sábado, 3 de marzo de 2012

Arévalo y "El Tuerto": rivalidad ante la metralla

El nibelungo de los coleópteros



Emilio Arévalo Quijote (X)


Y allí fue una pugna de luz
una lucha de mundos, un universo en guerra
Andrés Eloy Blanco, El Río de las Siete Estrellas





Pechuguera y templanza
                        
Guasdualito, antiguamente conocido como Periquera, trepidaba bajo el estrépito de una incursión donde no se pedía ni se daba cuartel ese domingo 19 junio 1921. Los insurrectos atacaban por los cuatro puntos de entrada del poblado. Por Los Corrales, Emilio Arévalo Cedeño. Por Morrones, donde nació Periquera, Ricardo Arria Ruiz. Por el paso de La Manga, Pedro Pérez Delgado, el popular “Maisanta”. Por el puerto El Gamero, el batallón Pío Gil libró encarnizada lucha contra los refuerzos tachirenses arribados la noche del sábado 18.

La procesión venía por dentro del  lado rebelde, obstaculizando la unidad de mando. Los conatos de desobediencia a la autoridad suprema del oriundo de Ortiz, el doctor y general Roberto “El Tuerto” Vargas, conspiraban contra el  éxito expedito de la operación. Desde su encuentro en Puerto Carreño, pasando por Cabruta y Caicara del Orinoco, venía incubándose una sorda animadversión entre el vallepascuense y el orticeño. EAC fustiga al comandante en jefe del cuerpo atacante en su autobiografía: “(…) el combate fue muy encarnizado, las cargas eran formidables, y (…) Roberto Vargas brillaba por su ausencia, pues no apareció ni una sola vez en la línea de fuego, quedándose durante las treinta y tres horas de combate en El Chinquero, tomando yo la dirección completa de todas las operaciones (…) Roberto Vargas jamás pudo ni podrá justificarse por aquel atentado contra la Revolución”.  

El historiador Oldman Botello, en su libro El Tuerto Vargas, doctor y general, aduce en descargo de su biografiado: “Al sur estaba Arévalo Cedeño dictando las órdenes que recibía del doctor Vargas, que no se atrevía a entrar al frente donde estaba aquel, por el temor a una ‘bala fría’ con toda la intención. En dos oportunidades estuvo en la línea de ataque de Pedro Pérez Delgado y lo arengaba para que continuara el ataque que era, además de sangriento por ese lado, victorioso”. En cuanto a la supuesta indecisión de Vargas por remachar satisfactoriamente la campaña previa a la llegada a Guasdualito, Botello sostiene que “Arévalo, ensoberbecido por su triunfo en Río Negro, quiso desconocer a Vargas (…) pero se lo impidieron Carmelo París, Luis Felipe Hernández y Arria Ruiz, enérgicamente; Arévalo quería entrar al Guárico y hacer la guerra solo; dos veces se le pararon de frente los altos jefes de la revolución”. Además, según Botello, Juan Vicente Gómez estaba al tanto de todos los movimientos de los sublevados, de acuerdo a telegramas remitidos a Maracay por el entonces presidente (gobernador) de Bolívar, Vincencio Pérez Soto, comandante gobiernero en Guayana y los llanos, amén de  beneficiario de un contingente de espías diseminado a lo largo y ancho de aquellos inmensos sabanales. Tal habría sido la causa de la extremada prudencia del “Tuerto”, criticada acerbamente por Arévalo Cedeño, al punto de comprometer la necesaria cohesión a la hora de la refriega. Aquellos polvos trajeron estos lodos, como reza el proverbio castizo.

Más cobre para las pencas

Las repetidas andanadas  insurgentes hicieron replegar a los andinos defensores hacia el centro del poblado. Tres días antes, Guasdualito comenzó a gozar del servicio de telégrafos. Los atacantes lograron cortar las líneas, incomunicando la población. Sin embargo, elementos gomeros en Palmarito pudieron expedir un telegrama a Miguel Lorenzo Ron Pedrique, presidente (gobernador) encargado de Apure: “(…) desde las nueve de la mañana están peleando afueras de Guasdualito”. Gómez, amo y señor de Venezuela, ordenó contratacar a Pérez Soto, quien, a marchas forzadas, ya se encontraba el lunes 20 en Bruzual, Apure aguas abajo, aprestándose para embestir contra los alzados.

El factor sorpresa había sido crucial para el lucimiento rebelde en las primeras horas de la contienda. Los exhaustos tachirenses, llegados la noche anterior quemando etapas por órdenes expresas de Eustoquio Gómez, el temido primo del Benemérito, se encontraban desprevenidos, unos en misa y otros lavando sus chivas en el río Apure. De acuerdo a viejas reláficas de Periquera documentadas por Juan Carlos Zapata, el cura Contreras, guariqueño de Cazorla, aun declamaba los latines del oficio matinal cuando escuchó los primeros disparos en las inmediaciones de la iglesia. Los feligreses comenzaron a dispersarse, ahítos de pánico, pero el presbítero no interrumpió el responso. El general Arévalo Cedeño instaló su base de operaciones a doscientos metros del cuartel gomecista, en un billar cercano al templo. Tuvo tiempo de intercambiar amabilidades con su coterráneo el sacerdote y hasta de evitar el saqueo de una carnicería, propiedad del italiano Pascual Panzza, antes de proseguir con la batalla.

Los machetes Collins de los hombres comandados por “Maisanta” derramaron raudales de sangre, fermentando un barro de hemoglobina y vísceras sobre las calles de Guadualito. Sus huestes habían pagado un alto costo: de ciento veinte hombres que lo habían seguido por La Manga, solo sobrevivieron diecisiete. Con la consigna “plomo y pa’lante”, lograron atrincherar a los gobierneros dentro del cuartel, en un ángulo frente a la plaza Bolívar. Los sitiados se defendieron cruentamente. Desde el alto de las garitas, los francotiradores diezmaban con plomazos limpios y certeros a los atacantes. Los cadáveres se amontonaban por doquier.

Luego de día y medio de asedio, se ordenó echar el resto con una carga general hasta la rendición final del reducto gobiernero. Las tropas se encontraban extenuadas y las municiones habían mermado peligrosamente. Oldman Botello enfatiza que el instructivo provino de Roberto Vargas. Emilio Arévalo Cedeño narra el asunto de esta forma: “Fatigados de aquella lucha tan obstinada, ordené una carga general a las treinta y tres horas justas de combate; pero en mi orden estaba la recomendación para todos los Jefes de Cuerpos que esa carga no debía terminar sino con la conquista de los atrincheramientos del enemigo (…) La carga fue dada con una bravura sin igual, y el enemigo izó la bandera blanca, en señal de paz. Inmediatamente ordené parar los fuegos (…) Un ayudante del General Benicio Giménez (sic), Comandante en Jefe de las Fuerzas enemigas, nos habló desde los muros del cuartel, diciendo que el General Giménez deseaba parlamentar con el Dr. Roberto Vargas”.

Vargas había permanecido en El Chinquero todo ese tiempo. Notificado por EAC, envió como plenipotenciario, el 22 a la seis de la tarde, al octogenario general trujillano Francisco Parra Pacheco quien, al penetrar al tiroteado cuartel, observó a Jiménez y a sus oficiales de confianza todo maltrechos, mas no desmoralizados. Convinieron una tregua el trujillano y el tachirense, para desocupar el teatro de operaciones con todos sus heridos y resguardando el honor de los vencidos. Pero, inexplicablemente, según relata Emilio Arévalo Cedeño, “el Doctor Vargas dijo era conveniente retirarnos de la plaza, para venir al día siguiente a recibirla. Aquella disposición era fatal, pero para evitar discordias, se aceptó y marchamos a una legua de allí, en donde pernoctamos en un lugar llamado Vera de María. Nosotros creíamos que al siguiente día muy de mañana volveríamos a la plaza (…) pero resultó que Vargas ordenó la marcha hacia Las Angosturas (…), abandonando nuestro triunfo, y con él exponiendo la Revolución a una vergüenza”.

Según Oldman Botello en su biografía del “Tuerto” Vargas, Benicio Jiménez aprovechó el cese provisional de hostilidades  para despachar subrepticiamente una posta hasta Palmarito y, desde allí, consignarle un telegrama al dictador J.V. Gómez con información detallada del enfrentamiento y apremiando refuerzos. Roberto Vargas, apunta Botello, había comisionado en el ínterin vigías hacia la otra orilla del Apure y hacia Elorza para otear el avance de posibles efectivos gomeros: “Los enviados de Vargas avistan a la gente que viene a Guasdualito y dan la novedad a Vargas quien dispuso a un grueso número de sus hombres a distraerlos (…); entretanto, él daba por terminadas las hostilidades en Guasdualito y levantaba el sitio (…) Arévalo Cedeño miente nuevamente en sus memorias, no haciendo referencia a la posibilidad de ser atacados por el ejército que llegaba; primero, el de Uzcátegui (proveniente de Barinas, llamado en ese entonces Estado Zamora, nota de NS), luego, la avanzada de Pérez Soto encabezada por el General Briceño y luego, el grueso del personal bajo el mando del Presidente de Bolívar (…) y finalmente las tropas de Hernán Febres Cordero y Manuel Sarmiento que convergían todas sobre Guasdualito”.

La orden de despejar el terreno y darle un respiro a la tropa gomecista había caído como un baldazo de agua helada. Si el enemigo estaba al borde de la derrota, ¿por qué concederle la gracia de un oxígeno reparador? Aun conociendo la certeza de una contraofensiva inminente por fuerzas expedicionarias de la dictadura, ¿por qué no asestarle otro golpe vistoso y vigorizante al hasta entonces invencible Juan Vicente Gómez, tal como se había efectuado a principios de 1921 en San Fernando de Atabapo con la captura y muerte de Funes? ¿Por qué no emular el zarpazo y después tomar las de Villadiego con la frente en alto, cual piquijuye vengador?

La ahogada rencilla entre “El Tuerto” y Arévalo ya no pudo ser disimulada. La discordia, precursora de la anarquía, campeó por sus fueros. Para explicarnos un tanto esta tirria entre los dos guariqueños antigomecistas, valdría la pena repasar la descripción de la psique de Roberto Vargas ofrecida por su biógrafo Botello: “una mezcla de ciclotímico-viscoso (con) oscilaciones entre movilidad y el reposo desahogado, con actividad que puede ser eficaz pero desigual (…) poco sensible a los estímulos, flemático, con expresiones de cólera (…) pasivo, perseverante y sin elasticidad y presteza (…) lento hasta la pesadez, salvo en las crisis de cólera (…) monótono, laborioso, monotemático y prolijo”. En suma, un hombre nada cobarde pero rígido y, probablemente, carente de adecuadas dotes comunicacionales, frío y distante con respecto a sus subalternos. Todo lo contrario al exaltado y quijotesco Arévalo, arquitecto de lealtades espontáneas entre sus adeptos. Estaba la mesa servida, entonces, para la colisión entre ambos jefes opositores. Variaciones sobre un mismo tema en la atribulada historia de esta patria cuajada de tiranuelos de a tres por locha.

En el sitio de Las Angosturas, a varios kilómetros de Guasdualito, habrían de medirse, frente a frente, "El Tuerto" Vargas y Emilio Arévalo Cedeño, en una rivalidad temeraria bajo el acoso despiadado de Juan Vicente Gómez.


@nicolayiyo





Roberto “El Tuerto” Vargas

Ortiz, Guárico, 30 abril 1864; Dos Caminos, Guárico, 29 marzo 1948