Visité Madrid por primera vez con Francisco
Franco recién fallecido. Un amigo maracucho que residía allí (y como todo
maracucho, gran mamador de gallo) me advirtió: "Mirá, Nicolasito, acordate
que aquí toda vaina es cogedera".
Empezaba a entusiasmarme con eventuales
proezas en la cama cuando el pana me clarificó que el verbo coger en la
capital de la Madre Patria no cargaba la connotación lúbrica que es común en
nuestra América.
Sí me aconteció en esa primera estadía el
pensar muchas veces que, aun cuando teóricamente hablásemos el mismo idioma, me
quedé en más de una ocasión sin comprender lo que se me decía en españoleto.
¡Ah mundo!, diría un barquisimetano.
O como cuando, años después, manifesté
curiosidad por leer a Stephen King. No disponiendo de alguna de sus obras en
idioma original, una amiga me facilitó un ejemplar traducido en jerga
madrileña. A la altura de la página 20 desistí.
Como bien lo expresa Milagros Socorro en el
siguiente artículo, el dilema se suscita cuando la industria editorial
peninsular cobra hegemonía al languidecer las publicaciones originarias de
nuestro hemisferio.
Años de políticas intervencionistas,
estatistas, populistas y paternalistas, tanto de izquierda como de derecha, han
colapsado las editoriales de nuestros países. Ahí está como ejemplo Monte
Ávila. Quizá el único sobreviviente a tamaña debacle ha sido el Fondo de
Cultura Económica mexicano.
Es cierto, los localismos y regionalismos
suelen ser incomprensibles para los forasteros. Pero el problema puede
obviarse, primero, no abusando de ellos en el texto y, segundo, agregando un
glosario a la manera de Rómulo Gallegos en Doña Bárbara, con su
diccionario de llanerismos al final de tan magna obra.
En sus memorias, Gabriel García Márquez
relata que se sorprendió cuando vio una de sus primeras novelas plagada de
"a por vosotros", "hostias", "jolines",
"desvelar" (por develar) y otras locuciones afines. Posteriormente,
ya aclamado por la crítica y el público, obtuvo la necesaria corrección de la
casa editorial de marras.
El consejo sería, entonces, para quienes por
necesidad envíen sus manuscritos a editoriales españolas, o bien de una vez
redactar en castizo, o sino, anexar las correspondientes notas explicativas.
Por mi parte, confieso haber tirado la
toalla tratando de entender dicha germanía. Me acabo de enterar, por ejemplo,
que en jerga madrileña el órgano sexual masculino es llamado
"pollas". Basirruque murió tosiendo.
Y si no lo hacéis así, iré a por vosotros,
tíos y tías (¿por qué no sobrinos y sobrinas?).
¡Y que viva el leísmo!
Vales...
https://lagranaldea.com/2023/02/01/la-pichula-de-vargas-llosa/