miércoles, 10 de octubre de 2012

J'ai le cafard





Tengo la cucaracha
a Maritza Ron y Franklin Brito

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El estado de ánimo post 7oct de la inmensa mayoría de los venezolanos —y lo recalco, de la inmensa mayoría de los venezolanos— me hizo recordar una expresión típica del argot francés: J’ai le cafard, que traducida libremente significa “tengo la cucaracha”, pero que en su acepción literal debe entenderse como “estoy deprimido”.

¿Por qué amanecimos el lunes 8 con la cucaracha? Privaba la sensación de que el triunfo estaba a la vuelta de la esquina. Los hechos así lo confirmaban. Las movilizaciones masivas, la temperatura de la opinión pública en la calle a todos los niveles y la espontaneidad con que se daban los pronunciamientos solidarios hacia la candidatura unitaria lo proclamaban a los cuatro vientos. Pero, así como desde la dictadura nos han vendido la especie de que la explosión delincuencial es más una impresión subjetiva producto de la manipulación mediática, ¿podría por consiguiente inferirse que ese ánimo de victoria era artificioso y carente de basamento con la realidad real y la verdad verdadera?

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¿Ganábamos no ganábamos, entonces? La tiranía se desbocó a contaminar esa legítima apetencia de la inmensa mayoría de los venezolanos por recobrar nuestra democracia con la consabida intoxicación de encuestas. Los sondeos demoscópicos, lo hemos machacado en muchas ocasiones, son un reflejo fiel del estado de la opinión pública, en un momento determinado, si y solo si se efectúan con la metodología y técnica adecuadas y, punto álgido e imprescindible, si y solo si los entrevistados se sinceran sin cortapisas ni miedos, cosa que únicamente se puede lograr en democracia, en democracia, en democracia. Las encuestas en régimen autocrático valen medio de caca. Pure shit!

A ello súmenle el hecho ya inocultable de que la casi totalidad de las encuestadoras están penetradas por la dictadura y muchas de ellas se hallan bajo control directo de conspicuos boliburgueses. Ya resulta un secreto a voces, por ejemplo, que la representada por el pichacoso flacuchento espinilludo de la voz aflautada fue adquirida, hace ya algún tiempo, por un “empresario” oficialista a quien apodan el rey de los contratos eléctricos, ex testaferro de un corrompido gobernador de un estado oriental (ahora quiere volar con sus propios alerones de gallináceo rancio). En su morreño pueblo natal, el único oficio que le conocían era el de aprendiz de minitequero al comienzo de la presente desvergüenza. Hoy en día lo sacuden por las taloneras y le vuelan los fajos de dólares, gracias a mi comandante verrugón, el octavo hombre más rico del mundo. ¡Albricias!

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La otra vertiente generadora de aprensión en el ánimo de la inmensa mayoría de los venezolanos era la posibilidad de fraude. Numerosas voces autorizadas han venido advirtiendo, desde 1999 hasta  acá, sobre esa contingencia. Ya en los procesos referendarios de ese año para aprobar la chambonada constitucional de la dictadura se percibieron irregularidades sugiriendo la incubación del monstruo timador visible hoy. En los ilegales comicios del año 2000, esas artimañas fueron aun más notorias, lográndose despojar de un triunfo claro a varios gobernadores y alcaldes democráticos. Pero nadie osaba increpar todavía al gorila. Su ilusoria popularidad, vaya espejismo, abrumaba.

Vinieron los sucesos del 2002. Concentraciones gigantescas de gentes de todas las proveniencias atiborraron las calles. El 11abr, pistoleros bajo el mando directo del idiamindadá vernáculo masacraron a la ciudadanía. Los militares le exigieron la renuncia al moquilloso pícaro. Como hubo un vacío de poder, comisionaron al líder empresarial más notorio para que asumiera un interinato, bajo el compromiso de convocar a elecciones y redactar una constitución nueva en sustitución del bodrio leguleyérico confeccionado a la medida del fidelcastrico nuestro. Al día siguiente, esos mismos milicos comenzaron a intrigar entre ellos por ambiciones rastreras y perpetraron el golpe de estado del 13abr, no encontrando estos genios culecos solución más original que la de reintegrarle el trono al lloricoso dictadorzuelo. Ríos de tinta y horas incontables de verborrea se han gastado para explicar estos hechos pero, a falta de una comisión de la verdad irrefutable, el cuento es, grosso modo, como vienen de leerlo.

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Arribamos, de seguidas, al 15ag2004, al celebérrimo referendo revocatorio. Hagan memoria, amigos y amigas. El espíritu que arropaba todos los rincones de nuestra patria era semejante al de los días previos al 7oct. Íbamos a sacar por la vía legal y pacífica al comunistón verrugón. Nos apersonamos masivamente a los centros de votación, sufrimos retrasos interminables, pero sufragamos. La victoria se presagiaba contundente.

En la madrugada llegó el baldazo de agua fría. El saddam hussein criollo celebraba a cohetazo limpio desde “el balcón del pueblo”. La sospecha de camunina se incoaba por doquier. Los mismos fariseos del sanedrín oficialista no daban crédito a lo que veían. Horas antes, sus caras entristecidas por el descalabro habían expuesto a ojos vista la derrota por la calle del medio. Pero, por arte de birlibirloque, la corrupción del autócrata había volteado la tortilla.

Los adalides oposicionistos aparecieron ante las cámaras harto desarticulados y asustadizos. Sabían lo que había acontecido pero el pánico los dominaba. A los pocos días, un equipo multidisciplinario conformado por el jurista Tulio Álvarez, el ex rector Freddy Malpica de la Universidad Simón Bolívar y los profesores José Domingo Mujica y Jorge Casado, elaboró un acucioso informe donde se demuestra el ultraje a la voluntad de la inmensa mayoría de los venezolanos. Pero el liderazgo se chorreó aun más. Comenzaron, de inmediato, a balbucear que eso no había sido así, que las “misiones sociales” habían moldeado una “conexión emocional” entre el tiranuelo y la masa bla-bla-blá. Y, por supuesto, a cada rato salían los encuesteros a reafirmar esa apreciación. Que presenten las pruebas de la estafa, alegaban. Es como cuando uno va en el presente a PTJ —creo que estos comunisticas ahora la mientan la “asamblea nacional”, o algo semejante— a denunciar un atraco, valga el ejemplo, y los pacos te digan a ti, al agraviado, que ubiques a los malandros y recuperes las evidencias de lo que te asaltaron para ellos empezar a proceder. Así está ocurriendo ahora en Venezuela, ¿o no? Digno de Ripley. ¿Habrá algo podrido en Dinamarca?

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Acaecieron, a continuación, el masivo boicot a la elección parlamentaria del 2005 —según la chinchurria constitucional del 99 el congreso ahora es unicameral (cual república bananera) y lo denominan la “chivera nacional”, o algo por el estilo— donde se demostró por todo el cañón la inexistencia de las mentadas mayorías oficialistas, y la elección del 2006, cuando Manuel Rosales inexplicablemente apareció rindiéndose, en una actuación todavía no aclarada lo suficiente. ¿Por qué se autoderrotó tan fácilmente? El general Carlos Julio Peñaloza, quien también ha venido alertando sobre la amenaza de fraude con argumentos más que contundentes, invoca la responsabilidad en este oscuro episodio de un supuesto grupo “La Colina” y, ciertamente, de los inefables encuesteros soplándole en el tímpano al entonces candidato la sugerencia de tirar la toalla, pues “fuimos vencidos en buena lid. No hubo chanchullo”. ¿Quinta columna? ¿Caballito frenao de Troya? ¿Infiltrados de la dictadura? A mí que me registren. No cargo preso amarrao.

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Costó un imperio convencer al electorado de volver a fatigar la senda comicial. Se impuso la tesis de la Unidad y se realizaron las elecciones primarias del 12feb2012. Logramos respirar con entusiasmo una vez más. Yo voté por Diego Arria, pero me sumé sin restricciones a la opción triunfante.

No voy a negar que llegamos a abrigar esperanzas más que fundadas con la campaña realizada. El triunfo se avizoraba palpable en el horizonte. El optimismo rebosaba por doquier. En los taxis, en las busetas, en las paradas, en los comederos populares, prácticamente nadie salía a defender la sinvergüenzura roja rogelia. El hartazgo por los apagones, la delincuencia, la decadencia de la infraestructura, la falta de agua, la inflación y pare usted de contar se hacía más sólido que un ladrillo en la pared.

El domingo 07/10/12 la votación fue masiva. La abstención se vino al suelo. Casi nadie se enchinchorró. Con contadas excepciones, los chavetones brillaron por su ausencia. ¿Dónde andaban las supuestas mayorías del oficialismo adobadas de “conexión emocional” con el amado líder? Usted que me lee lo vivió. Yo lo viví. Entonces, carrizo, ¿qué sucedió?

Nuevamente la sospecha de un fraude masivo, institucionalizado y que en cada ocasión se perfecciona ronda en el ambiente. Y a todas estas, se vuelve a producir el deplorable espectáculo del candidato rindiéndose, de manera patética, desdiciendo de todo lo andado en una campaña electoral que fue aupada de buena fe por la inmensa mayoría de los venezolanos.

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En un sistema democrático normal, donde los participantes no son enemigos sino adversarios y donde se compite caballerosamente y con reglas ecuánimes, el candidato derrotado reconoce con gallardía la victoria de su contendiente. ¿Puede hacerse lo mismo en dictadura? ¿Puede actuarse de la misma forma ante un régimen marrullero asociado al narcotráfico y a los gobiernos forajidos del planeta?

Creemos humildemente que en este caso, las fuerzas democráticas deben competir para vencer por nocaut y, en su defecto, al menor indicio de maraña, entonces el esfuerzo debe volcarse, sin esguinces, en lograr la deslegitimación del régimen, para exponerlo con todas sus verrugas y podredumbre ante la opinión pública nacional e internacional. No hacerlo así equivale a hacerle el juego a la satrapía. Y no estamos aquí para eso.

El joven candidato que tanta admiración despertó en la campaña por su fervoroso empeño echó al albañal su carrera política. Y de resultar cierto que al día siguiente intercambió amabilidades con el tiranuelo, entonces su ingenuidad y su carencia de testosterona por hacerle carantoñas al bellaco le terminarán de cavar su propia tumba en cuanto a aspiraciones futuras se refiere. Ruego estar equivocado.

Muchísimas personas hubieran preferido de él la reiteración del ejemplo de Alejandro Toledo en Perú, durante las elecciones del año 2000 contra la autocracia de Alberto Fujimori. En una situación muy similar a la del 7oct, el entonces candidato opositor inca se negó a cohonestar el fraude masivo que le otorgaba un tercer e ilegítimo mandato al “chino”. Esa misma actitud hizo falta aquí. Ello no significaba llamar a la insurrección, cosa evidentemente impensable pues de este lado no disponemos de armas de guerra, no poseemos cazas a reacción ni fusiles de asalto adquiridos a la mafia rusa, ni mucho menos precisamos del concurso de supuestos “imperialismos” que solamente existen en las alucinadas neuronas del gadafi venezolano. Creer que con el reconocimiento del supuesto triunfo del demagogo se “fortalece la democracia” y se apacigua a la bestia verrugona es, parafraseando a Napoleón Bonaparte al enterarse del asesinato de un contrincante monárquico francés, “más que un crimen, una estupidez”.

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Ahí estriba la causa del cafard, de la cucaracha, de la melancolía de la inmensa mayoría de los venezolanos. ¿Quién influyó en el ánimo del candidato para darse por vencido tan imprudentemente? ¿Cuáles grupos “La Colina”, cuáles encuesteros, cuáles dirigentes blandengues (o vendidos hasta los tuétanos), estuvieron detrás de tan infausta decisión? ¿Será cierto que lo dejaron solo? ¿Será verdad que lo amenazaron de muerte? ¿Será posible que haya caído víctima del síndrome de Estocolmo? ¿Por qué no se rehusó, simple y llanamente, a convalidar tamaño robo a la voluntad de la inmensa mayoría de los venezolanos y, si temía por su vida y la de los suyos, por qué no buscó refugio en una embajada de un país democrático? ¿Por qué arrojó por la borda la confianza depositada en él por la inmensa mayoría de los venezolanos? ¿Cómo hacer para que la inmensa mayoría de los venezolanos no continúe en el desánimo y en el desconcierto por causa de este liderazgo tan memo?

Me dicen que muchos de estos dirigentes están apareciendo, en los canales arrodillados ante el régimen, gagueando, cual cotorras dopadas, la monserga de que así se “fortalece la democracia, pues hemos hablado con nuestro presidente, respetando nuestra constitución”. Escucho estas paparruchadas y no puedo dejar de visualizar en mi memoria la imagen del primer ministro británico Neville Chamberlain, descendiendo del avión en agosto de 1939 que lo trajo de Munich (München), enarbolando un papelito donde supuestamente constaba la garantía del amansamiento del fundador del nazismo, el mismo que desataría a los pocos días la segunda conflagración mundial, el mismo que mandó a matar a los ancestros de nuestro rendido candidato en las cámaras de gas. ¿Apaciguamientos a mí? Vayan a apaciguar a sus…

Y, por supuesto, no tardarán en aparecer los opinantes que critican más acerbamente a los oposicionistas radicales, a los radicales libres, como el suscrito, en vez de enfilar sus baterías contra los corruptos comunistoides que están destruyendo nuestra patria.

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Después de la melancolía vienen la rabia y la indignación. Surgirán los reclamos por saber quién es responsable, del lado supuestamente democrático, de tamaño fiasco. Ojalá tan justificada irritación no derive hacia terrenos extremistas, como fue el caso de la Alemania de  la primera posguerra, cuando la frustración producida por un liderazgo democrático incompetente llevó a la ciudadanía a dejarse engatusar por un demagogo criminal llamado Adolf Hitler.

El remedio contra esta impotencia pasa por continuar la lucha. Al parecer, el escenario electoral, con unas condiciones tan tramposas y con el fraude a la vista de todos, queda temporalmente descartado, a menos que se produzca una renovación a fondo de la dirigencia actual por un cuerpo de conductores que asuma plenamente el compromiso de deslegitimar, deslegitimar y deslegitimar al charlatán verrugón y su régimen facineroso.

Asimismo, deberíamos asumir una conducta, tanto a escala individual como colectiva, que nos empuje a resistir, desconocer y desobedecer, de manera pacífica pero sostenida. Comenzando con pequeñas acciones. Por ejemplo, Václav Havel cuenta en su autobiografía que el régimen comunista checo les imponía la normativa a los ocupantes de viviendas de informar a las autoridades si recibían visitas de forasteros. Ellos simplemente, para decirlo en venezolano, se hacían los locos y no informaban nada de nada. Así comienza la desobediencia civil.

Podemos llevar a efecto acciones semejantes con el objetivo de ir minando la supuesta pujanza de la dictadura. Gene Sharp, llamado también el apóstol contemporáneo de la no violencia y la peor pesadilla de las autocracias, nos ofrece en sus libros una detallada hoja de ruta para acometer este tipo de acciones, cuya efectividad acaba de ser medida en la Primavera Árabe.

Por supuesto, necesitamos que nuestros dirigentes se dejen de pavadas, como dicen en Argentina, y asuman el reto, sin dobleces y sin blandenguerías. Si no es así, pues simplemente que no se metan a líderes y  dedíquense a otra cosa.

Fuera cucarachas. Ánimo arriba. Todos los regímenes de fuerza caen, más temprano que tarde.

Reconciliación, sí. Resistencia pacífica y desobediencia civil, sí. Impunidad, no. Cabronería, menos.

Y no cuenten más conmigo para convalidar dictaduras.