisor del Estado. "Por vía legislativa o a través de resoluciones de la Sudeban se van a ampliar y profundizar la competencias del Estado en áreas como inteligencia financiera, auditoría financiera y en los manejos diarios de tesorería en la banca pública y privada".


El vuelo del cometa


Francisco Faraco, consultor financiero, coloca el origen del problema en el año 2003, cuando comenzó a crecer el endeudamiento interno por parte del Estado. "Desde entonces ha habido un elevadísimo nivel de fondos públicos en la banca. En la Cuarta República el total de fondos oficiales manejados por la banca no superaba 3%, en la Quinta ha llegado a 18%, existe un enorme tráfico de influencias. Se ha llegado al extremo de que la República apalanca la compra de títulos públicos. El Gobierno se endeuda a tasa activa para dejarle la tasa pasiva a la banca", advierte. Faraco no tiene dudas de que en los bancos intervenidos había una hiperconcentración de fondos públicos, tanto en función de los pasivos como del patrimonio. El analista explica cómo funciona el negocio de las colocaciones estatales. El modus operandi, dice, es que el tesorero que dispone de fondos manda a un emisario, conocido como el cometa, quien "subasta" el depósito entre sus contactos dentro de los bancos. Las propuestas vienen en forma de puntos y aquel que haga el mejor ofrecimiento recibe el depósito, previo pago de las comisiones. "Cuando depositas en bancos malos, en los taburetes, te pagan tasas altísimas. El cometa es un simple mandadero", afirma. Agrega que este negocio es muy fácil de descubrir, basta con comparar la tasa a la que se ha pactado el depósito con la del mercado mediante una simple auditoría. Es por ello que el tráfico de depósitos ocurre muy rara vez con fondos privados, pues en estos casos el daño patrimonial quedará en evidencia. Francisco Faraco recuerda que el Banco del Tesoro se creó para que distribuyera los recursos estatales de un modo más profesional: "Pero no ha sido así, ha dado préstamos hasta para el consumo, ofrece tarjetas de crédito, maneja fideicomisos, se ha convertido en un banco más y nadie respetó el papel centralizador que le fue atribuido". De acuerdo con el economista, las prácticas actuales afectaron profundamente el manejo de la hacienda pública. "Se implantaron esquemas informales, el primero de ellos es el Fondo para el Desarrollo Nacional. Nadie sabe qué pasa con los reales del Fonden, de los 53.000 millones de dólares que fueron guardados allí, no existe información acerca de cuánto queda, no presentan cuentas", sostiene. En cuanto a las consecuencias que tendrá la mayor presencia estatal en el mercado financiero venezolano, Francisco Faraco opina que será poco el efecto, pues considera que la mayoría de los clientes preferirá a los bancos privados, debido a la mala reputación del Estado como banquero. "El Banco Industrial de Venezuela se fundó en el año 1927, Banfoandes en 1959, ambos tienen dificultades. Vamos a ver cuánta cuota de mercado le queda al Estado a final de año. Cuando compraron el Banco de Venezuela llegaron a 11 puntos de cuota de mercado, apuesto a que pierden 2 puntos. Esta gente como llega se va, para todo es así", asegura el economista. Interrogado sobre la posibilidad de que la actual crisis se extienda a otras instituciones, Francisco Faraco responde que no, pues restringe el problema a un grupo de bancos "muy enchufados" al Gobierno que tenían problemas estructurales desde hace tiempo. Si embargo, advierte que existen fallas de otra naturaleza, pues la estructura del mercado conduce a la debilidad a un numeroso grupo de bancos que tienen cuota de mercado reducida, por lo que les cuesta obtener beneficios.



Post Scriptum
: Sin menoscabo de estar o no de acuerdo con la perspectiva que nos brindan tanto el "diputado" Cabezas como el economista Faraco, uno no puede sustraerse de pensar en las causas últimas y definitivas del origen de esta nueva crisis bancaria, a saber, el estatismo desaforado, hipertrofiado y obtuso, llevado a límites hipergalácticos por la actual dictadura.

El estado venezolano, rentista petrolero non plus ultra, en el paroxismo de su hartazgo de fondos no generados por la producción y la productividad, crece hasta más no poder (se calcula en más de tres millones de empleados públicos entre nóminas reales, paralelas y clandestinas). De allí, entones, que se dedique a acrecentar su presencia como banquero (rol en el cual siempre ha desempeñado un papel lamentable) y, de acuerdo a la inexistencia de parámetros éticos y morales en la catadura del dictador y sus secuaces, surjan, por consiguiente, los negociados boliburgueses con su estela de pus (como el partido oficial) y podredumbre.

¿No habría sido preferible, entonces, que el grueso de esas ingentes sumas hubiera sido entregado directamente a todos y cada uno de los venezolanos? ¿Quién las habría administrado mejor, nosotros o papá estado, dictador mediante?

Saquemos una cuenta simple. Pongamos, por caso, que el autócrata haya regalado, durante estos once años, cien millardos de dólares (que son más, apuesto) a Fidel y a las otras sanguijuelas. Añadamos a esta ecuación que seamos veinte millones de venezolanos (somos menos), mayores de dieciocho años, con uso pleno de nuestros derechos civiles, etc. Dividamos cien millardos de "verdes" (greenbacks) entre veinte millones de ciudadanos y, ¡presto!, nos da cinco mil dólares por cabeza. Cinco mil bucks que a cambio real son casi treinta mil bolívares fuertes (treinta millones de los viejos), ¡treinta palos!, para cada uno. ¿Qué hubiera hecho usted con esos treinta palos? Repetimos la pregunta: ¿no habría sido mejor entregárselos a todos y cada uno de los venezolanos en vez de regalárselos a las garrapatas? ¿Quién los habría administrado mejor: usted o el estado, sátrapa mediante?

En eso consiste el estatismo. Es la confiscación, el robo de lo que es suyo y mío, amigo lector, por parte de una superestructura (para utilizar la jerga marxista), en este caso el estado, encarnada en la figura de un mandamás (l'État c'est moi) ignorante y corrompido, porque, ¿no y-que el petróleo es nuestro?

Saquen esos reales de esos bancos quebrados y entréguennoslos... ¡ya!




lunes, 19 de octubre de 2009

Ajetreo y duelo

Advocación para un luto

A Rómulo Rondón, In Memoriam



Los incontables cuervos de Van Gogh
se recluyeron en la lanolina del sueño.
La voz de mi hermano desglosó
la noticia en pliegues ortopédicos:
elegiste zarpar, tasajeando
los rombos depresivos,
eludiendo la caoba
mendicante de la senectud
que asoma sus fauces
tras los escaparates y la presbicia.



No acabarás por ver, labrado condiscípulo,
el atraco de la dictadura ayuna de prosodias,
la gangrena polarizada,
el sarcoma y el pus
que todo lo entumece,
que envanece al ignaro,
que te despreció por causa
del brío de tu intelecto.

Ciencia fuiste y en ciencia te convertirás,
denuedo de universos, multiversos y teoremas,
cultor taxativo del discernimiento,
apotegma campeador,
láser benévolo de la creación,
conciencia disertada,
compañero, amigo, hermano:
que los vectores teológicos te acojan.
Allá nos reencontraremos
y reanudaremos las homilías
(¿de aquel lado de los quarks?)
porque, como dijo Carl Sagan,
menester no es creer,
menester es saber.

Pava recontra ultra ciriaca


Truenos y centellas en un cielo oscurecido es lo que irradia la tarde del sábado caraqueño en que comienzo a escribir este artículo. Me inspiró la lectura de la columna de Wendell Robinson, en el diario Detroit Free Press, sobre un grave mal que afecta al béisbol. Lo denominó "A real ballsy Jinx " (algo así como una pava ultra recontra ciriaca en buen slang gringo).




En entrevista con Scott Boras, agente del jardinero de los Detroit Tigers Magglio Ordóñez, refiere Mr. Robinson haberle escuchado decir que, después de inenarrables sesiones con especialistas en ciencias ocultas y sobrenaturales, llegaron a la conclusión que la causa del slump (bajón ofensivo) fue la amistad de Magglio con alguien a quien no se atrevió a identificar. An awesome evil eye magnet!





Parece ser que el grandeliga, no conforme con todo el dinero que gana en el norte, se dedicó con su familia a realizar negocitos con cierta dictadura tercer mundista que lo llevaron a proclamar Urbi et Orbi: “Sí, soy chavetón, ¿y qué?” El innombrable hasta lo abrazó, lo jamaquió y le deseó la mejor de las suertes. ¡Ay, papá! Ahí mismito comenzaron sus desgracias y casi pierde los 18 millones de dólares del año próximo, según su contrato. Inclusive, a mitad de temporada, en medio de la sequía de batazos, se comentó insistentemente la posibilidad de su despido inminente del roster del equipo de la ciudad de los motores (Motor Town).

Complementaré a Mr. Robinson con una relación de personajes que demuestran la maldición criolla. Ozzie Guillén, desde que se autoproclamó simpatizante del mabitoso dictador no vio luz hasta que se retractó y confesó su horror.

Johan Santana visitó el palacio presidencial y comenzó a experimentar derrota tras derrota. Cuando lanzaba duro y curvero, el equipo de los Mets de Nueva York se hundía con los errores y la falta de bateo. Hoy su carrera pende de un hilo al someter su brazo a una delicada intervención quirúrgica. Esperamos que, por su bien, le haga la recontra al pavoso mandamás.



Qué no decir de Sammy Sosa.

Le regaló su bate al tipo aquél y se apagó definitivamente. El dominicano no deja de lamentar su desgracia cuando narra cómo se le partió el otro bate y le descubrieron el ilegal relleno de corcho. Afirma que ese señor tiene "artes haitianas" (vudú) y que no quiere verlo nunca más. Para deslastrarse de esta carga de mal agüero, debería llamar el gran Sammy a Óscar Azócar quien, según relata el cubano José Canseco en su libro, redondeaba sus emolumentos de big leaguer ensalmándole los bates a los toleteros que caían en improductividad ofensiva. Con tabaco, ron, altar y toda la parafernalia. Pero, a lo mejor, la pava del innombrable es tan abrumadora que ni con eso. Como dice Omar Lares, se cansa uno…
Los Navegantes del Magallanes nunca más se han titulado campeones desde que el personaje se proclamó fanático número uno del equipo. A la potranca escarlata de los filibusteros, un tal Álvarez, se lo tragó el tremedal de la pava ciriaca. Y se dice que el equipo no tiene vida este año a pesar de que el traicionero general Eructo al fin se esfumó.

¿Y el team que participó en el II Clásico Mundial de béisbol? Después de derrotar a Estados Unidos, Chacumbele los felicitó y le dijo al entonces primer ministro japonés, Taro Aso, en una visita oficial en Tokio: "Ganaremos el próximo Clásico Mundial". ¿Quiénes sacaron a los venezolanos de la competencia? Los nipones.

Pero la realidad es que el poder del mal se expande a otras disciplinas. Hasta al equipo de balompié le salió una cadena de derrotas aun cuando, menester es reconocerlo, el soccer de por sí es ultra recontra mabitosísimo. ¡Guíllate!

A quienes apoya, les cae la desgracia. Díganlo ahí los muchachos del baloncesto. La tenista Milagros Sequera se lesionó y la sacaron del terreno de juego en silla de ruedas. Bastó una referencia en el show de los domingos para que el boxeador Héctor Manzanilla cayera ante un peleador de las islas Mauricio con foja de 27 derrotas en su haber.

¿Y la política? El bicho se gasta un cementerio particular. La Kirchner gozaba de la máxima popularidad hasta el maletinazo. ¡La jettattura, pibe!

A Zelaya lo cubrió con un manto de pava rebelde. A la Piedad Córdoba y al bandolero Marulanda, ni hablar. Con el que no ha podido es con Lula porque el carioca tiene el apoyo de Iemanjá, más siete ensalmes de macumba, con fumada de maconha incluida. Pero creo que, a la larga, ni esto logrará salvar al taimado brasileño del halo mabitoso que emana del héroe de La Planicie. Y bien merecido lo tendrá por gozarse los dineros de los venezolanos que el king de la mabita le ha regalado. Lula no tiene la chiva negra. Su hora de mal agüero llegará, tarde o temprano.



Escribir sobre este tema amerita un libro. Al patiquín Fernando Carrillo lo botaron de la novela por meloso y bolsa. ¡Bien hecho, topocho jecho!


Naomi Campbell hasta presa cayó al regresar de su "viaje de negocios". Sean Penn perdió la casa en un incendio y a la mujer de toda su vida. Oliver Stone acaba de sufrir un infarto. ¡Toma tu tomate!


En este punto comenzó a temblar en mi casa y se fue la luz. Fue un sismo de 6,2 en la escala del Ciriaco, coincidiendo con su regreso a nuestra salada patria este mismísimo día. Mejor dejo de invocarlo porque de que empava, empava. ¿Será que el diablo escogió como residencia a Venezuela. Zape gato, ñaragato.

¿Qué diría el excelso mabitólogo Aquiles Nazca si estuviera vivo? Ahí queda eso…


miércoles, 14 de octubre de 2009

Música para araguaneyes sicodélicos

Espejuelos para una viola d’amore
A Vitas Brenner

En este caso, la bitácora templaria desmaleza magnificencias
si bien la armonía,
aun peregrinando desde la luz (nobleza cabizbaja),
nos sustrae de los vértices
del minué y del jazz barroco (cabildo plus sonoridad)
cuajándose en vanas autorías.
Tus ojos, catira, no ameritan espejuelos,
las bucólicas constelaciones retornan a ellos.




Aunque la tarde purifica lo medieval,
la ritualidad inscribe el vocablo d’amore
con trinidades rocosas, roquíferas, acuíferas, roqueras:
la transmisión de lo sagrado en plenitud,
ensayo de sombras y cuadriles
al socaire y al descampado;
sextetos de cuerdas y amparos,
ráfaga de bombos, redoblantes, high hats
y una guarura en mayúsculas;
semifusas periféricas, dados y ruletas.
Tu canción comparte una escudilla con el Mars Volta.





Tras el recodo de los guarismos en mi bemol
nos margullimos en la pileta autóctona.
Quise, tercamente, desperezar el tramoleo
de un pajarillo y vuela si quieres volar.
Barrunté, atestígualo catira, el norte declarativo
del seis perriao, por derecho trapiao, vergajiao y cueriao.
El Indio Figueredo como plasma de Stratocaster.
Mi difunto padre hubiera exclamado:
“¿Qué pillíos son esos, carajo?”,

y después reíamos juntos.
¡Qué buena vaina, catira!



M.S.L.

Los años mozos
De izq. a der., Manuel Santaella Ledezma, el “renco” Ángel Custodio Loyola, “Bachaco” Ledezma, Rafael Santaella Isaac y dos personas no identificadas

Arriba, de izq. a der., Manuel Segundo, Romelia y Dámaso. Abajo, doña América y don Manuel
Casóse con doña América en 1928


Orfebre del agua

Manuel Santaella Ledezma

El hombre siempre ha forjado el dominio de sus sueños con la hidrografía de sus manos. La doma de los obstáculos impuestos por una madre naturaleza a ratos esquiva, a ratos hostil, pero siempre bella, inquietante y maravillosa, se transcribe en el trazo del ingenio y en el verbo mecánico del artilugio. Mas henos aquí con un artífice surgido en ambientes desabastecidos de amabilidad ante el logro concreto y, enseguida, brota la conjetura profana: si acaso a don Manuel Santaella Ledezma se le hubiera ocurrido nacer en el Norte puritano y anglosajón, pongamos por caso, habría sido émulo de Thomas Alva Edison o de Nikola Tesla. Válgame Dios.
Pero fue Chaguaramas, antiguo cantón guariqueño, quien le bosquejó la primera luz de la vida, en el mismísimo año de 1908 que vio partir a Cipriano Castro rumbo a Alemania aquejado del riñón y a su compadre Juan Vicente Gómez, ni corto ni perezoso, serrucharle el coroto. Huérfano de padre al poco tiempo, el pequeño Manuel José quedó a cargo de un tío pudiente. Descubiertas sus ingentes habilidades con los engranajes y las herramientas, expresó decididamente su ambición de estudiar ingeniería mecánica. El vozarrón del ignaro pariente le habrá resonado cual reprimenda de subdesarrollos y tercermundismos: "No, mijito, usted sirve es pa’ becerrero y no invente pendejadas".
El autodidacta Manuel Santaella no se arredró, aun con apenas el cuarto grado de primaria. Su inteligencia natural elucidaba el funcionamiento de los mecanismos y, bien pronto, sus servicios comenzaron a ser requeridos por doquier. Las máquinas no le guardaban secretos. Y cuando le tocó escudriñarse el corazón, encontró a la compañera de toda su vida, América Pérez Peraza, su desposada del año 1928, tiempo de revueltas estudiantiles con la consigna saca la pata lajá, adiós pues Caracas, y mudanza para Valle de La Pascua. Nacerían, de seguidas, Manuel Segundo (1929-2007), Dámaso (1930-1957), Romelia (1935) y Carlos (1948).
En 1946, la sed apremiaba por estos pueblos. El recién fundado Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS), hoy con más apelativos y menos lauros, lo llamó a filas. La inventiva de Manuel José Santaella Ledezma se desplegó en la labor de campo, el recorrido de las tuberías, la disposición de la planta de tratamiento e, incluso, la abstrusa función administrativa. El agua llegó, por fin, a La Pascua. Y cuando Luis Adolfo Melo se las agenció para traer la planta eléctrica que arrimó, por fin, a La Pascua hasta predios civilizados, a Manuel Santaella le tocó vigilar, supervisar y tutelar la faena de la máquina vencedora de tinieblas, todas las noches de 6 a 9. Ni siquiera La Sayona o El Espanto del Troncón asomaban sus espectrales esencias ante la paliza de la electricidad. Y cero apagones.
Fue, además, síndico del entonces Distrito Infante en el lapso 1950-52, bajo la gestión, como presidente del Concejo Municipal, de Rafael Ángel Moreán. El INOS (algunas gentes de aquellos tiempos le cambiaban el artículo determinado por “La INOS”) se lo llevó a San Felipe, Yaracuy. De allá retornó en 1958, al acaecer la muerte de su hijo Dámaso. Luego pasó al MOP (Ministerio de Obras Públicas), donde lo alcanzó la jubilación. Pero, hasta el último día, su agudeza mecánica le allanó veredas. Durante la sequía de 1973, se le ubicaba en todos nuestros montarascales instalando, reparando y ajustando molinos. Junto a Julio Pérez, era el artífice en el combate contra la sed, gracias a habilidades adquiridas en otra sequía previa, la de 1936.
Muchos de nosotros, hoy cincuentones, lo conocimos prodigándole primores a “Tarzán”, un Ford modelo T, o Ford de tablitas, del año 1928, objeto de sus cuidados constantes. Varias décadas habían transcurrido y “Tarzán” seguía rodando, como si el tiempo no significara mella en su esqueleto acerado, como en los viejos días cuando don Manuel se aventuró conduciéndolo hasta Parmana, siguiendo las viejas trochas ignorantes de cartografías instituidas, sorteando las troneras y los baches con la agilidad del hombre mono. De ahí el cariñoso mote. A la muerte de don Manuel, en 1984, sus herederos le vendieron “Tarzán” a un negociante.
Manuel Santaella Ledezma, partero del agua, tesorero de la luz, guardián de los mecanismos, baluarte del reloj de sol, becerrero de las mecánicas concisas, llanero de los artefactos, pródigo en honestidad. Hace mucha falta gente como usted.

martes, 1 de septiembre de 2009

Sesentera IX, la hípica

¿La verdadera Gaceta de Caracas?











Hijo, ¿será verdad que en el hipódromo no dejan correr a caballo viejo?




La pátina omitida

Sesentera IX

Imposible negarlo: sólo el domingo mi existencia refulge. No confundirse, empero, pues no soy sacerdote ni nada similar. Simple y llanamente, el domingo corren los potros en La Rinconada.

Si acaso practico una liturgia se llama el hipismo. El ceremonial arranca cada lunes muy temprano. Luego de acicalarme concienzudamente mi copete de Elvis Presley sabanero con el barrido escrupuloso de un Cepipeine “Óscar” y una abundante aplicación de Brylcreem (o, en su defecto, Glostora con Rubina o Moroline Jalea de Petróleo), me cancho mi camisa de bacterias y mis pantalones de tubito, recién planchados por obra y gracia de mi abnegada vieja, mis chalanas de suela negra, mis lentes imitación de Ray Ban, y me lanzo a la calle Schettino, rumbo al Tony Club.

Los aficionados a darle a la sin hueso arguyen que soy un vago con carné porque no chambeo de oficinista, dependiente o caletero. Pero los lunes me doy mi madrugonazo, vea usted, aguardando bien temprano la llegada de la camioneta pánel cargada de periódicos y revistas desde Caracas. Al desembarcar los alijos, soy el primer beneficiario al permitírseme escudriñar, con golosos dedos, nuestro Corán, nuestro Santo Grial, nuestro Valhalla: la Gaceta Hípica (“única e inimitable”), objeto sempiterno de análisis y exégesis. Y, si acaso llegare a fallar en su arribo, me conformo con La Fusta (“pionera del hipismo nacional”). Ejusdem, como dicen los abogados (eso lo aprendí del doctor Cachanclos, a quien asesoro en la elaboración de su cuadrito semanal mediando un solidario estipendio).

Ya en posesión de tan preciado impreso, regreso a la casita rural donde mi bregadora vieja ya me ha servido un resuelto desayuno con arepa frita, ñema, un rolo de chorizo o morcilla, aguacate, suero y guarapo espeso, antes de marcharse ella a su oficio de doñita de servicio en casa de algunos pudientes locales (algunos de ellos asesorados por mí a la hora de escoger sus caballos para el 5 y 6 dominical por una módica paga). Llenada la panza, me sumerjo en los textos sagrados: estadísticas, cronometrajes, traqueos, diagnósticos, linajes y hasta conjeturas cabalísticas se conjugan en mis neuronas, perfilando un pronóstico atinado e infalible.

Sopeso todo sin obviar el factor humano. Conozco la vida y milagros, por ejemplo, del “pavo” Domingo Noguera Mora (me dicen mis carnales fanáticos hípicos de la esquina El Paradero que me le asemejo tremendamente) o del “brujo” Millard Ziadie. Puedo vaticinar con certitud cómo conducirían los ases Gustavo Ávila, Balsamino Moreira o el “negro” Cruz a cualquier potro, trátese de Gradisco, Klick, El Tamao, Don Florestán, Paunero, Senador o Socopó. Cuando abrigo tres lamparazos entre pecho y espalda, me doy el caché de narrar cualquier Clásico, sin importar el año, imitando a Miralejos, Míster Chips, Alejo Camino, Luis Plácido Pisarello o al muchacho nuevo de Guayana, el parecido a Al Jolson en la primera película sonora cuando se disfrazaba de cantante de color echándose betún en la cara, quedándole blanca la comisura de los labios, Alí Kan creo que lo llaman, con publicidad incluida y todo (“Maizina Americana, un producto de Alfonzo Rivas y Compañía… ¡Partida!”). ¿Cómo le quedó el ojo, profesor Kanor?

Me empujo para la plaza Bolívar, con la Gaceta enrollada en el bolsillo derecho del pantalón. Ahí me esperan mis llaves Pachuquero, Boca’e Vieja, Guaro Careto y Pantalionsio, cada uno con su ejemplar en ristre, prestos para diseccionar cada carrera y acertar con su resultado. La gente nos rodea, ávida del datazo, previniéndonos contra cualquier batacazo, pues hasta los burros podrían tener chance. ¡La Cátedra se quedó chiquita!

Mi ex-novia Yolandita la Retayona a toda hora rezonga: tanto estudio de la fulana Gaceta y siempre más limpio que talonera de fregona. Pero uno de estos días me voy a coronar con un cuadro con seis y la buscaré para montarle un rancho full de corotos. A que le callo el hocico voy, machete. ¡Gira la última curva!

sábado, 29 de agosto de 2009

Paroles abîmées



Quel scénario pour des paroles abîmées,
les jours pénètrant mes os
et le futur s’éloignant vers l’antan.
Me voici, un homme vielli parmi les regrets,
les joies, les montagnes insouciantes
et les goutes de rêves peuplés
par les anciens amours.




Suis-je paumé or c’est l’hésitation sacrée
et morbide qui m’accable ?
Est-ce peut être l’éternel étranger chez moi
sécouant les mythes ?
Pour quoi continue-je de te manquer,
toi, sorcière d’un été lointain
qui saisisse toujours toujours
et par toujours
ma logique et ma cohérence ?




Divinité aux yeux verts-gris (suivant la saison), hélàs !

domingo, 26 de julio de 2009

Sesentera VIII, la del Pancracio

Bassil Battah apretándose el cinturón de campeón

¿Le habrá aplicado la pinza libanesa Bassil Battah alguna vez al Dr. Nelson?

¿Este combate fue máscara contra bigote?

Temáticas invictas


Sesentera VIII

Afuera sigue lloviendo. El espejo del desportillado escaparate, heredado de mi abuela Olegaria, rebota mi imagen esquivando carriles de manchas semejantes a cagarruta de moscas. Ya tengo puestas las mallas blancas, los botines satinados y la capa orlada de hiedras de un platino brilloso. Ahora, el toque final, el colofón que me trascenderá a las cimas de la leyenda. Me coloco la careta, amarrándome las trenzas con fuerza suficiente para permitir que la gargantilla de la máscara me cubra por completo el gaznate, a diferencia de esos antifaces barateros que se quedan guindando de los cachetes como hilachas jipatas. Esta careta me la compró mi primo Mamersio en la Casa Mágica de la avenida Lecuna, en Caracas, donde, asegún, se surten los luchadores de la televisión.


Inflo la pechera con un orgullo exiguo de titubeos. Mi musculatura eclipsa los rayones del espejo gracias a mi chamba de caletero de sacos de harina de trigo en la panadería “La Flor del Campo”. Tengo un compañerito allí con ínfulas de cantador, Reinaldo Gómez creo que se llama. Me le voy a aparecer un día de estos con esta facha de invencible del pancracio a ver si me dedica un pasajito. Algo así como “El Santo de Laguna Verde”. O, más bien, “Mi amigo El Santillo”. Barajo con la lucha.

Soy más que un pavo real platinado. Soy el mismísimo Enmascarado de Plata, el ídolo de las multitudes, el epígono heroico de la pantalla, redivivo y presto a reventar contrarios a este lado del celuloide. El repiqueteo menguante del techo de zinc pregona el fin del palo de agua. Hora de coger camino.

Afuera me espera el contingente. Todos cubren sus rostros. Mi compadre Clodomerto no puede ocultar su admiración por el Dragón Chino al llevar su máscara, obviando el odio por el rey de los rudos sentido por todos. Sólo falta saber si porta, de manera oculta, un tarrito con la terrible sustancia con que enceguece tramposamente a sus adversarios. Mi camarita Templegorio ostenta la careta de La Momia Azteca, evadiendo los charcos de agua empozada con la parsimonia tétrica de ese lidiador de ultratumba. La del chingo Marulensio se parece a la mía, pero no se confundan: El Médico Asesino no se comparará nunca al héroe vencedor de Las Mujeres Vampiro, Las Momias de Guanajuato y La Invasión de Los Marcianos, ni que prepare las mejores guarapitas del mundo. La pelea es peleando.

Nuestro encapuchado pelotón se enfila desde la laguna de Baltasar. Los perros realengos nos laten con energía orillera mientras los chipilines descalzos corretean delante nuestro, gritando jubilosos sin importarles las costras de moco recubriendo sus rostros. Podría argüirse que nosotros, cucarachones que ya emplumamos hace ya unas cuantas lunas, sustituimos el moco por las máscaras. Niños grandes, todavía, jugando a ser gladiadores.

Cruzamos la avenida Táchira y enfilamos Atarraya arriba. Todo el mundo nos observa con curiosidad, pero la extrañeza no se alberga en sus miradas. Es sábado en la noche y saben adónde vamos. Atravesamos la plaza Bolívar. Las palomas del atrio de la iglesia La Candelaria revolotean a nuestro paso. A la vera del cine Manapire se aglomeran unas cuantas personas, aguardando la entrada para la función de intermediaria. Llegamos, al fin, al cafetín de la esquina con la Descanso, diagonal al León de Venecia. El televisor está encendido. Los parroquianos le dirigen su atención entera, indivisible, monolítica. Hora del catch as catch can, o lucha libre americana.

Pepe Pedroza anuncia el combate: “En esta esquiiiina Daaark Búfalooooo…” “Ese es un rolitranco’e sucio”, clarifica un señorcito de barba rala y grisácea, como si uno no lo supiera. “Ciento sesenta y cinco libras… ¡y un cuarto!”, vocea Pepe Pedroza, meneando simultáneamente el corbatín y el micrófono descolgándose del techo. El técnico Olímpico Salazar tiene todas las de perder, pues se sabe que el réferi Freddy siempre se parcializa con los rudos. Su arbitrariedad es tan tosca que, al fin, llega el momento en que a Paulita, la madrina de los luchadores, se le agota la paciencia, se encarama en el cuadrilátero y le arrea sopotocientos carterazos al vendido árbitro, a Dark Búfalo y al resabiado Car’e Muerto, el second de los rudos. El pandemónium cunde como epidemia de gripe rompe huesos. El Dragón Chino le aplica la sustancia prohibida al Tigrito del Ring (de quien me dicen llevó la peor parte en un altercado con mi primo Ñerito Monse fuera del terminal del Nuevo Circo), mientras Bassil Battah le solivianta los cuadriles a Jaime El Fantasma con su pinza libanesa. El técnico Apolo Venezolano observa al sucio efebo Barón Oliva interrumpir el combate para peinarse delicadamente sus bucles de cabaretera pizpireta. El cafetín ruge como una gallera alucinógena. Los ánimos se atemperan cuando Blas Federico Jiménez le da el pase a Antonio Del Nogal para que arranque con la publicidad: “Castel Gandolfo, el soberano de los vinos… Medias Cha Cha Cha para el caballero elegante… ¡Fortuna que tiene uno!”

Nos regresamos a nuestros comederos soliviantados pero felices. La lucha libre es como la vida misma. Al principio, los rudos parecen salirse con la suya. Pero, a la larga, los técnicos, los limpios, los buenos, se los llevan en los cachos, aguantando marañas, sustancias prohibidas, llaves ilícitas y réferis vendidos. Yo, por mi parte, seguiré ataviándome de Enmascarado de Plata y coleccionando sus suplementos y sus máscaras hasta que la pelona me lleve. O, lo más seguro, hasta que me consiga a una trigueña buenamoza, pechugona y rabona que me meta en cintura y me obligue a caletear el doble de sacos de harina y de cemento para montarle su rancho propio. Con televisión y todo. A lo mejor no me deja ver la lucha por encapricharse con “El derecho de nacer”. Yo jayo que Albertico Limonta no le gana nunca al Gladiador Croata. Pero como las mujeres son las que mandan…

Afortunadamente, como siempre hay un mientras tanto, mañana domingo van a pasar en la función de matinée en el cine Royal una de Huracán Ramírez contra Blue Demon. Ya tengo los tres reales de la entrada escondidos en una petaquita. Senda doble Nelson ligada con tacles voladores, pues. La trigueña puede esperar.

domingo, 28 de junio de 2009

Sesentera VII, la de la morronga

Abrázame fuerte porque me voy


Las trampas fidedignas

Sesentera VII

Hubiérase dicho, por la oscuridad circundante, que se trataba de un antro de mala muerte cualquiera, tenebroso como la guarida de Barnabás Collins. Pero no era sino una muestra más del signo de los tiempos. Tan sólo diez años atrás, en los cincuenta, la atmósfera de dancing, de night club, habría inculcado una dosis mayor de alumbrado para un escenario mucho más prolijo, con bailarinas emplumadas paseando sus esbeltas anatomías ante una audiencia engalanada, emperifollada y enjoyada, tal cual se veía en los documentales de los saraos perezjimenistas de Bolívar Films. Por supuesto, la música habría corrido a cargo de una orquesta, de una verdadera big band, con metales y todo, mínimo una docena de ejecutantes, combinando a Glenn Miller con Pérez Prado. ¡Ugh!

Ahora el bluyín marca la pauta. La melena y las patillas en ellos, la minifalda más el pelo lacio y suelto en ellas, imprimiendo rasgos aparentes de negligencia e indocilidad. La muchedumbre, abigarrada e hirsuta, danza a la vera de una rockola multicolorida. Nos observan de reojo, con atención vagamente disimulada mientras nos montamos en los hierros, tanteando casi a ciegas en la penumbra, sobre el escenario minimalista. El humo es denso y opaco, pero se siente un calor flanqueado de suspiros, cuchicheos y mucha luz negra. Algunos vinieron expresamente a vernos y hasta nos arriman unas birras. ¡Salud, bróder! Ya casi estamos en ambiente. Conectamos los instrumentos, hacemos prueba de sonido, viene la seña, se corta el clamor de la sinfonola y arrancamos.

La primera pieza es nuestra versión de “Te quiero, te quiero”. Nuestro ritmo es más acelerado, más uptempo que el de Nino Bravo. Juanchorro aprovecha para inaugurar por esta velada la desmesura de su gañote. El mote le queda de perlas porque su flojera tiene fama de ser más colosal que la bocina que se gasta en la garganta, un verdadero chorro de voz, y, cuando no está cantando, su corpachón se rehúsa a abandonar el nido del amodorramiento, bien sea en colchón o en chinchorro. “Ven a mí abrázameeeee, porque te quiero, te quiero, te quiero…”, truena con su vozarrón.

Empatamos el segundo número sin respiro alguno. “Imagíname, actuando como un niño sobre ti, sintiéndome salvaje sobre ti”. La pista se llena de parejas. La gente en la barra corea los estribillos sin dejar de campanear los tragos. El propietario del antro sonríe veladamente: la noche va a dar ganancia. Nuestro baterista Pedrín comienza marcando el ritmo con suavidad, pero a medida que nos adentramos en la canción sus redobles van adquiriendo más y más nervio. El Oso Álvaro desgrana sus líneas de bajo con la seguridad y agilidad de una pantera acurrucada. Chucho el tecladista envenena las armonías dejando colar, como quien no quiere la cosa, unas disonancias y unas séptimas disminuidas para matizárselas a lo jazzístico, cual Thelonius Monk. Yo, por mi parte, le afinco la pata al wah wah para que no se olviden que a mi guitarra Telecaster Fender le ronca el mamo.

“Amor adiós, no se puede continuar, ya la magia terminó, ahora tengo que marchar…” Provengo del mundo roquetero, o rockero, como prefieran. Pero, según alegan en México, “por dinero baila el perro”. Hace unos días mi bolsillo languidecía de limpieza, me armé de valor, me canché una peluca y unos lentes más oscuros que el alma de un dictador disfrazado de bonachón (para evitar las puyas pesadas de mis panas mamadores de gallo en caso de llegarme a descubrir la jugarreta), me inscribí en “Musiú busca estrellas” programa que el canal 4 transmite desde el cine Río de Sabana Grande, me encaramé en el proscenio con una guitarra que le quité prestada a una ex, me lancé con “Me estoy portando mal” de Leo Dan, me embolsillé trescientos machacantes, y con eso almorcé en el comedor de la UCV durante unos cuantas lunas. Albricias, mamá Dolores. ¡Este es el tuyo, mi pueblo!

Chucho cuadró este toque para ponernos en unos centavos, navegando en la popularidad de este género romántico, donde la vieja balada y el bolero de siempre se revisten de modernidad, con instrumentación eléctrica, a la manera de Los Ángeles Negros. Está en boga bailar muy apechugados, con luces negras por doquier, en un ladrillito, puliendo hebilla o, como dicen los más zumbados, “dándose morronga”. A lo mejor uno de estos días matamos un tigre en San Juan de Los Morrongos. No caen mal los churupos.

Pero también acepté este toque porque sabía que tú vendrías. Y, mientras, “quiero recordar esta noche, momentos que no volverán, y hacer de aquellos poemas, tristes como una oración…”, te diviso, entre volutas y voces distantes, bailando con alguien, tus ojos de caramelo celestial vagando, buscándome sin saberlo. Le hago el coro a Juanchorro en la canción de Roberto Carlos “Estoy amando locamente a la enamorada de un amigo mío”, y tú y yo aprehendemos una verdad única y contundente.

Hasta que me arropas de paraísos y candores con ese mirar tan tuyo, “con un sonreír eterno en tus labios, con una mirada que habla de amores”, díselo, Charles Aznavour, como si estuviéramos en “Venecia sin ti”.Termina el toque. No ha sido otro tigre más, lo sé. Se apagan las luces. La velada acaba y me has esperado. Tu novio se marchó. ¿Qué tiene la música esta noche? Todo de nuevo entre los dos renacerá. Detén la noche, vida mía, porque esta noche la paso contigo. Y tú, reloj, no marques las horas.

viernes, 19 de junio de 2009

Osadías


A veces el gris te desnuda de luces,
el rojo exhala guirnaldas
y el verde canta sin escenificar médulas.
Luego, frutas, vinos y morados
estallan dulcemente desde tus visiones
marcando siluetas y conciencias, bien. Bien.




Aunque el blanco antagonice multitudes,
los espejos y los cascos devengan rocines
tras siglos de molinos, panzas, maritornes,
para morir en el lecho de la cordura
recuperando semiologías de infinito amor.
Redimirme te ruego
con paleta tenue y torrente café.
Píntame quijotes negros, albos, variopintos.
Píntame memorias y lanzas de almíbar.




¿Inventaste acaso la vida y el tiempo?
Acércate con dedos sixtinos
concediéndome tu aliento de patria y mujer,
mas no reniegues de los saberes áridos:
detrás se afilan las verdades y las artes.
Acércate prodigando policromías:
amores y estéticas, vaya.
Te explicaré el sabor de los símbolos:
eres tú, sorpresa frondosa,
armonía preciosa,
labradora de sueños.

martes, 2 de junio de 2009

Sesentera VI, la del sequito con su séquito

Si la naturaleza no se opone…

Tejiendo fisuras

Sesentera VI


Los árboles de la plaza Bolívar se yerguen como guachimanes calmos, aun cuando el ajetreo de los obreros desdice del solaz que debería proporcionar este islote de verdor en medio de este pueblo donde abundan, en los solares de las casas, los robles, las matas de mango y cotoperí, los guayacanes, apamates y mamones. El mamón se da en esta etapa previa a las lluvias. Siempre he sostenido que ese fruto debería llamarse “mamado” porque el mamón es uno al mamarlo. En lo particular, dejé de mamarlo años ha: se me enreda en la plancha y me produce unos retortijones en las tripas colindantes con el cólico miserere. Debo confesar, no obstante, el agrado que me produce observar a las chicuelas ataviadas con el uniforme verde del liceo Gil Fortoul al chupar y chupar ese agraciado fruto. ¿Serán cosas de viejo verde? El rechinar de mis apolillados huesos me dice que ya no estoy para esas lavativas.

El calorón atosigante augura proximidad del invierno desde hace unas cuantas semanas. Aquí, sentado en este banco encementado de la plaza Bolívar, no se me hace difícil dilucidar la preocupación de los viandantes: las lluvias no llegan. Algunos ya vocean lo impronunciable: sequía. Mis aguachinadas neuronas se remontan hasta hace tres décadas. En 1936 hubo una resequedad pertinaz. No hacía un año de la muerte del bagre benemérito J.V. Gómez, dueño y señor de Venezuela durante veintisiete calendarios. El ronquito sucesor en el sillón de Miraflores, Eleazar López Contreras, había nombrado como presidente del Guárico al general Emilio Arévalo Cedeño quien, ni corto ni perezoso, diligenció la traída de una ruma de molinos de viento. Todavía se les ve en las anchuras de los sabanales colindantes, enhiestos como ogros grisáceos aguardando a algún quijote veguero que les zarandee la ventolera. Cumplieron su cometido y aliviaron la sed de gentes y ganados.

El polvillo que levantan los obreros en su brega remodeladora de la plaza se me adhiere a la osamenta con porfía de reumatismo empalagoso. Están eliminando las barandas donde, hasta hace poco, amarraban los burros cargados de leña fustigados por los arrieros de la montaña de Tamanaco. Adiós a las escalinatas y al cemento gorroñoso donde los flojazos pascuenses se tallaban el lomo evitando el esfuerzo de estirar la mano para rascarse. Bienvenidas las rampas y los ladrillos. Bienvenido el modernismo del arquitecto Alcides Cordero. ¿Qué pensaría el general Arévalo si no hubiera muerto hace pocos años? Todavía me parece verlo llegar como todos los días, con su liquiliqui banco, a la esquina de Alayón, encaminando su decoro ancestral, quizá viéndose a sí mismo a lomos de un caballo cerrero, irrumpiendo con su terca rebeldía contra el despotismo que renace y renace entre nosotros como el corocillo después de las lluvias, resistiéndose a ocupar su sitio en la letrina de la historia. Pero siempre surgirán los Arévalo Cedeño para enfrentársele, con su ética quijotesca y su terquedad acerada en contra de los caporales engreídos. Voto por este émulo de Alonso Quijano.

Un telegrafista insurgente, él. Yo fui telegrafista también, pero me cayó la vejez como una guaratara astronómica y ahora sólo me queda esta asiduidad por esta plaza Bolívar a la que están poniendo patas p’arriba, gracias a la picota del progreso. Los otros ancianos que la frecuentan insisten con el tema de la sequía. Me comentan que la señora Elsa de Arzola y otras damas le han solicitado al padre Chacín encabezar una rogativa y una procesión. Las lagunas y los caños se están secando. Las reses mueren de sed y es preferible sacrificarlas. Los maizales se disfrazan de sombras raquíticas. Se habla que van a venir aviones de la milicia a bombardear las nubes con nitrato de plata a ver si les desmigajan el agua. Me está dando una sed egipcia.

Paseo la vista en derredor. La iglesia de La Candelaria. El Sol de Oro. El almacén El Precio Bajo. La sastrería de Zambrano. La imagen de la moza con crinejas bailando escobillao encima de la tienda La Llanera. La Casa Henry. El chivo Moreno y Armando Fraile en la farmacia Llanera. Los choferes de plaza cargando pasajeros (“¡Caracas, Caracas, Caracas voy!”). El Mastranto. El Hotel Venezuela. La Eureka. El Almacén Japonés. Las tiendas de los turcos. La prefectura con sus agentes uniformados de marrón y sus faltriqueras. Los obreros desguazando la vieja plaza para darle paso a la nueva. A la noche llegarán los estudiantes con sus sillas de extensión, sus pizarras y sus termos.

Me levanto del banco y me seco el sudor del pescuezo con un pañuelo que hace rato perdió el frescor del agua de colonia Jean Marie Farina. El Libertador empuña su espada y me ve marchar con paso de caballo macilento. Mañana a lo mejor llueve.

domingo, 26 de abril de 2009

Sesentera V (la gastronómica)

Entre la bala fría y la papa caliente transcurre la temperatura de mi vida.


Pilón, ¿será verdad que los choros no comen chorizo?


Arrebiates gastronómicos

Sesentera (V)


Uno podría darse por vencido, pero la fanfarria anaeróbica de las tripas me impele a coger la trilla. Haciendo de esas mismas tripas músculo cardíaco, me levanto del catre ametrallando al orbe con mis primeras flatulencias de la jornada, me enjuago el hocico disipando el último grumo disponible de Colgate con Previtol (“dientes sanos, aliento fresco”), me encasqueto los pantalones y la camisa producto de un fiado certero en Trajes Araujo frente a la plaza Bolívar (habré de dar un rodeo evitando que don Rubén me vea y me cobre), me ajusto la faltriquera sobre el voluminoso vientre que instiga a numeroso prójimo a confundirme con un próspero negociante y, chupándome los dientes con ínfulas de sinfonía sabanera, enrumbo mi adiposa humanidad rumbo al Hotel Central, calle Real entre Schettino y González Padrón.




Hace un calor de los mil demonios en esta hora del burro de este asoleado día veranero de mil novecientos sesenta y tantos. Paso por delante de la puerta del amplio caserón que aloja al afamado albergue. Haciéndome el papanatas, me le arrimo a la entrada del comedero, objetivo último de mi itinerario. Por más que le pongo empeño a pasar desapercibido, Corita Del Corral, la patrona, se apresta para dispararme uno de sus lapidarios chascarrillos. Pero, embalado y expedito cual tigre en los raudales (pese a mi corpulencia bataclana), me dejo divisar por el profesor M. quien me invita a compartir su mesa. El profesor M. acaba de llegar por vez primera no hace mucho desde su nativo oriente, y ya es fama entre sus alumnos del liceo Gil Fortoul que gusta sobremanera ser admirado por sus ternos relucientes (a veces me luce un tanto cual Musiú Lacavalerie cuando sale en la televisión pavoneándose con la muletilla: “Trajes Montecristo, distancia y categoría”), su carrote descapotable que le confiere un donaire fílmico, y el verbo filoso que ya lo ha hecho célebre al no arrugársele el copete para raspar al que no le estudie la materia. Mas, loada sea el ánima del Taguapire, el profesor M. me ha cobrado simpatía porque siempre lo entretengo con mis informados comentarios sobre las gentes del pueblo y, siempre que se da la ocasión, me arrima la canoa. Como hoy.




Corita reprime un rezongo desde la vera de los fogones. Pero aquí está ya doña Bartola Flores recomendándonos el menú para hoy. El profesor M. y yo nos decidimos por el hervido de res. El famoso hervido de res de Corita, alabado incluso por Simón Díaz en su programa del canal 5 “Mi llanero favorito” (¡caracha, negro!). Los mofletes se me congestionan con la saliva del apetito desatado, pero logro controlar el antojo prodigando al profesor M. con una actualizada comidilla sobre los hechos y personajes del pueblo. Corita no resiste la tentación y exclama: “A este Pilipilón Gorrín lo van a enterrar en fosa triple. Una para el cuerpo, otra para la lengua y otra aparte para la panza, bonete, libro y cuajar. ¿Cómo le parece, profesor?” Cualquier desprevenido pensaría que Corita me detesta, pero ella conoce de mi admiración por su cocina exuberante y, en el fondo, me tolera y hasta creo que de alguna manera me estima.




El hervido de res de Corita es un potaje primorosamente ejecutado, multicolorido cual paleta de pintor impresionista, de un olor barroco que enardece las papilas gustativas y, utilizando un vocablo de raigambre romulera, multisápido mas no periclitado. El ocumo, el ñame, la auyama, la yuca, el ajoporro y el berro flotan sensualmente evadiendo con elegancias de bailarina cimarrona los ávidos cuchareos de este servidor al buscar relamerme con la textura refinadamente salobre del caldo, excelente para levantar a Lázaro de su tumba y a un enratonado borrachín a las cinco de la mañana. Sin perder el acoplamiento entre la placentera conversación con el profesor, Corita y los otros comensales que me escuchan alabar con verbo florido el condumio, desmenuzo en pequeños trocitos la carne tierna de res acompañándola con recatadas mordeduras a un lozano jojoto unareño y a unos retazos de pimentón que osaron ocultarse entre la placidez de las verduras. Un potingue digno de monarcas. Y el colmo de las tentaciones para un débil mortal: Corita nos obsequia con un picante lechoso de Píritu que le prodiga al sancocho un brío de sazones indescriptibles. Rociado el todo con par de tercios de cerveza Caracas (“lo tiene todo: sabor alegre, color de oro”) y un quesillo recubierto de un delicado caramelo criollo que se me deshace en la boca al son de una profusión de perlitas voluptuosas. Colofón de colofones: Corita pasa del resquemor inicial al halago ruborizador, gracias a mi verba de poeta pueblerino, y me adoba el humeante guayoyo con tres toques de brandy Martel (“pura uva, puro brandy, puro Martel”). El profesor M. paga la consumición y arranca presto prestísimo a sus clases.




Venzo la tentación de sobarme el vientre (mas no la de chuparme los colmillos) y me doy a la calle. Doblo en la esquina del Banco Unión hacia el sur. Cuando paso frente al Hotel Comercio recuerdo la blandura de los escalopines al vino que degusté gracias a la recomendación de don Rosalino y a la prodigalidad del doctor P. y pienso en mis próximos retos sibaríticos: ¿quién me obsequiará una jugosa parrilla de solomo con chinchurria, más yuquita frita y rica guasacaca, donde Generoso? ¿Quién osará convidarme a una adobada y suculenta arepa rellena de cochino horneado en el puesto de Pulido al lado del Manapire? ¿Quién me invitará donde Pedro José, el rey del colesterol (según lo bautizara el doctor Caldera), a tronarnos la muela al son del copioso mondongo, el teretere y los chicharrones con pelos?




Por la boca muere el pez. Y por tragar y tragar vive Pilipilón Gorrín, vuestro goloso gourmet provinciano. Pásenme las cachapas y el suero, por el amor de Jesucristo.

miércoles, 22 de abril de 2009

Resistir, desconocer, desobedecer

Resistir, desconocer, desobedecer

« Soyez résolus à ne plus servir, et vous voilà libres »
(Dejad de lado la servidumbre y seréis libres)

Étienne de La Boétie (1530-1563), Discurso de la servidumbre voluntaria




En cierto sentido, era necesario que el régimen imperante en Venezuela se sintiera legitimado y recontralegitimado a través de numerosos fraudes electorales para que, de una vez por todas, se despojara de la careta y se revelara como lo que siempre ha sido: una dictadura con piel de oveja. Alguno que otro incauto se mostrará sorprendido y balbuceará con alguna dosis de incredulidad o de interés acomodaticio: “No, vale, yo no creo. Lo que pasa es que ustedes son unos oposicionistas radicales”. Cosas veredes, Sancho Panza.

Radicales o no, lo cierto del caso es que ya no hay subterfugio alguno que disfrace la naturaleza intrínsecamente autocrática y represiva del régimen “bolivariano”. El dilema subsiguiente se resume, entonces, en cómo enfrentarlo y doblegarlo para, de seguidas, proceder a una reingeniería institucional que sirva de catalizador a la resurrección de la democracia en Venezuela, en un marco de genuina justicia social en donde los ciudadanos de este país puedan liberar sus energías creadoras y creativas, productoras y productivas, sin ser asfixiados por un petroestado actuando como instrumento de dominación, coerción y corrupción infinitas.

El estudio de experiencias similares en otros contextos históricos y geográficos confrontados con nuestra realidad actual nos sugiere la vía de la resistencia cívica no violenta. Gene Sharp, fundador del Instituto Albert Einstein y autor de “La política de la acción no violenta” (The Politics of Nonviolent Action – 1973) asevera que la lucha violenta en contra de un régimen opresivo significa jugar en el terreno propio de gobiernos altamente delincuenciales, en donde predominarán, por supuesto, las reglas acordes al salvajismo y la barbarie prevalecientes en esas autocracias. Por el contrario, la adopción de métodos no violentos producirá en los dictadores reacciones de desconcierto y de autoflagelación que, a la postre, conducirán a su deslegitimación y desenmascaramiento. Sin embargo, el camino a recorrer es largo y tortuoso, requiriendo de mucha presencia de ánimo, alta motivación política y, sobre todo, de una formidable entereza ética y moral por parte de los activistas no violentos.

La premisa fundamental para comprender en su justa dimensión la esencia de los regímenes aferrados al poder por el poder mismo ha sido dilucidada por varios pensadores y filósofos. Étienne de La Boétie, por ejemplo, manifestaba que el poder derivaba de la aquiescencia de los súbditos, por la fuerza de la costumbre, por las enseñanzas recibidas y por el temor al castigo. Al momento de resquebrajarse esa pasividad y perderle el temor al poderoso, su poder se desmoronaría como un castillo de naipes. Tales conceptos ─analizados con mayor amplitud por John Locke, David Hume, Jeremy Bentham (amigo personal de Francisco de Miranda), los enciclopedistas franceses, y, en tiempos más recientes, por estudiosos de la talla de Karl Popper, Friedrich Hayek y el venezolano Carlos Rangel─ han coadyuvado a la organización política, económica, social y cultural de las naciones en donde prevalece el mayor respeto por las libertades del ser humano. No en balde son esas regiones las abanderadas en cuanto a desarrollo se refiere, desde lo más tecnocrático y científico hasta lo más humanístico, a pesar de las crisis y demás avatares propios de cualquier actividad desarrollada por el ser humano.

Acogiéndose a dichas coordenadas filosóficas, figuras señeras de la historia contemporánea (Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Nelson Mandela) han logrado implantar un legado de justicia y humanismo al enfrentarse a sistemas reñidos con el ansia de libertad. Se podrá alegar, acertadamente, que ellos no hubieron de enfrentar, como sí es el caso nuestro, a un demagogo habilidoso en las artes del embaucamiento, tenido por algunos todavía como un instrumento de redención social que, en el fondo, no es más que un corrompido sociópata hambriento de poder, camuflado en mesías izquierdista redentor de las masas oprimidas. No obstante, la creciente represión selectiva, la violación asidua de los derechos humanos, la inocultable miseria de nuestras clases populares (muy a pesar de las bequitas), su acoso a la disidencia, su alianza pública y notoria con la delincuencia (esa misma que asesina y secuestra a los pobres en las barriadas y a cualquiera en el campo o la ciudad), sus consuetudinarias estafas comiciales, y, por encima de todo, su ya inocultable corrupción, propia de todos los dictadores durante toda la historia ─no ha existido nunca un autócrata que no se haya embolsillado los dineros públicos pues piensan que el país les pertenece como si fuera su finca particular─ lo desnudan como lo que es en realidad: otro caudillejo más, otro caciquito más, otro tiranuelo más en la sufrida historia de un continente atiborrado de demagogos y chapuceros, tratando de pasar como demócrata cuando en realidad pisotea los valores universales de la democracia. Pero la mona aunque vista de seda…

Once años y ochocientos millardos de dólares despilfarrados después, nosotros, venezolanos disidentes de esta desvergüenza, nos replanteamos la interrogante de cómo afrontar esta nueva vertiente del reciclado caudillismo corrupto latinoamericano. Proponemos, entonces, para la discusión y análisis de todos ─sin importar la proveniencia política, social, religiosa, edad, sexo o condición─ el método de lucha no violenta auspiciado por las preclaras figuras mencionadas anteriormente a través de tres vertientes de acción, a saber:

Resistir: Como los primeros cristianos en las catacumbas, nos encontramos expuestos a una realidad insoslayable. El régimen opresivo imperante en Venezuela desea borrarnos de la faz de la tierra. No se trata de una jugarreta metafórica. Al igual que los grandes sátrapas del siglo XX como Hitler (nacionalsocialista, fascista de derecha) o Stalin (comunista o socialista real, fascista de izquierda), el dictador venezolano no oculta su deseo de eliminar de un plumazo a quienes él denomina “escuálidos”, es decir, a esa gran mayoría (desde 1999 para acá siempre hemos sido mayoría, no se equivoquen) de venezolanos que no se someten a sus ansias enfermizas de dominación.

A semejanza de esos primeros cristianos de las catacumbas, debemos resistir preservando nuestros rituales de democracia, practicando la tolerancia a los diversos puntos de vista, organizándonos en células solidarias para compartir experiencias, intercambiar información, planificar acciones proselitistas y proveernos de mutuos auxilios cuando se incremente la beligerancia represiva. Los primeros cristianos penetraron inteligentemente los círculos de poder del imperio romano llegando, eventualmente, a lograr la conversión del emperador Constantino. Nosotros, los demócratas, debemos infectar de democracia y libertad ─cual metástasis benigna─ los diversos tentáculos del orden dictatorial, como el denominado “consejo comunal”, estructura ésta creada para difundir jerárquicamente los antojos del demagogo y, mediante el reparto de dinero sin supervisión, permear de corrupción a todos los estamentos de la sociedad pues, siempre se ha sabido, los autócratas convierten en cómplices de sus fechorías a sus sojuzgados compatriotas para así someterlos a través del latrocinio compartido y su subsiguiente culpabilidad. “Yo soy golpista, tú también eres golpista”. “Yo soy ladrón, tú también eres ladrón”.
Resistir pacíficamente, en ocasiones de manera pasiva, en otras asumiendo un rol más asertivo, debe ser nuestro norte. Al deslastrarnos, como hasta ahora, de cualquier proclividad hacia la violencia, dejamos perplejos al demagogo, a la boliburguesía y a la cohorte de burócratas facinerosos que lo rodea. De ahí que sus exhortaciones a que “cojamos el monte”, a que instituyamos frentes guerrilleros, a que participemos en golpes de estado clásicos (como el del 4F92), caen en saco roto y lo desconciertan. Pero, al mismo tiempo, procuraremos dejar de adaptar nuestras agendas a los vaivenes de su cotorreo desbocado. A cada impertinencia suya, responderemos con propuestas específicas para transformar en positivo cualquier área de la vida venezolana, sin caer en el jueguito soez y pendenciero a que nos tiene habituados. Por ejemplo, se nos comenta que hace unos días el demagogo rebuznó que muchas ciudades y pueblos de Venezuela adolecían de escasez de agua porque “los oligarcas” y “los escuálidos” abrían sus mangueras y regaban el jardín, las matas y el césped. Pero más de ochocientos millardos de dólares en once años han podido haber sido utilizados en la construcción y mejoramiento de muchos necesarios acueductos, con adecuado equipamiento y mantenimiento, garantizando de esta forma el suministro de agua en todo momento. Responder a estas majaderías con argumentos y proposiciones pertinentes es parte de la resistencia.

La experiencia histórica demuestra que, si bien la resistencia cívica no es fácil y puede provocar desánimo en muchos de nosotros por su prolongación en el tiempo y su aparente carencia de resultados a corto plazo, a la larga se convierte en una catapulta invencible para cambiar el estado de cosas. Resistamos, pues.

Desconocer: Las dictaduras tienden a retocar y recubrir con un barniz pestífero todo el entramado institucional que asaltan y descuartizan para dar la impresión de que la historia comienza con ellas. En Venezuela, el régimen dizque “bolivariano” arrancó sus tracalerías con una corte de los milagros, la “constituyente” chavetona del 99, integrada, en su casi totalidad, por elementos representativos del filibusterismo político y profesional venezolano. A semejanza de la fábula donde un gigantesco elefante después de ingentes dolores de parto dio a luz un ratón, la “constituyente” chavetona eructó un fementido instrumento, paradigma de la piratería hermenéutica: la constitución chavetona de 1999.

Dicha butifarra normativa pareciera ofrendar un novedoso cúmulo de derechos y prerrogativas para la ciudadanía. Pero, tras la farragosa redacción pletórica de faltas de sintaxis y ortografía (propia de los piratas que la redactaron) se ha escondido siempre el apetito de concederle al caudillo las herramientas para concentrar el poder por el poder mismo. Tal como lo han demostrado estudiosos de la materia jurídica como Jorge Olavaria y Omar Estacio, en esa malhadada constitución se encuentra la raíz de toda la jurisprudencia centralizadora y conculcadora de vastos derechos ciudadanos que se ha venido aplicando. La ley mordaza, la ley de tierras, las leyes que le han birlado a las gobernaciones y alcaldías sus atribuciones, entre otras, son inherentes a la constitución chavetona del 99. Entendemos que algunos factores, de quienes presumimos la buena voluntad, han desarrollado un discurso de lucha mediante la defensa de supuestos valores democráticos contenidos en “nuestra carta magna”. Aceptamos tal contingencia táctica mientras la dictadura cultive algún remilgo de indulgencia que la ayude a conservar apoyos ingenuos, tanto en el ámbito interno como en lo externo, de observadores que todavía consideren que en Venezuela existe algún dejo de democracia. Pero el germen de la presente dictadura está claramente contenido en su código fundamental. Por lo tanto, hemos de desconocer el andamiaje leguleyo surgido de esa patética “carta magna”.

Desconocer implica repudiar el basamento conceptual y legal del régimen. Aunque pueda parecer banal y hasta simbólico, comencemos por negar la entidad de la fulana república “bolivariana”. Al Libertador le provocaban ojeriza los homenajes patrioteros y las adulaciones serviles. Además, el verdadero nombre de este país es República de Venezuela, el que nos convoca a todos sin distinción, sin adjetivos ni adornos superfluos. De la misma forma, la bandera que nos legaron los padres fundadores de la nacionalidad tiene siete estrellas. El caballo del escudo tuerce el pescuezo siguiendo tradiciones heráldicas de muchos siglos. El parlamento entre nosotros siempre se ha llamado Congreso, por lo tanto sugerimos que, al referirnos al lamentable cuerpo legislativo actual (esa guarida bucanera denominada “asamblea nacional”) lo hagamos con un cognomento más apropiado: el congreso chavetón, pongamos por caso. Ídem con el supuesto “tribunal supremo”: la corte chavetona le queda mejor. Desterremos de nuestro léxico expresiones propias de la piratería actual como “cuarta república”, “escuálidos”, “lacayos del imperio” y demás vocablos acuñados por el demagogo.

Aun cuando pueda parecer anodino, estos pequeños pasos de desconocimiento del ilegítimo poder del mandamás nos van acrecentando el ánimo y la entereza para así proceder a concebir las profundas transformaciones que requiere Venezuela ante los retos del nuevo milenio. Francisco de Miranda, Simón Bolívar y sus compañeros de lucha comenzaron por desechar la potestad del orden constituido, desdeñando sus pilares ideológicos (el absolutismo por derecho divino), su vocabulario y sus procedimientos y, consecuentemente, echaron los cimientos del orden republicano. El de la República de Venezuela.

Cuando desconocemos la legitimidad del cabecilla “bolivariano” y no lo asumimos como gobernante democrático, cuando lo etiquetamos con su veraz índole de dictador, echamos a rodar la dinámica de la desobediencia civil que resulta ser nuestro campo de juego con nuestras reglas de terreno, donde vamos a enfrentarlo en buena lid y a derrotarlo con la no violencia, a él en lo personal, y a lo que él representa: el atraso de la ideología neocomunista (paradójicamente, ésta ha producido un capitalismo salvaje cuyo único beneficiario es la boliburguesía), la alianza con elementos delincuenciales de todo nivel tanto dentro como fuera del país, la corrupción salida de madre por la impunidad desvergonzada, la miseria de nuestra población a la que se quiere comprar con mendrugos y complicidades. Y ─no podemos dejarla por fuera aunque hiera la susceptibilidad de algunos─ la piratería conceptual, profesional y política propia de un raspado en el curso de estado mayor junto a las “lumbreras” que lo acompañan.
Desobedecer: El 1º de diciembre de 1955, en Montgomery, Alabama, EEUU, Rosa Parks, 42 años, afroamericana, se negó a cederle su asiento de autobús a un pasajero blanco. Este pequeño acto de rebelión contra el orden segregacionista desencadenó una avalancha de desobediencia civil, liderizada por Martin Luther King Jr., que desembocó en el fin del racismo después de grandes esfuerzos y sacrificios. Hoy en día, Barack Obama llegó a la Casa Blanca.

El 12 de marzo de 1930, el Mahatma (“alma grande”) Gandhi inició una marcha de más de cuatrocientos kilómetros hasta el océano. A medida que avanzaba por los caminos de la India, la muchedumbre que lo seguía se acrecentaba. ¿Su objetivo? Hervir un poquito de agua de mar para obtener sal y, de esta forma, quebrantar una ley que otorgaba a los colonizadores británicos el monopolio del cloruro de sodio. Gandhi pagó cárcel pero su gesto, trivial en apariencia, sentó las bases políticas y espirituales del movimiento de desobediencia civil que, a la postre, le daría la razón y la independencia a su patria.

La desobediencia civil, la resistencia cívica y la no violencia van tomadas de la mano. Nacen, como ya lo dejamos entrever arriba, del no reconocimiento del poder ilegítimo e ilegal. Requieren, más que de formulaciones ideológicas, de un andamiaje ético y moral que desconcertará, desmoralizará y desarmará al corrompido adversario que enfrentamos. Nuestra meta, en tanto que luchadores no violentos, es sumar a nuestra causa a quienes de buena fe todavía persisten en creer en las inexistentes bondades de la “revolución”, y, por supuesto, reimpulsar, revigorizar y revitalizar a la amplísima mayoría (lo recalcamos: siempre hemos sido mayoría, desde 1999 para acá) de demócratas de este país que deseamos un nuevo orden de cosas, con mayor justicia y libertad para todos.

Muchos de ustedes se preguntarán cuál será nuestra dinámica de desobediencia civil. ¿Cómo traduciremos, por ejemplo, esa marcha de la sal a nuestro escenario concreto? ¿Cómo emularemos la desobediencia civil de Nelson Mandela para finiquitar el apartheid? La respuesta a esta inquietud la dará el desenvolvimiento de los hechos. Para ello, deberemos contar con un liderazgo que no embista los trapos rojos de la dictadura y no se solace con sus tentaciones melifluas ─como las fraudulentas elecciones que, insistimos, sólo deben ser utilizadas para demostrar el timo comicial y para optimizar las energías organizativas de la resistencia ─, además de estructuras que congreguen a todos los ciudadanos que, con o sin aspiraciones políticas, manifiesten su ánimo participativo y estén dispuestos a colaborar, sea cual sea su esfera de actividades, para llevar a feliz término esta controversia histórica que nos enfrenta al pasado autoritario y corrupto.

Habrá de identificarse, entonces, el ámbito supuestamente legal y delimitado que se va a desobedecer, preferiblemente con el mayor consenso y debate posibles. Podríamos, por ejemplo, negarnos a cancelar algún nuevo tributo con que seguramente nos va pronto a castigar este régimen que ha arruinado a Venezuela y cuyas arcas se encuentran desangradas de los odiados dólares imperialistas que se le niegan a los venezolanos, pero que se le reparten alegremente a bandidos y sinvergüenzas de toda ralea, cuyo único mérito ha sido el de chuparle las medias a “nuestro presidente”. Podríamos, quizás, rehusarnos a cumplir con algún engorroso nuevo trámite burocrático obligatorio, engendrado en la mente de algún cagatintas fascista que busque con ello aumentar el grado de control de la población, según las pautas del estatismo abotagado, ensoberbecido y estéril de los últimos años. Podríamos, a lo mejor, organizar jornadas simbólicas de resistencia pasiva, como tomar un sector geográfico determinado por un tiempo preestablecido, para arengar a la ciudadanía, difundir mensajes de resistencia y alentar la desobediencia, arrancando de seguidas como el piquijuye llanero, antes de la aparición de los cuerpos represivos y las bandas paramilitares de la dictadura. Seguros estamos que las ideas concretas para fomentar la resistencia cívica y la desobediencia civil no faltarán.

Un último punto para la reflexión. El mayor aliciente en las luchas de este tipo, tal como lo demuestran los hechos históricos, estriba en la esperanza humana de catalizar los cambios necesarios para forjar un nuevo estado de cosas que propenda a la justicia y la libertad. Los fascistas de izquierda y de derecha siempre han alegado que la violencia es la partera de la historia. Nosotros no somos fascistas. Somos demócratas, republicanos, libertarios y amamos la justicia. Por eso nos enfrentamos a la dictadura venezolana con la no violencia.

Es menester, no obstante, sembrar en la conciencia ciudadana algunas interrogantes que podrían alumbrar el sendero a seguir y, bien entendido, cimentar la esperanza, la entereza y la fortaleza en las duras jornadas que se avecinan y que pondrán en juego nuestro temple. Preguntémonos, por ejemplo:

· ¿Es conveniente que el petróleo siga perteneciéndole al estado o será preferible, más bien, traspasarle la propiedad de ese recurso a todos y cada uno de los ciudadanos de la República de Venezuela?
· ¿Podemos seguir soportando un sistema judicial mediatizado ─antes por la partidocracia, ahora por el demagogo─, en vez de contar con tribunales y jueces profesionalmente capaces, probos, autónomos y bien remunerados?
· ¿Seguiremos participando en comicios sin vigilancia en todas las etapas del proceso por parte de todos los observadores de todas las procedencias políticas y sociales, sin listas de electores verificadas, sin auditorías de las máquinas y sus mecanismos de transmisión y totalización, con un ente electoral parcializado y corrompido hasta los tuétanos?
· ¿Seguiremos eligiendo funcionarios por mayoría simple, sin doble vuelta de los dos más votados, sin legitimidad electoral suficiente?
· ¿Hasta cuándo continuaremos designando cuerpos legislativos por los anacrónicos métodos de planchas, listas, kinos y morochas? ¿Por qué no votar uninominalmente todos los cargos ejecutivos y legislativos, a doble vuelta?
· ¿Por qué no convocar un Congreso Constitucional, elegido uninominalmente y a doble vuelta, con la misión de establecer las pautas para una legalidad acorde a este siglo veintiuno que no termina de arrancar en Venezuela?
· ¿Es conveniente que el estado siga creciendo? ¿Por qué los venezolanos tenemos que vivir a costa del estado y no al revés? ¿No sería mejor un estado más reducido que se ocupe de lo que sí le compete, como garante del equilibrio social: seguridad ciudadana contra la delincuencia, defensa del medio ambiente, salud y educación para todos? ¿Por qué el estado tiene que entrometerse en todo, enredándolo todo y pervirtiéndolo todo? ¿Será porque el mandamás obtiene así más poder y control sobre todos nosotros?
· ¿Por qué los venezolanos tenemos que someternos a la clase gobernante y no al revés? ¿Por qué no nos rinden cuentas?
· ¿No será mejor reducir la pobreza reforzando las libertades económicas y auspiciando la iniciativa de los emprendedores, como lo hacen los países desarrollados? ¿Hasta cuándo seguiremos viviendo bajo la pesada e infértil sombra del estatismo?
· ¿Seguiremos haciéndonos la vista gorda ante la corrupción? ¿Permitiremos que prosiga la impunidad porque, por ejemplo, el boliburgués que tengo a la mano es amigo, compadre o compinche mío? ¿Por qué los corruptos actuales confían en que si llegare el fin de la dictadura ellos seguirán con sus negociados como si nada?
· ¿Queremos de verdad cambiar de cabo a rabo este país para mejorarlo, o sólo estamos incómodos porque el demagogo actual nos cae antipático?

Resistir, desconocer, desobedecer. ¿Qué opinan ustedes?