miércoles, 14 de octubre de 2009

Música para araguaneyes sicodélicos

Espejuelos para una viola d’amore
A Vitas Brenner

En este caso, la bitácora templaria desmaleza magnificencias
si bien la armonía,
aun peregrinando desde la luz (nobleza cabizbaja),
nos sustrae de los vértices
del minué y del jazz barroco (cabildo plus sonoridad)
cuajándose en vanas autorías.
Tus ojos, catira, no ameritan espejuelos,
las bucólicas constelaciones retornan a ellos.




Aunque la tarde purifica lo medieval,
la ritualidad inscribe el vocablo d’amore
con trinidades rocosas, roquíferas, acuíferas, roqueras:
la transmisión de lo sagrado en plenitud,
ensayo de sombras y cuadriles
al socaire y al descampado;
sextetos de cuerdas y amparos,
ráfaga de bombos, redoblantes, high hats
y una guarura en mayúsculas;
semifusas periféricas, dados y ruletas.
Tu canción comparte una escudilla con el Mars Volta.





Tras el recodo de los guarismos en mi bemol
nos margullimos en la pileta autóctona.
Quise, tercamente, desperezar el tramoleo
de un pajarillo y vuela si quieres volar.
Barrunté, atestígualo catira, el norte declarativo
del seis perriao, por derecho trapiao, vergajiao y cueriao.
El Indio Figueredo como plasma de Stratocaster.
Mi difunto padre hubiera exclamado:
“¿Qué pillíos son esos, carajo?”,

y después reíamos juntos.
¡Qué buena vaina, catira!



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