Con esta vista de águila que me gasto, no hay bate quebrao que valga.
El malogrado “Látigo” Chávez perdió la vida en 1969, cuando “El Coloso” de Viasa se estrelló en Maracaibo. Iba rumbo a reportarse con los Gigantes de San Francisco.
Al correr de los juglares
Sesentera (III)
por: Nicolás Soto
Muchacho es sinónimo de actividad física incansable. Nuestras expansiones incluían monear matas, jugar metras, policía librao, perinola en sus diversas modalidades (p’alante, p’atrás y martillo), trompo, gurrufío, volar papagayos, patinar en diciembre sacándole chispas a las ruedas en la bajada de la plaza Bolívar hasta la avenida Táchira por la calle Atarraya y, por supuesto, las caimaneras.
Entre varios lográbamos reunir guantes, mascotas, mascotines (perennemente teníamos déficit de todos ellos para los zurdos, quienes lograban jugar volteándolos), bates a menudo astillados y claveteados “n” veces hasta sacarles el nepe (a falta de buenos toletes no caía mal un cabo de hacha reciclado), y, no faltaba más, la pelota “de Spalding”, la cual casi siempre había perdido la envoltura de cuero cosido original y, por consiguiente, la forrábamos con teipe para que el embobinado de hilo no se deshiciera. Con toda la parafernalia reunida, por fin podíamos cantar ¡Pleybol!
Los sitios donde nos reuníamos eran fundamentalmente tres: el campo Bolívar, en el presente ocupado en buena parte por la prefectura en la avenida Libertador entre Bolívar y Las Flores; el campito del Liceo, donde usualmente nos coordinaban los inolvidables profesores Gustavo Fermín y Coleman Felser[1]; y un lote baldío en los predios de lo que hoy en día es Alfallanos (en aquel entonces, a toda esa zona la llamábamos La Laguna de Baltasar).
¿Qué decir de la emoción y diversión que nos embargaban? Las anécdotas abundan, pero por ahora me limitaré a evocar dos. El actual pediatra infectólogo Juan Félix García cubría el jardín derecho. El hoy ingeniero Rafaelito González Rojas descargó un potente elevado hacia esa zona y la bola parecía que bañaba a Juan Félix, quien corría y corría, quitándose la gorra para tapar el sol y mejorar la visibilidad. Cuando ya comenzábamos a celebrar el jonrón, ¡zuás!, la pelota le cayó dentro de la cachucha a Juan Félix… ¡y se armó la sampablera! ¡Chepa!, ¡Lechudo!, fueron los gritos que más se oyeron.
La otra. Veníamos un domingo en la tarde, después de una caimanera, con el sol inclemente del llano atarrayando, muertos de la sed por la calle Guasco diagonal a la catedral. Alguno exclamó: “Si hubiera alguna bodega abierta, me tomaría quinientos frescos”. De repente se abrió una ventana y emergió el bigote hirsuto del turco Kifa: “Baisano, base adelante. Mí no cierra nunca”. Y a beber colita Grappette se dijo.
De esa época proviene también mi devoción por la pelota. Recuerdo la primera Serie Mundial que oí por radio: 1964, los Yankees de Mickey Mantle y Roger Maris caen ante los Cardenales de San Luis, con Bob Gibson (quien ya había jugado en Venezuela) en plan de verdugo desde la lomita. La narración de Buck Canel y Musiú Lacavalerie llegaba, gracias a La Cabalgata Deportiva Gillette, a través de Radio Rumbos con el típico güergüereo y los pillidos de las transmisiones de aquella época. Pero uno gozaba un puyero escuchándolas e intercambiando las barajitas de los peloteros.
Estando en Caracas, importunaba a mis hermanos mayores para que me llevaran al estadio de la Ciudad Universitaria. Eché mis dientes beisboleros viendo en acción a Luis “Camaleón” García, Isaías “Látigo” Chávez, Pete Rose (en su año de novato jugó segunda con el Caracas), Ken Harrelson, Luis Aparicio, Diego Seguí, Vitico Davalillo, César Tovar, Luis Tiant, entre otros, y empecé a cogerle cariño a la reaparecida nave turca. En la temporada 1964-65 fue dirigida, primero, por Sparky Anderson (¡lo despidieron por haber perdido como diez partidos seguidos!) y, luego, por el “Chico” Carrasquel. Si mal no recuerdo, llegamos de úuuuuultimos. Pero no importa. El cariño seguirá siendo el mismo y la pelota seguirá siendo redonda.
Así se pone “El Pollo” Arturo Coronil cuando canta el tercer strike y el ponchao no quiere aceptarlo.
[1] Coleman Felser llegó al Liceo “José Gil Fortoul”, junto a la profesora Judy Nelson, a mediados de los sesenta. Ambos eran profesores de educación física y miembros del Cuerpo de Paz, creado por John Kennedy al igual que la Alianza para el Progreso, en una especie de continuación de la política del “Buen Vecino” de Franklin Delano Roosevelt. Después de su estadía aquí entre nos, supuestamente sirvió en la guerra de Vietnam donde falleció.
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