Queden las membranas donde te enraizas
tiznadas por tus ríos,
y que huyan tus consonantes
sobre las transparencias
de tu voluptuosidad.
Sean los unísonos celestiales
livianos visones alrededor de tu garganta,
mientras yo, el mismo yo de los ayeres,
humedezco mi pasión,
mi añoranza,
mi incienso final antes del farewell,
en tus licores
y en tu nada que es mi todo. ¡Todo!
Vístanse los documentos y las estrofas
con estambres finales.
Decórense las lloviznas y las corcheas
bajo los testamentos lusitanos.
Préndanse los terrones y las corduras
con cenizas frías, separadas y apócrifas.
Sé tú el fuego blanco
borrándome del patio de las esfinges.
Que prodiguen tu aliento y tu satén,
que proclamen tus lágrimas exiliadas,
las paletadas de mi última lumbre.
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