Tengo
la cucaracha
a
Maritza Ron y Franklin Brito
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El estado de ánimo post 7oct de la inmensa
mayoría de los venezolanos —y lo recalco, de la inmensa mayoría de los venezolanos— me hizo recordar una
expresión típica del argot francés: J’ai
le cafard, que traducida libremente significa “tengo la cucaracha”,
pero que en su acepción literal debe entenderse como “estoy deprimido”.
¿Por qué amanecimos el lunes 8 con la cucaracha?
Privaba la sensación de que el triunfo estaba a la vuelta de la esquina. Los
hechos así lo confirmaban. Las movilizaciones masivas, la temperatura de la
opinión pública en la calle a todos los niveles y la espontaneidad con que se
daban los pronunciamientos solidarios hacia la candidatura unitaria lo
proclamaban a los cuatro vientos. Pero, así como desde la dictadura nos han
vendido la especie de que la explosión delincuencial es más una impresión
subjetiva producto de la manipulación mediática, ¿podría por consiguiente
inferirse que ese ánimo de victoria era artificioso y carente de basamento con
la realidad real y la verdad verdadera?
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¿Ganábamos no ganábamos, entonces? La tiranía
se desbocó a contaminar esa legítima apetencia de la inmensa mayoría de los venezolanos por recobrar nuestra democracia
con la consabida intoxicación de encuestas. Los sondeos demoscópicos, lo hemos
machacado en muchas ocasiones, son un reflejo fiel del estado de la opinión
pública, en un momento determinado, si y solo si se efectúan con la metodología
y técnica adecuadas y, punto álgido e imprescindible, si y solo si los
entrevistados se sinceran sin cortapisas ni miedos, cosa que únicamente se
puede lograr en democracia, en
democracia, en democracia. Las encuestas en régimen autocrático valen medio
de caca. Pure shit!
A ello súmenle el hecho ya inocultable de que
la casi totalidad de las encuestadoras están penetradas por la dictadura y
muchas de ellas se hallan bajo control directo de conspicuos boliburgueses. Ya
resulta un secreto a voces, por ejemplo, que la representada por el pichacoso
flacuchento espinilludo de la voz aflautada fue adquirida, hace ya algún
tiempo, por un “empresario” oficialista a quien apodan el rey de los contratos
eléctricos, ex testaferro de un corrompido gobernador de un estado oriental
(ahora quiere volar con sus propios alerones de gallináceo rancio). En su morreño
pueblo natal, el único oficio que le conocían era el de aprendiz de minitequero
al comienzo de la presente desvergüenza. Hoy en día lo sacuden por las taloneras
y le vuelan los fajos de dólares, gracias a mi comandante verrugón, el octavo
hombre más rico del mundo. ¡Albricias!
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La otra vertiente generadora de aprensión en el
ánimo de la inmensa mayoría de los
venezolanos era la posibilidad de fraude. Numerosas voces autorizadas han
venido advirtiendo, desde 1999 hasta acá, sobre esa contingencia. Ya en los
procesos referendarios de ese año para aprobar la chambonada constitucional de
la dictadura se percibieron irregularidades sugiriendo la incubación del
monstruo timador visible hoy. En los ilegales comicios del año 2000, esas
artimañas fueron aun más notorias, lográndose despojar de un triunfo claro a
varios gobernadores y alcaldes democráticos. Pero nadie osaba increpar todavía
al gorila. Su ilusoria popularidad, vaya espejismo, abrumaba.
Vinieron los sucesos del 2002. Concentraciones
gigantescas de gentes de todas las proveniencias atiborraron las calles. El
11abr, pistoleros bajo el mando directo del idiamindadá vernáculo masacraron a la
ciudadanía. Los militares le exigieron la renuncia al moquilloso pícaro. Como
hubo un vacío de poder, comisionaron al líder empresarial más notorio para que
asumiera un interinato, bajo el compromiso de convocar a elecciones y redactar
una constitución nueva en sustitución del bodrio leguleyérico confeccionado a
la medida del fidelcastrico nuestro. Al día siguiente, esos mismos milicos
comenzaron a intrigar entre ellos por ambiciones rastreras y perpetraron el
golpe de estado del 13abr, no encontrando estos genios culecos solución más
original que la de reintegrarle el trono al lloricoso dictadorzuelo. Ríos de
tinta y horas incontables de verborrea se han gastado para explicar estos
hechos pero, a falta de una comisión de la verdad irrefutable, el cuento es,
grosso modo, como vienen de leerlo.
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Arribamos, de seguidas, al 15ag2004, al
celebérrimo referendo revocatorio. Hagan memoria, amigos y amigas. El espíritu
que arropaba todos los rincones de nuestra patria era semejante al de los días
previos al 7oct. Íbamos a sacar por la vía legal y pacífica al comunistón
verrugón. Nos apersonamos masivamente a los centros de votación, sufrimos
retrasos interminables, pero sufragamos. La victoria se presagiaba contundente.
En la madrugada llegó el baldazo de agua fría.
El saddam hussein criollo celebraba a cohetazo limpio desde “el balcón del
pueblo”. La sospecha de camunina se incoaba por doquier. Los mismos fariseos
del sanedrín oficialista no daban crédito a lo que veían. Horas antes, sus
caras entristecidas por el descalabro habían expuesto a ojos vista la derrota por
la calle del medio. Pero, por arte de birlibirloque, la corrupción del
autócrata había volteado la tortilla.
Los adalides oposicionistos aparecieron ante las cámaras harto desarticulados y
asustadizos. Sabían lo que había acontecido pero el pánico los dominaba. A los
pocos días, un equipo multidisciplinario conformado por el jurista Tulio
Álvarez, el ex rector Freddy Malpica de la Universidad Simón Bolívar y los
profesores José Domingo Mujica y Jorge Casado, elaboró un acucioso informe
donde se demuestra el ultraje a la voluntad de la inmensa mayoría de los venezolanos. Pero el liderazgo se chorreó
aun más. Comenzaron, de inmediato, a balbucear que eso no había sido así, que
las “misiones sociales” habían moldeado una “conexión emocional” entre el
tiranuelo y la masa bla-bla-blá. Y,
por supuesto, a cada rato salían los encuesteros
a reafirmar esa apreciación. Que presenten las pruebas de la estafa,
alegaban. Es como cuando uno va en el presente a PTJ —creo que estos comunisticas
ahora la mientan la “asamblea nacional”, o algo semejante— a denunciar un
atraco, valga el ejemplo, y los pacos te digan a ti, al agraviado, que ubiques
a los malandros y recuperes las evidencias de lo que te asaltaron para ellos
empezar a proceder. Así está ocurriendo ahora en Venezuela, ¿o no? Digno de
Ripley. ¿Habrá algo podrido en Dinamarca?
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Acaecieron, a continuación, el masivo boicot a
la elección parlamentaria del 2005 —según la chinchurria constitucional del 99 el
congreso ahora es unicameral (cual república bananera) y lo denominan la
“chivera nacional”, o algo por el estilo— donde se demostró por todo el cañón
la inexistencia de las mentadas mayorías oficialistas, y la elección del 2006, cuando
Manuel Rosales inexplicablemente apareció rindiéndose, en una actuación todavía
no aclarada lo suficiente. ¿Por qué se autoderrotó tan fácilmente? El general Carlos Julio Peñaloza, quien también
ha venido alertando sobre la amenaza de fraude con argumentos más que
contundentes, invoca la responsabilidad en este oscuro episodio de un supuesto
grupo “La Colina” y, ciertamente, de los inefables encuesteros soplándole en el tímpano al entonces candidato la
sugerencia de tirar la toalla, pues “fuimos vencidos en buena lid. No hubo chanchullo”.
¿Quinta columna? ¿Caballito frenao de
Troya? ¿Infiltrados de la dictadura? A mí que me registren. No cargo preso
amarrao.
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Costó un imperio convencer al electorado de
volver a fatigar la senda comicial. Se impuso la tesis de la Unidad y se
realizaron las elecciones primarias del 12feb2012. Logramos respirar con entusiasmo
una vez más. Yo voté por Diego Arria, pero me sumé sin restricciones a la
opción triunfante.
No voy a negar que llegamos a abrigar
esperanzas más que fundadas con la campaña realizada. El triunfo se avizoraba
palpable en el horizonte. El optimismo rebosaba por doquier. En los taxis, en
las busetas, en las paradas, en los comederos populares, prácticamente nadie
salía a defender la sinvergüenzura roja rogelia. El hartazgo por los apagones,
la delincuencia, la decadencia de la infraestructura, la falta de agua, la
inflación y pare usted de contar se hacía más sólido que un ladrillo en la
pared.
El domingo 07/10/12 la votación fue masiva. La
abstención se vino al suelo. Casi nadie se enchinchorró. Con contadas
excepciones, los chavetones brillaron por su ausencia. ¿Dónde andaban las
supuestas mayorías del oficialismo adobadas de “conexión emocional” con el
amado líder? Usted que me lee lo vivió. Yo lo viví. Entonces, carrizo, ¿qué
sucedió?
Nuevamente la sospecha de un fraude masivo,
institucionalizado y que en cada ocasión se perfecciona ronda en el ambiente. Y
a todas estas, se vuelve a producir el deplorable espectáculo del candidato
rindiéndose, de manera patética, desdiciendo de todo lo andado en una campaña
electoral que fue aupada de buena fe por la
inmensa mayoría de los venezolanos.
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En un sistema democrático normal, donde los
participantes no son enemigos sino adversarios y donde se compite
caballerosamente y con reglas ecuánimes, el candidato derrotado reconoce con
gallardía la victoria de su contendiente. ¿Puede hacerse lo mismo en dictadura?
¿Puede actuarse de la misma forma ante un régimen marrullero asociado al
narcotráfico y a los gobiernos forajidos del planeta?
Creemos humildemente que en este caso, las
fuerzas democráticas deben competir para vencer por nocaut y, en su defecto, al
menor indicio de maraña, entonces el esfuerzo debe volcarse, sin esguinces, en
lograr la deslegitimación del régimen, para exponerlo con todas sus verrugas y
podredumbre ante la opinión pública nacional e internacional. No hacerlo así
equivale a hacerle el juego a la satrapía. Y no estamos aquí para eso.
El joven candidato que tanta admiración
despertó en la campaña por su fervoroso empeño echó al albañal su carrera
política. Y de resultar cierto que al día siguiente intercambió amabilidades
con el tiranuelo, entonces su ingenuidad y su carencia de testosterona por
hacerle carantoñas al bellaco le terminarán de cavar su propia tumba en cuanto
a aspiraciones futuras se refiere. Ruego estar equivocado.
Muchísimas personas hubieran preferido de él la
reiteración del ejemplo de Alejandro Toledo en Perú, durante las elecciones del
año 2000 contra la autocracia de Alberto Fujimori. En una situación muy similar
a la del 7oct, el entonces candidato opositor inca se negó a cohonestar el
fraude masivo que le otorgaba un tercer e ilegítimo mandato al “chino”. Esa
misma actitud hizo falta aquí. Ello no significaba llamar a la insurrección,
cosa evidentemente impensable pues de este lado no disponemos de armas de
guerra, no poseemos cazas a reacción ni fusiles de asalto adquiridos a la mafia
rusa, ni mucho menos precisamos del concurso de supuestos “imperialismos” que
solamente existen en las alucinadas neuronas del gadafi venezolano. Creer que
con el reconocimiento del supuesto triunfo del demagogo se “fortalece la
democracia” y se apacigua a la bestia verrugona es, parafraseando a Napoleón Bonaparte
al enterarse del asesinato de un contrincante monárquico francés, “más que un
crimen, una estupidez”.
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Ahí estriba la causa del cafard, de la cucaracha, de la melancolía de la inmensa mayoría de los venezolanos.
¿Quién influyó en el ánimo del candidato para darse por vencido tan
imprudentemente? ¿Cuáles grupos “La Colina”, cuáles encuesteros, cuáles dirigentes blandengues (o vendidos hasta los tuétanos), estuvieron detrás de tan infausta decisión? ¿Será cierto que lo dejaron
solo? ¿Será verdad que lo amenazaron de muerte? ¿Será posible que haya caído
víctima del síndrome de Estocolmo? ¿Por qué no se rehusó, simple y llanamente,
a convalidar tamaño robo a la voluntad de la inmensa mayoría de los venezolanos y, si temía por su vida y la de
los suyos, por qué no buscó refugio en una embajada de un país democrático?
¿Por qué arrojó por la borda la confianza depositada en él por la inmensa mayoría de los venezolanos?
¿Cómo hacer para que la inmensa mayoría
de los venezolanos no continúe en el desánimo y en el desconcierto por
causa de este liderazgo tan memo?
Me dicen que muchos de estos dirigentes están
apareciendo, en los canales arrodillados ante el régimen, gagueando, cual
cotorras dopadas, la monserga de que así se “fortalece la democracia, pues
hemos hablado con nuestro presidente, respetando
nuestra constitución”. Escucho estas
paparruchadas y no puedo dejar de visualizar en mi memoria la imagen del primer
ministro británico Neville Chamberlain, descendiendo del avión en agosto de
1939 que lo trajo de Munich (München),
enarbolando un papelito donde supuestamente constaba la garantía del
amansamiento del fundador del nazismo, el mismo que desataría a los pocos días la
segunda conflagración mundial, el mismo que mandó a matar a los ancestros de
nuestro rendido candidato en las cámaras de gas. ¿Apaciguamientos a mí? Vayan a
apaciguar a sus…
Y, por supuesto, no tardarán en aparecer los
opinantes que critican más acerbamente a los oposicionistas radicales, a los radicales libres, como el suscrito,
en vez de enfilar sus baterías contra los corruptos comunistoides que están
destruyendo nuestra patria.
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Después de la melancolía vienen la rabia y la
indignación. Surgirán los reclamos por saber quién es responsable, del lado
supuestamente democrático, de tamaño fiasco. Ojalá tan justificada irritación
no derive hacia terrenos extremistas, como fue el caso de la Alemania de la primera posguerra, cuando la frustración
producida por un liderazgo democrático incompetente llevó a la ciudadanía a
dejarse engatusar por un demagogo criminal llamado Adolf Hitler.
El remedio contra esta impotencia pasa por
continuar la lucha. Al parecer, el escenario electoral, con unas condiciones
tan tramposas y con el fraude a la vista de todos, queda temporalmente
descartado, a menos que se produzca una renovación a fondo de la dirigencia
actual por un cuerpo de conductores que asuma plenamente el compromiso de
deslegitimar, deslegitimar y deslegitimar al charlatán verrugón y su régimen
facineroso.
Asimismo, deberíamos asumir una conducta, tanto
a escala individual como colectiva, que nos empuje a resistir, desconocer y
desobedecer, de manera pacífica pero sostenida. Comenzando con pequeñas
acciones. Por ejemplo, Václav Havel cuenta en su autobiografía que el régimen
comunista checo les imponía la normativa a los ocupantes de viviendas de
informar a las autoridades si recibían visitas de forasteros. Ellos
simplemente, para decirlo en venezolano, se hacían los locos y no informaban
nada de nada. Así comienza la desobediencia civil.
Podemos llevar a efecto acciones semejantes con
el objetivo de ir minando la supuesta pujanza de la dictadura. Gene
Sharp, llamado también el apóstol contemporáneo de la no violencia y la
peor pesadilla de las autocracias, nos ofrece en sus libros una detallada hoja
de ruta para acometer este tipo de acciones, cuya efectividad acaba de ser
medida en la Primavera Árabe.
Por supuesto, necesitamos que nuestros
dirigentes se dejen de pavadas, como
dicen en Argentina, y asuman el reto, sin dobleces y sin blandenguerías. Si no
es así, pues simplemente que no se metan a líderes y dedíquense a otra cosa.
Fuera cucarachas. Ánimo arriba. Todos los regímenes
de fuerza caen, más temprano que tarde.
Reconciliación, sí. Resistencia pacífica y
desobediencia civil, sí. Impunidad, no. Cabronería, menos.
Y no cuenten más conmigo para convalidar
dictaduras.