La
belleza insistente de tu desnudez en la sabana de la sábana
(Goya
y su maja en ese caldero venéreo).
La
seducción infinita de tus pezones endurecidos
(Ludwig
Van y su sonata, amada inmortal).
La resplandeciente
violencia de las humedades en tu vulva
(pinceladas
narcolépticas, suculenta Teresa de La P.).
Tus
gemidos gregorianos
(para
ti se escurren mis boleros aliñados con acordes de Jazz).
Nuestros
cuerpos enlazados.
Los
“te amo” de nuestra batalla gentil (¿gigante?).
El
mundo se nos volvió imperceptible, baby.
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