lunes, 18 de abril de 2016

Dioses en lo oscuro




Vituallas etéreas


Dioses en la oscuridad
 
por: Nicolás Soto

                      
Todos los conglomerados humanos han generado religiones. La necesidad de esclarecer de dónde surgimos y por qué estamos aquí, la angustia de no saber qué hay más allá de la muerte, el desasosiego de lidiar con el sufrimiento y el dolor, la impotencia ante las calamidades que nos rebasan y que pueden costarnos la vida, tanto en conjunto como por separado, han empujado al homo sapiens a la ribera metafísica. Además, aseguran reputados investigadores, “la religión es un producto secundario de nuestra disposición cognitiva” que abre un espacio en nuestra psique para allanar patrones interpretativos de la realidad que nos circunda y del destino que nos aguarda.                       

Si es válido el anterior razonamiento, cabe preguntarse entonces, cuál versión del cristal religioso emana de la esfera donde nos desenvolvemos nosotros, latinoamericanos de la “raza cósmica” de la que hablaba José de Vasconcelos. 
                         
El psiquiatra junguiano Gonzalo Himiob Almándoz, en su obra Dioses Oscuros, nos descubre el intrincado y hermético panorama de la santería. Esa misma santería en boga durante estos atribulados tiempos en Venezuela, señalada como ritualidad tenebrosa de devotos con tanto poder como para mandar a desenterrar Libertadores. ¿Dónde radica la verdad verdadera?                     

El doctor Himiob nos lleva de la mano para aclararnos las peculiaridades de esta devoción autóctona y sincrética, vale decir, de esta mezcla de prácticas que involucran al cristianismo aportado por los europeos, ciertas alegorías indígenas y, por sobre todo lo anterior, el atisbo de las africanías, pues “en Latinoamérica, dada la mezcla racial y cultural, los arquetipos necesitan crearse un nuevo camino. Las religiones sincréticas son una respuesta a esta necesidad”.                       

Partiendo del análisis junguiano, el autor nos explica que los arquetipos dan sentido a la vida, que la humillación y la persecución de las razas oprimidas dan pie a rasgos de solidaridad y es allí, por consiguiente, donde irrumpe la santería como mecanismo para que la psique compense tantas vicisitudes. A través de una cosmogonía fusionada, esta religión sincrética ofrece a sus adeptos un refugio y una explicación.                       

Juan Liscano, al referirse a los arquetipos que nos definen, nos clarificaba que los mitos hablan a todos los seres humanos en lenguaje de metáforas, parábolas y símbolos. Para potenciar las creencias, el doctor Himiob añade que “los ritos se desarrollan debido a la necesidad del ser humano de relacionarse con lo desconocido”. Y de allí, nuestro autor desglosa la profusión de relatos iniciáticos (patakíes) y el despliegue anecdótico de los orishas, suerte de ángeles con poderes de deidades y veleidades terrenales, que se asimilan, gracias al sincretismo, a buena parte del santoral católico, y, extremando la comparación, a los dioses y semidioses de la mitología griega, dándole formato cósmico a nuestras pasiones e impulsos, como proyección de los arquetipos dentro de la psique caribeña.
                         
Fraternidad en entorno inhóspito, explicación a ultranza, comunión a través del rito son particularidades que comparte la santería junto a las otras religiones de nuestro mundo, aun cuando este culto no presenta jerarquías institucionales ni sistematización consciente de sus prácticas. De ahí podría provenir su dinamismo en la captación creciente de adeptos, a pesar del rechazo de factores religiosos más formales que condenan algunos de sus procedimientos, como el sacrificio ritual de animales, atavismo que suponemos se origina en los distantes orígenes africanos.
                        
Se trata este libro, en suma, de la lupa rigurosa que ausculta con asepsia aunada a “la pasión del entomólogo” (más cierta dosis de admiración), la circunstancia de esta fe que posee tantos seguidores como detractores.


@nicolayiyo

Dioses Oscuros
Gonzalo Himiob Almándoz
Caracas, 2015