Los dictadores mueren engurruñaos
(…) y esa alegre impunidad que siempre vive Venezuela, en donde sigue
siendo verdad la frase de (Pedro María) Morantes escrita para Gómez el año
(19)11: “El poder es breve, la impunidad eterna”.
Ramón J. Velásquez,
prólogo a Pedro Estrada y sus
crímenes, Edic. Centauro 83, Caracas
Repugnandito
Narra
Gabriel García Márquez en su novela El
otoño del patriarca, la inacabable agonía de un autócrata, en un país
tropical cualquiera, atornillado a la silla por los siglos de los siglos,
inamovible, inconmovible, indiferente a todo, absolutamente todo, excepto al dopaje perenne de su ambición de
mando.
Años y años habían pasado, cual gérmenes de una clepsidra
atascada. Los habitantes, meros zombis,
atravesaban la brizna de los días sin rumbo fijo. Muchos se tumbaban al recodo
de una ventolera que no soplaba, aguardando la guadaña final, liberadora.
Alguien
notó el vuelo de los buitres (gallinazos en
colombiano, zamuros en venezolano)
sobre las fachadas neoclásicas del palacio presidencial. Con tímidos pasos
osaron acercarse. Se sentían desgarrados por el terror atávico de tantas lunas
transcurridas llevando látigo en el lomo por causa del mandón. Entonces, oh
sorpresa, cero centinelas, cero anillos cubanos de seguridad para impedirles la
entrada.
Por dentro, el palacio era un cuchitril de alimañas. El
brocado de los cortinajes se confundía con las telarañas. Un olor a rancio
sojuzgaba el aire. De salón en salón fueron avanzando, hasta llegar al recinto
donde el jefazo solía decidir hasta el más nimio detalle de sus vidas.
Allí, tirada sobre la repugnancia de las alfombras lujuriosas
de bichos, se escarranchaba la momia
boquiabierta del dominante, las larvas defecándole sin empacho el amago de dentadura.
Lo reconocieron por la feria de insignias y símbolos patrios cubriéndole los
jirones del uniforme de comandante en jefe. Había perecido ese benefactor de la
unión, la paz y el trabajo. Había pasado el páramo ese amado líder. Había
panqueado ese padrecito de los pueblos. Bienaventurados quienes vivieron para
contarlo.
Invocación
El
premio Nóbel costeño por poco y no atinó a dar en el clavo con el albur de su
dictador favorito. Como es de todos conocido, el Monstruo
de Birán se resiste a morir, y caduco y todo, con más de medio siglo de
opresión baboseándole la chiva y en medio de la miseria más atroz padecida por
el pueblo cubano, prosigue con su corrupción y sus crímenes, exprimiéndonos a
nosotros, los venezolanos, hasta el último dólar. Su hermano y sucesor
dinástico pretende instaurar en la Antilla Mayor el modelo chino: capitalismo salvaje con dictadura de partido único. García Márquez, de hinojos ante ese sátrapa, le ignora olímpicamente
las fechorías sin atinar a ver la analogía escalofriante con el patriarca de su
narrativa.
La
reláfica anterior resulta pertinente, creemos, al intentar catalogar los tipos
de dictadores. Veamos. Los habría, de primeras, mandamases buenos y mandamases
malos (esto según los querenciosos de los totalitarismos. Hitler fue bueno y
Stalin malo, por ejemplo. O, del lado contrario, Fidel es chévere y Pinochet un
rolo’e maluco. Para los demócratas, no
hay tal: todos ellos son perversos y felones. ¡Date!).
Segundamente, los tiranos podrían clasificarse en fascistas
de izquierda y fascistas de derecha (igualados por el ansia de poder total y
diferenciados por la liturgia con que se justifican. Aquellos adoran a un
sicópata frígido como el Che Guevara y estos se prosternan ante un vivián cabaretero
como Juan Domingo Perón, valga el caso. ¡Saoco!).
Terceramente, tendríamos a los populistas aspaventosos y a los apocados apparatchiks
tira-la-piedra-y-esconde-la-manito (Il
Duce Benito Mussolini y El Caudillo
de España por la gracia de Dios Francisco Franco, pongamos por caso. ¡Azuca, Lola!).
Finalmente, sin desmerecer cualquier forma de
encasillarlos que a usted se le ocurra y para no encaratar más la cosa, tenemos
a los sátrapas a quienes solo la pelona logra despegar del coroto y aquellos
que han debido dejar el pelero como diablo que lleva el alma para salvar el
carapacho.
Renqueras
Prosigamos
con algo de Historia para profundizar la razonada. A Juan Vicente Gómez lo mató
la próstata en su reducto maracayero, sin aflojar ni-esto-mucho-menos-esto-contimás-esto
del mando supremo, mientras Marcos Evangelista Pérez Jiménez, luego de ponerse
a resguardo abordando el avión presidencial bautizado como La vaca sagrada, terminó parando el trote en el Madrid franquista
para disfrutar hasta su deceso de los caudales birlados.
El Caudillo de España
falleció en su lecho, con un millón de muertos de la guerra civil pasados por
el buche, mientras el ex sargento taquígrafo Fulgencio
Batista no aguantó tres pedidas y le dejó el chivo y el mecate, la víspera
de año nuevo 1959, al barbudo recién bajado de la Sierra Maestra de quien nadie
sospechaba, aun, que era un comunisto
redomado.
A
Chapita Trujillo lo abalearon a mansalva,
pues, era tanto su dominio férreo sobre República Dominicana, que creía que
nadie se atrevería a perpetrarle un atentado. Tachito Somoza, por su parte, fue derrocado por los sandinistas y
murió en una emboscada a bazucazo limpio en Asunción, Paraguay, bajo las
mismísimas narices del, para entonces, decano de los dictadores
latinoamericanos, el taimado Alfredo Stroessner, (a)
“El nazi pobretón”, a posteriori depuesto y exiliado en Brasil, donde feneció.
No
los vamos a fastidiar con más recuentos. El punto adonde deseamos confluir se
resume con una idea asaz simple. El destino de todos los tunantes autocráticos,
al menos en lo que se refiere al futuro previsible, debería ser el enfrentar
cargos ante tribunales autónomos, preferiblemente de su propio país, con todas
las garantías procesales denegadas por ellos bajo sus tiranías, para someterlos al castigo que se merecen, tanto
por sus desmanes contra los derechos humanos como por su voracidad y
atragantamiento con los bienes pertenecientes a todos sus conciudadanos.
Rumbo a la cárcel y basta de impunidad. El ejemplo de
Milosevic juzgado en La Haya y el de Fujimori en Perú debería servirnos de norte.
Basta de lenidad y simpatía con estos depravados. Así se las den de enfermos,
con alharacas de misión lástima. Corrupto
y verdugo no deja de serlo porque padezca de culebrilla o de cagueta crónica.
Le sale cana.
Bien entendido, hay que echar el resto para desalojarlos
de la jaula de oro donde se refocilan con nuestras riquezas. Así estén rodeados
por todos los narcotraficantes y terroristas del orbe, así le endilguen sus
culpabilidades a subordinados escoteros intentando salvar su responsabilidad delincuencial,
así aleguen que no sabían nada de lo que hacían a sus espaldas algunos
guataneros envalentonados, así saquen a relucir supuestas “conexiones
emocionales” con las masas avaladas por encuesteros,
así hagan lo que hagan para justificarse, su destino último deberá ser el
responder ante nosotros, los ciudadanos, por las vilezas cometidas.
Post scriptum:
Otra enumeración de dictadores podría ser la de aquellos que
dejaron tras su desaparición un culto irracional y la de quienes se desvanecieron
en la Historia como un indigno recuerdo. Entre los primeros, la pauta más evidente
es la de Perón quien, gracias a la dramatizada muerte de Evita más el saqueo
irresponsable de la riqueza de Argentina, todavía es objeto de veneración por
unos cuantos en la gran nación austral, hoy en día bajo la advocación de la cuatrera
dinastía K. ¿Seguiremos nosotros los venezolanos ese deplorable paradigma? ¿Nos
calaremos una devoción pichacosa por el demagogo
malandrín? Como decía Cantinflas: “Ahí está el detalle”.
@nicolayiyo
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