domingo, 30 de abril de 2017

Noventitantos (XX)


Capítulo J57615©


— ¿Qué sucede? —LauraÉ se levantó como tocada por un corrientazo.
La tierra se cimbró bajo nuestros pies con un quejido hostil. Nos quedamos paralizadas por un momento, a la expectativa.
— ¿Dónde está Benny? —me interrogó LauraÉ, toda ella un manojo de nervios.
Ante lo intempestivo del crujido telúrico, la luz de la linterna parecía haberse disuelto en grumos tendenciosos.
—No es un temblor… no es un temblor… Dios santo, que no sea… —empezó a balbucir LauraÉ, asiéndose firmemente de mi mano— Ornela, mi niño, Ornela…
Volvimos a sentir un sacudón. El estómago se me convirtió en una maizina de retortijones. Sentí un jalón en mi brazo izquierdo que, por poco, no me lo despega.
— ¡Nos vamos de aquí! ¡Ya! ¡Muévanse!
Benny tiró de ambas. Corrí arrastrando, a mi vez, a LauraÉ. Miré hacia arriba al atravesar el patio. El cielo brillaba con una tonalidad puntillosa. Unos relámpagos fugaces cruzaban la bóveda amoratada y difuminaban unas lumbres espectrales. Parecía una madrugada falaz.
Salimos de la casa en estampida. A unos diez metros, cruzando la calle de atrás y pegado al cerro, se hallaba el esqueleto de aceros cuadriculados de un edificio en construcción. Benny nos obligaba a escapar en esa dirección.
—No, hacia allá no. Vamos a buscar mi carro y nos regresamos a Caracas —me opuse.
Por toda respuesta, Benny me empujó con más fuerza. LauraÉ trastabilló, pero Benny fue lo suficientemente ágil y la izó en un santiamén.
Fue, entonces, cuando atisbé el enorme paredón en que se había convertido el mar. Era una masa grisácea y silenciosa. Venía hacia nosotros con una lentitud inexorable, como una guadaña de escarchas, como una pesadilla de terribles toneladas que nos aplastaría en algunos segundos de animación suspendida. De no haber sido por Benny, me habría quedado petrificada ahí, como el conejo ante la serpiente que le enseña sus colmillos, en ese sitio que pronto sería cubierto por las aguas tumefactas, abismada por la belleza descarnada de la muerte.
Benny nos zarandeó, sin misericordia. El instinto me obligó a transmitirle esa inercia a LauraÉ. El horrendo muro de la ola gigante comenzaba a desplomarse a escasos metros de nosotros con un ruido mágico y seco.
— ¡Suban, carajo, suban! —exhaló Benny.
Corrimos por la escalera del edificio en construcción, buscando las alturas. Unos chispazos cruzaban el cielo, a semejanza de cometas de melaza.
No sé cómo lo hicimos, pero LauraÉ y yo llegamos a la azotea en un tris. La estructura se estremeció al encajar el impacto del agua. Mi hermana se aferró a mí y yo me apoyé en una especie de baranda metálica, aguardando lo peor.
— ¡Mi hijo, mi hijo! ¡Reza por él, Ornela!
Fue lo último que escuché antes de que una soberbia onomatopeya de aspiradora lo copara todo. Después de unos minutos de vaivenes alucinantes, sólo quedaron un silencio y una oscuridad de una perfección escalofriante. La mano de LauraÉ seguía firmemente anclada en la mía. Estábamos vivas, al menos, todavía.
—Benny… Benny… ¿Dónde está Benny, Ornela? —me preguntó ella, toda temblorosa, toda nervios, toda ella un susto mayúsculo.
Sin detenernos a pensar ni por un instante comenzamos a gritar.
— ¡Benny! ¡Benny! ¡Benny!
Otro relámpago, muy cerca de nuestras cabezas, nos hizo saltar. Sin embargo, ahí mismo recobramos el aliento.
— ¡Benny! Dios mío, ¡Benny! ¡Responde!
En la extraña luminiscencia, en la opaca luz, en la horripilante fractura de la visibilidad, el mar parecía retirarse, como cogiendo impulso para volver a la carga. El pánico nos invadió. No seríamos capaces de resistir otra embestida de la mar bravía.
Percibimos otro estrépito de masas en colisión. El piso volvió a moverse.
—Cristo todopoderoso, protégenos —murmuré, casi con resignación, ante lo inevitable.
—Dios santo, ¡mi hijo! —LauraÉ se balanceaba al borde de la histeria— ¡Benny! ¡Benny! ¿Dónde estás? ¡No nos abandones!
El cielo se volvió a poner de un escarlata espectral. LauraÉ se abrazó a mí.
Escuchamos una tos apagada. Me sobresalté y me desprendí para  sumergirme en una negrura más sólida que el granito.
— ¡Ornela, no me dejes!
Descendí como diez escalones y palpé un bulto húmedo. Era Benny, en el límite del desvanecimiento, luchando por respirar mientras expulsaba una flema de trementinas y aletas herrumbrosas. Lo así por las axilas y lo ayudé a levantarse.
— ¡Encontré a Benny, LauraÉ! ¡Está vivo! —grité, buscando reconfortar a mi hermana.
Benny escupió algo salobre y me haló hacia arriba. Milagrosamente había conservado sus anteojos. Ahora estábamos de nuevo juntos los tres, esta vez en la azotea. LauraÉ, al vernos, nos estrechó a ambos, contagiándonos sus espasmos y su llanto.
— ¿Qué ha sido todo esto, Benny? —le pregunté, con un aplomo bien falso.
—Un terremoto, un maremoto… —respondió, aprisionándonos a las dos contra su pecho y respirando afanosamente— Si no me hubiera aferrado a esa cornisa, en estos momentos estaría flotando a cinco kilómetros de aquí —Benny acarició nuestras cabezas, buscando reconfortarse con nuestro miedo elevado al cuadrado—, por eso es que nunca hay que dar ese consejo de "no te aferres, no te aferres".
—No te burles de nosotras, Benny —dije, aguantando las ganas de llorar y propinándole unos mullidos puñetazos a las empapadas vestiduras que cubrían su corazón.
El mar se había retirado más allá de la playa y lucía congelado. Yo no sabía qué pensar, mucho menos qué decisiones tomar. LauraÉ, la fuerte y sólida como una roca LauraÉ, sollozaba quedamente, confundiendo sus lágrimas con la garúa infinita.
El suelo volvió a estremecerse.
Aterida de pavor, traté de observar nuevamente el oleaje colosal que nos barrería de una vez por todas. Pero las aguas, a lo lejos, se veían calmas.
— ¿Qué sucede ahora, Benny? —interrogué, sintiendo su abrazo con más fuerza.
—La montaña se está derrumbando.
LauraÉ extrajo fuerzas del terror y contempló, junto conmigo, el avance indetenible de un alud que  arrastraba árboles, carros, desechos y peñascos, ahogando con su manto inapelable los gritos, los aullidos y los cánticos espeluznantes de agonía, en un espectáculo apocalíptico y tiránico.
"Ahora sí vamos a morir", pensé, "comprimidos en este cataclismo de barro y mar. Sin escapatoria. Sin refugio". Lo último que me pasaba por la mente era rezar. De alguna telepática manera, LauraÉ captó este deseo asfixiado por la impotencia y comenzó a recitar el Padre Nuestro.
Benny nos haló a las dos hacia abajo, obligándonos a ponernos de rodillas a su alrededor. "Qué ironía", volví a pensar en otra fracción de segundo, "Benny el descreído, Benny el irreverente, Benny el agnóstico burlón, a breves pasos de la muerte, busca el consuelo divino. Ver para creer. Mejor me pongo a orar yo también. La hora definitiva se acerca".
El edificio se bamboleaba a diestra y siniestra. Todo chirriaba. Todo llovía. Todo se volvió escombros en aquel recorrido de destrucción anónima. Todo se volvió una fotografía de sorderas chuecas.
—Es menester que ofrezcas tu señal ahora, oh padre, oh madre, oh guía —clamó Benny, oteando el cielo con sus ojos desenfocados.
—…ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte… —el responso de LauraÉ decolaba como una tertulia entre codornices estancadas.
"Dame valor; Cristo, y protege, por sobre todas las cosas, al pequeño Pedro Pablo, hijo de LauraÉ e hijo mío". Cerré los ojos y entrelacé fuertemente mis dedos con los de mi hermana y Benny.
La sacudida bajo nuestros pies se intensificaba, como si fuésemos viajeros en una locomotora mórbida irrumpiendo desde un pretérito de blasfemias.
—Padre mío que eres, a la vez, madre de este santuario, hasta ahora tus designios han permanecido ocultos para mí, abandonado a ciegas en esta desolación abandonada a sí misma. Rescátame, yo que soy uno en tres a tu imagen y semejanza. Haz que viva esta simiente de uno que es una trinidad y permíteme darle un nuevo impulso a tu gloria. Aliméntate de mi creencia, nútrete con el fervor renaciente que voy a perpetrar, vigorízame con tu epifanía, somos uno en tres reflejados en ti…
"¿Qué dice este loco?"
La avalancha de lodo se avecinaba. El acero y los remaches crujían. La placa comenzaba a agrietarse. Sentí el pavor de morir.
Ahora, ya, right now! All you need, sweet almighty, is a boost in the world's beliefs to regain your strength! I am the new lamb! But we are three in one! Let us be in thou! —Benny gemía con una desesperación y un espanto helados.
Una bulla metálica y un desplome de rayos inocuos descendieron del cielo. El mundo convulsionó bajo nosotros y su fuerza fue tanta que nos lanzó, nos arrojó y nos manteó. Permanecimos suspendidos en el aire, sin soltarnos, en una descalza estrella de paracaidistas, durante unos segundos eternos, durante unos siglos efímeros. Cuando caímos, un trueno imponente y colérico estremeció la hogaza de universo que se descalabraba allá abajo.
Luego fue el silencio huérfano, la certeza de haber traspuesto esa encrucijada de dolor y carne, la quietud de saberse esencia de la divinidad y la esperanza de haberlo dejado todo atrás.
Estuve tendida de espaldas. Las gotas resbalaban por mi cutis. Tuve sed y bebí hasta saciarme de ese rocío sudado por ti, amor mío, amor místico, amor de santas trinidades.
El piso ya no era una masa dura, pétrea y fría. La noche era una cripta de sal y miel. El reposo endulzaba mi respiración.
Un sagrado impulso me hizo despojarme de toda vestimenta bajo esa lluvia pertinaz, para bautizarme en ti y penetrar a esta nueva vida después de la vida tras la vida más allá de la vida en el infinito de la vida que es el cielo de mi cielo y de mi vida.
Entonces te vi, amor de mi vida, y nos vi a los tres desnudos, tomados de la mano, mirando al cielo que nos abarcaba por doquier. Alcé mi pecho hacia ti, mientras LauraÉ te rodeaba con sus piernas largas y torneadas. El goce tríptico marcó el renacer del amor porque fuimos una para ti y los tres fuimos un solo placer, un solo beso, una sola caricia, una sola adoración y un solo génesis en esa casaca de ternura y deseo. LauraÉ y yo fuimos tu contradictoria Silvia Saint. Ambas fuimos tu virgen hechicera carente de máculas. Amalgama de los tres en el discreto embeleso que nos produce saber tu nombre secreto e impronunciable, ambas siendo el odre donde se desparramaron tus sólidos, líquidos y gaseosos, vasija espiritual para tu saliva, casas indivisas donde se domicilian por los siglos de los siglos tus polvos divinos.
Luego me abracé a LauraÉ y tú nos cubriste con tu cuerpo pecoso de la lluvia, de la luna inexistente, de la tiniebla ingrávida y del viento yermo.
Así nos encontró el amanecer.

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