De jazmines y abriles
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Las imágenes en la tele no podrían ser más contrastantes. Por aquel lado, la rebelión popular en Túnez. Las masas despojándose del miedo natural y consuetudinario ante las tiranías, clamando libertad para progresar, para echar pa’lante en la vida. Vienen a la memoria la sublevación húngara contra la ocupación rusa en 1956; el pueblo caraqueño obligando a Pérez Jiménez a coger la trilla con sus maletas repletas de divisas en 1958; la primavera de Praga en 1968 y sus multitudes ansiando concederle un rostro humano al marxismo (cosa imposible, por lo demás); la insurgencia estudiantil china y la subsiguiente masacre en la plaza Tiananmén de Beiyín en 1989; las revoluciones de terciopelo amparadas por el glasnost y la perestroika dándole matarile al comunismo a finales de los 1980; en Belgrado, el pueblo serbio hastiado de matanzas y conflagraciones fratricidas propinándole un puntapié en su grasiento trasero al genocida Milosevic en 1990 y dele. En tiempo presente, en Túnez, frente al Mediterráneo, a pocas millas náuticas de Sicilia, este muestrario de la civilización árabe se empina, al fin, demostrando su ira, su “silla roja” en inglés (su a red chair) y su fatiga ancestral ante las dictaduras ladronas, sentando un ejemplo y amenazando de contagio a los regímenes fosilizados de la vecindad. ¡Autócratas árabes, temblad!
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Le doy al piripicho y mudo de canal. Me vengo a la antigua Tierra de Gracia. A la final del béisbol profesional. Los comentaristas de la caseta le dan el pase a las dos buenasmozas pechugonas ubicadas detrás del plato. Entrevistan las dos bellas al procónsul de la dictadura en la región. El susodicho —descendiente de árabes, mira tú— se muestra pomposo, petulante y verboso, tal cual su caporal. Su gelatinoso fundillo se desparrama sobre la banqueta donde se explaya a semejanza de una foca almidonada. Su panza opípara y sus cachetes brillosos agreden la panorámica. Está próspero el fulano. La molicie, la prepotencia y la degeneración lo acicalan de autoplacidez, como una hiena harta de carroña. Pero hay algo raroso en el ambiente. Algo falta. Despliego mis orejas repletas de cerumen y lo confirmo: ni una pita, ni una rechifla, ni una protesta en el estadio ante la presencia echona del corruptín. ¿Qué nos pasó?, cavilo. ¿Es que no queda ni sombra ni rastro de aquel pueblo rebelde de abril? ¿Nos hemos sometido mansamente a este despeñadero palurdo, a diferencia de los tunecinos? ¿Para dónde cogió el bravo pueblo del himno homónimo, de la bandera de las siete estrellas y del escudo con el brioso caballo de pescuezo voltiao, legado de los forjadores de la nacionalidad? ¿Será que nos hemos resignado a que esta sinvergüenzura durará per secula seculorum?
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Solía yo escuchar reverencialmente las vivencias de los viejos de antes en tiempos de mi primera juventud. Relataban, valga el caso, el conformismo de la gente a mediados de los 1950 ante el empuje de la autocracia perezjimenista. El miedo se podía cortar en el aire con una navaja Stand, de las que usaban los barberos de gallos para amolarles las espuelas a los mentados plumíferos. La Seguranal había dado de baja a Leonardo Ruiz Pineda, a Antonio Pinto Salinas y a Antonio Carnevali. Y para colmo, había rial, mucho rial para corromper. Cuando Gómez la cosa había sido parecida. Todas las dictaduras se asemejan. ¿Pero y la de aquí y ahora?, preguntarán algunos. El actual despotismo dispone de la delincuencia (organizada o no), de la fulana milicia, de los grupos paramilitares (como el frente Francisco de Miranda), de los cubanos, iraníes, fundamentalistas y comunistas de todo pelaje que nos colonizan, infiltrados hasta en la sopa. Hay miedo, pues. Se palpa en la atmósfera. Y hay rial, mucho rial para corromper. Sobre todo si te arrodillas y le rindes culto a la personalidad del corrupto supremo. Dan ganas de meterse a boliburgués.
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Pero llega irremisiblemente el instante cuando los pueblos se deshacen del terror y el pánico. ¿Quién dijo miedo? A las tiranías les toca su sábado cochinero también. La vorágine antiautoritaria parece haberse injertado ya en Egipto, la tierra de los faraones, el hilo fértil del padre Nilo, la cuna de civilizaciones. Llega a su fin la era instaurada por Gamal Abdel Nasser. Recapitulemos para quienes llegan tarde. Fue un coronel del ejército. Derrocó al corrompido monarca Faruk, bagazo del colonialismo inglés. Era de verbo fogoso y destemplado. Parecido en ese aspecto a Perón, por ejemplo, y más o menos al héroe del museo militar nuestro. Se declaró socialista. Forjó alianza armamentista con los rusos, aun cuando a posteriori apareció cimentando el movimiento de los no alineados junto a Nehru de la India y Tito de Yugoslavia. Recuperó el canal de Suez provocando la crisis de 1956 que, de casualidad, no produjo un enfrentamiento directo entre los rusos y los gringos. La tercera guerra mundial estuvo a la vuelta de la esquina. Nasser triunfó política y diplomáticamente en esa ocasión elevando su influencia en el mundo árabe, pero, bélicamente hablando, los israelíes le propinaron una felpa en ese 1956 y luego, en 1967, a raíz de la guerra de los seis días. Sus ejecutorias impregnadas de socialismo, o mejor aun, de estatismo, provocaron una parálisis, un achante y una estagnación que perduran hasta nuestros días. A su muerte, en 1970, le sucedió Anwar El Sadat, asesinado en 1981 a manos de militares ultranacionalistas por atreverse a haber firmado un tratado de paz con Israel. Hosni Mubarak, mano derecha de Sadat, ha llevado las riendas egipcias por tres décadas, dándole duro al grupo integrista Hermandad Islámica, gozando de una alianza privilegiada con EEUU y Occidente pero —barajo con el pero— comportándose como todo un autócrata, con corrupción pareja e intenciones de heredarle el poder al hijo, igualito a los sátrapas de siempre, como el de aquí y ahora.
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Ojalá que Túnez, Egipto y todas las naciones árabes logren darle su tatequieto a estos especímenes del atraso y la arbitrariedad, consiguiendo así el camino a la democracia y la prosperidad para todos. Que no les suceda como a nosotros en aquel abril cuando, luego de regar las calles con sangre de mártires, unos militares culecos y felones reintegraron en el poder a cierto renunciado demagogo. Mucha suerte para el sufrido pueblo árabe en esta hora de esperanza. Inshalá.