martes, 17 de abril de 2012

Grandilocuencia entre epóxidos
Emilio Arévalo Quijote (XI)


por: Nicolás Soto

Los futuros no realizados son solo ramas del pasado: ramas secas.
Ítalo Calvino, Las ciudades invisibles





Palmetazos e interfectos
                        
Pactado el cese al fuego, a las seis de la tarde del 22 junio 1921, las tropas rebeldes desocuparon Guasdualito, pernoctando en un sitio llamado Vara de María. Emilio Arévalo Cedeño creyó retornarían a la antigua Periquera muy de mañana. Pero, siendo el mediodía del 23, recibió la orden de su comandante en jefe, el general y doctor Roberto “El Tuerto” Vargas de marchar rumbo al sector Las Angosturas.
                       
Según EAC, “la indignación de toda la fuerza era unánime, y yo tuve que evitar un atentado contra Vargas, el cual fue increpado por varios oficiales, que se contuvieron porque la autoridad moral del Doctor Carmelo París y la mía, los (obligó) a permanecer tranquilos, para evitar más males a nuestra causa. Vargas fue despedido para irse a Colombia por la vía de Arauquita”.
                       
¿Tuvo razón “El Tuerto” Vargas al sancionar el abandono del asedio? Se conocía el inminente despliegue de varios contingentes gomeros con ánimo de contraofensiva. De hecho, aprovechando el alejamiento de los atacantes por el armisticio acordado, más la discordia entre los jefes insurgentes (todo un secreto a voces), el 24 en la mañana irrumpió en Guasdualito el general gobiernero Sálvano de Jesús Uzcátegui a la cabeza de trescientos efectivos.
      
Ido  “El Tuerto” Vargas y ahora sin rivalidades por la máxima jefatura, Arévalo contramarchó, intentando recobrar la plaza. Una vez en las afueras del poblado, en la tarde del 24, dirigió una misiva al general Benicio Jiménez, instándolo a rendir la posición, como había sido acordado antes de la tregua. Pero la tortilla se había volteado. Los defensores gomeros se habían robustecido. Los combatientes arevaleros, por el contrario, se hallaban exhaustos y carentes casi por completo de municiones y de víveres. Benicio Jiménez, sabiéndose poseedor de los mejores naipes de esa partida, le replicó el 25: “Recibí su carta (…) en la que me pide Ud. la entrega de la plaza, lo cual no me lo permiten mis condiciones de soldado que sabe cumplir con su deber”.
                      
No le quedó otra cosa a Arévalo Cedeño sino ordenar la retirada ese mismo día. El 28, a las tres de la tarde, llegaría a Guasdualito Vincencio Pérez Soto. El 29 lo harían Hernán Febres Cordero y Manuel Sarmiento. Y si la cosa se ponía harto seria, hasta el mismísimo Eustoquio Gómez, el sanguinario primo del sátrapa, bajaría desde las alturas tachirenses para aplastar la insurrección.
                  
El jefe guariqueño, prudentemente, ya había decidido descender a Elorza. En el ínterin,  “El Tuerto” Vargas había cruzado la frontera. A posteriori, remitiría una carta donde cargaría de culpas a Arévalo por el fracaso del movimiento: “Usted en su desatentado  decir mal de mí va hasta hacerse daño a sí mismo, y en su afán de hacerse notable ha aventado a todos los rumbos la desgracia para la revolución de esta frontera. Bien dijo en Cravo Norte, a su asilamiento, el Dr. París a Luis Felipe (Hernández): Arévalo Cedeño es un maquiavélico. A sus intrigas se debe todo, todo lo sucedido”. A lo que respondería EAC con una Orden General de fecha 6 julio 1921, en el cuartel del hato Santa Elena, a seis leguas de Elorza: “Ordeno a todos los servidores de la Revolución Constitucionalista (…) la captura de Roberto Vargas y Alfredo Franco, para que respondan ante un Consejo de Guerra, de su conducta cobarde y traidora para con la Revolución”.
                      
Malhadado sino de, prácticamente, todas las lidias contra despotismos omnímodos en nuestra Historia: quienes más unidos debían ejemplarizar, más disociados se comportaban. En este caso, desgraciadamente para la patria y afortunadamente para el Benemérito truhan, dos luchadores de tronío se querellaban. Por un lado, el adusto orticeño con su nube en el ojo (de ahí su mote de “Tuerto”) quien, eventualmente, inspiraría a Rómulo Gallegos el impávido personaje de Juan Crisóstomo Payara en Cantaclaro; por el otro, el quijotesco e incansable vallepascuense, modelo de irreductibilidad en la lid contra la opresión gomecista. No debería haber sido así, pero lo fue. Lástima.

Vidriosas malarias
                        
Atrás quedó Guasdualito, con su guarura opaca de cadáveres inmolándole al sol una riada de ojos agobiados de un glaucoma cenizo. Y el hedor apremiante que ameritó galones, retobos y taturos rellenos con las aguas marrón tamarindo del Apure para disiparse. Orgía piche para los zamuros y las alimañas. Festín carroñero para El Bagre dueño y señor de Venezuela.
                   
Cabe preguntarse, ¿por qué no fue aniquilada la tropa liderada por Arévalo Cedeño? Aparentemente, la razón estribaría en las rivalidades intestinas de los jefes gomeros. Con el capo de la “rehabilitación nacional” ranchado bien lejos, en su bien amado Maracay, los subalternos se lanzaban piquetazos de alacrán. Pérez Soto, supuestamente, le tenía ojeriza a Febres Cordero y lo llamaba despectivamente Car’e Gallina. Decidió permanecer en Guasdualito mientras ordenaba a sus subordinados iniciar la persecución de Emilio Arévalo y de Roberto Vargas, según telegrama oficiado a Gómez: “Yo personalmente no tomé el mando de esta gente pues (nosotros, es decir, Briceño y Pérez Soto) somos los únicos medio capaces (…) Mientras tanto, yo (Pérez Soto) me encargaré de expugnar las montañas de Arauquita, si Vargas no se ha ido vía Tame”.
                    
Guasdualito también representaría, también y al igual que para “El Tuerto” Vargas, la última acción guerrera de envergadura en el palmarés de Pedro Pérez Delgado, el montonero portugueseño conocido como “Maisanta”. José León Tapia relata en su biografía del personaje, El último hombre a caballo, el desencanto del guerrillero: Malditos sean los doctores y todo aquél que aprovecha la guerra para ver si llega arriba a costa de los de abajo”, habría exclamado, poco antes de partir hacia Elorza al mando de una columna de veintidós hombres. “Juro que no daré un paso más al lado de estos carajos”, remató. La desilusión le haría pactar su entrega al régimen gomecista, enviándole cartas de sumisión al autócrata (“Le repito mi juramento de que soy su amigo leal y de que estoy dispuesto a probárselo”) que, a la postre, no le valdrían de nada, pues fue a dar con sus huesos al Castillo de Puerto Cabello, donde moriría con los pies engrillados (y probable víctima de envenenamiento con vidrio molido, servido a cuentagotas) en 1924. Por ahí medraría alguno que otro supuesto y verrugón descendiente de este guerrillero semibárbaro, quizá incubado en un polvo relancino y mal echado entre gallos y medianoche, deseando cobijarse con sus malogradas e incompletas glorias. “El Tuerto” Vargas, por su parte, denostó en el exilio de sus antiguos camaradas de armas, logrando —en 1925, gracias a la amnistía general auspiciada por oficios del secretario privado de Gómez, Francisco Baptista Galindo— la aquiescencia del sátrapa para retornar al suelo patrio y ocuparse de su abandonado latifundio “Corocito Varguero”, en jurisdicciones barinenses.
                   
Sin darse tiempo para melancolías, EAC reagrupó el remanente de la hueste rebelde y, luego de cinco días de marcha, ocupó Elorza con la intención de guarnecer el paso del Arauca y la vía hacia Colombia, acopiar fuerzas y vituallas, y, sin despilfarrar tiempo, hostigar, hostigar y hostigar a la tiranía.
                   
Estaba claro: la testarudez antidictatorial de Emilio Arévalo Cedeño no era flor de un día. No se iba a rendir nunca. Juan Vicente Gómez no podría dormirse en los laureles. La lucha continuaba.

Pedro Pérez Delgado (a) “Maisanta”; Ospino, Portuguesa, circa 1881; Puerto Cabello, Carabobo, 8 noviembre 1924
@nicolayiyo

1 comentario:

carlos Briceño Olivar dijo...

Muy interesante lo del polvo de media noche.....ya sabemos cual fue el resultado
Que informacion tiene sobre el General Julio Olivar.