Mi carne es débil, sin impulso.
La única manera de rencontrar mi proa inaudita
es tropezándome con tus sortilegios.
Entonces, te aguardaré inmóvil y sin aliento
(¡caramba,
al modo de Godard!)
pues algún pensamiento frenético y desmayado
se ha apoderado de mis temporadas.
Te pertenezco por siempre, caray.
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