lunes, 24 de septiembre de 2012

Arévalo: entre traiciones y nuevos retos




Voces para las raleas
Emilio Arévalo Quijote (XII)

La sustancia del fuego en el metal, chispas vivas sin contornos.
Ayn Rand, The Fountainhead



Itinerarios

El fiasco de  Periquera, o Guasdualito, decide de una vez por todas a Emilio Arévalo Cedeño: de ahora en adelante, hostigaría a Juan Vicente Gómez tan solo con la compañía de sus más fieles allegados. Pero ni aun así estaría al abrigo de la traición.

Luego de cinco días de marcha forzada llegaría a Elorza, a cuyo resguardo invistió al coronel Roque Puerta, conminándolo a “evitar que el enemigo pase el río Arauca por ninguna parte, pues de lo contrario seremos destruidos”. Ya en el trayecto hacia la población posteriormente célebre por aquello de un-19-de- marzo-para-un-baile-me-invitaron, se le había unido nuevamente el general Alfredo Franco, con quien había perdido todo contacto desde antes de la toma de Atabapo y el consiguiente fusilamiento de Funes. Recordemos la captura previa, sobre aguas orinoqueñas, de un precioso cargamento de balatá remitido por El Terror del Amazonas rumbo a Ciudad Bolívar y el encargo de su venta al susodicho Alfredo Franco para subvencionar las necesidades del cuerpo revolucionario.

Según Franco, el balatá se había perdido (?). Su conducta posterior arrojaría dudas sobre tal aseveración. Arévalo, quizá pecando de ingenuidad, lo acogió de brazos abiertos, pues “lo interesante era que nos armáramos de patriotismo para continuar luchando contra la tiranía”.

Buscando posiciones más seguras, EAC acantonó sus tropas en el hato Santa Elena, a seis leguas de Elorza. Alfredo Franco, en compañía de tres oficiales, solicitó permiso para trasladarse a la citada localidad apureña. Arévalo lo concedió sin ambages. Al día siguiente, luego de un aguacerazo típico del invierno llanero, el doctor Carmelo París expresó su deseo de ir también a Elorza por asuntos personales. Arévalo Cedeño aprovechó para exhortarlo a levantar el ánimo de la guarnición.

Narra EAC en su autobiografía: “Pero la noche de ese día, tuvimos una gran sorpresa. A media noche y con un temporal de agua, rayos y truenos se presentó de regreso el Doctor, para decirnos que sin pérdida de tiempo levantara mi campamento (porque) Alfredo Franco  se había pasado al enemigo de acuerdo con el Coronel Roque Puerta, a quien le había hecho creer que yo me había asilado (en Colombia) con toda la fuerza (…) y que todo había terminado, haciendo que el General Pedro Pérez Delgado también se entregara junto con él al Doctor Febres Cordero”. Franco, incluso, redactó una carta para EAC ofreciéndole garantías, a nombre de Febres Cordero, si declinaba en su accionar antigomecista, a lo que contestó el indoblegable guerrero guariqueño: “Al luchador como yo se le caza como venado alzado en las pampas o como tigre en la montaña, o muriendo luchando contra la tiranía; pero no cayendo de rodillas como los esclavos vencidos, como lo acaban de hacer Ud. y los que con Ud. nos han traicionado”. Buen lema para los saltadores de talanquera tentados por autocracias venales.

Sobre graznidos

A la cabeza de cuatrocientos hombres exhaustos, Arévalo cruzó el Capanaparo y buscó el bajo Meta. Ya en territorio de la hermana república, dio pauta de su proverbial tozudez y se aprestó a emprender su cuarta invasión, la cual califica en su libro de calaverada patriótica.

El 7 agosto 1921, aniversario de la batalla de Boyacá, embarcó con noventa y tres leales en El Porvenir, costa del río Meta. Al llegar a su desembocadura con el Orinoco, prosiguió y entró por Arauquita. Tras tres días de navegación en curiaras y canoas por los aniegos del bajo Apure, reclutando gentes a lo lardo de las riberas del río Arichuna, o Payara, logró alcanzar el vecindario homónimo el día 15. La guarnición gobiernera huyó despavorida. Así lo reseña Elisur Lares Bolívar, cronista de Achaguas: “Al arribar los revolucionarios a Arichuna, todo fue confusión, miedo, carreras, agitación. Unos se escondieron. Otros salieron de sus casas a la calle dando vivas al vencedor de Río Negro, al ejecutor de Funes. Otros como los jóvenes Adolfo Fuentes, Juan Maximiano Echenique, Juan Clemente Garrido, y Martín Delfín González (quienes daban una serenata en la pulpería que poseía el primero de los nombrados) corrieron a esconderse en sus casas, la iglesia u otros sitios que les ofreciera seguridad. Se oían gritos de madres llamando a sus hijos pequeños y niños llorando llamando a sus madres. Como ya se dijo: todo era confusión”.

Arévalo capturó, escondido debajo de un fogón,  al jefe civil de Arichuna, Celso Arnesen, hombre “de acciones ásperas y desapacibles, borrachón, holgazán y amigo de cometer fechorías”. Ganas no le faltaron de pasarlo por las armas, pero fue disuadido por una prima del esbirro, la poetisa Cruz Lina Cedeño de Matiz, poseedora de un verbo amansador.

Dispuso, entonces, el combatiente guariqueño otorgarle un merecido descanso a sus tropas durante unas pocas horas y solicitar caballerosamente el concurso de los arichuneros, en lo que estuviera a su alcance. Ratifica el cronista Elisur Lares que “en ningún momento presionó para que le dieran gruesas sumas de dinero”. EAC y su tropa abandonaron Arichuna esa medianoche con proa a Mangas Coberas.         

Debían sacar tajada del factor sorpresa. Por ello, pasaron con suma rapidez hacia el Guárico, arribando a Cazorla, cuna de su primer alzamiento siete años antes. De allí a Las Tigras, donde dejaron las embarcaciones, luego a pie hasta Faltriquera para encaramarse a lomo de bestia y ganar el río Manapire “que estaba completamente en estado de inundación (en una) empresa tan laboriosa, que teníamos que saltar nadando de árbol en árbol (y así llegar al) Municipio Espino, poniendo en fuga a los enemigos que estaban allí, y corrían, llevando la noticia de que el faccioso Arévalo Cedeño (cursivas de EAC) estaba de nuevo en el centro, desafiando el poder de Gómez”.

Esta blitzkrieg sabanera conllevó, a semejanza de Hernán Cortés en Veracruz, la quema de las naves pues “la inmensidad de la inundación nos cortaba la retirada; en veinte y dos días, desde el bajo Meta hasta Las Tigras, habíamos recorrido embarcados más de quinientas millas”. La única posibilidad de escape, en caso de debacle, pasaba indefectiblemente por aguardar hasta la próxima estación seca, durante el verano llanero.

Una avanzada gomera al mando del coronel Julián Carreño España, se aproximaba. EAC se atrincheró en las cercanías de Santa María de Ipire, en el sureste guariqueño, a casi cien kilómetros de Valle de La Pascua, lugar donde se encontraba en ese momento el presidente (gobernador) del Estado, general Manuel Sarmiento, ya sobre aviso de la incursión del obstinado invasor antigomecista.

La refriega arrancó a las nueve de la mañana. Leamos al historiador José Antonio De Armas Chitty, a la sazón un mozalbete y testigo indirecto de estos hechos, en su texto Un recuerdo a caballo: “Como a las siete (de la noche anterior), todavía con luz (…) vimos el perfil de Carmelo Ilarraza, un catire bachaco (quien relató): —Ustedes como que nada saben. Anoche llegó a Santa María el general Emilio Arévalo Cedeño con quinientos hombres. Dicen que ha ganado más de treinta batallas. Ya el general Márquez, gobiernero, huyó hacia Mapire buscando bestias. Hay comisiones del gobierno (…) quitándole las bestias a todo el mundo, ofrecen pagarlas y es mentira porque el gobierno es maula (…) Esta noche va a tronar el plomo más allá del río porque vienen persiguiendo a Arévalo. Tal vez nos vamos a desayunar con pólvora (…) En la noche espesa, sobre el banco ceñido de lagunazos, Carmelo Ilarraza, carne de sombra, era una sombra con alas”.

Continúa De Armas Chitty: “Cuando regresábamos al hato, oímos un ruido sordo, profundo, como descargas de fusilería (…) Combatían al este de Santa María, en El Alto del Jobo (…) Rufino Cuervo, que había luchado en La Libertadora (nos) dijo: —Los disparos regados son de reclutas, los cerraos de soldado viejo (…) La apreciación de Cuervo era correcta. Las descargas cerradas eran de la tropa de Arévalo Cedeño. Cuervo tenia oído de venado”.

Sobre los tímpanos gruñían balaceras matinales en las sabanas ipireñas. ¿A quién le tocaría regar su sangre esta vez?


José Antonio De Armas Chitty (1908-1995)
@nicolayiyo