EPITAFIO
Gonzalo no quiso quedarse en el
cementerio a ver las últimas paletadas de tierra sobre el féretro que guardaba
los despojos de Sojito.
Junto con David, abandonó pronto el
escueto cortejo. Se dirigieron al Hotel “Nacional” y, una vez allí, pidieron
cerveza.
¾
¿Todavía no lo han terminado de restaurar? ¾
intentó Gonzalo hacer conversación, luego de unos segundos de engorroso
silencio.
Afuera, el sol brillaba con iracundia.
Afortunadamente, el aire acondicionado soplaba con un cántico penetrante y
monótono.
¾Sí.
Le dieron duro ese día¾
observó David, notando los orificios que, a fuerza de yeso, pretendían pasar
disimulados.
¾Fue
una locura completa.
¾Ni
que lo digas.
Había una distancia imponderable entre
él y David. Decidió resquebrajarla.
¾Chico,
¿por qué lo de Sojito?
David respiró profundamente y se irguió
un poco.
¾Fue
una infelicidad muy grande. A Pedro Esteban le dolía vivir. Cuando le tocó
compartir la cárcel con nosotros, comenzó su derrumbe moral. Sencilla y
llanamente, no pudo soportarlo. Ya él arrastraba su problema de drogas, pero en
la penitenciaría le dio por experimentar consigo mismo. Lo veíamos todos los
días transportado, con los ojos vidriosos y ausentes. Cambiaba de estado de
ánimo como el papel tornasol. Algunas veces, se ponía locuaz y parlanchín,
discurseando durante horas sobre la complicidad entre Dios y los explotadores
(los mercachifles de la falsía, como él los denominaba). Otras veces lo veíamos apático, anulado, deprimido. Salió
de la cárcel convertido en un adicto sin remedio. Tú sabes que ahí adentro se
consiguen las drogas con una facilidad que te caes para atrás.
¾
¿Estaba tan mal así?
¾Figúrate
que últimamente le había dado por ir al hospital a robarse los opiáceos.
Incluso llegó a amenazar a varios médicos y enfermeras. Estuvo un mes interno
en una de esas clínicas de rehabilitación donde los ponen a machetear hectáreas
y hectáreas de cañaverales. Pero qué va, todo fue inútil. Él mismo era el
primer pesimista en cuanto a su rehabilitación.
¾
¿Cuándo fue la última que lo viste?
¾Anteayer.
Andaba aceleradísimo y paranoico. Creo que estaba desesperado por los efectos
del síndrome de abstinencia. Me dijo que iba a la clínica del doctor Fragachán.
Yo sabía muy bien para qué. Quise disuadirlo. Ni caso que me hizo. Nadie sabe
cómo, pero me cuentan que sustrajo diez ampolletas de Demerol. Lo encontraron
en la casa, con la jeringa clavada en la femoral porque ya no tenía sitio sano
en las venas de los brazos y los pies. Parecía que estuviera vivo, pero tenía más
de dos horas ahí, frío y muerto, olvidado por todos.
El tono de David reflejaba cierto
reproche.
¾Cuéntame
de la cárcel… ¾
pidió Gonzalo.
¾Es
la experiencia más terrible y, a la vez, más endurecedora que puede vivir un ser
humano. En cierto sentido tuvimos suerte porque, prácticamente, casi todo el
grupo fue a dar con sus huesos a la penitenciaría. Unos por lo de las drogas y
otros por el “Miguacazo”. Eso nos sirvió, de alguna manera, de soporte mutuo.
Sin embargo, hubo muchos para quienes su estabilidad emocional, por más sólida
que aparentaran tenerla, se derrumbó. Entre ellos, Pedro Esteban, que en paz
descanse. Otro que jamás se recuperó fue Pedrarias…
¾
¿Qué pasó con él?
¾Llegó
a la penitenciaría con un yeso parecido a un casco de jugador de fútbol americano.
Me contó que el día del “Miguacazo” lo habían soltado, muy temprano, en la
mañana. Decidió venirse de incógnito, y cuál no sería su sorpresa cuando se
encontró a María Enriqueta en medio de la plomamentazón. Intentó acercársele y
le dieron un culatazo en la cabeza. En la caída se fracturó la mandíbula.
¾
¿María Enriqueta aquí? Se suponía que la tenían en Caracas.
¾Es
que todo parece producto de la fantasía afiebrada de un novelista. No solamente
había llegado también ese mismo día. Le dieron un balazo que la tuvo al borde
de la muerte por casi un mes…
¾No
me digas¾
Gonzalo se acomodó en su silla para oír mejor.
Un mesonero trajo dos cervezas más.
¾
…de resultas del incidente hasta abortó.
¾
¿Estaba embarazada?
¾Eso
fue lo que más le pegó a Pedrarias ¾ David se secó la espuma en los labios
con una servilleta¾.
Y a ella misma la afectó de manera determinante, según me contó Julia, la única
que la vio en ese entonces.
Gonzalo se puso tieso al escuchar el
nombre de su antigua enamorada.
¾A
nadie más que a Julia permitió María Esperanza visitarla. Y en Caracas. Así
sería el rollo, Gonzalo, que los Alvarenga decidieron mudarse. El único de
ellos que porta por aquí es el señor Efraín, que viene una vez al mes a chequear
sus hatos.
¾
¿María Enriqueta está en Caracas?
¾No.
Lo último que supe de ella, a través de Julia por supuesto, es que hace más de
un año se fue a vivir a Nueva York y está estudiando modelaje. Nunca más volvió
a Miguaque. El pobre flaco se cansó de escribirle cartas que no sabía cómo ni
adónde enviar, siempre sin recibir respuesta. Se iba volviendo loco, vale. Era más
que deprimente verlo tras las rejas, con esa cara descolgada, carente de vida,
jipato y desganado. Para mí que a la catira le lavaron el cerebro, la
engañaron, le metieron en la cabeza ideas falsas sobre Pedrarias, quien nunca
dejó de estar enamorado de ella. O, a lo mejor, me equivoco y ella misma se
desilusionó por algún reacomodo inexplicable de sus sentimientos.
¾Oye,
qué lástima.
¾Cuando
salió libre, el pobre flaco decidió enterrarse en vida en la selva. Más nunca
lo hemos vuelto a ver por aquí. Y le doy la razón, porque todo esto debe
representar para él un recuerdo de pesadilla. La última novedad es que anda de
minero cerca de la frontera con Brasil, en un sitio bien perdido más allá de la
Gran Sabana, y que no le ha ido tan mal.
Nuevamente descendió sobre ellos un
silencio turbio, como si fueran dos ancianos fatigados rememorando efemérides
marchitas.
El mesonero trajo dos cervezas más.
¾
¿No me vas a preguntar por Julia?
Gonzalo hubiera querido ocultar su
tensión. La reacción más inmediata fue no contestar.
David continuó hablando.
¾Julia,
tal como era de prever, terminó casándose con “Pájaro Vaco”, quien ahora es
capitán y, según me contó la última vez que la vi, dentro de poco será
ascendido a mayor. La carajita parece una coneja porque cada vez que la veo
está preñada. Por cierto que ese Eugenio Enrique como que tiene mala mano,
porque la chama se ha puesto gordísima y con la cara llena de barros. Parece
que tuviera más de treinta años, pero sigue siendo tan simpática y buena nota
como siempre.
¾Otra
que está bien estropeadita es la mamá de Sojito. Recuerdo que, en aquellos
días, ella era una de las hembras de por aquí¾
comentó Gonzalo, con evidente intención de zafarse del tema de Julia.
¾Ciertamente.
Ella se desapareció de estos contornos por dos años. Las malas lenguas dicen
que se empleó de prostiputa en
Maracaibo, otros dicen que en Curazao y hasta hay quienes aseguran haberla
visto en Miami. Lo cierto es que regresó con plata y montó una boutique. La sociedad miguaqueña finge
haberle perdonado sus pecados de juventud, porque las señoras de los ganaderos
y los doctores compran buena parte de sus trapos en su negocio. ¿Cómo la ves?
¾Aunque
el perdón no fue extensivo a Sojito. Casi nadie vino a su entierro.
¾El
pobre Pedro Esteban estaba muy desprestigiado. Quizá fue castigo del cielo por buscarse
pleitos con Dios. Allí está bajo tierra ahora, íngrimo y solo, como un hijo
abandonado.
Gonzalo no quiso recordar los episodios
del fuego. Cada vez que medio los rememoraba, un frío de sable antropófago le
lamía el espinazo.
¾A
quien vi el otro día en Caracas fue al “Bolondrito” ¾desvió
el tema Gonzalo¾.
Sigue igual de hipócrita y advenedizo.
¾Está
cantando en la televisión, creo.
¾Es
baladista¾
comentó Gonzalo, con cierto dejo irónico¾.
Otro cantante perfumado y amelcochado más, para delirio de las quinceañeras
tontas.
¾A
lo mejor le va bien¾
conjeturó David.
¾Es
lo más probable. En este país, y en toda Latinoamérica, de paso, cualquier
insípido que se vea precioso en pantalla y que más o menos cante afinado, es
candidato seguro al estrellato. El “Bolondrito” cumple con esos requisitos y,
además, es soplón, traicionero, motolito y adulante. O sea que tiene el triunfo
farandulero en el bolsillo. ¿Cómo te parece?
¾
¿Y tú, David? ¿Qué haces en Miguaque? La última vez que nos vimos planeabas
estudiar ingeniería en Caracas. ¿Qué te pasó?
¾Con
mi detención las cosas se nos pusieron duras. Mi viejo tuvo que desembolsar
bastante dinero para sacarme, aun cuando yo nunca tuve participación en lo de
las drogas¾
nuevamente el reproche afloró a la voz de David¾.
En los actuales momentos, resulta imposible financiarme la carrera. Decidí
emplearme en la algodonera, en contabilidad, y ayudo, los fines de semana, a mi
papá en la finca. Y a lo mejor me caso antes de fin de año.
¾¿Ajá?
¿Y quién es la víctima? ¾bromeó
Gonzalo.
¾La
hermana de Rosita Bustamante, ¿te acuerdas de ella? Lo que significa que el
“Chino” Rivera y este servidor seremos concuñados. La relación entre él y yo
está tan cercana que hasta nos vamos a asociar para sembrar sorgo este año.
¾Cuéntame
de tu hermano, el guerrillero. ¿Todavía está alzado?
¾Lito
se acogió a la política de pacificación. Le dieron una beca y actualmente está
en Chile, disfrutando en primera fila del gobierno de Salvador Allende. Lo más
probable es que regrese el mes que viene porque la gente del Movimiento Al
Socialismo quiere que encabece la plancha de diputados por esta región.
¾Oye,
al tipo definitivamente lo que le gusta es la política.
¾No
hablemos de eso. La campaña electoral hace que me den ganas de vomitar. Y
dígame si gana Carlos Andrés Pérez las elecciones…
¾
¡Uf! Pobre país.
¾
¿No has visto a Giancarlo en Maracay, Gonzalo?
¾No
lo veo desde el “Miguacazo”. Ese día lo dejé en el peaje de Palo Negro. Desde
entonces no he vuelto a saber de él.
¾Ese
musiú sí que las tiene bien puestas. ¿Tú sabes lo que hizo? Se regresó a
Miguaque como a la semana alegando que
había dejado olvidadas sus cosas, la media y el secador para escarmenarse las
chichas. La policía lo estaba esperando.
Rieron ante lo insensato del asunto.
¾Ese
es otro que no se ha vuelto a mostrar por aquí¾
prosiguió David¾.
Te pregunté por él porque me dijeron que se cortó el pelo, no se quita un traje
y una corbata, y ahora es todo un señor, muy serio y circunspecto. Trabaja en
un ministerio. ¡Imagínate tú! ¡El musiú Giancarlo, burócrata! ¡Quién lo viera!
Se sonrieron ante las jarras
semivacías. Nuevamente el embarrado silencio.
¾Las
cosas cambian, David.
¾Sí.
No había nada más que decirse. No había
campo para más explicaciones, remembranzas, censuras, reproches. No quedaba
sino el silencio, secreto del olvido.
¾Si
alguna vez vas a Caracas, llámame¾
Gonzalo garrapateó un número en una servilleta y se lo pasó a David.
¾Chévere.
Dentro de unos días tengo que ir, precisamente.
¾Fenómeno.
Así aprovecho y te presento a unos amigos míos con los que estoy formando una
banda. Estamos tocando un poco de todo: rock sinfónico, fusión, blues…
¾Vaya
duro.
Los dos sabían perfectamente que,
quizá, nunca más se volverían a ver. Procuraron disimularlo despidiéndose con
una alegría que no sentían.
El sol seguía castigando
inmisericordemente la tierra.
¾Nos
vemos en Caracas, entonces¾
dijo Gonzalo, ya en la acera frente a la plaza Bolívar en remodelación.
¾Bien…
Se dieron un abrazo corto y defensivo.
Partieron en direcciones distintas.
Gonzalo se encaminó al Buick. Se
disponía a abrir la portezuela cuando notó que una figura lisiada se le aproximaba.
¾Ese
Gonzalín¾
lo saludaron¾.
¿No te acuerdas de mí?
Forzó la memoria. Los recuerdos
parecían desvanecerse más rápido todavía bajo el influjo del calor y las
cervezas, aun estando en el propio escenario de los acontecimientos.
¾Soy
el “Búlgaro”, vale.
¾
¿Entonces, mi pana? ¾respondió
automáticamente Gonzalo, intentando encubrir la tristeza que le producía el
verlo tan emaciado, tan cojo, tan frágil, tan caricatura de sí mismo.
¾
¿Viniste al entierro del chamo Pedro Esteban, verdad?
¾Mmmmjú¾
Gonzalo trató de evitar una turbación de celofanes decolorados.
¾La
cárcel nos fregó a todos, Gonzalín. Y yo quedé así, todo mallugado y coñaceado,
después del “Miguacazo”.
Gonzalo sintió una acuciosa necesidad
de evadirlo, de escaparse y de no volver más nunca. Era como verse en un
espejismo bovino, como estar maldito y condenado, padeciendo del escalofrío en
el espinazo por los siglos de los siglos.
¾Bueno,
pero no hablemos de cosas tristes¾
dijo el “Búlgaro”, con su acento mezcla de malandrín y llanerito¾.
Cuando te reconocí me dije, este es el chamo que me va a resolver el problema.
“¿Cómo me le escabullo ahora?”, pensó
Gonzalo.
¾
¿Te quieres arrebatar? ¾preguntó
el “Búlgaro”.
La cosa cambió. Quizás con un tabaco
encima todo sería más soportable.
¾Llévame
por ahí, pues, y te invito ¾
propuso el “Búlgaro”.
Llegaron a una quinta en la nueva
urbanización construida detrás de la recién inaugurada sede del colegio “María
Santísima”. Había varios carros y motos en la puerta. Desde adentro se
escuchaba el retumbar de unas guitarras distorsionadas.
Entraron.
En la sala departían varios muchachos y
tres chicas. Tenían vasos repletos de escocés con hielo y agua.
Todos conocían a Gonzalo, pero él no
reconocía a ninguno. El “Búlgaro” se dio cuenta.
¾Lo
que pasa es que ellos eran unos nenés de pecho cuando tú viviste aquí. Pero tu
fama, nuestra fama, los ha impresionado, chico. ¡Somos legendarios, Gonzalín! ¾exclamó,
encendiendo un cacho enorme.
Una de las muchachas se acercó,
evidenciando un manifiesto interés por Gonzalo.
¾Hola.
Se ve que no me recuerdas.
Había un vago aire familiar.
¾Soy
Samantha. La hermana menor de Julia. ¿Ahora sí te acuerdas?
El “Búlgaro” le pasó el joint a Gonzalo.
¾Míralos,
chico, cómo se acomodan. Aquel que está allá, por ejemplo¾
señaló a un rubicundo de bíceps inflados¾,
es hermano de Alfredito Enrile. Qué contraste más grande, ¿verdad? El otro tan
zanahoria y éste tan dañado. Es que el mundo da muchas vueltas.
Samantha no despegaba los ojos de
Gonzalo.
¾
¿Te piensas quedar algún tiempo en Miguaque?
Gonzalo asintió, chupando. Le pasó el
tabaco. Samantha inhaló con una fruición opípara y abrasadora.
Los demás se arrimaron para participar
de la ronda. Intercambiaron bromas que sólo ellos comprendían, aunque
procuraban ser extremadamente amables con Gonzalo.
Samantha lo seguía mirando. Una de las
muchachas le dijo algo al oído. Rieron con complicidad femenina.
¾Permiso¾
dijo Samantha, procediendo a subir por la escalera que llevaba a las
habitaciones del piso de arriba. Iban al baño, seguramente.
Los chicos se introdujeron a la cocina
a servirse más escocés. Gonzalo se encontró repentinamente solo.
Fue a la sala. Se asomó a la ventana.
El sol comenzaba su lento e inexorable descenso, por enésima vez, desde la
Creación.
Otra vez sintió el escalofrío, con
mayor agudeza e intensidad.
Se vio a sí mismo salir de la quinta,
casi con velocidad de huida. Ciertamente, el apremio de escapar se le agudizaba
entre las costillas. Unos bachacos aventados y ateos practicaban atletismo en
sus pies, haciendo escalar un pánico fibroso por toda su musculatura.
Encendió el carro y arrancó polvaredas
desabridas en los zaguanes del atardecer.
Tomó la carretera nacional, rumbo a
Caracas. No pararía hasta llegar.
Pasó por enfrente de la reconstruida
ánima del Túa-Túa. No osó voltearse.
Comenzó a experimentar alivio. Todo
quedaba atrás. Irremediablemente. Para siempre.
“Sólo fue un reflujo del tiempo”,
pensó.
Le dieron deseos de oír la radio. La
estática era ensordecedora. Buscó una estación de la aun lejana capital, una
emisora rockera. Cada minuto que pasaba se sentía más calmado.
Sonaba King Crimson. Todo quedaba atrás,
sí señor, todo quedaba atrás…
Confusion
will be my epitaph
as I crawl
a cracked and broken path…
Fin
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