miércoles, 3 de mayo de 2017

Noventitantos (XXVI)



Capítulo 3


Ornela y yo estamos embarazadas. Lo hemos sabido de manera simultánea. Fuimos juntas al ginecólogo y nos hicieron todos los exámenes. Estamos rebosantes de salud y dicha.
Nos hemos visto con Benny una vez más. A orillas del mar, ¿dónde más podría haber sido? Tan lejos y tan cerca de la devastación, tan lejos y tan cerca de la belleza totalitaria de las arenas, los uveros y los diez mil soles que han brillado en sus ojos. Nos ha puesto al tanto de los terribles síndromes que porta en su sangre y que milagrosamente no se nos han propagado. Nos ha revelado el terrible precio a pagar. Ornela y yo hemos llorado como dos maríamagdalenas ateridas por el miedo de los años y los siglos pero, al final, hemos comprendido. Estaba escrito que así sería. Hemos visto la sombra marrón de mi padre atisbándonos desde lo alto de aquel playón resguardado por desfiladeros tenaces y hemos creído que nos lanzó una bendición eterna y circular.
Hemos regresado, enseguida, a nuestro tráfago cotidiano. Las labores de socorro de las incontables víctimas de la catástrofe del litoral me han mantenido ocupada. Yosney, utilizando su gran poder de convencimiento mediático, ha logrado persuadir a la mayoría de los venezolanos de que las víctimas no excedían de unos pocos centenares. Yo he querido creerlo así también. Necesito creer. La Utopía necesaria es parte imprescindible de mi alma como las olas lo son de las bahías ilesas. La Utopía me conquista y me resarce de las pretendidas motas de engaño. La Utopía me unge en un baptismo invulnerable, así tú no creas en ella, Benny. Pero yo merezco la ingenuidad y el pecadillo de la creencia.
Yosney Quiñones, mi esposo ante la ley, ha descendido como un ángel exterminador sobre los vestigios del viejo orden. Se convocó, en tiempo récord, a la Asamblea Constituyente. El profesor Adriano Kandinsky, un matemático de alto coturno neuronal, ideó un ingenioso sistema de combinaciones para lograr que la votación se concentrara en los candidatos propuestos por Yosney, otorgándonos una mayoría de más del noventa por ciento de los miembros de la Asamblea con poco más o menos de la mitad de la votación efectiva. Más del setenta por ciento del electorado se abstuvo.
La Constitución por la que tanto se luchó fue aprobada de la misma forma. Novecientos y pico de artículos fueron discutidos en algo más de un mes y ratificados por mayoría aplastante. El país ahora pasaba a llamarse República Libertaria Venezolana, en homenaje al Libertador, Dios y Oráculo definitivo del Nuevo Orden Revolucionario. Quien dudase en la Nación, tan siquiera someramente, del carácter cuasimetafísico de Bolívar se convertía, ipso facto, en un vendepatria. El Poder se concentraba en las manos exclusivas del Presidente de la República Libertaria. El Parlamento sería, en lo sucesivo, unicameral y susceptible de disolución cuando el Jefe del Ejecutivo lo juzgara conveniente. Nuestra Democracia recibiría el apellido de Protagonista y Participacionista. La Política Exterior adquiriría, por Rango Constitucional, carácter Antiimperialista y Antimonopolar. La Utopía recibió un Baño de Relegitimación.
En medio de ese torbellino, Yosney intentó tener nuevamente comercio carnal conmigo. Le confesé mi gravidez. El impacto no lo dejó ni siquiera tocarme. Yo tenía oculto, muy próximo a mí, un atomizador paralizante en previsión de (puntos suspensivos). Se  marchó creyendo que el fruto de mi vientre era suyo. Esa noche, al calor de un discurso en cadena nacional que duró más de seis horas, se explayó hablando de su inmenso orgullo de ser padre por doble partida. Su otro vástago, bien entendido, era la nueva Carta Magna.
Se convocó a nuevas elecciones para relegitimar los Poderes del Estado. Sorpresivamente, el mayor Clarencio Rincón renunció a la Gobernación de Carabobo y se lanzó al ruedo como único candidato opositor a la presidencia. Yosney no se cansaba de insultarlo y de descalificarlo a placer. La capacidad dialéctica de Rincón no le confería el calibre de contendor de cuidado, aun cuando los viejos partidos, más divididos que una colmena de abejorros cegatos, lo apoyaron con todos los hierros. Rincón y todos los candidatos no revolucionarios perdieron ahogados en interminables acusaciones de fraude y querellas electorales. La abstención nuevamente rondó el setenta por ciento.
El nuevo Acto de Juramentación fue pautado para exactamente una semana después de la Elección. Se haría en el denominado Balcón del Soberano, en la fachada de Miraflores que da hacia la avenida Urdaneta.
Benny me llamó. Quería estar ahí, presente con nosotros. Por supuesto, me imaginé para qué. Le dije que sí.
        Lloré hasta que mis ojos se secaron.

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