lunes, 24 de octubre de 2011

Huecos y troneras del mundo


Arrumacos porosos


Los huecos negros de la intolerancia

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No hay que gozar de una memoria elefantiásica para evocar la calidad de la infraestructura venezolana en el pasado reciente. Aun careciendo de los rasgos idóneos dignos del primer mundo, las carreteras, autopistas, caminos rurales y demás vías de comunicación de nuestro país —amén de las calles, avenidas y veredas de nuestros centros poblados—, mostraban una aceptable transitabilidad.

La ciudadanía se quejaba razonablemente, anhelando mejorías en el estado de dichas arterias, y los responsables de la administración pública, en buena medida acuciados por las presiones comiciales, de alguna manera, en algunos casos con mayor interés y en otros con profusión de excusas para disimular la tardanza, procuraban hacer ver que estaban trabajando para reparar constantemente la vialidad existente y, simultáneamente, ampliar el inventario de nuevas calzadas urbanas e interurbanas.

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En el caso específico del Guárico, la condición deplorable de las carreteras de esta entidad por causa del exceso de tráfico pesado desde Guayana hacia el centro de la república y viceversa, ameritó la instalación de peajes, ejemplo seguido a continuación en el resto del país. Hubo al principio mucha oposición, producto, quizá, de tantos años de estatismo paternalista y clientelar.

Sin embargo, como era época de bajos precios petroleros, se hacía evidente que la administración central no podía sufragar el costo de manutención de las vías y mucho menos la construcción de nuevos ramales. De paso, con la transferencia de responsabilidades a los ejecutivos regionales se impulsaba el proceso de descentralización.

Durante los años noventa, se logró una mejoría parcial de las condiciones de tránsito en las carreteras guariqueñas. Se incrementó el rayado, se colocaron ojos de gato en algunos tramos, aumentó la vigilancia vial con un cuerpo policial habilitado a tal fin, se contó con la presencia de un cierto número de grúas y ambulancias y, de alguna forma, se pudo inferir que estábamos a punto de ingresar a la siguiente etapa: la construcción de la autopista de los llanos centrales. Todo ello en medio de denuncias (fundamentadas o no) de que los peajes servían como caja chica de los gobernadores.

La llegada de la actual sinvergüenzura al poder en 1999 le propinó un frenazo al asunto. Los peajes fueron suprimidos, las carreteras volvieron a ser adscritas al gobierno central y ahí tenemos los resultados: aun contando con ingresos récord en materia de hidrocarburos, toda la vialidad en Venezuela y, por supuesto, la guariqueña, presenta un estado sencillamente patético y lamentable.

Pareciéramos víctimas de una guerra, pero no por causa de la invasión de supuestos imperios, sino por motivo de una conflagración desatada contra los venezolanos por los adalides de la incompetencia, la piratería y la corrupción.

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Al mismo tiempo, las calles y avenidas de las ciudades de todo el país y, por supuesto, las del Guárico y, más específicamente aun, las de nuestro vapuleado municipio Leonardo Infante, presentan a ojos vistas condiciones ya inocultablemente alarmantes.

¿Por qué hemos llegado a esta situación? ¿Por qué es un suplicio desplazarse por nuestras arterias urbanas y rurales? ¿Por qué no se utiliza el dinero de nuestros impuestos para darle adecuado mantenimiento a calles, avenidas y vías de penetración?

La respuesta pareciera girar alrededor de un concepto básico en el ámbito de los desempeños humanos: falta de gerencia. La sobredimensión del factor pugnacidad política privaría por encima de consideraciones de eficiencia y optimización de recursos, tanto humanos como materiales.

Por vivir permanentemente ocupados en las diatribas exacerbadas por el discurso demagógico del amado líder —diatribas manifestándose tanto en el ámbito interno del oficialismo como en su pretensión de silenciar a la machimberra a los factores democráticos que lo adversan—, los actuales gobernantes no se dedican en cuerpo y alma, y mucho menos a tiempo completo, al objetivo para el cual supuestamente fueron electos: la solución de los problemas del municipio, del estado y de la nación.

Y si a eso le agregamos la muy palpable carencia de méritos profesionales y gerenciales, tanto del amado caudillo como de su patriciado burocrático y de su entorno boliburgués, podemos concluir que la incompetencia la llevan enraizada en el código genético.

4

Nuestro municipio, al igual que el resto del Guárico y de Venezuela, necesita gentes y políticas abocadas a rescatarnos del estado de cataclismo institucional y catástrofe en la infraestructura al que estamos sometidos.

En el caso concreto de nuestras calles ahítas de agujeros, precisamos de mucho concreto y de  mucho asfalto, pero también de una política de mantenimiento vial permanente, con cuadrillas multiplicándose perennemente a lo largo y ancho de nuestra geografía para mantener, mantener, mantener y mantener nuestra maltratada red vial.

El ingenio popular se ha dado a la tarea de señalizar las troneras que adornan nuestras calles. Los actuales gobernantes, por lo visto, no soportan la burla e ironía del  pueblo. A la primera manifestación de nuestros indignados, vuelan a reprimirlos sin contemplaciones. Bien rezaba el viejo dicho: “La violencia es el arma de los que no tienen razón”.

El pueblo venezolano, el pueblo guariqueño y el pueblo infantino sabrán expresar su descontento por tanta ineficiencia. Sabremos, asimismo, dotarnos de un gobierno que tape los huecos y que le dé mantenimiento oportuno a toda la infraestructura que, a fin de cuentas, es nuestra.

Llegó la hora de la rendición de cuentas. 


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