Cortejos insomnes
Los que se fueron
por: Nicolás Soto
José Ortega y Gassett afirmaba, en su frase más socorrida, que el ser humano es la suma de su yo más su circunstancia. Englobada dentro de esa realidad vital e histórica se encuentra la cofradía espacio temporal a la que, en tanto que individuos, pertenecemos. Vale decir, nos desenvolvemos en una, o varias generaciones, de acuerdo al tiempo y la topografía donde hemos nacido, crecido y vivido. Según el autor alemán Federico Kummer, "una generación abarca a todos los coetáneos que proceden de las mismas situaciones económicas, políticas y sociales y que se hallan equipados, por lo tanto, con una concepción del mundo, con una educación, con una moral y una sensibilidad artística afines". Los seres con quienes hemos convivido nos han marcado con su hierro existencial y nosotros mismos, en tanto que entes dotados del poder de la creación y la creatividad, hemos incoado una huella palpable que, asumida desde un punto de vista gregario pues no estamos solos en el mundo, ha diseñado nuestro episteme generacional, el lente con el cual escrutamos nuestro universo real y con el cual somos escudriñados a su vez, de una forma biyectiva y recíproca.
Lógicamente, pertenecer a una generación conlleva un cúmulo afectivo. Esas personas con quienes hemos compartido nuestra infancia y juventud nos abastecen con un significante avasallador: la memoria de un tiempo cuando creíamos que se podía llegar al cielo que nos correspondía por justicia de corta edad no exenta, ¿por qué no decirlo?, de una holgada carga de ingenuidad e inocencia. Pero, ¿cuál generación no ha adolecido de esa impaciencia por cambiar el mundo?
Cuando nos topamos, bien sea personalmente o a través del sortilegio virtual de la web, con rostros y voces que compartieron ese ayer de ensueños y tropezones, nos rozan las voces y las siluetas de lo que hemos sido, la refracción espiritual de nuestro paso por esta realidad que ya va mostrando sombras alargadas a nuestras espaldas. Se mezclan, entonces, la alegría y la nostalgia, los viejos amores con los sempiternos ideales que, a pesar de haber cambiado de ropaje epistemológico, preservan el ansia irrenunciable de justicia y solidaridad para todos.
Y, por supuesto, se torna inevitable la evocación de quienes ya superaron los escollos del existir constreñidos a los moldes físicos. Los que se han marchado conservando el sello mágico y maravilloso de la juventud y que, por obra y gracia de haber transpuesto el portal de la infinitud incorpórea, logran el milagro de unirnos a quienes hemos quedado atrás, todavía batallando con sinsabores y júbilos en alternancia bipolar. Con la vida, pues. El recuerdo de nuestros compañeros de generación ya idos nos convoca a una ofrenda solar.
Lito Silveira me dio la noticia: murió el gordo Gerardo Camero. Mi compañero de primaria en el colegio del padre y de bachillerato en el liceo “José Gil Fortoul”. Su madrina y protectora, la señorita Lourdes Camero Ramírez, la misma que sembró amor y esperanza con su escuela de artes y oficios en Valle de La Pascua, lo estimuló desde pequeño a estudiar. “Gerardo tiene mucha retentiva”, nos decía al grupo de inquietos zagales que se reunía en su casa de la calle González Padrón a estudiar (y a fregar la paciencia). La corpulencia de Gerardo no le impedía para nada a la hora de jugar las caimaneras o al básquet en las canchas del liceo. ¡Y cómo le mamábamos gallo a todo el mundo! Juntos compartimos la mirada inquieta y curiosa de los años sesenta, ante un mundo viejo que se retorcía como una bestia convulsionada y un mundo nuevo que surgía por los entresijos de la carrera espacial USA-URSS, las nuevas modas que rompían con todo lo convencional ─empezando con el pelo largo y la minifalda─, la sexualidad liberadora y desbordada que trajo la masificación de la píldora anticonceptiva, los intensos debates políticos ─signados por la naciente y asediada democracia venezolana en el marco de la primavera de Praga, el mayo del 68 parisino, la guerra en Vietnam─, las nuevas sensibilidades aguijoneadas por la música (Beatles, Stones), las artes plásticas (el cinetismo de Soto y Cruz-Diez, el pop art), la literatura (el boom latinoamericano), el cine, la televisión, el deporte. Más de una madrugada nos consiguió debatiendo de todo esto y mucho más, tras habernos puñaleado en matemáticas y física, y luego de habernos regalado, si había con qué, con sendas tostadas de las que preparaba Ponce en el “Tamanaco” de la calle Real.
Se marchó el gordo Gerardo. Ya se encuentra al lado de quienes le antecedieron en ese luminoso tránsito de eternidades. Salud.
In Memoriam
Marina Villasana
Mirna Blandín
Mirna Blandín
Gerardo Camero Calcurián
José Antonio Martínez (“El Popo”)
Hamilton García Pellicer
Roger Enrique Domínguez Torres
José Antonio Martínez (“El Popo”)
Hamilton García Pellicer
Roger Enrique Domínguez Torres
Ignacio Morales ("Nacho")
Filiberto Rodríguez Montes
Antonio García Vásquez (“Toñito”)
Marcos Morante Álvarez
Rubén Darío Díaz
Filiberto Rodríguez Montes
Antonio García Vásquez (“Toñito”)
Marcos Morante Álvarez
Rubén Darío Díaz
Rafael Fajardo