miércoles, 9 de noviembre de 2016

Desbarrancándonos



El despeñadero

Misterios insondables de la psique individual y colectiva: ¿qué lleva a una persona y, eventualmente, a una sociedad entera a despeñarse de cabeza por el farallón de la autodestrucción?

Confieso escribir estas líneas bajo el impacto de la reciente elección de Trump a la presidencia del país más poderoso del planeta, pero también confieso encontrarme en la más supina de las ignorancias en cuanto a detalles específicos de los últimos acontecimientos. El mero hecho de luchar por la supervivencia más básica en la Venezuela de nuestros días, amén de hallarme enfrascado en ciertos proyectos personales de carácter literario, me aleja del tráfago noticioso, del breaking news.

No resisto el paralelismo con lo acontecido aquí en 1998. No valieron las advertencias. Nos lanzamos embozalados tras los pasos de un demagogo de siete suelas que nos condujo a la ruina. Por eso, cuando me han preguntado en los últimos tiempos por mi parecer sobre el magnate neoyorquino, the real estate mogul, siempre he respondido: Trump es un Chávez catire gringo de extrema derecha millonario tracalón. O su reverso: Chávez es un Trump zambo venezolano de extrema izquierda demagogo corrompido.

Pero volvamos a la pregunta del inicio. ¿De dónde nos sale desbocarnos hacia el barranco tan ciegamente?

Sin dármelas de erudito en politología o sociología o demagogología (valga el rebuzno), me da la impresión que, a veces, ciertos elementos de la sociedad se resisten aviesamente a los cambios propiciados por el avance del pensamiento y del conocimiento, traslucidos en la ciencia, la tecnología, la economía y los enfoques humanísticos.

En la unión norteamericana, ciertas capas de ciudadanos de origen anglo, blancos por ende, de baja condición socio cultural y económica, los llamados white trash o rednecks, se han quedado rezagados con respecto al increíble desarrollo y la competencia auspiciados por la libertad de mercado y la globalización.

La llegada a las costas gringas de inmigrantes de todas partes del mundo les produce urticaria. Además, no lo olvidemos, esa gente nunca asimiló por las buenas la evolución acicateada desde los años 60 del pasado siglo por los derechos civiles, la derrota del racismo, la defensa de las prerrogativas de las minorías de toda índole, el nuevo mapa multiétnico propiciado por las interacciones (the melting pot), la irrupción de la mujer como ente productivo en plan igualitario, la conquista de espacios por los LGBT, y pare usted de contar.

Desde entonces estos blancos preteridos venían al acecho de una representación asertiva en el ruedo político. Primero con George Wallace, a quien un balazo le truncó la carrera hacia la Casa Blanca en 1972. No quedaron satisfechos ni con Reagan ni con los Bush (demasiado liberales para su gusto reaccionario). En los 90 probaron con Newt Gingrich y su nuevo conservatismo, pero Bill Clinton resultó un hueso duro de roer, con todo y la Lewinsky. Ya con Obama (¡un moreno, a nigger, holy Jesus!), lograron un némesis que los aglutinó alrededor del movimiento Tea Party. Solo les faltaba el caudillo, el führer, el galáctico del siglo 21 que los sacara del marasmo y los aventara al poder. Y allí apareció la estrella mediática del Miss Universo y The Apprentice.

Demasiados avances a velocidad sin freno en todos los frentes producen estas reacciones. Por eso estos elementos anhelan echar para atrás otra vez, hacia un pasado pretendidamente glorioso, tal como lo refleja el lema de campaña del magnate: Make America great again. Haz a EE UU grande otra vez. ¿Otra vez? Volvamos al pasado, alegan, cuando los blancos predominaban... y le entraban a látigo a los esclavos en las plantaciones.

¿Se acuerdan del Sha de Irán? Quiso ese autócrata llevar a la feudal sociedad persa de un solo empellón hacia la modernidad, y lo que logró fue impulsar a los ayatolás embatolados a atornillarse en el poder (¡casi 40 años llevan ya!). 

Aquí en Venezuela, las reformas y la apertura impulsadas a finales de los ochenta y principios de los noventa (remember la Copre, por ejemplo) catalizaron una conspiración cuartelaria retrógrada que nos aventó a un pasado palúdico, de hambre, escasez e hiperinflación. De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno. ¡Viva Chávez y adelante!

¿Podrán las instituciones de la democracia estadounidense domeñar al rubio faramallero? ¿O estarán doblando las campanas, a lo Hemingway, por la Constitución norteamericana y The Bill of Rights? Atención, se prenden las alarmas. El fulano se ha salido con la suya siempre, contra viento y marea. A lo mejor convoca a una constituyente como la que tuvimos aquí fraudulentamente el año 99. Los extremos se juntan.

Los pueblos no aprenden (nadie lo hace en cabeza ajena). Fíjense en nosotros, los venezolanos. Guardando las distancias, por supuesto, nos embaucamos tras un tracalero de discurso barato de extrema izquierda y hoy en día nos estamos muriendo de mengua. No compares tu país de cuarto mundo con la primera potencia del orbe, me advierten. Pero no puedo impedírmelo. Y el resultado me da escalofríos (gives me the creeps).

Trump se confiesa admirador de Putin. Hitler lo era de Mussolini. Chávez se babeaba por Fidel Castro. Todos ellos mentirosos y felones, amantes del poder por el poder mismo. Ya sean de izquierda o de derecha. Me limpio el ortu con las ideologías de tales cavernícolas.

Negros nubarrones sobre el horizonte, amigos. La cosa no está para mamar gallo.