jueves, 30 de junio de 2011

Arévalo y, además, Quijote

El rondó alusivo
Emilio Arévalo Quijote (VI)



Quien es misericordioso con los crueles, termina siendo cruel con los misericordiosos.
Voltaire


Contraseña para un cíclope

                        Pero, ¿quién diablos era este Tomás Funes capaz de desvelar a Emilio Arévalo Cedeño y provocar las burlas y escepticismo galopantes de los achantados caudillos del exilio?
                Oriundo de San José de Río Chico, probablemente hijo bastardo del general Lorenzo Guevara, se aventuró hasta las olvidadas comarcas amazonense pues, al parecer, su oficio de contabilista no le resultaba rentable. Buscando enriquecerse rápidamente con la explotación del caucho, la sarrapia y el balatá, el devenido coronel Funes encabezó una cruenta revuelta contra el gobernador Roberto Pulido el 8 marzo 1913. El baño de sangre subsiguiente quedó registrado en la memoria colectiva. Rómulo Gallegos lo alude tangencialmente en Canaima —“la noche en que los machetes alumbraron el Vichada”— y José Eustasio Rivera, en La vorágine,  retrata a Funes como un “bandido que debe más de seiscientas muertes. Puros racionales, porque a los indios no se les lleva el número". El historiador Oldman Botello cuestiona esta cifra al citar a Manuel Henríquez, otrora cronista de Puerto Ayacucho, afirmando que “en toda Amazonas no había 400 blancos en ese tiempo”.

                        El pustch de Funes reverberó en la penumbra selvática. En su obra Guayana, su tierra y su historia, José Antonio De Armas Chitty refiere el testimonio del tucupidense Deogracia Rengifo, miembro de las huestes funeras: “Entré por el fondo de la Gobernación cuando estaban atacando a Pulido, a quien del primer tiro le habían atravesado el estómago. De lejos vi que se torcía, pero era muy macho y muy valiente, se enderezó, agarrando un winchester y disparando al azar cinco o seis veces. Balbino Ruiz, de Río Chico, paisano de Funes, entró de lado, le dio un machetazo en la nuca y se fue de frente, muerto”.
                        ¿No era el león tan fiero como lo pintaban? En su Libro de mis luchas, Emilio Arévalo Cedeño culpabiliza a Tomás Funes por la masacre de “420 compatriotas sacrificados por este monstruo (…), que en connivencia con Juan Vicente Gómez, llevó la ruina y la desolación al Territorio Federal Amazonas”. El texto arevalero se acompaña, asimismo, con fotografías de algunas de las muchas víctimas de la mortandad perpetrada, supuestamente, por el barloventeño al agenciarse el poder en el territorio: general Víctor M. Aldana, militar retirado y productor cauchero; doctor Baldomero Benítez, asesinado en su clínica de Atabapo; Manuel María Baldó, defenestrado junto a su cuñado el gobernador Roberto Pulido; Miguel Coronado Ramírez Román, próspero comerciante; Pedro Varela, empresario del balatá; Enrique Delepiani, negociante oriundo de Ciudad Bolívar; Germán Trujillo, hombre de negocios; Heriberto Maggi, aniquilado junto a un hermanito sordo en su almacén donde guardaba sesenta mil pesos de aquella época, expropiados revolucionariamente por Funes; Jesús Capecchi, hombre culto y acaudalado; los cuatro hermanos Antonio, Alberto, Federico y Juan B. Espinoza, provenientes también de una conocida familia bolivarense.
                        La lista se engrosa con varios nombres adicionales. Pero el colmo de la vesania, según EAC, corresponde al asesinato y violación, en Maipures el 18 mayo 1913, de la viuda del gobernador, señora Mercedes de Pulido, y de la dama Tomasa de Malavé, ambos crímenes aparentemente a manos del esbirro funero alias “Avispa”. La sed de poder y riquezas de Tomás Funes no se arredraba ante el bello sexo. Oldman Botello, de nuevo, contradice al insurgente guariqueño: “(…) asegura Arévalo en su libro que unos sádicos, de los hombres de Funes, habrían violado y asesinado a la esposa del gobernador Roberto Pulido en 1913 y es incierto. La novedad llegada al general Gómez, telegrafiada por el Dr. Rafael Cabrera Malo, fue que murió de beriberi en el interior de Amazonas y las prendas y otros valores que portaba fueron entregados bajo inventario a una hermana y una criada que fueron trasladadas a Ciudad Bolívar”. ¿A quién creerle? ¿A un febril y quijotesco  guerrero de honestidad incólume hasta el último de sus días? ¿O a un funcionario de la dictadura gomecista? Sea usted el juez.


Imagen de Tomás Funes publicada por EAC en su “Libro de mis luchas”


Palafreneros sindicados

                        Ciertamente, la ferocidad de Tomás Funes se hinchó a lo largo y ancho de aquellas soledades como una baba expeditiva. Cabe preguntarse, ¿por qué el hombre de La Mulera le permitió tantas larguezas? ¿Cuál razón prevaleció para concederle la impunidad ante el descabezamiento de la “autoridad legítima” en el Amazonas venezolano? ¿No se trataba de un golpe de estado mondo y lirondo contra la preeminencia de Juan Vicente Gómez?
                        Venezuela había vivido una suerte de luna de miel interina, desde diciembre de mil novecientos ocho, bajo el rejo del antiguo y leal compadre que le capaba los gatos a doña Zoila de Castro, en su época de vicepresidente de Venezuela por obra y gracia de la “revolución restauradora”. Don Cipriano se había marchado, rumbo a Alemania, aquejado de su riñón lleno de pus. Raudo y certero, Juan Vicente Gómez le comió el maíz saltiao. Una vez asegurada la silla presidencial, había permitido el regreso de los exiliados del castrismo y había agraciado con cierta libertad a la prensa.
                        1913 debía ser año electoral. El taimado Juan Bisonte, como lo bautizara Rufino Blanco Fombona, se ingenió una invasión. Pero, ojo, no se trataba de “la planta insolente del extranjero”, mucho menos los pitiyanquis ni el imperio, no señor. Según los periódicos comunitarios y oficialistas, el invasor era el obtuso ex mandamás Cipriano Castro, deseando volver por sus fueros. Gómez se aprestó a salir en campaña, decretó el estado de emergencia y ahí mismito feneció la dictablanda gomera para entrarle de lleno al continuismo sin tapujos. “Este coroto es por siempre mío, ¡qué tochada!”, habrá refunfuñado quien fuera llamado desde ese momento Gómez Único. Las cárceles comenzaron a llenarse de presos políticos para remacharles en las canillas grillos de sesenta libras, empezando con el periodista Rafael Arévalo González, cuyo delito de lesa majestad consistió en auspiciar la candidatura independiente del doctor Félix Montes.
                        En medio de tanto agite reeleccionista, el incidente en el lejano San Fernando de Atabapo no le quitaba el sueño al Bagre montañés. En esos lares eran comunes los ajustes de cuentas a plomazo limpio. Gómez opta por hacerse el musiú. Según apunta De Armas Chitty: “Nada ordena contra Funes, más bien le deja usufructuar su inmenso dominio. Mandó a Abelardo Gorrochotegui de Gobernador, pero Funes era quien disponía, teniendo que regresar aquél. Además, Gómez debió pensar que era prudente apoyar a un enemigo de sus enemigos”.
                        Siete largos años habría de perseverar el imperio de Funes sobre vidas y haciendas en el antiguo territorio Río Negro. El festín le duró hasta principios de 1921, cuando Emilio Arévalo Cedeño le brincó encima cual Quijote acicalado con una coraza de tigre cebado desde las acérrimas aguas orinoqueñas.

2 comentarios:

América Ratto-Ciarlo dijo...

Muy buena crónica..! historia reciente y olvidada...

Salud..!

Oldman Botello dijo...

Don Nicolás, he recibido de su hermano y mi amigo su texto sobre Funes. En efecto, no había 400 blancos en Amazonas en esos tiempos, lo cual corroboré consultando el censo de Amazonas de 1926 y calculando el que habría para la fecha. En cuanto a la asonada de Funes contra Pulido y su camarilla, tuvo su razón en el despótico y arbitrario gobierno que ejercía en Río Negro o Amazonas (allá nacieron mis tíos y mi padre y por eso siempre hablo con propiedad; el general Aldana era compadre de mi abuelo, padrino de mi tía mayor que murió de 96 años y siempre me contaba los hechos de Funes en 1921 con el titulado general Arévalo Cedeño). En mi libro inèdito con la auténtica biografía de Arévalo corrijo, aclaro, modifico y apoyo documentalmente algunas cosas que él afirma en sus memorias llamado El libro de mis lochas. Recuerde que todos los que han escrito sobre la materia, como Àlamo, Pablo Anduze, Oscar Yánez y otros más lo han sido siguiendo al dedillo el cuento que les metió Arévalo. Pero la historia se hace con documentos y de mi trabajo resurgirá el auténtico Arévalo, el terrenal y no el mito. La señora Pulido no murió violada ni mucho menos. Murió de beriberi en Maipures, si mal no recuerdo, bien lejos de Atabapo. Sus joyas las entregó mediante inventario el Dr. Rafael Cabrera Malo a la criada de los Pulido-Baldó y a otros familiares a quienes se las entregó en Ciudad Bolívar. Todo eso lo tengo documentado en mi libro inédito El Faccioso Arévalo Cedeño que aspiro a publicar a comienzos del año por Monteavila Editores si es que a Chávez no se le ocurre morirse y venga otra gente. Algún día que nos veamos en La Pascua, le muestro el libro inédito y los documentos originales que obran en mi poder. Reciba un cordial saludo de su afectísimo.