Hijo, ¿será verdad que en el hipódromo no dejan correr a caballo viejo?
La pátina omitida
Sesentera IX
Imposible negarlo: sólo el domingo mi existencia refulge. No confundirse, empero, pues no soy sacerdote ni nada similar. Simple y llanamente, el domingo corren los potros en La Rinconada.
Si acaso practico una liturgia se llama el hipismo. El ceremonial arranca cada lunes muy temprano. Luego de acicalarme concienzudamente mi copete de Elvis Presley sabanero con el barrido escrupuloso de un Cepipeine “Óscar” y una abundante aplicación de Brylcreem (o, en su defecto, Glostora con Rubina o Moroline Jalea de Petróleo), me cancho mi camisa de bacterias y mis pantalones de tubito, recién planchados por obra y gracia de mi abnegada vieja, mis chalanas de suela negra, mis lentes imitación de Ray Ban, y me lanzo a la calle Schettino, rumbo al Tony Club.
Los aficionados a darle a la sin hueso arguyen que soy un vago con carné porque no chambeo de oficinista, dependiente o caletero. Pero los lunes me doy mi madrugonazo, vea usted, aguardando bien temprano la llegada de la camioneta pánel cargada de periódicos y revistas desde Caracas. Al desembarcar los alijos, soy el primer beneficiario al permitírseme escudriñar, con golosos dedos, nuestro Corán, nuestro Santo Grial, nuestro Valhalla: la Gaceta Hípica (“única e inimitable”), objeto sempiterno de análisis y exégesis. Y, si acaso llegare a fallar en su arribo, me conformo con La Fusta (“pionera del hipismo nacional”). Ejusdem, como dicen los abogados (eso lo aprendí del doctor Cachanclos, a quien asesoro en la elaboración de su cuadrito semanal mediando un solidario estipendio).
Ya en posesión de tan preciado impreso, regreso a la casita rural donde mi bregadora vieja ya me ha servido un resuelto desayuno con arepa frita, ñema, un rolo de chorizo o morcilla, aguacate, suero y guarapo espeso, antes de marcharse ella a su oficio de doñita de servicio en casa de algunos pudientes locales (algunos de ellos asesorados por mí a la hora de escoger sus caballos para el 5 y 6 dominical por una módica paga). Llenada la panza, me sumerjo en los textos sagrados: estadísticas, cronometrajes, traqueos, diagnósticos, linajes y hasta conjeturas cabalísticas se conjugan en mis neuronas, perfilando un pronóstico atinado e infalible.
Sopeso todo sin obviar el factor humano. Conozco la vida y milagros, por ejemplo, del “pavo” Domingo Noguera Mora (me dicen mis carnales fanáticos hípicos de la esquina El Paradero que me le asemejo tremendamente) o del “brujo” Millard Ziadie. Puedo vaticinar con certitud cómo conducirían los ases Gustavo Ávila, Balsamino Moreira o el “negro” Cruz a cualquier potro, trátese de Gradisco, Klick, El Tamao, Don Florestán, Paunero, Senador o Socopó. Cuando abrigo tres lamparazos entre pecho y espalda, me doy el caché de narrar cualquier Clásico, sin importar el año, imitando a Miralejos, Míster Chips, Alejo Camino, Luis Plácido Pisarello o al muchacho nuevo de Guayana, el parecido a Al Jolson en la primera película sonora cuando se disfrazaba de cantante de color echándose betún en la cara, quedándole blanca la comisura de los labios, Alí Kan creo que lo llaman, con publicidad incluida y todo (“Maizina Americana, un producto de Alfonzo Rivas y Compañía… ¡Partida!”). ¿Cómo le quedó el ojo, profesor Kanor?
Me empujo para la plaza Bolívar, con la Gaceta enrollada en el bolsillo derecho del pantalón. Ahí me esperan mis llaves Pachuquero, Boca’e Vieja, Guaro Careto y Pantalionsio, cada uno con su ejemplar en ristre, prestos para diseccionar cada carrera y acertar con su resultado. La gente nos rodea, ávida del datazo, previniéndonos contra cualquier batacazo, pues hasta los burros podrían tener chance. ¡La Cátedra se quedó chiquita!
Mi ex-novia Yolandita la Retayona a toda hora rezonga: tanto estudio de la fulana Gaceta y siempre más limpio que talonera de fregona. Pero uno de estos días me voy a coronar con un cuadro con seis y la buscaré para montarle un rancho full de corotos. A que le callo el hocico voy, machete. ¡Gira la última curva!