miércoles, 14 de octubre de 2009

M.S.L.

Los años mozos
De izq. a der., Manuel Santaella Ledezma, el “renco” Ángel Custodio Loyola, “Bachaco” Ledezma, Rafael Santaella Isaac y dos personas no identificadas

Arriba, de izq. a der., Manuel Segundo, Romelia y Dámaso. Abajo, doña América y don Manuel
Casóse con doña América en 1928


Orfebre del agua

Manuel Santaella Ledezma

El hombre siempre ha forjado el dominio de sus sueños con la hidrografía de sus manos. La doma de los obstáculos impuestos por una madre naturaleza a ratos esquiva, a ratos hostil, pero siempre bella, inquietante y maravillosa, se transcribe en el trazo del ingenio y en el verbo mecánico del artilugio. Mas henos aquí con un artífice surgido en ambientes desabastecidos de amabilidad ante el logro concreto y, enseguida, brota la conjetura profana: si acaso a don Manuel Santaella Ledezma se le hubiera ocurrido nacer en el Norte puritano y anglosajón, pongamos por caso, habría sido émulo de Thomas Alva Edison o de Nikola Tesla. Válgame Dios.
Pero fue Chaguaramas, antiguo cantón guariqueño, quien le bosquejó la primera luz de la vida, en el mismísimo año de 1908 que vio partir a Cipriano Castro rumbo a Alemania aquejado del riñón y a su compadre Juan Vicente Gómez, ni corto ni perezoso, serrucharle el coroto. Huérfano de padre al poco tiempo, el pequeño Manuel José quedó a cargo de un tío pudiente. Descubiertas sus ingentes habilidades con los engranajes y las herramientas, expresó decididamente su ambición de estudiar ingeniería mecánica. El vozarrón del ignaro pariente le habrá resonado cual reprimenda de subdesarrollos y tercermundismos: "No, mijito, usted sirve es pa’ becerrero y no invente pendejadas".
El autodidacta Manuel Santaella no se arredró, aun con apenas el cuarto grado de primaria. Su inteligencia natural elucidaba el funcionamiento de los mecanismos y, bien pronto, sus servicios comenzaron a ser requeridos por doquier. Las máquinas no le guardaban secretos. Y cuando le tocó escudriñarse el corazón, encontró a la compañera de toda su vida, América Pérez Peraza, su desposada del año 1928, tiempo de revueltas estudiantiles con la consigna saca la pata lajá, adiós pues Caracas, y mudanza para Valle de La Pascua. Nacerían, de seguidas, Manuel Segundo (1929-2007), Dámaso (1930-1957), Romelia (1935) y Carlos (1948).
En 1946, la sed apremiaba por estos pueblos. El recién fundado Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS), hoy con más apelativos y menos lauros, lo llamó a filas. La inventiva de Manuel José Santaella Ledezma se desplegó en la labor de campo, el recorrido de las tuberías, la disposición de la planta de tratamiento e, incluso, la abstrusa función administrativa. El agua llegó, por fin, a La Pascua. Y cuando Luis Adolfo Melo se las agenció para traer la planta eléctrica que arrimó, por fin, a La Pascua hasta predios civilizados, a Manuel Santaella le tocó vigilar, supervisar y tutelar la faena de la máquina vencedora de tinieblas, todas las noches de 6 a 9. Ni siquiera La Sayona o El Espanto del Troncón asomaban sus espectrales esencias ante la paliza de la electricidad. Y cero apagones.
Fue, además, síndico del entonces Distrito Infante en el lapso 1950-52, bajo la gestión, como presidente del Concejo Municipal, de Rafael Ángel Moreán. El INOS (algunas gentes de aquellos tiempos le cambiaban el artículo determinado por “La INOS”) se lo llevó a San Felipe, Yaracuy. De allá retornó en 1958, al acaecer la muerte de su hijo Dámaso. Luego pasó al MOP (Ministerio de Obras Públicas), donde lo alcanzó la jubilación. Pero, hasta el último día, su agudeza mecánica le allanó veredas. Durante la sequía de 1973, se le ubicaba en todos nuestros montarascales instalando, reparando y ajustando molinos. Junto a Julio Pérez, era el artífice en el combate contra la sed, gracias a habilidades adquiridas en otra sequía previa, la de 1936.
Muchos de nosotros, hoy cincuentones, lo conocimos prodigándole primores a “Tarzán”, un Ford modelo T, o Ford de tablitas, del año 1928, objeto de sus cuidados constantes. Varias décadas habían transcurrido y “Tarzán” seguía rodando, como si el tiempo no significara mella en su esqueleto acerado, como en los viejos días cuando don Manuel se aventuró conduciéndolo hasta Parmana, siguiendo las viejas trochas ignorantes de cartografías instituidas, sorteando las troneras y los baches con la agilidad del hombre mono. De ahí el cariñoso mote. A la muerte de don Manuel, en 1984, sus herederos le vendieron “Tarzán” a un negociante.
Manuel Santaella Ledezma, partero del agua, tesorero de la luz, guardián de los mecanismos, baluarte del reloj de sol, becerrero de las mecánicas concisas, llanero de los artefactos, pródigo en honestidad. Hace mucha falta gente como usted.

1 comentario:

América Ratto-Ciarlo dijo...

Una historia privada y local, que a la vez es una historia patria.
Bellas las fotos.

Salud..!