Ángel Melo y Henry “Limón Limonero” Stephen, luego de una actuación en Acarigua.
Cambur pintón
El “Negro” Melo: música en clave de cuatro y corazón
por: Nicolás Soto
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Corría el año 1973. Este escribirdozuelo vuestro recién había aprobado el examen optando al Certificado de Locutor de Estaciones Radiodifusoras ―número 6148, para más señas― y, luego de pasantías por varias radios caraqueñas, alunizó en una emisora asentada en el casco colonial de Petare.
La señal de Crono Radar (1300 Khz AM) a duras penas remontaba de Plaza Venezuela hacia el oeste. Su programación tenía un sabor pueblerino, con raleas de joropo tuyero e invitaciones a peleas de gallos. Pero a las 3pm, unos panas mechudos y zumbaos nos apoderábamos de los micrófonos y, durante un par de horas, emanaba de allí un sulfuro de puro rock atrinca y ácido. La gente nos telefoneaba para comentar ¡qué cagante, bróder!
Allí recibí cortesía de la disquera, a mitad de año, un LP alucinante y barroco: La ofrenda de Vytas. El rock progresivo venezolano, gracias a Vytas Brenner, ostentando un maridaje perfecto, biyectivo y astral con nuestra música autóctona. Guitarras distorsionadas blasonando arpas llaneras. Sintetizadores Moog salpimentando tambores barloventeños. Burda de bien, frén. Cuando leí la alineación de los músicos participantes me llevé mayúscula sorpresa: el cuatrista era mi coterráneo guariqueño Ángel Melo, a quien no conocía en ese entonces personalmente.
Carátula del LP “La ofrenda de Vytas”, 1973.
Mi hermano Arturo me lo había puntualizado en incontables ocasiones: el “Negro” Melo andaba descollando en las grandes ligas de nuestro cosmos musical. Lo había visto por TV codeándose con la crema y nata de los músicos, nacionales y foráneos, convocada por el maestro Aldemaro Romero durante sus Festivales Mundiales de Onda Nueva, a principios de los setenta. Gente de la talla de Michel Legrand, Mikis Theodorakis, Lalo Schifrin, Franck Pourcel y Paul Mauriat. Y allí estaba el “Negrito” Melo, arreglando, componiendo, dirigiendo orquestas y acompañando con el cuatro y la guitarra. Entre músicos te veas.
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Ángel Alfonso Melo Rodríguez nació en una finca cerca de Zaraza. Sus padres, don Alfonso y Doñana se lo llevaron muy pequeño a Tucupido donde su mamá compró un hotelito, el Hotel “Caracas”. Siempre lo tildaron de “Negrito”, entre tantos recordados “Negros” de la época: el “Negro” Plessmann, el “Negrito” Armas, el “Negro” Belén Álvarez, el “Negro” Salazar (famoso galán de los 50 por estos contornos).
Desde chiquito, nuestro “Negrito” se destacó en el arte musical. No era para menos. Por el Hotel “Caracas” pasaron, entre otros, Jorge Negrete, Pedro Infante y la bellísima rumbera María Antonieta Pons en sus giras cincuenteras por estos mundos de Dios. Lógico. No había internet, ni comunicación vía satélite y los teléfonos funcionaban a manigueta pura. La promoción artística se bregaba, pues, a punta de celuloide mexicano y de presentaciones person to person. Las celebridades recalaban en el hotel de Doñana y cargaban en brazos al “Negrito”. De que se pega, se pega. Según su mamá, Ángel Alfonso ya chischeaba las maracas con tan sólo un año de edad.
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La búsqueda de nuevas oportunidades económicas impulsa a Doñana a adquirir en Valle de La Pascua el Hotel “Caracas”, en la esquina de Atarraya con Paraíso. La música continua continúa: la banda municipal ensayaba, bajo la batuta de Rufo Pérez Salomón, en predios del albergue. Famosos intérpretes se hospedaban allí. Los Panchitos, más tarde conocidos como Los Hermanos Castro, famoso grupo vocal azteca, salieron de sus habitaciones directo al cine de los morochos del Manapire y se hicieron acompañar con el “Negrito” en las maracas.
Mientras tanto, don Alfonso Melo tocaba el clarinete en la retreta local con el pequeñín de su hijo al pie del cañón, viendo a los mayores tomarse en serio las presentaciones. A Doñana le vino la idea de dar clases de cuatro para las niñas vallepascuenses (entre ellas María y Zobeyda Pérez) y, ni corto ni perezoso, el “Negrito” aprovechaba los recesos para empuñar el instrumento y garrapatear incipientes sonidos. Doñana decidió enseñarle las primeras “pisadas” y las chicuelas se maravillaban con la rapidez con que el chipilín aprendía. ¡Gallo picador!
Los estudios formales avanzaron y el “Negrito” de Doñana arribó a los predios pedagógicos del padre Chacín. El sacerdote trujillano le enseñó Teoría y Solfeo y le asignó la trompeta, un instrumento atrayente para él. Pero el cuatro ya le amarraba el corazón.
Así transcurrió la adolescencia pascuense, serenateando a placer con los hermanos Gustavo y Abigaíl Ledezma Martínez, Simón Zamora y él charrasqueando los cuatros. Bohemia dicharachera e inocente, si a ver vamos, sin delincuencia ni malandraje en las calles (como ahora), pero sí con muchas invitaciones para el dúo Melo-Zamora en Radiodifusora La Pascua y en saraos particulares, ganándose comidas gratis en el León de Venezia y otro comedero que quedaba por la salida a Tucupido, a ver quién lo ubica.
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Aprobado el bachillerato, viene la mudanza a Caracas. Se inscribió en la UCV y pidió una plaza en la Estudiantina. Rindió audición con el maestro Teófilo León (padre de Freddy León, famoso músico y empresario disquero), interpretando el vals El bejuquero, una pieza compleja con muchos tonos. Pero nuestro “Negrito” salió airoso por haber ensayado cualquier cantidad de valses semejantes acompañando a Germán Delgado, un recordado barbero y ejecutante del violín en su peluquería de la calle Retumbo, al lado de Bonifacio Valera.
Profundizó sus estudios musicales y, simultáneamente, desplegó una carrera exuberante formando parte de las agrupaciones de Juan Vicente Torrealba, Hugo Blanco, Chelique Sarabia, Mario Suárez, Adilia Castillo, Simón Díaz y la lista pica y se extiende. Habría que preguntarse, más bien, a cuál de los astros de la época dorada de la música venezolana no acompañó Ángel Melo.
¿Cuántas grabaciones han realizado juntos Ángel Melo y el maestro Hugo Blanco? Aquí con el autor de “Moliendo café” en Guanare.
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El cuatro ha sido el instrumento de acompañamiento por excelencia de nuestra música. Durante mucho tiempo fue eso, y nada más.
Quizá ello se deba a algunas limitantes intrínsecas. El escaso número de cuerdas y la ausencia de bordones (bajos) restringe el registro sonoro, a diferencia de su hermana mayor, la guitarra (o guitarra grande, como la llamaban los viejos de antes). A esto hay que añadirle la peculiar afinación: La (A) – Re (D) – Fa sostenido (F#) – Si (B), esta última una octava abajo. De allí se engendran el sonido característico y el tumbao de nuestro cuatro. Pero a la hora de trascender a planos de virtuosismo, el cuatro no cuajaba un lenguaje distintivo para el aspirante a solista.
El maestro Freddy Reyna obvió esta traba subiéndole una octava al Si (B) de la prima, para equiparar al cuatro con la guitarra. Dicho en cristiano, chao chigüire cambur pintón. Un verdadero salto cuántico en lo interpretativo, pero ―salió el sempiterno “pero”― algo de feeling se perdía en el camino según los puristas. El venerable don Jacinto Pérez, el rey del cuatro, nunca le paró a eso, mantuvo la afinación tradicional y sus discos se vendían y hasta sonaban en la radio.
Año 1967. En un seminario para cuatristas en la Sala “E” de la Biblioteca de la UCV, el maestro Freddy Reyna le pedía a los participantes, como prueba de fin de curso, interpretaciones con la novedosa afinación. Ángel Melo hizo varias piezas sin variar un ápice el cambur pintón, desplegando garra, tronío y técnica en el afán melódico. “Tu estilo es acuático”, le aseguró el maestro, “porque fluye como el agua”.
Se trataba del rasgapunteado. Al “Negro” Melo se le ha señalado como uno de los forjadores de esta vertiente interpretativa, extrayéndole al cuatro sonoridades que expanden ad infinitum las posibilidades melódicas, armónicas, rítmicas y hasta contrapuntísticas de un instrumento aparentemente escuálido en posibilidades como nuestro cuatro, pariente pobre, según algunos, del ukulele y del banjo gringos, del cavaquinho brasileño y de la quena altiplanera. Eso varió radicalmente.
Virtuosos de la talla de Cheo Hurtado han señalado la importancia trascendental de Ángel Melo en la evolución del cuatro venezolano como instrumento solista con todas las de la ley.
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Ángel Melo ha influenciado y ha sido influido por gran cantidad de músicos. Mencionemos a algunos.
Tenemos a Vinicio Ludovic, por ejemplo, a quien conocimos como guitarrista de la muy recordada fusión de jazz, rock y música vernácula que se llamó La Banda Municipal del maestro Gerry Weil. Los excelentes pianistas Pedrito López y Otmaro Ruiz. El "Pollo” Brito, compositor de algunas de las mejores piezas populares venezolanas de las últimas décadas. El gran cuatrista y arreglista Alí Agüero, con quien el “Negro” grabó un memorable LP, a mediados de los sesenta, “Cuatro cuatros” (creo que Arturo Soto A. todavía lo tiene por ahí, intacto). El creador del Trabuco venezolano, el maestro Alberto Naranjo. El tremendo arreglista y compositor Chuchito Sanoja. Cheo Hurtado, por supuesto (Ángel asegura que Cheo es tan dedicado que estudia cuarenta horas al día, válgame Cristo). El excelso Hernán Gamboa, otro de los grandes del rasgapunteado.
El “Negro” se muestra complacido por la labor de las sinfónicas juveniles a cargo de los maestros Abreu y Dudamel. Soberbia cantera, las califica.
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Ángel Melo ha incursionado también en radio y TV. Durante “n” años fue el músico de planta de “Media hora con Joselo y Simón”, a través de Radio Rumbos. Fungió de director musical de Radio Rochela, en el malamente defenestrado canal de Quinta Crespo, al lado del desaparecido Jorge Citino, el hombre de las gauchadas. Fundó el programa “Cheverísimo” y, durante diez años, conformó equipo con Francisco Martínez y Carlos Cerutti, productores y libretistas.
Actualmente, Ángel Melo desarrolla un proyecto educativo, junto al portentoso arpista Amado Lovera, en la capital cojedeña. Pero siempre guarda los mejores recuerdos de la tierra que lo vio nacer y crecer.
Doquiera que vaya, seguirá siendo nuestro Ángel Melo, esculpiendo en su atril de músico de eternidades a su Valle de La Pascua querida, su cuatro y su corazón.
Chacurruchá curruchá curruchá, pues.
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Okey, el artículo ha debido finalizar con la frase anterior. Pero es imposible hablar del “Negro” Melo sin mencionar su prosapia de mamador de gallo insigne. Líbreme Dios.
Son muy conocidas en el medio artístico sus imitaciones. El “Negro” traba conocimiento por primera vez con una persona y, en menos de tres minutos, ya lo está remedando hasta en sus mínimos detalles.
Ninguna de sus amistades se ha salvado de recibir alguna llamada extraña, preferiblemente a altas horas de la noche, donde se escucha, al principio, una voz acartonada de burócrata o funcionario manifestándole a uno que el telefonazo proviene del mismísimo palacio de Miraflores. Y, a continuación, se escucha la voz del presidente de turno, con timbre y entonación perfectos, perorando de lo humano y lo divino. Cuando me tocó a mí ―mandaba Luis Herrera―, le jalé mecate sin empacho por un cargo público, por un “camburcito”. Después de una sarta de barbaridades y disparates, uno caía en cuenta: era el “Negro” Melo sonsacándole la paciencia a uno, guá.
De paso, todavía estoy esperando el nombramiento.
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Escuchen el arreglo, en estilo Onda Nueva, hecho por Ángel Melo, dirigiendo la Orquesta Sinfónica de la capital carabobeña, del pasaje de Juan Vicente Torrealba "Valencia, la novia del rey" (el intro es "Besos en mis sueños"). Disfrútenlo.
Una ñapa: si desean descargar el disco "Cuatro cuatros internacionales", clásico de Alí Agüero y Ángel Melo, dense duro con este link:
http://go2.wordpress.com/?id=725X1342&site=ho1246.wordpress.com&url=http%3A%2F%2Fwww.4shared.com%2Ffile%2F97041486%2Fe09de194%2FCuatro_Cuatros_Internacionales.html&sref=http%3A%2F%2Fho1246.wordpress.com%2F2009%2F04%2F06%2Fali-agueroangel-melo-cuatro-cuatros-internacionales%2F