lunes, 22 de agosto de 2011

Compendio de grandes mabitosidades del universo (vol. 5287Ø2847¼)

El soccer de los países


La mabitología, de acuerdo al gran congorochólogo Sir Mamotréishon Chiwirote Johnson, Esq., PhD, MBA, NBA, NFL, es la disciplina que se ocupa de discernir, documentar y explicitar los generadores de pava, mal de ojo (evil’s eye), jinx, jettatura, o como usted prefiera llamar a cualquier actividad humana hedionda a cómetelobicho.



Ya en el pasado surgieron entre nosotros grandes mabitólogos, estudiosos de la pavosidad tanto en el campo académico como en las praderas empíricas, todos ellos dados a la tarea de definir y compilar listas de eventos, sucesos, actitudes y hasta personas mabitógenas con todas las de la ley.



Recordemos, valga el caso, al gran ruiseñor de Catuche,  Aquiles Nazoa, y algunas entradas a su enciclopedia de mabitosidades: lucir alpargatas con medias, las cortinas de lágrimas, los caracoles utilizados como frenos de puerta, las señoronas que llaman al marido respectivo por el apellido y tantas otras. 



Como se podrá notar sin implicaciones ditirámbicas en la alteridad confluyente —aquí nos pasamos de ultramabitosos al abusar del lenguaje complicado y pedantesco de los intelectualosos—,  para anotarse en el ranking de la mabitología, solo basta con ejercitar cualquier funcionalidad cochambrosa —y dale con las palabras domingueras— que sea de mal gusto, molestosa, calichosa, pichacosa, ladillosa y cagalitrosa.



En ese rango de intelectualidades observacionales peripatéticas (¡uf!), no puede faltar el deporte favorito de quienes no gustan del deporte, es decir, el soccer, también conocido como sóquer —en algunas partes de Argentina le dicen sáquer, según información recopilada por el profesor Norbertoni Marcelino Indigesto en su obra Boludeces de mi patria— o famoso balompié.



Este deporte banal de toda banalidad convierte a prójimos aparentemente normales en sujetos ruidosos, monotemáticos, babosos y proclives a un IQ de -40 (por la medida chiquita). La máxima exponencialidad de tal desmadre mentepollérico ocurre sobre todo cuando se dan los enfrentamientos entre países, con lo cual el soccer arrastra su máximo de audiencia, exacerbando los nacionalismos baratos. El eminente antropogilipollas Dr. Perigüevetes Machorrín, en su clásico y enjundioso palimpsesto  Mi patria es mejor que la tuya, ño cacorro (o cómo hacer para que caviar no le gane nunca a cochino frito), perifraseó genialmente la famosa sentencia atribuida a Bertoldt Bretch: “El nacionalismo es el último refugio de los papanatas fritas (a las mías no le echen guasacaca, plis)”. De esta indigestión se nutre el soccer para motorizar el frenesí anal de los hooligans y, en fin, de todos aquellos que orgásmicamente se entusiasman con un circo tan  choreto y tan mabitoso.


Pero no se puede evitar la implicancia subjetiva, postmodernérica  y retromarginal del soccer sin concertar la visión ontológica y parasimpática con respecto a las mabitosidades aledañas (eso sí, carentes de lagañas), verbigracia, concertando y cohonestando el discurso aletargado del (pasa a la pág. 527) 



 En esta imagen vemos al gran Comejeninho, de la selección brasileira, y al muy rudo Macilentov, del equipo de Bielorrusia septentrional, en un tête à tête derivando a teta con teta y de allí, sin solución de continuidad, al agárrame la chirimoya, papachongo. La jugada fue nominada por la Fisfa y el Cicpc para el "Verijazo del año", que es el premio Óscar del soccer.



A cada cochino le llega su sábado, reza el viejo refrán. Aquí avistamos a estos chanchullos disfrutando su sábado de soccer en Irán. Como bien sabemos, los ayatolás tienen prohibido degustar de las delicias del marrano horneado y, por lo tanto, dejan que en el chiquero se forme una caimanera (¿o una cochinera?) de soccer pues en ese juego no conocen la “rabo’e cochino”. ¡Oinc! ¡Oinc!



A lo hecho pecho, pero eso sí, sin embarrialarse las patas. Esta niña le mete el pecho al asunto haciéndole la recontra, a su manera, a la mabitosidad del soccer. Y que conste: ¡cero silicón! Luego del pechugazo se escuchó el consabido gritico soccerístico: ¡Goool de pechuga! A lo que uno se pregunta: ¿cuándo veremos un gol de cocoya?



El soberbio jugador de la selección mongólica, Mochopincho Ñamealmorranos, desinfla la bola con la cara al botar piedra porque le sacaron un papelito rosado al cacharlo velando güire, es decir, por querérselas pasar de vivo e intentar evadir a quienes lo cuidaban. Recordemos que en el soccer la Fisfa tiene prohibido burlar al contrario, cogerle terreno y caribearlo, con una regla que llaman “orsay”. Del tiro, el mongólico se llevó la bicha rumbo a una cauchera para que le pusieran una zapata. El partido se interrumpió hasta el día de hoy porque en el soccer nunca hay pelota de repuesto.



Este chinito quedó con la cara azuleja (y no de Toronto) de la “silla roja (a red chair)que cogió cuando se dio cuenta, al fin, de que en el soccer no hay estadísticas, ni cifras de perfomance para juzgar las actuaciones de equipos y jugadores, ni estrategias ni tácticas, ni engaños, ni cañas mucho menos bluffs (como en el ajiley o el póquer), ni alternativas que permitan desarrollar la viveza, la astucia y, ultimadamente, la inteligencia. Tan azul quedó que lo único que acertaba a gritar en cantonés (¿o mandarín?) era: “¡Devuélvanme mi dinelo, latas peludas!”



El gatúbelo Güilians Yomerbys Hernández, alias “Gato Viudo”, se fastidió tanto (a pesar de los griticos típicos de los narradores de soccer y la bullaranga de los fanáticos soccerísticos) viendo el partido entre las selecciones de Antártida Subtropical contra Namibia Suroccidental, que no le quedó otra que lanzarse con un bostezo apocalíptico de pronóstico reservado. Tarjeta rosada para el gatúbelo. O más bien verde. Mejor expúlsenlo del sillón para yo poder sentarme y vacilarme “El gato con botas porno”, en HD. ¡Ajúmalo!




Así quedó la simpar Maradonna, reina indiscutida de la música disco miúsic, cuando tuvo la ocurrencia de interponerse entre dos bandas de hooligans rivales, peleándose a pellizcos y arañazos porque el escudo de un equipo era más bonito y soñado que el uniforme fashion del otro team  de soccer. El parte forense informó que la reina del disco sufrió desgarraduras en la rabadilla, escoriaciones en las batatas, lujación de las corvas e hinchazón medicamentosa de los cachetes, por lo cual no podrá bailar ni gorgorinear hasta el próximo campeonato de soccer de los países. Mientras tanto, sigan disfrutando del reguetón y el vallenato llorón. Ay, papurrio…






Vemos en esta gráfica al gran goleador argentino Julio Iglesias gozando de una traba de espanto y brinco que lo indujo a  pelar las córneas desmesuradamente al salir de la clínica de rehabilitación donde estuvo internado en la isla del mar de la sinvergüenzura. Para curarle la adicción, el astro del soccer fue sometido a una cura intensiva con dosis reguladas y decrecientes de pangola antillana, mezclada con intravenosas de cafenol molido ligado con telaraña y cáscaras de tamarindo transgénico, amén de unas pataditas esporádicas a una risca medio chimboide importada de la hermana república. Cada julepe de esos le quemaba quinientos mil trillardos de neuronas al Julepe Iglesias, por lo cual su vocabulario quedó reducido a la expresión: “Che pibe, las pelotas son pelotudas, qué lindo”. Coge tu pelotica, nené. 



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