Capítulo
FN30¼
Tuve que ir a La Casona a
buscarla. La jornada había sido pavorosa. El tráfico estuvo más endemoniado que
de costumbre. La llovizna no amainaba, cubriéndolo todo con una humedad intransigente.
Los rumores iban y venían. Desde primeras horas de la mañana, unas turbas
enardecidas habían rodeado el Congreso y la Corte Suprema, sitiando a sus
integrantes, demandando su disolución
inmediata y la convocatoria a la Constituyente. Algunos parlamentarios de
oposición intentaron abrirse paso a través de la muchedumbre, siendo pateados,
escupidos y mallugados por la multitud. Los magistrados de la Corte ni se asomaron. En varias ciudades del interior se
escenificaron manifestaciones semejantes. Los comerciantes, temerosos de un
nuevo Caracazo, bajaron presurosos las puertas arrollables de sus negocios. El
lozano presidente Yosney Quiñones, ataviado con un uniforme de gala de teniente
coronel lleno de cordones y hojalatas relucientes, a su llegada al desfile
militar que ensalzaba su toma de posesión, declaró, ante una batería de
micrófonos, que había dado instrucciones para que la guardia nacional no
reprimiera al pueblo. Luego pronunció un discurso (¡de seis horas de duración!,
¿a ese tipo jamás le daban calambres de mandíbula?), donde emplazó a la
presidenta de la Corte Suprema (antigua profesora mía en la "Santa
Cecilia") a que se atreviera a impedir que la gente hambrienta robara.
Menudo sofisma. Si tienes las tripas vacías, quién te dice que no te apropies
de lo que no te pertenece. A continuación leyó una carta que había enviado a
Rodolfo "El Buitre", el archiconocido terrorista venezolano, preso en
una cárcel francesa luego de una cacería internacional que duró más de tres
lustros, donde le expresaba su solidaridad en la lucha revolucionaria, la
convicción en la justicia de su sacrificio por la causa palestina y la
disposición del gobierno revolucionario de Venezuela por obtener el respeto a
sus derechos humanos y la garantía de un juicio imparcial. Todo el mundo se
quedó boquiabierto. También recalcó, sin tapujos, que el poder ejecutivo
prevalecía por encima de todos los demás, cosa que se reflejaría en la nueva Constitución.
Porque de que habría nueva Constitución, ni dudarlo. Mi cuñado finalizó su
sermón jurando, una vez más, que le arrancarían la vida pero que antes de morir
vería a su patria liberada del yugo de la corrupción de los cuarenta años de
cúpulas putrefactas bla bla bla.
Como no todo podía ser tan malo, en el transcurso de la
jornada recibí varios mensajes interesantes. En el primero de ellos, mi excuñado,
el canoso, sinuoso y vaporoso de
Valdemar, nuevo ministro de Infraestructura, llamándome
"Cuñys" como en los viejos tiempos, me citaba a almorzar con él en su
despacho, no sin dejar de insinuarme que se vislumbraban oportunidades de
negocios sin parangón y que, bueno, (esto lo deduje de seguidas con mi preclara
intuición) él estaría dispuesto a sacrificarse por la patria y recibir unas
"migajillas" por el esfuerzo perpetrado. Remanentes que seguramente
compartiría con sus socios Godofredo Golindano (de quien me aseguraban que su
peseterismo era directamente proporcional a su edad matusalénica) y Tiberio
Zaavedra (a) "El rey del cuántohaypa'eso". El correo de las brujas
aseguraba que ya el tal Zaavedra había cuadrado la explotación de las
principales autopistas y carreteras de Venezuela, la venta de pólizas de
seguros a todos los organismos gubernamentales y la compra de una red de
radioemisoras embargadas por el Estado a raíz de las quiebras bancarias en la
época del occiso don Soberbia. Luego recibí otra invitación, esta vez para
reunirme con el mismísimo Óscar Zavala (a) "El inundible", gran
componedor de la comarca, gran fiestero del jet set, gran anfitrión de la alta
sociedad, gran alcancía de AD y Copei hasta hacía pocos meses, gran duqueso
sonrisa de las altas finanzas desde los años setenta para acá y ahora gran
empresario mediático, quien, días antes, en un sarao que ofreció en obsequio de
los nuevos diputados oficialistas (casi ninguno de ellos se ponía corbata para
demostrar que no se les pasaría nunca el paludismo ñángara), me había sugerido,
en compañía de sus ahora inseparables Valentín y Lucky Vergara, que aportara
capital para un súper negociazo donde le venderíamos una ingente cantidad de
pertrechos a las fuerzas armadas, asegurándome que los réditos serían cuantiosos
y que no habría escándalos de ninguna especie que empañaran la transacción,
pues Valentín ahora iba a estar al frente del ministerio del Interior y, por
supuesto, todo sería miel sobre hojuelas. Agregó, como quien no quiere la cosa,
que don Golindano y el Zaavedra participarían también en la operación y que yo,
flamante hermana de la primera dama y astuta negociante, no debería quedarme
por fuera. ¡Ah!, pero si ustedes piensan que todo esto lo dijo de forma directa
y descarnada, pues no, están equivocados. Así no se expresan los óscarzavalas
de este mundo (como diría Benny). Todo este cuerpo de proposiciones vino
envuelto en un lenguaje untuoso plagado de eufemismos y de dobles sentidos. Un
idioma sutil, si a ver vamos, donde sin decir mucho se expresa más de lo suficiente.
Finalmente, el célebre "Junior" Salaverría (a) "Izquierda del
caviar" se comunicó conmigo para
expresarme, en compañía de su empiringotada esposa, su complacencia en conocer
a la hermana de la primera dama de la república (a quien en más de una ocasión
desguazó con sus denuncias arteras en su reputado periódico) y convidándome a
formar parte, con carácter de mecenas, en las directivas del ateneo y del
consejo cultural venezolano (¿cuánto me iría a costar ese baño de prestigio
culturoso?) (¿saldría más caro que las pinturas de Lucky?) (por lo menos ahora
tenía la certeza, munida de mi condición de primera hermana de la república, que
no tendría que adquirir nunca más esos esperpentos pictóricos). Esbocé una
sonrisa que, a no dudar, me hubiera hecho acreedora al óscarzavala de la
academia de Hollywood y confesé (¡qué hipócrita soy!) mi beneplácito con la
halagadora proposición. ¡Ñángaras de la high
society! ¡Ñángaras de lo más chic! Izquierdistas hedionditos. Ay,
Ornelita, lo que tienes que hacer para redondearte tus dolaritos.
Qué día, ¿no? Para
completarla, LauraÉ me llama para decirme que si no la voy a buscar a La Casona
no podrá desembarazarse de un sinnúmero de obligaciones que la atan de pies y
manos. Aparte de que la travesura de escaparse le iba a dar un aliciente extra
a su vida. Tragué grueso, pues detesto enfrentarme al tráfico infernal de
Caracas, más aun bajo la lluvia mojapendejos que no amainaba. Le dije que sí,
que se trajera al pequeño pues hacía días que no lo veía, que la impaciencia
por tenerlo en mis brazos me roía y que me esperara a eso de las nueve y media.
Finiquité mis asuntos en la oficina, le di las buenas noches a Carmen Adilia y
enfilé hacia la residencia presidencial. Me dieron paso rápidamente en la
garita. Iba a estacionarme en las proximidades de la entrada principal, cuando
salió LauraÉ rauda y presurosa, con Pedro Pablo tomado de su mano y, sin darme
un respiro, me ordenó que partiéramos. En la puerta le ordenó al soldadito que
nos diera puerta franca y cogimos la autopista. Yo, mientras tanto, jugaba con
mi adorado pequeñín, sin dejar de ver el camino.
Ya en mi apartamento,
entretuve al bebé hasta que se cansó y se dejó acostar. Lo colmé de besos y me
dispuse a hablar con LauraÉ. Afuera seguía lloviznando.
—Bueno, ahora sí. Cuéntame
todo desde aló. ¿Qué misterio es ese que cargas? —preguntó.
Me serví un whisky con soda y
me arrellané en el sofá, frente a ella.
—Nuestro común enamorado está
incurso hasta más no poder— respondí.
LauraÉ me fijó la vista con
suma perplejidad.
—¿ … ?
—Benny ha pasado del dicho al
hecho. Es decir, él junto con el "Gocho". Parece una alucinación,
pero es la realidad.
— ¿De qué estás hablando, Ornela?
— ¿Recuerdas aquello del
vengador anónimo?
Mi hermana se irguió, toda
oídos.
—Han pasado de la teoría a la
práctica, LauraÉ. Aquellas elucubraciones locas, ¿te acuerdas?, hechas en tu
casa, al calor de unos cuantos tragos. Simple conversación entre amigos, dirás
tú. Pues bien, Benny, ese hombre a quien tú y yo hemos amado, ese tipo de quien
estamos verdaderamente enamoradas, ese amable loco nuestro, se ha combinado con
ese otro quimérico, el "Gocho" Rojas, para llevar a cabo la vindicta
efectiva que tanto clama el soberano, como dice tu rutilante esposo. No es
Yosney Quiñones el brazo artero de la justicia vengadora. No, señor. Son el
inefable Benjamín Möllerstein y el sin par Rojitas... ¿Los comandos de mi
comandante?
— ¿Qué estás diciendo? —LauraÉ
no sabía si dejarse ganar por el asombro o adoptar una actitud escéptica.
—Ellos dos son quienes han
estado propiciando estos atentados y estos asesinatos. Estoy más que convencida
de ello.
— ¿Tienes pruebas?
—Pruebas tangibles, no. Mucho
menos testigos. Pero tengo la convicción y, además de eso, un cúmulo de
certezas corroboradas que no puedo, que no quiero ratificar. Evidencia circunstancial,
dirían los gringos. Qué galimatías, ¿no?
—Pero no es posible. ¿Qué
ganan ellos con todo esto? — LauraÉ se veía un tanto más ofuscada.
— ¿Quién gana y quién pierde
qué? Cada uno de nosotros gana y pierde. Obsérvalo de esta manera, LauraÉ.
Ellos son cuñas de un mismo palo. Idealistas y desadaptados. Uno es un
humorista ácido. El otro es un intelectual lleno de citas, libros e ideologías.
Ambos son incapaces de amoldarse al mundo de las manualidades, de las
conmemoraciones, de los arraigos, de las emociones zanahorias. Siempre serán
unos forasteros en estos parajes de la cordura. De repente, como en esas tramas
de películas inspiracionales, los dos aterrizan en un mundo de pantomimas
sublimes. La gran fantasía de nuestros tiempos: la celebridad mediática. El
culebrón de las nueve cae bajo su control. La tradicional historieta de amores
y despechos se convierte en un manifiesto político y social. Tú eres el
catalizador, LauraÉ. Esto ya lo hemos hablado muchas veces. Conseguiste el
vehículo apropiado para cimbrar la conciencia de las masas. Todo esto en
sincronía con la descomposición del sistema.
La podredumbre es total. El medio es adecuado. Entonces, acontece el paralelismo. El golpe de Estado de la
trama se reproduce en la vida real. También comienzan los ajusticiamientos en
la novela. Uno podría preguntarse, ¿quién imita a quién? ¿"Los senderos
del paraíso" a la realidad, o
viceversa? ¿Cómo se llega a esto? Primero, se deshacen de Horacio Quintín
Zúñiga. ¿Cómo lo sé? Déjame obviarlo, por los momentos (como diría tu esposo).
Escúchame bien y verás que tengo razón. Benny se ha convertido en un maestro
del disfraz. Todo por esquivar el hostigamiento de los televidentes en la
calle. ¿Cuántas veces no salimos él y yo a comer sin dejar de reírnos por sus
fachas estrafalarias, engañando a todo el mundo? Prosigo, para no perder la
ilación. Horacio Quintín Zúñiga sale de la cárcel. Ronnie está un tanto
nervioso. A pesar de su investidura de gran empresario y de gran piache del
canal, el libretista interino y el imán de audiencia (el "Gocho" y Benny,
respectivamente) no hacen mucho caso a su llamado de retomar una visión más
tradicionalista y prudente de la teleculebra. Así pues, se le dice a Horacio
Quintín que reasuma su puesto de jefe de la trama. Horacio Quintín, para
terminarla de poner, está enamorado de ti, hermana…
— ¿Qué?
—Como lo oyes. Y por si no lo
sabías, Benny es celosísimo… contigo y conmigo —hice un ademán para que me
dejase proseguir—. El asunto es que los dos se disfrazan con sendas chivas. Sí,
LauraÉ, ellos son los famosos barbudos que se presentan la casa de playa de
Horacio Quintín en Tanaguarena. De alguna manera, Horacio Quintín los deja
entrar. De alguna manera, obligan a Horacio Quintín a consumir toda esa droga.
De alguna manera, Horacio Quintín inhala toda esa cocaína y le da un paro
cardíaco. Les queda entonces el camino libre para continuar con sus ocurrencias
en la culebra porque, si a ver vamos, a quién podrían recurrir Ronnie y tú para
proseguir con la novela. Los otros escribidores a sueldo del canal, los
salvadorgarmendias, los cagatintas del segundo piso (así los llaman Benny y el
"Gocho"), como tú misma lo has asegurado en varias oportunidades, no
dan la talla.
—Pero Ronnie muere
inmediatamente después —comentó LauraÉ, pensativa y con la palma de la mano
sobre la boca, en un rasgo de manifiesta incredulidad.
—Para allá voy. La muerte de
Horacio Quintín rompe el celofán. No recuerdo en cuál manual gringo de
criminología leí que la primera muerte, el primer asesinato, resulta casi
siempre de un accidente, de un hecho fortuito. El quid del asunto es que, a
partir de ese momento, el victimario se halla presa de un coctel de ebriedad e
impunidad. Se cree por encima del común de los mortales. Y es entonces, a
partir de ese instante, que le coge el gustico a matar gente. Ese es el
surgimiento de lo que llaman los anglosajones "asesinos en serie", tan
comunes en sus sociedades.
LauraÉ adoptó un ceño severo
y extraño. Yo continué inmutable.
—De ahí infiero, entonces,
que la muerte de Horacio Quintín no fue algo premeditado pero, de alguna forma,
les vino como anillo al dedo. Simultáneamente, resucitan las viejas teorías. El
vengador errante. El suicidio creativo. Conociéndolos como los conozco (y tú
tienes aún más primacía en esto, LauraÉ, porque conoces a Rojitas más que yo),
en sus largas conversaciones han debido sublimar estas hipótesis chifladas,
concebidas al amparo de noches de tragos y tertulias, en medio del fragor de
esta crisis de política y valores, y al cobijo de esta confusión rayana en la
locura que estamos viviendo; con el discurso encendido, maníaco depresivo,
provocador, manipulador, resentido y prepotente que maneja tu esposo, el
presidente elegido por abrumadora mayoría en una elección donde el sesenta
por ciento del electorado se abstuvo; con este ambiente de pretendida
revolución en que la corrupción ya está carcomiendo (¡y de qué manera!) a los
puntales del proceso; con este despelote descomunal en que se desenvuelve la
vida de Venezuela y en el que gente como yo (¿para qué lo voy a negar?) navega
como yate en crucero de placer; con todo este desmadre, LauraÉ, ¿cómo crees tú
que puedan reaccionar dos desubicados perennes como Benny, nuestro Benny, y el
"Gocho" Rojas? ¿Ah?
LauraÉ se levantó cual
sonámbula y se encaminó hacia el pie de la despensa recubierto en madera fina
donde ella sabía que yo guardaba los licores. La seguí, sin detenerme en mi
perorata.
—Pusieron en práctica su
teoría, LauraÉ. Primeramente, la desarrollaron en la trama de la novela. Idean
el atentado contra Escobedo Gracián. La noche que transmiten ese capítulo estoy
en tu apartamento viendo, precisamente, la escena donde acribillan a ese
villano. Hacía pocos minutos había hablado con Armandito, de quien fui amante
un tiempo por si no lo sabías, y rehusé una invitación suya a salir, con toda
probabilidad buscando volver a congraciarse conmigo. Al poco rato llamó Benny y
le dije que había declinado una proposición a reunirme con Armandito y otros
políticos en el "Périgord". Yo le había dicho recientemente a Benny
todo sobre mi relación con Armandito. Te cuento que en ese instante, Benny me
escuchó con cara de esfinge. Bueno, total que le manifesté que no pensaba
salir, quería acostarme temprano y quedarme con el niño, mientras tú regresabas
de no sé cuál reunión en la que estabas. Benny colgó. Al poquito tiempo, ¡bang!, mataron a Armandito. En menos
de una hora. Con un modus operandi muy similar al que acababa de ver en
"Los senderos…"
Vi a LauraÉ inclinarse, abrir
la puerta corrediza, agarrar una botella de brandy, servirse tres dedos largos
y bebérselo todo de un trago. Su rostro enrojeció. Creí que iba a toser, pero
se contuvo. Yo, por mi parte, no me detuve en mi relato.
— ¿Qué se puede deducir? Benny
y el "Gocho", cómplices hasta los tuétanos, parten presurosos hacia
el "Périgord". Aguardan, mas no por mucho tiempo, y, ante la
consternación de todos, uno de ellos le dispara al susodicho, huyendo
enseguida. Posteriormente, no sé cómo lo hacen, logran infiltrar en el búnker
de mi suegro a Moisés David Valedón…
—El "Leche Cortá"… —susurró
LauraÉ, con voz chamuscada por el brandy.
— ¿Qué?
—El compinche de Canuto —LauraÉ
me refirió, de seguidas, un olvidado episodio a las puertas del bloque donde
vivimos hacía no sé cuántos años.
—Era un enfermo de cáncer
terminal —agregué—. Eso corrobora la presunción de suicidio creativo. De algún
modo Canuto lo puso en contacto con Benny y el "Gocho"; estos dos lo
convencieron, no hay que ser muy clarividente para darse cuenta de la labia de
ambos, y Moisés David Valedón nos brinda la segunda muestra de lo que puede ser
una muerte autoinfligida con "beneficios colaterales", que es exactamente
lo que se busca con el suicidio creativo.
—El suicidio creativo —masculló
por lo bajo LauraÉ, sirviéndose otra porción de brandy (debo confesar que era
la primera vez en mi vida que la veía tomar tanto y tan seguido).
—El suicidio creativo,
LauraÉ, el suicidio creativo —mi voz ascendió de tonalidad al prendérseme el
bombillo— ¡El SUCRE!
— ¿Y ahora qué? —preguntó
LauraÉ, tomándose ahora el licor con menos apuro.
Le conté lo de la carta de
Javier Grimán y su despedida.
—Pero, ¿a quién se llevó
Javier Grimán en su mutis definitivo? —LauraÉ acariciaba nerviosamente la copa
de brandy, esquivándome la mirada.
— ¿No lo ves con claridad?
—Ya, Ornela. La cabeza me da
vueltas con tanta locura. ¿A quién mató Javier Grimán en su… suicidio creativo?
— ¡A Ronnie, hermana!
— ¡¿Qué?!
— ¡El barbudo pálido del
morral! ¡El que te dijo que me habían secuestrado! ¡Era él! ¡Era Javier!
—Pero, ¿cómo?
—Javier y Ronnie, al igual
que Armandito, fueron muy amigos durante un tiempo. En alguna oportunidad
hicieron algunos negocios juntos que no cuadraron y desde entonces la amistad se enfrió.
Cada vez que Javier nombraba a Ronnie no podía evitar una dosis de bilis en el
tono. Igual que le pasó con Armandito.
LauraÉ pareció cavilar por un
instante.
—En medio de una de mis
rabias provocadas por su falta de seriedad, ahora lo recuerdo, le dije a Benny
que me iba con Ronnie en su yate.
—Exacto. Ahí lo planificaron
todo. Rememorando su antigua intimidad, apuesto lo que sea, a Javier no le fue
difícil ubicar el apostadero en el morro de Puerto La Cruz.
—Pero ese barbudo me dio un
número de teléfono y me puso a hablar con Javier.
— ¡Ese era Benny,
LauraÉ! Tanto lo conozco que no albergo
ninguna duda sobre esa impostura. Aparte de que tú nunca habías visto a Javier.
¿Cómo ibas a tener la certeza de que hablabas precisamente con él?
— ¿Y tu celular?
—Seguramente el mismo Javier,
o Benny quizás, lo sustrajo de mi bolso. Por supuesto, yo estaba convencida de
que me lo habían robado. Lo demás es evidente: Javier, el pobre Javier, quien
jamás había empuñado un arma, secuestró a Ronnie, el súper avispado Ronnie,
príncipe de los negocios y de los negociados, gran gozador en esta existencia
que es para la mayoría de los pendejos un valle de lágrimas. ¿Colofón? Otro
suicida creativo arrastrando a su correspondiente bichín en un final… ¿heroico?
Pobre Javier. Ojalá haya encontrado la paz que tanto le faltó.
LauraÉ ahora balanceaba la
copa entre las palmas de sus manos, haciéndola girar suavemente. Abrió los ojos
y me preguntó:
— ¿Cómo es eso de la
corrupción, Ornela?
Respiré hondo y me apoyé con
la mano derecha en el dintel. Le referí lo de las propuestas de Valdemar,
Tiberio Zaavedra, don Golindano, Óscar Zavala, Valentín Vergara, el
"Junior" Salaverría, las ventas de armas, los contratos, las pólizas,
las movidas.
LauraÉ empalideció y tomó un
poco más de brandy.
—Negocios, negocios… dólares —balbuceó.
— ¿A qué te refieres? —pregunté.
—Antes de que llegaras a
buscarme, luego que me despedí del tren ejecutivo de la Fundación de la
Infancia, me encaminé a mi habitación para recoger a Pedro Pablo y aguardar por
ti. Como todavía no me oriento bien en ese dédalo de cuartos y recámaras que
hay en La Casona, recalé a un lado de un pequeño estudio que está utilizando
Yosney mientras terminan la remodelación del despacho presidencial en
Miraflores. Iba a proseguir mi camino cuando escuché, sin poder evitarlo, una
voz con acento colombiano hablando en tono bastante bajo pero perfectamente
audible desde donde yo permanecía y sin que ellos pudieran percatarse. El
colombiano decía que ya las divisas estaban aquí, Yosney respondió que le
parecía excelente y otra persona, con un acento mexicano o muy parecido al
mexicano, afirmaba que mucho más venía en camino y que ellos fungirían de
correo en lo sucesivo. Me asomé por una pequeña rendija, y aun cuando las
piernas me temblaban casi incontrolablemente, pude atisbar a Yosney abriendo
unos maletines, con esa mirada suya que puede ser tan gélida cuando se lo
propone, y me atrevería a jurar que en esos maletines había…
—…dólares, muchos dólares en
efectivo —completé.
LauraÉ asintió, fijando,
ahora sí, sus ojos angustiados en mí.
—Y ahora, Ornela, ¿a quién le
toca caer fulminado por el SUCRE?
Yo también me serví un
brandy.
—Hay un patrón en todo esto.
De alguna manera no solo son los involucrados en notorios casos de corrupción
quienes mueren, sino que también todo esto tiene que ver con nosotras de manera
directa. Para ponerlo más escueto: los celos de Benny parecieran orientar el
objetivo. No sé si me explico.
—Te entiendo perfectamente —aseguró
LauraÉ, terminando su brandy, lavando la copa en el fregadero, secándola y
dirigiéndose de nuevo hacia el recibo. Yo proseguí detrás de ella.
Nos quedamos silenciosas
durante algunos minutos. LauraÉ tomó el control y encendió el televisor. El
semblante del comandante Quiñones dominaba la pantalla.
— ¿Qué vamos a hacer, Ornela?
—LauraÉ veía la imagen de su marido sin mirarla.
—No sé. ¿Qué se te ocurre a
ti que hagamos?
—No tengo fuerza de voluntad
para denunciarlos. Jamás me imaginé que íbamos a llegar a esto. Pero, de algún
modo hay que detenerlos antes que sigan perpetrando más desmanes y terminen
haciéndose daño ellos mismos. ¿No crees?
—Carezco también de esa
disposición para llevarlos al patíbulo, metafóricamente hablando, digo. Además…
todavía estoy enamorada de él, LauraÉ.
Mi hermana tomó mi mano.
—Yo también… yo también —exhaló
y, a pesar del bisturí de los celos, del escoplo de los celos, del barreno de
los celos, sentí que LauraÉ y yo éramos una sola.
Al fondo se escuchaba el
monólogo del connacional presidente Quiñones.
"…porque esos bandidos
de las cúpulas putrefactas y sus secuaces atrincherados en el poder judicial,
en el pútrido poder judicial, se oponen sin miramientos al ansia revolucionaria
del pueblo, al deseo de profundos cambios por parte del soberano. Pero heme
aquí, sin temores, sin esguinces, sin culipandeos, connacionales (¿de qué te
sobresaltas, Rodrigo Marín? ¿nunca has escuchado el verbo culipandear?). Aquí
no existe el miedo, connacionales, porque estoy dispuesto a jugarme el todo por
el todo, a jugarme el pellejo, a juzgarme la vida, qué digo, a jugarme la vida
(tuve otro prolapsus brutis, ¿cómo te pareció, Valentín?), Valentín siempre
aboga para que haga un borrador previo con todas las cosas
que debo decir en mis discursos, en mis intervenciones, en mis diálogos con
ustedes, pero lo que pasa es que así se puede perder la frescura y la
espontaneidad, Valentín, y yo quiero que mi pueblo me vea me vea tal como soy,
sin afeites, sin maquillaje, sin enmendaduras, sin camuflajes extraños, porque
así he sido yo desde siempre, desde que estaba en Teresén de Monagas y mi
abuelo don Pablito me decía (si mi abuelo don Pablito estuviera vivo tendría la
misma edad que usted, don Golindano… ¡qué época tan sabrosa! ¿Verdad?)…"
Un edecán se le colocó por
detrás, le susurró algo al oído y le entregó un papel, retirándose luego.
Quiñones leyó la hoja.
Transcurrió más de un minuto en ese menester, en silencio. La mano de LauraÉ
seguía posada sobre la mía. Yo trataba de ordenar mis pensamientos para determinar
el rumbo a seguir en nuestras vidas.
"Pero, ¡esto es
inaudito!", bramó con furia el comandante-presidente. "Me informan
que unos malhechores acaban de asesinar a mansalva al ministro de
infraestructura, ingeniero Valdemar Peñaloza…"
LauraÉ se paró como tocada
por un rayo. Me quedé boquiabierta.
"…esto es un atentado
con la intención de desestabilizar al gobierno revolucionario encabezado por
mí. Estoy persuadido de que se trata de fuerzas reaccionarias aliadas a oscuros
intereses neoimperialistas y neoliberales, gente enemiga de la revolución
libertaria que encabezamos. Se han ensañado con la persona de Valdemar
Peñaloza, un valioso cuadro y compañero de innumerables luchas. Aguarden, que
aquí me traen más información. A ver. Pero, ¿qué es esto? ¡Dios mío de mi alma!
¡El arma utilizada fue un lanzacohetes tierra-tierra! ¡Esto es armamento de
guerra! Lanzaron un proyectil en el momento en que el ministro abordaba su
vehículo en Parque Central. ¡Un verdadero acto bélico, connacionales! ¡Esto es
una declaración de guerra!"
— ¿Habrán sido ellos? —LauraÉ,
paralizada, me miraba de soslayo.
No contesté, pero no abrigaba
ninguna duda en mi pensamiento.
Sonó el teléfono. Fui a
contestarlo.
— ¿Ornela?
—Sí, soy yo. ¿Eres tú, Carmen
Adilia? ¿Qué pasa?
—Ornela, agárrate duro,
chama, coño, mataron a Fedora —la voz de Carmen Adilia Fragachán se deslustró
en una trinchera de sollozos.
Sentí como si se me
agarrotara el cráneo. Sin embargo, no dije nada. Carmen Adilia se recompuso y
continuó.
—Fue en un hotel de Miami
Beach, Ornela. Ella fue ahí a encontrarse con el que la mató, un venezolano
llamado Eloy Saverio Rojas…
—El "Gocho"… —repliqué,
casi inaudiblemente.
— ¿Qué dijiste?
—Nada. Sígueme contando, por
favor —solicité, tragando grueso para que la voz no se me resquebrajara.
— ¿Tú crees que Fedora y él
tenían algo? Porque si no, ¿qué iba a hacer ella visitando a un hombre solo en
su cuarto de hotel? Ay, Ornela, todo esto me da muy mala espina. El tipo la
lanzó desde un sexto piso e inmediatamente se tiró el también. ¡Qué locura!
¿Qué es lo que está pasando con nosotros, los venezolanos?
Tranquilicé como pude a
Carmen Adilia asegurándole que al día siguiente tomaría el primer vuelo para
Miami. Vería qué se podía hacer, mayormente con Lizarraga quien estaría con
toda seguridad pasando por un duro trance. Colgué y volví a la sala.
LauraÉ se quedó sopesando mi
palidez huérfana.
— ¿Qué…? —comenzó a
preguntar.
—A Fedora la mató su hermano.
— ¡¿Cómo?!
LauraÉ, anticlimáticamente,
se dejó caer sobre el diván. Yo también me senté a su lado y comencé a
relatarle los pormenores de mi viaje al Táchira. De cómo encontré al
"Gocho" en casa de su mamá, en Rubio. De cómo me desglosó
sucintamente sus ideas, sus resquemores, sus fobias, sus obsesiones, sus fracasos,
sus profundas depresiones… y sus complejos. De cómo intuí en lo que se había
metido y cómo mis sospechas convergían en él y en Benny. El "Gocho"
no me negó absolutamente nada. Es más, no replicó absolutamente nada. Pero me
dejó extraer todas mis suspicacias y, sin inmutarse ni un ápice, me confesó su
amor por mí y la certidumbre que él tenía de esa imposibilidad puesto que él
también (¡oh sorpresa!) estaba condenado a morir. Venía padeciendo de una
leucemia desde hacía algún tiempo. A fuerza de medicamentos costosos había
logrado mantener la enfermedad a raya. Pero ahora los especialistas venían de
desahuciarlo, al mismo tiempo que perdía su empleo en la novela, el único
trabajo estable que había tenido en su vida. No le había contado nada a nadie,
solo a mí que aparecí como caída del cielo. Su última esperanza residía en su
hermana. O, mejor dicho, en su media hermana por parte de padre, Fedora Téllez.
Un padre, por cierto como el nuestro, que jamás se dio a la tarea de reconocer
a sus hijos, hecho que sin ninguna duda produjo el desarraigo de Fedora llevándola a marcharse, a olvidarse de todo y
de todos los que estuvieron relacionados con su origen en aquellas remotas
tierras andinas. El "Gocho" no pudo enmascarar la amargura que le
producían tanto su padre como Fedora, pero sin mencionar para nada la
figuración de ella en la política nacional y su unión con el doctor Lizarraga.
Sentí una pesada piedra comprimirme las paredes del estómago al escuchar esa
íntima tragedia y, coincidencialmente, dejé a un lado la mortificación de los
atentados y los suicidios creativos. Le ofrecí ayuda. Ayuda monetaria, porque
era todo lo que podía darle. Él debía saber que yo seguía enamorada de Benny.
Le hice un cheque, se lo di en su mano y le solicité encarecidamente que
viniese a Caracas a vernos, a ti y a mí, LauraÉ, pues estábamos dispuestas a
socorrerlo, más aún en esa circunstancia tan difícil. Pero más pudo la
ideología del suicidio creativo. La doctrina del SUCRE. La teología de la
insania.
Nuestro silencio fue
interrumpido por los ronquidos hirvientes de Yosney Quiñones, el presidente
liberacionista.
"…ahora más que nunca,
connacionales, debemos presionar para que nuestro proyecto, ese proyecto que es
del soberano, se ponga de una vez por todas en marcha. Como homenaje póstumo a
ese gran cuadro revolucionario que se llamó Valdemar Peñaloza, voy a firmar el
decreto llamando a referéndum para saber si el pueblo venezolano, el soberano
venezolano, está de acuerdo en convocar una magna Asamblea Constituyente que
derogue, entierre, sepulte, inhume, esta Constitución agónica, símbolo de esta
sexta república pletórica de ladrones y malhechores. Y como sé perfectamente
que las cúpulas putrefactas van a patalear, a escupir, a desgarrar, a maldecir,
a berrear como esos cochinos que llevan al matadero en bicicletas de reparto,
pues entonces voy a convocar a las masas a que tomen la calle, a que rodeen el Congreso
de los corruptos y la Corte Suprema de los corruptos, obligándolos con esa
energía sacrosanta de la que dispone nuestro bravo pueblo a que no se opongan
al verdadero afán del soberano. Porque nada ni nadie podrá colocar sus
obstáculos en la ambición de mi pueblo, de mi soberano, porque esa ambición es
más sagrada que el sagrario del cura, como decían en mi querido y recordado Teresén
de Monagas. ¿Cómo? ¿Qué dices, Adriano Kandinsky? ¿Ah? ¿Mañana va a seguir
lloviendo todo el día? ¿Y qué nos importan unas cuantas gotas de lluvia? ¡Ahora
es cuando el soberano va a salir con más bríos a reclamar sus derechos, a
reclamar su nueva Constitución libertaria, en este combate justo y justiciero!
Porque como dijo nuestro bienaventurado padre Libertador: 'Si la naturaleza se
opone a nuestros designios, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca'.
Sí, señor, así es quesqués, dígalo ahí, doctor Valentín Vergara…"
Volvió a sonar el teléfono.
Me levanté y respondí.
—Aló... ¿Quién es?… Hable más
fuerte que no se oye... ¿Cómo?… ¿Benny, eres tú?
LauraÉ se levantó de un tirón
y vino hacia donde estaba yo.
—Sí, sí, te oigo, malamente
pero te oigo… No, lo que pasa es que apagué el celular para darle carga. Estoy
aquí con LauraÉ… ¿Quéeee?… ¿Me vuelves a llamar, entonces?… ¿No?… Okey, okey,
voy para allá… Sí, iré lo más rápido que pueda… Voy saliendo…
Colgué. LauraÉ a duras penas
dominaba su impaciencia.
—Sí, era él. Me pidió que
fuera a verlo. Es un asunto de vida o muerte.
—Voy contigo —determinó
LauraÉ.
No tuve fuerzas para contrariarla.
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