lunes, 24 de abril de 2017

Noventitantos (XVIII)



Capítulo FN30¼


Tuve que ir a La Casona a buscarla. La jornada había sido pavorosa. El tráfico estuvo más endemoniado que de costumbre. La llovizna no amainaba, cubriéndolo todo con una humedad intransigente. Los rumores iban y venían. Desde primeras horas de la mañana, unas turbas enardecidas habían rodeado el Congreso y la Corte Suprema, sitiando a sus integrantes,  demandando su disolución inmediata y la convocatoria a la Constituyente. Algunos parlamentarios de oposición intentaron abrirse paso a través de la muchedumbre, siendo pateados, escupidos y mallugados por la multitud. Los magistrados de la Corte ni se  asomaron. En varias ciudades del interior se escenificaron manifestaciones semejantes. Los comerciantes, temerosos de un nuevo Caracazo, bajaron presurosos las puertas arrollables de sus negocios. El lozano presidente Yosney Quiñones, ataviado con un uniforme de gala de teniente coronel lleno de cordones y hojalatas relucientes, a su llegada al desfile militar que ensalzaba su toma de posesión, declaró, ante una batería de micrófonos, que había dado instrucciones para que la guardia nacional no reprimiera al pueblo. Luego pronunció un discurso (¡de seis horas de duración!, ¿a ese tipo jamás le daban calambres de mandíbula?), donde emplazó a la presidenta de la Corte Suprema (antigua profesora mía en la "Santa Cecilia") a que se atreviera a impedir que la gente hambrienta robara. Menudo sofisma. Si tienes las tripas vacías, quién te dice que no te apropies de lo que no te pertenece. A continuación leyó una carta que había enviado a Rodolfo "El Buitre", el archiconocido terrorista venezolano, preso en una cárcel francesa luego de una cacería internacional que duró más de tres lustros, donde le expresaba su solidaridad en la lucha revolucionaria, la convicción en la justicia de su sacrificio por la causa palestina y la disposición del gobierno revolucionario de Venezuela por obtener el respeto a sus derechos humanos y la garantía de un juicio imparcial. Todo el mundo se quedó boquiabierto. También recalcó, sin tapujos, que el poder ejecutivo prevalecía por encima de todos los demás, cosa que se reflejaría en la nueva Constitución. Porque de que habría nueva Constitución, ni dudarlo. Mi cuñado finalizó su sermón jurando, una vez más, que le arrancarían la vida pero que antes de morir vería a su patria liberada del yugo de la corrupción de los cuarenta años de cúpulas putrefactas bla bla bla.
Como no todo  podía ser tan malo, en el transcurso de la jornada recibí varios mensajes interesantes. En el primero de ellos, mi excuñado, el canoso, sinuoso y vaporoso de  Valdemar, nuevo ministro de Infraestructura, llamándome "Cuñys" como en los viejos tiempos, me citaba a almorzar con él en su despacho, no sin dejar de insinuarme que se vislumbraban oportunidades de negocios sin parangón y que, bueno, (esto lo deduje de seguidas con mi preclara intuición) él estaría dispuesto a sacrificarse por la patria y recibir unas "migajillas" por el esfuerzo perpetrado. Remanentes que seguramente compartiría con sus socios Godofredo Golindano (de quien me aseguraban que su peseterismo era directamente proporcional a su edad matusalénica) y Tiberio Zaavedra (a) "El rey del cuántohaypa'eso". El correo de las brujas aseguraba que ya el tal Zaavedra había cuadrado la explotación de las principales autopistas y carreteras de Venezuela, la venta de pólizas de seguros a todos los organismos gubernamentales y la compra de una red de radioemisoras embargadas por el Estado a raíz de las quiebras bancarias en la época del occiso don Soberbia. Luego recibí otra invitación, esta vez para reunirme con el mismísimo Óscar Zavala (a) "El inundible", gran componedor de la comarca, gran fiestero del jet set, gran anfitrión de la alta sociedad, gran alcancía de AD y Copei hasta hacía pocos meses, gran duqueso sonrisa de las altas finanzas desde los años setenta para acá y ahora gran empresario mediático, quien, días antes, en un sarao que ofreció en obsequio de los nuevos diputados oficialistas (casi ninguno de ellos se ponía corbata para demostrar que no se les pasaría nunca el paludismo ñángara), me había sugerido, en compañía de sus ahora inseparables Valentín y Lucky Vergara, que aportara capital para un súper negociazo donde le venderíamos una ingente cantidad de pertrechos a las fuerzas armadas, asegurándome que los réditos serían cuantiosos y que no habría escándalos de ninguna especie que empañaran la transacción, pues Valentín ahora iba a estar al frente del ministerio del Interior y, por supuesto, todo sería miel sobre hojuelas. Agregó, como quien no quiere la cosa, que don Golindano y el Zaavedra participarían también en la operación y que yo, flamante hermana de la primera dama y astuta negociante, no debería quedarme por fuera. ¡Ah!, pero si ustedes piensan que todo esto lo dijo de forma directa y descarnada, pues no, están equivocados. Así no se expresan los óscarzavalas de este mundo (como diría Benny). Todo este cuerpo de proposiciones vino envuelto en un lenguaje untuoso plagado de eufemismos y de dobles sentidos. Un idioma sutil, si a ver vamos, donde sin decir mucho se expresa más de lo suficiente. Finalmente, el célebre "Junior" Salaverría (a) "Izquierda del caviar"  se comunicó conmigo para expresarme, en compañía de su empiringotada esposa, su complacencia en conocer a la hermana de la primera dama de la república (a quien en más de una ocasión desguazó con sus denuncias arteras en su reputado periódico) y convidándome a formar parte, con carácter de mecenas, en las directivas del ateneo y del consejo cultural venezolano (¿cuánto me iría a costar ese baño de prestigio culturoso?) (¿saldría más caro que las pinturas de Lucky?) (por lo menos ahora tenía la certeza, munida de mi condición de primera hermana de la república, que no tendría que adquirir nunca más esos esperpentos pictóricos). Esbocé una sonrisa que, a no dudar, me hubiera hecho acreedora al óscarzavala de la academia de Hollywood y confesé (¡qué hipócrita soy!) mi beneplácito con la halagadora proposición. ¡Ñángaras de la high society!  ¡Ñángaras de lo más chic! Izquierdistas hedionditos. Ay, Ornelita, lo que tienes que hacer para redondearte tus dolaritos.
Qué día, ¿no? Para completarla, LauraÉ me llama para decirme que si no la voy a buscar a La Casona no podrá desembarazarse de un sinnúmero de obligaciones que la atan de pies y manos. Aparte de que la travesura de escaparse le iba a dar un aliciente extra a su vida. Tragué grueso, pues detesto enfrentarme al tráfico infernal de Caracas, más aun bajo la lluvia mojapendejos que no amainaba. Le dije que sí, que se trajera al pequeño pues hacía días que no lo veía, que la impaciencia por tenerlo en mis brazos me roía y que me esperara a eso de las nueve y media. Finiquité mis asuntos en la oficina, le di las buenas noches a Carmen Adilia y enfilé hacia la residencia presidencial. Me dieron paso rápidamente en la garita. Iba a estacionarme en las proximidades de la entrada principal, cuando salió LauraÉ rauda y presurosa, con Pedro Pablo tomado de su mano y, sin darme un respiro, me ordenó que partiéramos. En la puerta le ordenó al soldadito que nos diera puerta franca y cogimos la autopista. Yo, mientras tanto, jugaba con mi adorado pequeñín, sin dejar de ver el camino.
Ya en mi apartamento, entretuve al bebé hasta que se cansó y se dejó acostar. Lo colmé de besos y me dispuse a hablar con LauraÉ. Afuera seguía lloviznando.
—Bueno, ahora sí. Cuéntame todo desde aló. ¿Qué misterio es ese que cargas? —preguntó.
Me serví un whisky con soda y me arrellané en el sofá, frente a ella.
—Nuestro común enamorado está incurso hasta más no poder— respondí.
LauraÉ me fijó la vista con suma perplejidad.
—¿ … ?
—Benny ha pasado del dicho al hecho. Es decir, él junto con el "Gocho". Parece una alucinación, pero es la realidad.
— ¿De qué estás hablando, Ornela?
— ¿Recuerdas aquello del vengador anónimo?
Mi hermana se irguió, toda oídos.
—Han pasado de la teoría a la práctica, LauraÉ. Aquellas elucubraciones locas, ¿te acuerdas?, hechas en tu casa, al calor de unos cuantos tragos. Simple conversación entre amigos, dirás tú. Pues bien, Benny, ese hombre a quien tú y yo hemos amado, ese tipo de quien estamos verdaderamente enamoradas, ese amable loco nuestro, se ha combinado con ese otro quimérico, el "Gocho" Rojas, para llevar a cabo la vindicta efectiva que tanto clama el soberano, como dice tu rutilante esposo. No es Yosney Quiñones el brazo artero de la justicia vengadora. No, señor. Son el inefable Benjamín Möllerstein y el sin par Rojitas... ¿Los comandos de mi comandante?
— ¿Qué estás diciendo? —LauraÉ no sabía si dejarse ganar por el asombro o adoptar una actitud escéptica.
—Ellos dos son quienes han estado propiciando estos atentados y estos asesinatos. Estoy más que convencida de ello.
— ¿Tienes pruebas?
—Pruebas tangibles, no. Mucho menos testigos. Pero tengo la convicción y, además de eso, un cúmulo de certezas corroboradas que no puedo, que no quiero ratificar. Evidencia circunstancial, dirían los gringos. Qué galimatías, ¿no?
—Pero no es posible. ¿Qué ganan ellos con todo esto? — LauraÉ se veía un tanto más ofuscada.
— ¿Quién gana y quién pierde qué? Cada uno de nosotros gana y pierde. Obsérvalo de esta manera, LauraÉ. Ellos son cuñas de un mismo palo. Idealistas y desadaptados. Uno es un humorista ácido. El otro es un intelectual lleno de citas, libros e ideologías. Ambos son incapaces de amoldarse al mundo de las manualidades, de las conmemoraciones, de los arraigos, de las emociones zanahorias. Siempre serán unos forasteros en estos parajes de la cordura. De repente, como en esas tramas de películas inspiracionales, los dos aterrizan en un mundo de pantomimas sublimes. La gran fantasía de nuestros tiempos: la celebridad mediática. El culebrón de las nueve cae bajo su control. La tradicional historieta de amores y despechos se convierte en un manifiesto político y social. Tú eres el catalizador, LauraÉ. Esto ya lo hemos hablado muchas veces. Conseguiste el vehículo apropiado para cimbrar la conciencia de las masas. Todo esto en sincronía con  la descomposición del sistema. La podredumbre es total. El medio es adecuado. Entonces, acontece  el paralelismo. El golpe de Estado de la trama se reproduce en la vida real. También comienzan los ajusticiamientos en la novela. Uno podría preguntarse, ¿quién imita a quién? ¿"Los senderos del paraíso" a la  realidad, o viceversa? ¿Cómo se llega a esto? Primero, se deshacen de Horacio Quintín Zúñiga. ¿Cómo lo sé? Déjame obviarlo, por los momentos (como diría tu esposo). Escúchame bien y verás que tengo razón. Benny se ha convertido en un maestro del disfraz. Todo por esquivar el hostigamiento de los televidentes en la calle. ¿Cuántas veces no salimos él y yo a comer sin dejar de reírnos por sus fachas estrafalarias, engañando a todo el mundo? Prosigo, para no perder la ilación. Horacio Quintín Zúñiga sale de la cárcel. Ronnie está un tanto nervioso. A pesar de su investidura de gran empresario y de gran piache del canal, el libretista interino y el imán de audiencia (el "Gocho" y Benny, respectivamente) no hacen mucho caso a su llamado de retomar una visión más tradicionalista y prudente de la teleculebra. Así pues, se le dice a Horacio Quintín que reasuma su puesto de jefe de la trama. Horacio Quintín, para terminarla de poner, está enamorado de ti, hermana…
— ¿Qué?
—Como lo oyes. Y por si no lo sabías, Benny es celosísimo… contigo y conmigo —hice un ademán para que me dejase proseguir—. El asunto es que los dos se disfrazan con sendas chivas. Sí, LauraÉ, ellos son los famosos barbudos que se presentan la casa de playa de Horacio Quintín en Tanaguarena. De alguna manera, Horacio Quintín los deja entrar. De alguna manera, obligan a Horacio Quintín a consumir toda esa droga. De alguna manera, Horacio Quintín inhala toda esa cocaína y le da un paro cardíaco. Les queda entonces el camino libre para continuar con sus ocurrencias en la culebra porque, si a ver vamos, a quién podrían recurrir Ronnie y tú para proseguir con la novela. Los otros escribidores a sueldo del canal, los salvadorgarmendias, los cagatintas del segundo piso (así los llaman Benny y el "Gocho"), como tú misma lo has asegurado en varias oportunidades, no dan la talla.
—Pero Ronnie muere inmediatamente después —comentó LauraÉ, pensativa y con la palma de la mano sobre la boca, en un rasgo de manifiesta incredulidad.
—Para allá voy. La muerte de Horacio Quintín rompe el celofán. No recuerdo en cuál manual gringo de criminología leí que la primera muerte, el primer asesinato, resulta casi siempre de un accidente, de un hecho fortuito. El quid del asunto es que, a partir de ese momento, el victimario se halla presa de un coctel de ebriedad e impunidad. Se cree por encima del común de los mortales. Y es entonces, a partir de ese instante, que le coge el gustico a matar gente. Ese es el surgimiento de lo que llaman los anglosajones "asesinos en serie", tan comunes en sus sociedades.
LauraÉ adoptó un ceño severo y extraño. Yo continué inmutable.
—De ahí infiero, entonces, que la muerte de Horacio Quintín no fue algo premeditado pero, de alguna forma, les vino como anillo al dedo. Simultáneamente, resucitan las viejas teorías. El vengador errante. El suicidio creativo. Conociéndolos como los conozco (y tú tienes aún más primacía en esto, LauraÉ, porque conoces a Rojitas más que yo), en sus largas conversaciones han debido sublimar estas hipótesis chifladas, concebidas al amparo de noches de tragos y tertulias, en medio del fragor de esta crisis de política y valores, y al cobijo de esta confusión rayana en la locura que estamos viviendo; con el discurso encendido, maníaco depresivo, provocador, manipulador, resentido y prepotente que maneja tu esposo, el presidente elegido por abrumadora mayoría en una elección donde el sesenta por ciento del electorado se abstuvo; con este ambiente de pretendida revolución en que la corrupción ya está carcomiendo (¡y de qué manera!) a los puntales del proceso; con este despelote descomunal en que se desenvuelve la vida de Venezuela y en el que gente como yo (¿para qué lo voy a negar?) navega como yate en crucero de placer; con todo este desmadre, LauraÉ, ¿cómo crees tú que puedan reaccionar dos desubicados perennes como Benny, nuestro Benny, y el "Gocho" Rojas? ¿Ah?
LauraÉ se levantó cual sonámbula y se encaminó hacia el pie de la despensa recubierto en madera fina donde ella sabía que yo guardaba los licores. La seguí, sin detenerme en mi perorata.
—Pusieron en práctica su teoría, LauraÉ. Primeramente, la desarrollaron en la trama de la novela. Idean el atentado contra Escobedo Gracián. La noche que transmiten ese capítulo estoy en tu apartamento viendo, precisamente, la escena donde acribillan a ese villano. Hacía pocos minutos había hablado con Armandito, de quien fui amante un tiempo por si no lo sabías, y rehusé una invitación suya a salir, con toda probabilidad buscando volver a congraciarse conmigo. Al poco rato llamó Benny y le dije que había declinado una proposición a reunirme con Armandito y otros políticos en el "Périgord". Yo le había dicho recientemente a Benny todo sobre mi relación con Armandito. Te cuento que en ese instante, Benny me escuchó con cara de esfinge. Bueno, total que le manifesté que no pensaba salir, quería acostarme temprano y quedarme con el niño, mientras tú regresabas de no sé cuál reunión en la que estabas. Benny colgó. Al poquito tiempo, ¡bang!, mataron a Armandito. En menos de una hora. Con un modus operandi muy similar al que acababa de ver en "Los senderos…"
Vi a LauraÉ inclinarse, abrir la puerta corrediza, agarrar una botella de brandy, servirse tres dedos largos y bebérselo todo de un trago. Su rostro enrojeció. Creí que iba a toser, pero se contuvo. Yo, por mi parte, no me detuve en mi relato.
— ¿Qué se puede deducir? Benny y el "Gocho", cómplices hasta los tuétanos, parten presurosos hacia el "Périgord". Aguardan, mas no por mucho tiempo, y, ante la consternación de todos, uno de ellos le dispara al susodicho, huyendo enseguida. Posteriormente, no sé cómo lo hacen, logran infiltrar en el búnker de mi suegro a Moisés David Valedón…
—El "Leche Cortá"… —susurró LauraÉ, con voz chamuscada por el brandy.
— ¿Qué?
—El compinche de Canuto —LauraÉ me refirió, de seguidas, un olvidado episodio a las puertas del bloque donde vivimos hacía no sé cuántos años.
—Era un enfermo de cáncer terminal —agregué—. Eso corrobora la presunción de suicidio creativo. De algún modo Canuto lo puso en contacto con Benny y el "Gocho"; estos dos lo convencieron, no hay que ser muy clarividente para darse cuenta de la labia de ambos, y Moisés David Valedón nos brinda la segunda muestra de lo que puede ser una muerte autoinfligida con "beneficios colaterales", que es exactamente lo que se busca con el suicidio creativo.
—El suicidio creativo —masculló por lo bajo LauraÉ, sirviéndose otra porción de brandy (debo confesar que era la primera vez en mi vida que la veía tomar tanto y tan seguido).
—El suicidio creativo, LauraÉ, el suicidio creativo —mi voz ascendió de tonalidad al prendérseme el bombillo— ¡El SUCRE!
— ¿Y ahora qué? —preguntó LauraÉ, tomándose ahora el licor con menos apuro.
Le conté lo de la carta de Javier Grimán y su despedida.
—Pero, ¿a quién se llevó Javier Grimán en su mutis definitivo? —LauraÉ acariciaba nerviosamente la copa de brandy, esquivándome la mirada.
— ¿No lo ves con claridad?
—Ya, Ornela. La cabeza me da vueltas con tanta locura. ¿A quién mató Javier Grimán en su… suicidio creativo?
— ¡A Ronnie, hermana!
— ¡¿Qué?!
— ¡El barbudo pálido del morral! ¡El que te dijo que me habían secuestrado! ¡Era él! ¡Era Javier!
—Pero, ¿cómo?
—Javier y Ronnie, al igual que Armandito, fueron muy amigos durante un tiempo. En alguna oportunidad hicieron algunos negocios juntos que no cuadraron y desde entonces la amistad se enfrió. Cada vez que Javier nombraba a Ronnie no podía evitar una dosis de bilis en el tono. Igual que le pasó con Armandito.
LauraÉ pareció cavilar por un instante.
—En medio de una de mis rabias provocadas por su falta de seriedad, ahora lo recuerdo, le dije a Benny que me iba con Ronnie en su yate.
—Exacto. Ahí lo planificaron todo. Rememorando su antigua intimidad, apuesto lo que sea, a Javier no le fue difícil ubicar el apostadero en el morro de Puerto La Cruz.
—Pero ese barbudo me dio un número de teléfono y me puso a hablar con Javier.
— ¡Ese era Benny, LauraÉ!  Tanto lo conozco que no albergo ninguna duda sobre esa impostura. Aparte de que tú nunca habías visto a Javier. ¿Cómo ibas a tener la certeza de que hablabas precisamente con él?
— ¿Y tu celular?
—Seguramente el mismo Javier, o Benny quizás, lo sustrajo de mi bolso. Por supuesto, yo estaba convencida de que me lo habían robado. Lo demás es evidente: Javier, el pobre Javier, quien jamás había empuñado un arma, secuestró a Ronnie, el súper avispado Ronnie, príncipe de los negocios y de los negociados, gran gozador en esta existencia que es para la mayoría de los pendejos un valle de lágrimas. ¿Colofón? Otro suicida creativo arrastrando a su correspondiente bichín en un final… ¿heroico? Pobre Javier. Ojalá haya encontrado la paz que tanto le faltó.
LauraÉ ahora balanceaba la copa entre las palmas de sus manos, haciéndola girar suavemente. Abrió los ojos y me preguntó:
— ¿Cómo es eso de la corrupción, Ornela?
Respiré hondo y me apoyé con la mano derecha en el dintel. Le referí lo de las propuestas de Valdemar, Tiberio Zaavedra, don Golindano, Óscar Zavala, Valentín Vergara, el "Junior" Salaverría, las ventas de armas, los contratos, las pólizas, las movidas.
LauraÉ empalideció y tomó un poco más de brandy.
—Negocios, negocios… dólares —balbuceó.
— ¿A qué te refieres? —pregunté.
—Antes de que llegaras a buscarme, luego que me despedí del tren ejecutivo de la Fundación de la Infancia, me encaminé a mi habitación para recoger a Pedro Pablo y aguardar por ti. Como todavía no me oriento bien en ese dédalo de cuartos y recámaras que hay en La Casona, recalé a un lado de un pequeño estudio que está utilizando Yosney mientras terminan la remodelación del despacho presidencial en Miraflores. Iba a proseguir mi camino cuando escuché, sin poder evitarlo, una voz con acento colombiano hablando en tono bastante bajo pero perfectamente audible desde donde yo permanecía y sin que ellos pudieran percatarse. El colombiano decía que ya las divisas estaban aquí, Yosney respondió que le parecía excelente y otra persona, con un acento mexicano o muy parecido al mexicano, afirmaba que mucho más venía en camino y que ellos fungirían de correo en lo sucesivo. Me asomé por una pequeña rendija, y aun cuando las piernas me temblaban casi incontrolablemente, pude atisbar a Yosney abriendo unos maletines, con esa mirada suya que puede ser tan gélida cuando se lo propone, y me atrevería a jurar que en esos maletines había…
—…dólares, muchos dólares en efectivo —completé.
LauraÉ asintió, fijando, ahora sí, sus ojos angustiados en mí.
—Y ahora, Ornela, ¿a quién le toca caer fulminado por el SUCRE?
Yo también me serví un brandy.
—Hay un patrón en todo esto. De alguna manera no solo son los involucrados en notorios casos de corrupción quienes mueren, sino que también todo esto tiene que ver con nosotras de manera directa. Para ponerlo más escueto: los celos de Benny parecieran orientar el objetivo. No sé si me explico.
—Te entiendo perfectamente —aseguró LauraÉ, terminando su brandy, lavando la copa en el fregadero, secándola y dirigiéndose de nuevo hacia el recibo. Yo proseguí detrás de ella.
Nos quedamos silenciosas durante algunos minutos. LauraÉ tomó el control y encendió el televisor. El semblante del comandante Quiñones dominaba la pantalla.
— ¿Qué vamos a hacer, Ornela? —LauraÉ veía la imagen de su marido sin mirarla.
—No sé. ¿Qué se te ocurre a ti que hagamos?
—No tengo fuerza de voluntad para denunciarlos. Jamás me imaginé que íbamos a llegar a esto. Pero, de algún modo hay que detenerlos antes que sigan perpetrando más desmanes y terminen haciéndose daño ellos mismos. ¿No crees?
—Carezco también de esa disposición para llevarlos al patíbulo, metafóricamente hablando, digo. Además… todavía estoy enamorada de él, LauraÉ.
Mi hermana tomó mi mano.
—Yo también… yo también —exhaló y, a pesar del bisturí de los celos, del escoplo de los celos, del barreno de los celos, sentí que LauraÉ y yo éramos una sola.
Al fondo se escuchaba el monólogo del connacional presidente Quiñones.
"…porque esos bandidos de las cúpulas putrefactas y sus secuaces atrincherados en el poder judicial, en el pútrido poder judicial, se oponen sin miramientos al ansia revolucionaria del pueblo, al deseo de profundos cambios por parte del soberano. Pero heme aquí, sin temores, sin esguinces, sin culipandeos, connacionales (¿de qué te sobresaltas, Rodrigo Marín? ¿nunca has escuchado el verbo culipandear?). Aquí no existe el miedo, connacionales, porque estoy dispuesto a jugarme el todo por el todo, a jugarme el pellejo, a juzgarme la vida, qué digo, a jugarme la vida (tuve otro prolapsus brutis, ¿cómo te pareció, Valentín?), Valentín siempre aboga  para que  haga un borrador previo con todas las cosas que debo decir en mis discursos, en mis intervenciones, en mis diálogos con ustedes, pero lo que pasa es que así se puede perder la frescura y la espontaneidad, Valentín, y yo quiero que mi pueblo me vea me vea tal como soy, sin afeites, sin maquillaje, sin enmendaduras, sin camuflajes extraños, porque así he sido yo desde siempre, desde que estaba en Teresén de Monagas y mi abuelo don Pablito me decía (si mi abuelo don Pablito estuviera vivo tendría la misma edad que usted, don Golindano… ¡qué época tan sabrosa! ¿Verdad?)…"
Un edecán se le colocó por detrás, le susurró algo al oído y le entregó un papel, retirándose luego.
Quiñones leyó la hoja. Transcurrió más de un minuto en ese menester, en silencio. La mano de LauraÉ seguía posada sobre la mía. Yo trataba de ordenar mis pensamientos para determinar el rumbo a seguir en nuestras vidas.
"Pero, ¡esto es inaudito!", bramó con furia el comandante-presidente. "Me informan que unos malhechores acaban de asesinar a mansalva al ministro de infraestructura, ingeniero Valdemar Peñaloza…"
LauraÉ se paró como tocada por un rayo. Me quedé boquiabierta.
"…esto es un atentado con la intención de desestabilizar al gobierno revolucionario encabezado por mí. Estoy persuadido de que se trata de fuerzas reaccionarias aliadas a oscuros intereses neoimperialistas y neoliberales, gente enemiga de la revolución libertaria que encabezamos. Se han ensañado con la persona de Valdemar Peñaloza, un valioso cuadro y compañero de innumerables luchas. Aguarden, que aquí me traen más información. A ver. Pero, ¿qué es esto? ¡Dios mío de mi alma! ¡El arma utilizada fue un lanzacohetes tierra-tierra! ¡Esto es armamento de guerra! Lanzaron un proyectil en el momento en que el ministro abordaba su vehículo en Parque Central. ¡Un verdadero acto bélico, connacionales! ¡Esto es una declaración de guerra!"
— ¿Habrán sido ellos? —LauraÉ, paralizada, me miraba de soslayo.
No contesté, pero no abrigaba ninguna duda en mi pensamiento.
Sonó el teléfono. Fui a contestarlo.
— ¿Ornela?
—Sí, soy yo. ¿Eres tú, Carmen Adilia? ¿Qué pasa?
—Ornela, agárrate duro, chama, coño, mataron a Fedora —la voz de Carmen Adilia Fragachán se deslustró en una trinchera de sollozos.
Sentí como si se me agarrotara el cráneo. Sin embargo, no dije nada. Carmen Adilia se recompuso y continuó.
—Fue en un hotel de Miami Beach, Ornela. Ella fue ahí a encontrarse con el que la mató, un venezolano llamado Eloy Saverio Rojas…
—El "Gocho"… —repliqué, casi inaudiblemente.
— ¿Qué dijiste?
—Nada. Sígueme contando, por favor —solicité, tragando grueso para que la voz no se me resquebrajara.
— ¿Tú crees que Fedora y él tenían algo? Porque si no, ¿qué iba a hacer ella visitando a un hombre solo en su cuarto de hotel? Ay, Ornela, todo esto me da muy mala espina. El tipo la lanzó desde un sexto piso e inmediatamente se tiró el también. ¡Qué locura! ¿Qué es lo que está pasando con nosotros, los venezolanos?
Tranquilicé como pude a Carmen Adilia asegurándole que al día siguiente tomaría el primer vuelo para Miami. Vería qué se podía hacer, mayormente con Lizarraga quien estaría con toda seguridad pasando por un duro trance. Colgué y volví a la sala.
LauraÉ se quedó sopesando mi palidez huérfana.
— ¿Qué…? —comenzó a preguntar.
—A Fedora la mató su hermano.
— ¡¿Cómo?!
LauraÉ, anticlimáticamente, se dejó caer sobre el diván. Yo también me senté a su lado y comencé a relatarle los pormenores de mi viaje al Táchira. De cómo encontré al "Gocho" en casa de su mamá, en Rubio. De cómo me desglosó sucintamente sus ideas, sus resquemores, sus fobias, sus obsesiones, sus fracasos, sus profundas depresiones… y sus complejos. De cómo intuí en lo que se había metido y cómo mis sospechas convergían en él y en Benny. El "Gocho" no me negó absolutamente nada. Es más, no replicó absolutamente nada. Pero me dejó extraer todas mis suspicacias y, sin inmutarse ni un ápice, me confesó su amor por mí y la certidumbre que él tenía de esa imposibilidad puesto que él también (¡oh sorpresa!) estaba condenado a morir. Venía padeciendo de una leucemia desde hacía algún tiempo. A fuerza de medicamentos costosos había logrado mantener la enfermedad a raya. Pero ahora los especialistas venían de desahuciarlo, al mismo tiempo que perdía su empleo en la novela, el único trabajo estable que había tenido en su vida. No le había contado nada a nadie, solo a mí que aparecí como caída del cielo. Su última esperanza residía en su hermana. O, mejor dicho, en su media hermana por parte de padre, Fedora Téllez. Un padre, por cierto como el nuestro, que jamás se dio a la tarea de reconocer a sus hijos, hecho que sin ninguna duda produjo el desarraigo de Fedora  llevándola a marcharse, a olvidarse de todo y de todos los que estuvieron relacionados con su origen en aquellas remotas tierras andinas. El "Gocho" no pudo enmascarar la amargura que le producían tanto su padre como Fedora, pero sin mencionar para nada la figuración de ella en la política nacional y su unión con el doctor Lizarraga. Sentí una pesada piedra comprimirme las paredes del estómago al escuchar esa íntima tragedia y, coincidencialmente, dejé a un lado la mortificación de los atentados y los suicidios creativos. Le ofrecí ayuda. Ayuda monetaria, porque era todo lo que podía darle. Él debía saber que yo seguía enamorada de Benny. Le hice un cheque, se lo di en su mano y le solicité encarecidamente que viniese a Caracas a vernos, a ti y a mí, LauraÉ, pues estábamos dispuestas a socorrerlo, más aún en esa circunstancia tan difícil. Pero más pudo la ideología del suicidio creativo. La doctrina del SUCRE. La teología de la insania.
Nuestro silencio fue interrumpido por los ronquidos hirvientes de Yosney Quiñones, el presidente liberacionista.
"…ahora más que nunca, connacionales, debemos presionar para que nuestro proyecto, ese proyecto que es del soberano, se ponga de una vez por todas en marcha. Como homenaje póstumo a ese gran cuadro revolucionario que se llamó Valdemar Peñaloza, voy a firmar el decreto llamando a referéndum para saber si el pueblo venezolano, el soberano venezolano, está de acuerdo en convocar una magna Asamblea Constituyente que derogue, entierre, sepulte, inhume, esta Constitución agónica, símbolo de esta sexta república pletórica de ladrones y malhechores. Y como sé perfectamente que las cúpulas putrefactas van a patalear, a escupir, a desgarrar, a maldecir, a berrear como esos cochinos que llevan al matadero en bicicletas de reparto, pues entonces voy a convocar a las masas a que tomen la calle, a que rodeen el Congreso de los corruptos y la Corte Suprema de los corruptos, obligándolos con esa energía sacrosanta de la que dispone nuestro bravo pueblo a que no se opongan al verdadero afán del soberano. Porque nada ni nadie podrá colocar sus obstáculos en la ambición de mi pueblo, de mi soberano, porque esa ambición es más sagrada que el sagrario del cura, como decían en mi querido y recordado Teresén de Monagas. ¿Cómo? ¿Qué dices, Adriano Kandinsky? ¿Ah? ¿Mañana va a seguir lloviendo todo el día? ¿Y qué nos importan unas cuantas gotas de lluvia? ¡Ahora es cuando el soberano va a salir con más bríos a reclamar sus derechos, a reclamar su nueva Constitución libertaria, en este combate justo y justiciero! Porque como dijo nuestro bienaventurado padre Libertador: 'Si la naturaleza se opone a nuestros designios, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca'. Sí, señor, así es quesqués, dígalo ahí, doctor Valentín Vergara…"
Volvió a sonar el teléfono. Me levanté y respondí.
—Aló... ¿Quién es?… Hable más fuerte que no se oye... ¿Cómo?… ¿Benny, eres tú?
LauraÉ se levantó de un tirón y vino hacia donde estaba yo.
—Sí, sí, te oigo, malamente pero te oigo… No, lo que pasa es que apagué el celular para darle carga. Estoy aquí con LauraÉ… ¿Quéeee?… ¿Me vuelves a llamar, entonces?… ¿No?… Okey, okey, voy para allá… Sí, iré lo más rápido que pueda… Voy saliendo…
Colgué. LauraÉ a duras penas dominaba su impaciencia.
—Sí, era él. Me pidió que fuera a verlo. Es un asunto de vida o muerte.
—Voy contigo —determinó LauraÉ.
       No tuve fuerzas para contrariarla.

No hay comentarios.: