martes, 12 de octubre de 2010

Yo jurungo, tú jurungas


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Jurungandito

***

Decido darme una vuelta por el terruño. Tamaña proeza para mis desvencijadas vísceras. El mal estado de las vías y la mengua generalizada adjudican por doquier una estampa irrecusable de achante africano. Da dolor. Da grima. Todo lo retrocedido en estos últimos años, sobre todo si nos comparamos con realidades de la vecindad. Chile, Costa Rica, ¡la mismísima Colombia, dada por resiete jodida hasta no hace mucho!, nos llevan —dígalo— una morena. Pero la añoranza de la patria chica provinciana nos magnetiza y para allá cogemos. Riñones cuarentones, aguanten. En el llano aseguran: “El que le guste la ñema, que aguante el caracaqueo”.

Visito a parientes y viejos amigos. Suenan como avergonzados. En esta región preterida y atrasada el oficialismo arrasó en las elecciones para el congreso unicameral. De chiripa la Unidad logró colar un diputado. La lucha por reconquistar este país nuestro tan magullado resultará larga, les aseguro, sintiendo desfallecer un tanto mi convicción. A lo mejor es el calorón, reflexiono, al sufrir en carne propia los inevitables “n” apagones diarios y la eterna falta de agua, aquí, en mi patria chica. Evito en todo momento que me tomen por caraqueño reencauchado, por sifrino, sin dejar de sudar como un manare.

Deambulando por las calles donde vi en mi niñez los arreos de burros cargados de leña rumbo a la plaza Bolívar, me doy de bruces con un familiar y juvenil rostro. Hago memoria en un tris: se trata de Jeanmar[1], hijo de una comadre de mi vieja. Me reconoce e intenta evadirme, algo penoso. Responde a mi llamado insistente y accede a saludarme. Poco a poco le voy desmontando el recelo.

Jeanmar se abre cual líquido represado al aflojarse las compuertas. Ha pasado largo tiempo sin empleo fijo. Durante un lapso manejó un taxi, pero la inseguridad (lo atracaron tres veces) y el aumento constante en el precio de los repuestos lo disuadieron. Bregó de buhonero. Tiene un chamito de dos años con asma crónica. Su mujer está barrigona de seis meses. Tan sólo hace unos días emigró desde un conuco endógeno adonde lo habían llevado con promesas y más promesas, situado en unas tierras invadidas. Los gobierneros lo dejaron a la buena de Dios y pasó el hambre hereje, se vino otra vez al pueblo y tiene ganas de irse a Valencia o Maracay a probar suerte.

Jeanmar se montó en una buseta contratada por el partido Pusv el domingo 26 septiembre. Desde primeras horas recalaron en diversos centros electorales. Jeanmar me refiere que llegaban a una escuela, por ejemplo, y una señora espelucada,  dientes manchados, franela roja ondeando la cara del Che Guevara, lo proveía con una cédula. De allí a una mesa específica donde votaba con un militante oficialista a su lado cuidando que el sufragio favoreciera al partido Pusv. Vuelta a la buseta junto con el grupo y rumbo a otro centro, repitiendo la operación. En total, Jeanmar y el resto de esa pandillita votaron diez veces con igual número de cédulas distintas. ¿Y la tinta indeleble?, le pregunto. Muy fácil, responde. Se introduce el meñique en cloro Lavansán durante cuatro o cinco minutos, luego un pase de jabón azul y ¡presto!, como nuevo el dedito[2]. Jeanmar terminó cobrando mil machacantes de los nuevos (un millón de los viejos) por la jornada, vale decir, a doscientos car’e palos cada deber cívico.

Jeanmar reconoce haber transgredido la norma ese domingo de escrutinios madrugadores. Pero ante un cuadro certero de hambre y privación, ¿quién se atreve a condenarlo? No eres tú el culpable, lo tranquilizo, sino quienes nos han traído a esta situación. Mientras Juan Pueblote pasa las de Caín, nuestro “amado líder”, su familia y la boliburguesía viven a cuerpo de rey, atracando a mansalva el erario público.

Me lo revela Jeanmar antes de irse: la abrumadora mayoría de quienes peregrinaban en la dichosa buseta provenían de un estado vecino donde el oficialismo, para su sorpresa, padeció una estruendosa derrota. Es decir, dejaron solos aquellos potreros y les comieron el maíz saltiao.

Los tramposos salieron entrampados. Basirruque murió tosiendo.

***

TJ1, mi amigo de infancia, me sale al paso en una esquina cundida de buhoneros. En el terruño, el calorón es bochornoso, valga la rebuznancia. Nos adentramos en un ventorrillo de fritangas y empanadas. TJ milita en uno de los partidos de la guanábana desde nuestra época de cucarachones, cuando el arco iris aún salía en blanco y negro.

TJ se muestra satisfecho de los resultados. En los centros urbanos le latimos en la cueva al oficialismo, me asegura. Pero en las zonas rurales nos dieron hasta con el tobo. Falta de testigos y logística. Los gobierneros disponían de todos los recursos, mientras la Unidad debió batir barro para contar con migajas. Pelea de burro espaletao contra hiena artera, enfatiza TJ. No obstante, la Unidad aumentó significativamente el caudal. Se perdió en buena lid, refiere TJ, revolviéndole el azúcar a un guayoyín.

Yo, escéptico uña en el rabo, le pregunto: si cierto charlatán ignaro y tracalero reconoce una proporción aproximada de 52 a 46 por ciento (números más, números menos) a favor de la Unidad, ¿cuál será la realidad real? ¿Setenta a treinta? ¿Ochenta a veinte? Contra el déspota, bien entendido. Constatable en la calle como el agua a flor de piel, añado. Pero TJ se revela como portaestandarte del conventional wisdom, como dicen los gringos. TJ rezuma sabiduría convencional, la misma que prevalece en los medios mediáticos del mass media, tan acusados y recusados por la dictadura.

Estás súper equivocado, certifica TJ. El oficialismo cuenta todavía con un ingente número de partidarios. Métete pa’ los barrios, chico, como hacemos nosotros en campaña y lo palparás. No podemos tapar el sol con un dedo. Esa es nuestra realidad real, querámosla o no. Estamos construyendo una nueva mayoría, enfatiza TJ.

Esa mayoría ya la detentamos desde hace mucho, intento argüir. Desde el 2002 o el 2001, quizá desde el mismo año 2000. Pero bregar contra un régimen dictatorial no es fácil. Esa misma realidad real mencionada por ti se empaña y se distorsiona. Esto es privilegio de todas las dictaduras. Empañar y distorsionar realidades reales, más aún con un barril de petróleo a setenta dólares y dele, alucinógeno más poderoso que la metanfetamina más potente. 

Cómo justificar entonces, prosigo, la capacidad de las fuerzas democráticas para desplegar centenares de miles, quizá millones, de personas en las calles de Caracas y otras grandes ciudades nuestras, mientras que la dictadura ni siquiera ha llenado jamás por completo la avenida Bolívar hasta el antiguo Hilton (hoy hotel endógeno socialisto, o algo por el estilo). En ese trayecto a duras penas caben alrededor de noventa o cien mil personas. Con todos los autobuses del mundo. Amenazando a los funcionarios públicos. Un tramo colmado hasta la bandera, le recuerdo, por Lusinchi en su mitin de cierre de campaña el 83, en una Santiago de León con menos habitantes y muchichichísimos menos autobuses. ¿Entonces?

TJ me aguijonea sin tardanza. Te haces eco de argumentos propios de los oposicionistas radicales. De quienes se saltan a la torera las “normas constitucionales”. Los mismos que nos condujeron al aventurerismo del “golpe de abril” y al “paro petrolero”. Tú nunca has estado metido en el candelero político. Nosotros estamos efectuando una labor de hormiguita, desde abajo, leyendo con precaución la dinámica social, estudiando a profundidad las encuestas y los números del “consejo electoral”… y en ese instante, mientras TJ me arropaba con su sabiduría convencional, ¡zuás!, se fue la luz.

Dentro del ventorrillo, alguien manifestó su inconformidad con tantos apagones mientras mordisqueaba su empanadita de carne molida. Otro por allá preguntó ¿hasta cuándo?, a viva voz, sin dejar de untarle su guasacaquita a una de queso llanero. Una voz, ya sin tapujos, se atrevió a maldecir a “esta cuerda de bandidos”. De repente, el comedero devino en gallera. Alguien aludió: la culpabilidad es del “amado líder”. Los melindres se cayeron como pantaletica picaqueso de estríper. Corrupto y ladrón fue lo menos que le endilgaron al héroe del 4F. Espontáneamente, por lo demás.

Le alzo las cejas a TJ como diciéndole: ahí está tu verdadera encuesta. Toma tu tomate. Falta aguardar a que esa justa indignación popular se transforme en votos inoculados contra el fraude y en movilización de calle para darle un tatequieto a la dictadura. ¿Quién se atreve? ¿Dónde está Fuenteovejuna[3]?

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[1] Nombres ficticios, personajes reales (para variar).

[2] En épocas democráticas (la famosa “octava república” o alguna burrada semejante, según el oficialismo), la tinta se manufacturaba en predios de la UCV, con un mínimo de garantía en su eficacia. ¿Quién la fabricará ahora?

[3] Inmortal obra de Lope de Vega (1562-1635), inspirada en un hecho histórico. La hoy población de Fuente Obejuna, Castilla, se cobró con propia mano los desmanes de un corrompido mandamás. Hoy día, los demagogos disfrazan sus desafueros con una pátina de supuesta empatía con las clases más desasistidas. Hipócritas, sencillamente hipócritas. Ese supuesto “amor por los desposeídos” no es sino un antifaz ocultando ambiciones psicopáticas de dominio. Todos debemos arrodillarnos ante estos caporales. Hasta que Fuenteovejuna renazca de sus cenizas y los desnude en su putrefacción y miseria humanas. Así mismito es.

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