miércoles, 29 de marzo de 2017

Noventitantos (XIV)


Capítulo DDDD


¿Cuál color austero podría definir la mescolanza de sentimientos con la que salí de casa de LauraÉ? Vi en sus ojos una rabia contenida como no la había visto desde que éramos pequeñas, al yo  someterla a mis continuos agobios y ella respondía llamándome "piojo". En un primer momento, dudé en llamar las cosas por su nombre: ella estaba celosa. LauraÉ me celaba. Todavía estaba enamorada de Benny y ella sabía que yo lo sabía.
Yo también sentí celos de LauraÉ. Y cuando vislumbré un ingrediente de odio soterrado en la mirada que rehusamos intercambiar, en ese momento decidí esfumarme de su apartamento. Y arrojé la puerta, con toda la voluntad involuntaria, involuntariosa e innecesaria del mundo. Y no quería volver por allí más nunca.
Pero no. Eso no podía ser. ¿Por qué habría de separarme de mi hermana y de su hijo? Hablaría con Benny. Lo emplazaría a definirse. ¿Dónde estaba ese bribón? En ese instante fui toda determinación sin saber que los acontecimientos tomarían el giro que tomaron y todos dejamos de pertenecernos a nosotros mismos.
Volver a mi apartamento estaba descartado. Desde que murió mi mamá, la soledad de ese recinto me oprimía. Decidí regalar las jaulas con los pericos dentro. Vendí los muebles y los enseres. Doné su ropa a unas señoras beatas de la urbanización. Estaba resuelta a todo porque su ausencia me dolía y por eso iba a rellenar ese vacío en mi corazón casándome con ese loco embustero. Las confusiones se agolparon en mi ánimo y me indujeron a abandonar la casa de LauraÉ, también, porque lo último que haría en la vida sería pelearme con ella. Podíamos dejar de hablarnos, pero dejar de quererla ¡nunca!
Estuve rodando por la ciudad, sin itinerario fijo. Los negocios se aprestaban a cerrar temprano por causa del duelo nacional. No quería estar sola. No quería sentirme sola. Subí, entonces, por la avenida Las Palmas, crucé en la Andrés Bello, pasé por enfrente de la iglesia La Chiquinquirá y me remonté por la Alta Florida, hasta el apartamento de mi futuro esposo. Estaba dispuesta a romper el voto de castidad que le había impuesto y demostrarle inconscientemente a LauraÉ que Benny seguía siendo mío. Estacioné el carro, saqué las llaves de la cartera y subí, subí como queriendo ganar el cielo.
No había nadie. El desorden sabía a él. El montón de cosas tiradas por doquier olía a él. Desprovista de celular como estaba, descolgué su teléfono para llamarlo. No había tono. El muy descuidado se había olvidado de pagarle a CANTV. La nevera contenía un paquete de salchichas abierto, media pizza que arrojé inmediatamente a la basura y una lata de cerveza. Bajé hasta un abasto cercano, compré huevos, aceite, jamón, queso kraft, pan integral y leche.  Al menos tendríamos desayuno.
Regresé. Me desvestí y me puse una de sus franelas que me llegaba hasta las rodillas. Encendí el televisor. Los canales nacionales en su totalidad no hacían sino hablar de las exequias. El féretro era trasladado hasta el Congreso. Una multitud se estaba aglomerando, a pesar de la garúa que estaba comenzando a caer sobre Caracas, para rendirle el último tributo al anciano presidente, cofundador de la democracia venezolana. Los documentales de archivo lo mostraban en los días de su lejana lozanía, siempre con su peinado engominado con Glostora con Rubina, cuando fue el candidato más joven de la historia, allá por 1947. Al cuarto intento tendría éxito, cuando arribó por primera vez a la jefatura del Estado, y eso gracias a la división de Acción Democrática. Los comentaristas se preguntaban cuál sería su legado, sobre todo teniendo en consideración que, en los últimos meses, había dado un golpe de timón radical a su política económica. Había pasado del populismo más encendido a  adoptar el recetario del Fondo Monetario Internacional, exactamente lo mismo que tan acerbamente le criticara al "Bicho Loco McGraw". El canal de Ronnie repitió, sin cortes, el famoso discurso donde el finado aseguraba, con voz temblequeante, que únicamente Dios sabía cuánto le había costado haber dado ese giro tan pronunciado y tan en contradicción con lo que había prometido en la campaña electoral que lo llevó por segunda vez a la presidencia. En el canal Tele-Tevé, Valentín Vergara lo criticaba veladamente por la apertura del sector petrolero que, según el marido de Lucky, resultaba atentatorio contra la soberanía del país al permitir que los capitales transnacionales volviesen a tener injerencia en la explotación y exploración del oro negro.
Eran más de las doce y ni rastros de Benny. A todas estas, nadie explicaba qué había causado el deceso de don Soberbia. Los medios venezolanos son gazmoños y pacatos cuando se trata de develar las enfermedades y afecciones que pudieren afectar a los poderosos. Me mudé a un canal por cable. Pasaban una película donde Jean Claude Van Damme noqueaba a cincuenta chinos con un solo tacle volador. No tardé en quedarme dormida.
Abrí los ojos a las ocho y media de la mañana. Benny nada que volvía. ¿Dónde podría estar ese insensato? Cuando lo viera pensaba armarle las de San Quintín. Pensé en Horacio Quintín. Qué cosa tan extraña su muerte. Y Armandito. ¿Quién lo mató? Demasiadas complicaciones, conjeturé. Ya mi vida estaba más que complicada. Me preparé una tortilla, fregué los platos, organicé la cocina y, siguiendo con esa tónica, ordené el clóset de Benny. Recogí sus jeans y sus franelas. Últimamente le había dado por andar disfrazado para que no lo agobiaran los fans y los solicitadores de autógrafos en la calle. Aproveché y recogí el sinfín de pelucas, sombreros, gorras, boinas, barbas postizas, dientes saltones de plástico, lunares falsos, lentes de contacto para cambiarse el color de los ojos, tarros de maquillaje y otros adminículos disimuladores de la apariencia. Tanto buscar la fama para después sacarle el cuerpo como a un apestoso. Gases del oficio, diría el intestino grueso. ¡Jesús!, se me estaban pegando todas sus insensateces.
Cogí rumbo a la oficina, aun siendo sábado. El trabajo siempre resultaba un aliviadero para las preocupaciones. Había un montón de correspondencia encima de mi escritorio. Por tener un ruido que me hiciera compañía, prendí la tele para seguir al tanto de las honras fúnebres. Inmediatamente, tomé mi teléfono privado y marqué el celular de Benny.
— ¿Aló? ¿Aló? Aló-che soñé contigo —respondió con una voz que sonó a cantos gregorianos tocados al revés.
—Soy yo. ¿Dónde estás? —me escuché decir con sumo imperio.
—Ah, hola, mami. Estoy en una suite del Anauco Hilton, con mis panas de la universidad, Charlie y Laureano, que están de visita aquí en Caracas.
— ¿Por qué no me has llamado? —qué pregunta, ¿no?
—Lo he estado intentando, honey, pero sólo consigo que me responda la contestadora. ¿Qué pasa con tu teléfono?
—Me lo robaron anteayer.
—Pero bueno, ¿y entonces? ¿Estás enojada?
—No. Hoy me compro otro. ¿Cuándo te veo?
—Voy saliendo a grabar unos exteriores en Sartenejas. Calculo que a las cinco o seis de la tarde I'll be ready. ¿Me esperas en mi apartamento?
—Bueno. ¿Vas a traer a tus amigos?
—Negativo. Esos dos vinieron a cuadrar unos negocios.
— ¿Negocios de qué?
Who knows? Son más misteriosos que una película de Alfred Hitchcock.
— ¿Cuál es la trama de hoy?
—El vengador anónimo sigue haciendo de las suyas.
— ¿Qué es eso?
—El mata-políticos corruptos. Un invento del "Gocho". Escobedo quedó vivo y el vengador va a intentar rematarlo.
—Qué truculento.
— ¿Se te pasó el enojo conmigo?
—No estoy brava contigo, Benny. ¿Tú estás tenso?
Why do you say that?
—Porque no estás hablando en verso. ¿Qué te sucede?
—Se me desconfiguró el disco duro. Por eso estoy en un apuro.
—Nos vemos en tu apartamento. Estaré allá a las seis.
Love you, baby.
—Yo también.
Empecé a abrir la correspondencia que se apilaba sobre mi escritorio. Cotizaciones, facturas, referencias comerciales, correo basura. En la pantalla transitaban unas imágenes caóticas. Tumultos de reporteros y camarógrafos se apiñaban sobre un escenario marino. Una señora madura y una joven, rubias ambas, eran resguardadas por un cordón policial. La imagen se movía de un lado para otro, evidentemente por causa de los empujones entre los presentes en el sitio. La señora y la chica fueron introducidas en una patrulla que partió velozmente. La cámara enfocó al corresponsal con un trasfondo de muelles, lanchas, vehículos policiales, agentes de la ley y curiosos. Tomé el último sobre de la pila. No tenía membrete. Procedí a abrirlo, mientras le subía el volumen al televisor.
"…completamente a la deriva y fueron localizadas, afortunadamente, en alta mar por pescadores que se disponían a ejercer sus labores y se dieron cuenta de la anomalía. Según versiones que hemos podido recoger, aún por confirmarse, el secuestrador les afirmó que su acción no iba dirigida en contra de ellas, por lo cual las conminó a punta de pistola a abordar el bote inflable en el cual fueron rescatadas. A continuación, el malhechor obligó al conocido empresario a que pusiera proa hacia aguas oceánicas. Toda la guardia costera, en conjunción con aviones acantonados en la base aérea de Barcelona, realiza en estos momentos intensas labores para rastrear la embarcación propiedad del presidente de nuestra empresa matriz, Televisión Venezolana CSTV, señor Ronald McNamara. Tenemos entendido, también, que se ha solicitado la cooperación de la marina norteamericana…"
Era una carta escrita con letra menuda y nerviosa.
Orne:
no se como decirte esto en realidad la, angustia casi no me deja pensar mucho menos escribir la, mano me tiembla pero, siento que debo comunicarte esto sincerarme contigo porque tu, has sido mas que una amiga para mi
lo único que siento es el, dolor que pueda causarte pero es preferible que te enteres por mi mismo asi sea por, esta via porque me ha, dado mucha pena no poder habertelo dicho personalmente creo que me, hubiera roto en mil pedasos pero no queria  que guardaras ese recuerdo de mi. Estoy enfermo Orne, el ultimo medico al, que fui en N. York  me lo confirmó, si fuera tan solo una, sola cosa pues a lo mejor me hubiera armado de coraje y hubiera resistido, hasta el final pero la perpectiva de sufrir, con impotencia mientras el, cuerpo se te va descomponiendo y, se te va desintegrando esto es demasiado Ornelita, tengo cancer de pancreas en estado de metastasis lo que equivale, a que ya no hay salvacion posible, para mi tu, sabes que uno espera a que le den un gramo de esperanza, una tabla, de salvacion a la cual aferrarse para poder confiar, en un milagro que te rescate pero, los medicos han sido francos conmigo y no me han alentado
tambien estoy seropositivo el mal, del siglo se afianza en mi organismo esto seria, lo de menos porque hay, ahora cocteles de drogas que son, bastante costosos es verdad pero que te pueden prolongar la, vida sin manifestar los sintomas pero la combinasion de dos enfermedades es mas, terrible y desbastador de lo que pense
busque el consuelo de la religion y no, surtio efecto por supuesto que inmediatamente pense en el suicidio queria quitarme la, vida pero no hayaba  como hacerlo hasta que hable con ellos con estas, personas  tan claras en lo suyo quienes me, han concedido una vision una nueva, óptica para confrontar esta dura, desision que estoy tomando de disponer de esta vida con un supremo acto que, es una declarasion tambien algo en, lo cual no creia pero ellos, me convensieron de hacerlo porque la muerte de uno no debe ser en vano, tiene que tener un propósito  y servir de ejemplo
así que me reuni con ellos y desidi lo que tenia que desidir hasta verguenza me da confesártelo pero espero, que me comprendas y me perdones me perdones Ornela toda esta, manera de marcharme pero la gente de SUCRE me convenció (me lavaron el cerebro diras tu) (pero sí estoy convencido de lo que hago)
cuando leas esto ya me habre ido no supe, aguantar Ornela me asuste con tanto, dolor que me esperaba no puedo recurrir a nadie sino a ti mi amiga mi paño, de lagrimas porque ni siquiera el consuelo del amor me queda ese a quien yo amo esta, enamorado de la forma mas rara del, mundo pero no de mi yo lo, perdono y ni siquiera cuento con una familia para derramarle mis lagrima
adios Orne te he querido, mucho perdoname esta locura solo se que no  he querido, sufrir si te he hecho sufrir con esta, manera de irme perdoname por favor que el cielo, te colme de bendisiones
javier
El mundo se me estaba cayendo a pedazos. La leí  y releí no sé cuántas veces.
Salí corriendo de la oficina. Cuando pasé, como una exhalación, frente al cubículo del vigilante del edificio, pude escuchar unas notas fúnebres desde un televisor encendido. El réquiem del presidente. El responso por un tiempo de azahares que estaban extinguiéndose.
Había una iglesia como a tres cuadras. Me introduje en ella y me arrodillé. El corazón quería salírseme del pecho. Cubrí mi boca para que los sollozos no me rompieran la cordura.
¿Qué nos esperaba, Dios mío?

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