¿Le habrá aplicado la pinza libanesa Bassil Battah alguna vez al Dr. Nelson?
¿Este combate fue máscara contra bigote?
Temáticas invictas
Sesentera VIII
Afuera sigue lloviendo. El espejo del desportillado escaparate, heredado de mi abuela Olegaria, rebota mi imagen esquivando carriles de manchas semejantes a cagarruta de moscas. Ya tengo puestas las mallas blancas, los botines satinados y la capa orlada de hiedras de un platino brilloso. Ahora, el toque final, el colofón que me trascenderá a las cimas de la leyenda. Me coloco la careta, amarrándome las trenzas con fuerza suficiente para permitir que la gargantilla de la máscara me cubra por completo el gaznate, a diferencia de esos antifaces barateros que se quedan guindando de los cachetes como hilachas jipatas. Esta careta me la compró mi primo Mamersio en la Casa Mágica de la avenida Lecuna, en Caracas, donde, asegún, se surten los luchadores de la televisión.
Inflo la pechera con un orgullo exiguo de titubeos. Mi musculatura eclipsa los rayones del espejo gracias a mi chamba de caletero de sacos de harina de trigo en la panadería “La Flor del Campo”. Tengo un compañerito allí con ínfulas de cantador, Reinaldo Gómez creo que se llama. Me le voy a aparecer un día de estos con esta facha de invencible del pancracio a ver si me dedica un pasajito. Algo así como “El Santo de Laguna Verde”. O, más bien, “Mi amigo El Santillo”. Barajo con la lucha.
Soy más que un pavo real platinado. Soy el mismísimo Enmascarado de Plata, el ídolo de las multitudes, el epígono heroico de la pantalla, redivivo y presto a reventar contrarios a este lado del celuloide. El repiqueteo menguante del techo de zinc pregona el fin del palo de agua. Hora de coger camino.
Afuera me espera el contingente. Todos cubren sus rostros. Mi compadre Clodomerto no puede ocultar su admiración por el Dragón Chino al llevar su máscara, obviando el odio por el rey de los rudos sentido por todos. Sólo falta saber si porta, de manera oculta, un tarrito con la terrible sustancia con que enceguece tramposamente a sus adversarios. Mi camarita Templegorio ostenta la careta de La Momia Azteca, evadiendo los charcos de agua empozada con la parsimonia tétrica de ese lidiador de ultratumba. La del chingo Marulensio se parece a la mía, pero no se confundan: El Médico Asesino no se comparará nunca al héroe vencedor de Las Mujeres Vampiro, Las Momias de Guanajuato y La Invasión de Los Marcianos, ni que prepare las mejores guarapitas del mundo. La pelea es peleando.
Nuestro encapuchado pelotón se enfila desde la laguna de Baltasar. Los perros realengos nos laten con energía orillera mientras los chipilines descalzos corretean delante nuestro, gritando jubilosos sin importarles las costras de moco recubriendo sus rostros. Podría argüirse que nosotros, cucarachones que ya emplumamos hace ya unas cuantas lunas, sustituimos el moco por las máscaras. Niños grandes, todavía, jugando a ser gladiadores.
Cruzamos la avenida Táchira y enfilamos Atarraya arriba. Todo el mundo nos observa con curiosidad, pero la extrañeza no se alberga en sus miradas. Es sábado en la noche y saben adónde vamos. Atravesamos la plaza Bolívar. Las palomas del atrio de la iglesia La Candelaria revolotean a nuestro paso. A la vera del cine Manapire se aglomeran unas cuantas personas, aguardando la entrada para la función de intermediaria. Llegamos, al fin, al cafetín de la esquina con la Descanso, diagonal al León de Venecia. El televisor está encendido. Los parroquianos le dirigen su atención entera, indivisible, monolítica. Hora del catch as catch can, o lucha libre americana.
Pepe Pedroza anuncia el combate: “En esta esquiiiina Daaark Búfalooooo…” “Ese es un rolitranco’e sucio”, clarifica un señorcito de barba rala y grisácea, como si uno no lo supiera. “Ciento sesenta y cinco libras… ¡y un cuarto!”, vocea Pepe Pedroza, meneando simultáneamente el corbatín y el micrófono descolgándose del techo. El técnico Olímpico Salazar tiene todas las de perder, pues se sabe que el réferi Freddy siempre se parcializa con los rudos. Su arbitrariedad es tan tosca que, al fin, llega el momento en que a Paulita, la madrina de los luchadores, se le agota la paciencia, se encarama en el cuadrilátero y le arrea sopotocientos carterazos al vendido árbitro, a Dark Búfalo y al resabiado Car’e Muerto, el second de los rudos. El pandemónium cunde como epidemia de gripe rompe huesos. El Dragón Chino le aplica la sustancia prohibida al Tigrito del Ring (de quien me dicen llevó la peor parte en un altercado con mi primo Ñerito Monse fuera del terminal del Nuevo Circo), mientras Bassil Battah le solivianta los cuadriles a Jaime El Fantasma con su pinza libanesa. El técnico Apolo Venezolano observa al sucio efebo Barón Oliva interrumpir el combate para peinarse delicadamente sus bucles de cabaretera pizpireta. El cafetín ruge como una gallera alucinógena. Los ánimos se atemperan cuando Blas Federico Jiménez le da el pase a Antonio Del Nogal para que arranque con la publicidad: “Castel Gandolfo, el soberano de los vinos… Medias Cha Cha Cha para el caballero elegante… ¡Fortuna que tiene uno!”
Nos regresamos a nuestros comederos soliviantados pero felices. La lucha libre es como la vida misma. Al principio, los rudos parecen salirse con la suya. Pero, a la larga, los técnicos, los limpios, los buenos, se los llevan en los cachos, aguantando marañas, sustancias prohibidas, llaves ilícitas y réferis vendidos. Yo, por mi parte, seguiré ataviándome de Enmascarado de Plata y coleccionando sus suplementos y sus máscaras hasta que la pelona me lleve. O, lo más seguro, hasta que me consiga a una trigueña buenamoza, pechugona y rabona que me meta en cintura y me obligue a caletear el doble de sacos de harina y de cemento para montarle su rancho propio. Con televisión y todo. A lo mejor no me deja ver la lucha por encapricharse con “El derecho de nacer”. Yo jayo que Albertico Limonta no le gana nunca al Gladiador Croata. Pero como las mujeres son las que mandan…
Afortunadamente, como siempre hay un mientras tanto, mañana domingo van a pasar en la función de matinée en el cine Royal una de Huracán Ramírez contra Blue Demon. Ya tengo los tres reales de la entrada escondidos en una petaquita. Senda doble Nelson ligada con tacles voladores, pues. La trigueña puede esperar.
3 comentarios:
Bueno tu cuento, Nicolás. Rememora épocas escondidas en el tiempo. Escribes muy bien, pero muy bien.
Dominas la técnica. La historia te salió redondita. La visualicé completica. Personajes, trama, todo. Me gustó mucho "Sesentera Viii, la de Pancracio", y también las otras historias.
Continúa escribiendo. Felicitaciones.
Myriam Paúl Galindo
Gracias, Myriam. Como decía Kotepa Delgado, "escribe, que algo queda".
kerido Nicolás recién me enteré de lo sucedido , marinela me lo dijo y kerido amigo me uno a tus sentimientos , recibe mi cariño y un fuerte abrazo de esta amiga lejana.
Maria Eugenia Mejias
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