El vasallaje del individuo es condición imprescindible tanto para el feudalismo como para el estatismo.
Marx previó el fin del estado, pero sus discípulos terminaron reforzando la estatolatría.
Tomar el cielo por asalto, tal era la promesa bolchevique de 1917, como lo sigue siendo de los recientes intentos de instalar a contra natura el concepto socialista o, para expresarlo sin ambages, la camunina[1] estatista y, aún más allá, el afán de poder por el poder mismo en tanto que avidez barbárica. Para ello hay que revestir la intentona totalitaria con un ropaje litúrgico que la asemeje a las religiones y cosmogonías, llevando al paroxismo a las masas domesticadas. De allí, entonces, los aquelarres nacionalsocialistas magistralmente filmados en Nüremberg por Leni Riefenstahl, los elaborados desfiles milicianos en la Plaza Roja de Moscú para conmemorar la asonada del octubre rojo, las concentraciones arreadas en La Habana para escuchar las interminables peroratas del chivudo (imitadas en Venezuela por el demagogo verrugón), todas ellas fiel refracción de la hora del odio magistralmente descrita por George Orwell en 1984. En suma, el efecto gregario en función de postrarse ante yo el supremo, encarnación altísima del estado, vale decir, de la voluntad del pueblo, el nuevo opio de las masas, el culto a la personalidad.
Marx previó el fin del estado, pero sus discípulos terminaron reforzando la estatolatría.
Las rosetas sudorosas
De diestras y siniestras (III)
por: Nicolás Soto
Se cuenta que el gran poeta fray Luis de León, luego de penar durante unos cuantos años en las ergástulas de la inquisición, retomó su cátedra en Salamanca pronunciando su habitual frase: “Decíamos ayer…”, como si nada. Y decíamos ayer que el socialismo ve la luz como la tesis señera de la justicia social y el igualitarismo para devenir, sin solución de continuidad, en el definitivo sustentáculo del estatismo (o estatolatría), la adoración del estado como suprema confluencia de la voluntad de los pueblos. De allí prosigue, sin contradicción aparente, a constituirse como la coartada teleológica y axiológica de la ambición de poder y dominación de un cúmulo de sociópatas ─ Mussolini, Hitler, Lenin, Stalin, Mao, Castro et al ─, amén de ser el granítico pedestal de diestras y siniestras por igual, del fascismo de derecha y del fascismo de izquierda, indistintamente.
Es sabido, asimismo, que en la concepción primigenia marxista, el estado se vería condenado a desaparecer como superestructura forjadora de la dominación y la alienación luego de las fases dictatoriales proletarias. Sin embargo, todas las experimentaciones de implantación de la mentada idea socialista derivan ineluctablemente en el reforzamiento del estatismo, pues sin él se resquebraja la aprehensión de los testículos ciudadanos, valga la metaforita, como clave de la opresión. Te sojuzgo para llevarte al paraíso, es de hecho el leit motiv de los sátrapas socialistas de antaño y de los actuales. Leamos, de seguidas, esta frase escrita a mediados del siglo XIX por el grande Fiodr M. Dostoievski en Los hermanos Karamázov: “(…) el socialismo no es sólo la cuestión obrera o del denominado cuarto estado, sino que es, de preferencia, el problema de la encarnación moderna del ateísmo, el problema de la torre de Babel, que se edifica precisamente sin Dios, no para alcanzar el cielo desde la tierra, sino para traerlo a ella”.
Tomar el cielo por asalto, tal era la promesa bolchevique de 1917, como lo sigue siendo de los recientes intentos de instalar a contra natura el concepto socialista o, para expresarlo sin ambages, la camunina[1] estatista y, aún más allá, el afán de poder por el poder mismo en tanto que avidez barbárica. Para ello hay que revestir la intentona totalitaria con un ropaje litúrgico que la asemeje a las religiones y cosmogonías, llevando al paroxismo a las masas domesticadas. De allí, entonces, los aquelarres nacionalsocialistas magistralmente filmados en Nüremberg por Leni Riefenstahl, los elaborados desfiles milicianos en la Plaza Roja de Moscú para conmemorar la asonada del octubre rojo, las concentraciones arreadas en La Habana para escuchar las interminables peroratas del chivudo (imitadas en Venezuela por el demagogo verrugón), todas ellas fiel refracción de la hora del odio magistralmente descrita por George Orwell en 1984. En suma, el efecto gregario en función de postrarse ante yo el supremo, encarnación altísima del estado, vale decir, de la voluntad del pueblo, el nuevo opio de las masas, el culto a la personalidad.
Por supuesto, el accionar socialista-estatista precisa de anular cualquier tentativa de autonomía ciudadana combatiendo el gravísimo pecado (para los estatólatras) de la descentralización. Es imperativo, entonces, torpedear las iniciativas políticas, sociales, económicas y culturales que conlleven a posicionamientos de independencia frente a la hegemonía estatal. Se las sustituye, por consiguiente, por apariencias de delegación de atribuciones a las colectividades, como es el caso en la Venezuela de la sinvergüenzura de principios del siglo XXI, con el llamado “consejo comunal”, que no es sino un intento de esparcir la corrupción como semilla falaz con la intención de prostituir a tirios y troyanos, al tiempo que se extiende el imperio del oligarca enverrugado, pues es él el Big Brother cuya munificiencia provee los caudales a ser distribuidos y, por ende, desfalcados. La condición necesaria y suficiente para colocarse en los denarios viene a ser la declaración incondicional de sumisión al magnífico del lobanillo.
Estamos en presencia, a no dudar, de la manifestación moderna del feudalismo, con lo cual nos atrevemos a preguntarnos, ¿es el estatismo la representación postmoderna de ese fenómeno que creíamos extinto desde el medioevo? ¿Cómo se compagina la derecha tradicional con este esquema para atrevernos a asimilarla, en sus miras y procederes, con la izquierda tradicional? Tema para una próxima entrega, folks.
El fascismo de izquierda florece a la sombra del estatismo.
Solzhenitsyn, al igual que Dostoievski, criticó duramente la estatolatría y la tiranía.
[1] Venezolanismo por trampa o ardid: “jugar camunina” es meter un fraude.
1 comentario:
Hola,
pasé a visitarte y leer tus interesantes artículos...
abrazos
Publicar un comentario