Capítulo
DDDD
¿Cuál color austero podría definir la
mescolanza de sentimientos con la que salí de casa de LauraÉ? Vi en sus ojos
una rabia contenida como no la había visto desde que éramos pequeñas, al
yo someterla a mis continuos agobios y
ella respondía llamándome "piojo". En un primer momento, dudé en
llamar las cosas por su nombre: ella estaba celosa. LauraÉ me celaba. Todavía
estaba enamorada de Benny y ella sabía que yo lo sabía.
Yo también sentí celos de LauraÉ. Y cuando
vislumbré un ingrediente de odio soterrado en la mirada que rehusamos
intercambiar, en ese momento decidí esfumarme de su apartamento. Y arrojé la
puerta, con toda la voluntad involuntaria, involuntariosa e innecesaria del
mundo. Y no quería volver por allí más nunca.
Pero no. Eso no podía ser. ¿Por qué habría de
separarme de mi hermana y de su hijo? Hablaría con Benny. Lo emplazaría a
definirse. ¿Dónde estaba ese bribón? En ese instante fui toda determinación sin
saber que los acontecimientos tomarían el giro que tomaron y todos dejamos de
pertenecernos a nosotros mismos.
Volver a mi apartamento estaba descartado.
Desde que murió mi mamá, la soledad de ese recinto me oprimía. Decidí regalar
las jaulas con los pericos dentro. Vendí los muebles y los enseres. Doné su
ropa a unas señoras beatas de la urbanización. Estaba resuelta a todo porque su
ausencia me dolía y por eso iba a rellenar ese vacío en mi corazón casándome
con ese loco embustero. Las confusiones se agolparon en mi ánimo y me indujeron
a abandonar la casa de LauraÉ, también, porque lo último que haría en la vida
sería pelearme con ella. Podíamos dejar de hablarnos, pero dejar de quererla
¡nunca!
Estuve rodando por la ciudad, sin itinerario
fijo. Los negocios se aprestaban a cerrar temprano por causa del duelo
nacional. No quería estar sola. No quería sentirme sola. Subí, entonces, por la
avenida Las Palmas, crucé en la Andrés Bello, pasé por enfrente de la iglesia
La Chiquinquirá y me remonté por la Alta Florida, hasta el apartamento de mi
futuro esposo. Estaba dispuesta a romper el voto de castidad que le había
impuesto y demostrarle inconscientemente a LauraÉ que Benny seguía siendo mío.
Estacioné el carro, saqué las llaves de la cartera y subí, subí como queriendo
ganar el cielo.
No había nadie. El desorden sabía a él. El
montón de cosas tiradas por doquier olía a él. Desprovista de celular como
estaba, descolgué su teléfono para llamarlo. No había tono. El muy descuidado
se había olvidado de pagarle a CANTV. La nevera contenía un paquete de
salchichas abierto, media pizza que arrojé inmediatamente a la basura y una
lata de cerveza. Bajé hasta un abasto cercano, compré huevos, aceite, jamón,
queso kraft, pan integral y leche. Al
menos tendríamos desayuno.
Regresé. Me desvestí y me puse una de sus
franelas que me llegaba hasta las rodillas. Encendí el televisor. Los canales
nacionales en su totalidad no hacían sino hablar de las exequias. El féretro
era trasladado hasta el Congreso. Una multitud se estaba aglomerando, a pesar
de la garúa que estaba comenzando a caer sobre Caracas, para rendirle el último
tributo al anciano presidente, cofundador de la democracia venezolana. Los
documentales de archivo lo mostraban en los días de su lejana lozanía, siempre
con su peinado engominado con Glostora con Rubina, cuando fue el candidato más
joven de la historia, allá por 1947. Al cuarto intento tendría éxito, cuando
arribó por primera vez a la jefatura del Estado, y eso gracias a la división de
Acción Democrática. Los comentaristas se preguntaban cuál sería su legado,
sobre todo teniendo en consideración que, en los últimos meses, había dado un
golpe de timón radical a su política económica. Había pasado del populismo más
encendido a adoptar el recetario del
Fondo Monetario Internacional, exactamente lo mismo que tan acerbamente le
criticara al "Bicho Loco McGraw". El canal de Ronnie repitió, sin
cortes, el famoso discurso donde el finado aseguraba, con voz temblequeante,
que únicamente Dios sabía cuánto le había costado haber dado ese giro tan
pronunciado y tan en contradicción con lo que había prometido en la campaña
electoral que lo llevó por segunda vez a la presidencia. En el canal Tele-Tevé,
Valentín Vergara lo criticaba veladamente por la apertura del sector petrolero
que, según el marido de Lucky, resultaba atentatorio contra la soberanía del
país al permitir que los capitales transnacionales volviesen a tener injerencia
en la explotación y exploración del oro negro.
Eran más de las doce y ni rastros de Benny. A
todas estas, nadie explicaba qué había causado el deceso de don Soberbia. Los
medios venezolanos son gazmoños y pacatos cuando se trata de develar las
enfermedades y afecciones que pudieren afectar a los poderosos. Me mudé a un canal
por cable. Pasaban una película donde Jean Claude Van Damme noqueaba a
cincuenta chinos con un solo tacle volador. No tardé en quedarme dormida.
Abrí los ojos a las ocho y media de la mañana.
Benny nada que volvía. ¿Dónde podría estar ese insensato? Cuando lo viera pensaba
armarle las de San Quintín. Pensé en Horacio Quintín. Qué cosa tan extraña su
muerte. Y Armandito. ¿Quién lo mató? Demasiadas complicaciones, conjeturé. Ya
mi vida estaba más que complicada. Me preparé una tortilla, fregué los platos,
organicé la cocina y, siguiendo con esa tónica, ordené el clóset de Benny.
Recogí sus jeans y sus franelas. Últimamente le había dado por andar disfrazado
para que no lo agobiaran los fans y los solicitadores de autógrafos en la
calle. Aproveché y recogí el sinfín de pelucas, sombreros, gorras, boinas, barbas
postizas, dientes saltones de plástico, lunares falsos, lentes de contacto para
cambiarse el color de los ojos, tarros de maquillaje y otros adminículos
disimuladores de la apariencia. Tanto buscar la fama para después sacarle el
cuerpo como a un apestoso. Gases del oficio, diría el intestino grueso.
¡Jesús!, se me estaban pegando todas sus insensateces.
Cogí rumbo a la oficina, aun siendo sábado. El
trabajo siempre resultaba un aliviadero para las preocupaciones. Había un
montón de correspondencia encima de mi escritorio. Por tener un ruido que me
hiciera compañía, prendí la tele para seguir al tanto de las honras fúnebres.
Inmediatamente, tomé mi teléfono privado y marqué el celular de Benny.
— ¿Aló? ¿Aló? Aló-che soñé contigo —respondió
con una voz que sonó a cantos gregorianos tocados al revés.
—Soy yo. ¿Dónde estás? —me escuché decir con
sumo imperio.
—Ah, hola, mami. Estoy en una suite del Anauco
Hilton, con mis panas de la universidad, Charlie y Laureano, que están de
visita aquí en Caracas.
— ¿Por qué no me has llamado? —qué pregunta,
¿no?
—Lo he estado intentando, honey, pero sólo consigo que me responda la contestadora. ¿Qué pasa
con tu teléfono?
—Me lo robaron anteayer.
—Pero bueno, ¿y entonces? ¿Estás enojada?
—No. Hoy me compro otro. ¿Cuándo te veo?
—Voy saliendo a grabar unos exteriores en
Sartenejas. Calculo que a las cinco o seis de la tarde I'll be ready. ¿Me esperas en mi apartamento?
—Bueno. ¿Vas a traer a tus amigos?
—Negativo. Esos dos vinieron a cuadrar unos
negocios.
— ¿Negocios de qué?
—Who
knows? Son más misteriosos que una película de Alfred Hitchcock.
— ¿Cuál es la trama de hoy?
—El vengador anónimo sigue haciendo de las
suyas.
— ¿Qué es eso?
—El mata-políticos corruptos. Un invento del "Gocho".
Escobedo quedó vivo y el vengador va a intentar rematarlo.
—Qué truculento.
— ¿Se te pasó el enojo conmigo?
—No estoy brava contigo, Benny. ¿Tú estás tenso?
—Why do you say that?
—Porque no estás hablando en verso. ¿Qué te
sucede?
—Se me desconfiguró el disco duro. Por eso
estoy en un apuro.
—Nos vemos en tu apartamento. Estaré allá a
las seis.
—Love
you, baby.
—Yo también.
Empecé a abrir la correspondencia que se
apilaba sobre mi escritorio. Cotizaciones, facturas, referencias comerciales,
correo basura. En la pantalla transitaban unas imágenes caóticas. Tumultos de
reporteros y camarógrafos se apiñaban sobre un escenario marino. Una señora
madura y una joven, rubias ambas, eran resguardadas por un cordón policial. La
imagen se movía de un lado para otro, evidentemente por causa de los empujones
entre los presentes en el sitio. La señora y la chica fueron introducidas en
una patrulla que partió velozmente. La cámara enfocó al corresponsal con un trasfondo
de muelles, lanchas, vehículos policiales, agentes de la ley y curiosos. Tomé
el último sobre de la pila. No tenía membrete. Procedí a abrirlo, mientras le
subía el volumen al televisor.
"…completamente a la deriva y fueron
localizadas, afortunadamente, en alta mar por pescadores que se disponían a
ejercer sus labores y se dieron cuenta de la anomalía. Según versiones que
hemos podido recoger, aún por confirmarse, el secuestrador les afirmó que su
acción no iba dirigida en contra de ellas, por lo cual las conminó a punta de
pistola a abordar el bote inflable en el cual fueron rescatadas. A
continuación, el malhechor obligó al conocido empresario a que pusiera proa
hacia aguas oceánicas. Toda la guardia costera, en conjunción con aviones
acantonados en la base aérea de Barcelona, realiza en estos momentos intensas
labores para rastrear la embarcación propiedad del presidente de nuestra
empresa matriz, Televisión Venezolana CSTV, señor Ronald McNamara. Tenemos
entendido, también, que se ha solicitado la cooperación de la marina
norteamericana…"
Era una carta escrita con letra menuda y
nerviosa.
Orne:
no se como
decirte esto en realidad la, angustia casi no me deja pensar mucho menos
escribir la, mano me tiembla pero, siento que debo comunicarte esto sincerarme
contigo porque tu, has sido mas que una amiga para mi
lo único que
siento es el, dolor que pueda causarte pero es preferible que te enteres por mi
mismo asi sea por, esta via porque me ha, dado mucha pena no poder habertelo
dicho personalmente creo que me, hubiera roto en mil pedasos pero no queria que guardaras ese recuerdo de mi. Estoy
enfermo Orne, el ultimo medico al, que fui en N. York me lo confirmó, si fuera tan solo una, sola
cosa pues a lo mejor me hubiera armado de coraje y hubiera resistido, hasta el
final pero la perpectiva de sufrir, con impotencia mientras el, cuerpo se te va
descomponiendo y, se te va desintegrando esto es demasiado Ornelita, tengo
cancer de pancreas en estado de metastasis lo que equivale, a que ya no hay
salvacion posible, para mi tu, sabes que uno espera a que le den un gramo de
esperanza, una tabla, de salvacion a la cual aferrarse para poder confiar, en
un milagro que te rescate pero, los medicos han sido francos conmigo y no me
han alentado
tambien estoy
seropositivo el mal, del siglo se afianza en mi organismo esto seria, lo de
menos porque hay, ahora cocteles de drogas que son, bastante costosos es verdad
pero que te pueden prolongar la, vida sin manifestar los sintomas pero la
combinasion de dos enfermedades es mas, terrible y desbastador de lo que pense
busque el
consuelo de la religion y no, surtio efecto por supuesto que inmediatamente
pense en el suicidio queria quitarme la, vida pero no hayaba como hacerlo hasta que hable con ellos con
estas, personas tan claras en lo suyo
quienes me, han concedido una vision una nueva, óptica para confrontar esta
dura, desision que estoy tomando de disponer de esta vida con un supremo acto
que, es una declarasion tambien algo en, lo cual no creia pero ellos, me convensieron
de hacerlo porque la muerte de uno no debe ser en vano, tiene que tener un
propósito y servir de ejemplo
así que me
reuni con ellos y desidi lo que tenia que desidir hasta verguenza me da
confesártelo pero espero, que me comprendas y me perdones me perdones Ornela
toda esta, manera de marcharme pero la gente de SUCRE me convenció (me lavaron
el cerebro diras tu) (pero sí estoy convencido de lo que hago)
cuando leas
esto ya me habre ido no supe, aguantar Ornela me asuste con tanto, dolor que me
esperaba no puedo recurrir a nadie sino a ti mi amiga mi paño, de lagrimas
porque ni siquiera el consuelo del amor me queda ese a quien yo amo esta,
enamorado de la forma mas rara del, mundo pero no de mi yo lo, perdono y ni
siquiera cuento con una familia para derramarle mis lagrima
adios Orne te
he querido, mucho perdoname esta locura solo se que no he querido, sufrir si te he hecho sufrir con
esta, manera de irme perdoname por favor que el cielo, te colme de bendisiones
javier
El mundo se me estaba cayendo a pedazos. La
leí y releí no sé cuántas veces.
Salí corriendo de la oficina. Cuando pasé,
como una exhalación, frente al cubículo del vigilante del edificio, pude
escuchar unas notas fúnebres desde un televisor encendido. El réquiem del presidente.
El responso por un tiempo de azahares que estaban extinguiéndose.
Había una iglesia como a tres cuadras. Me
introduje en ella y me arrodillé. El corazón quería salírseme del pecho. Cubrí
mi boca para que los sollozos no me rompieran la cordura.
¿Qué nos esperaba, Dios mío?
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